Florentino Zabalza, agustino recoleto.

En el año del Sínodo de la Amazonia, queremos recuperar la memoria y testimonio de Florentino Zabalza, agustino recoleto y obispo de la Prelatura de Lábrea (Amazonas, Brasil) desde 1971 hasta 1994, quien dejó escritas unas memorias que se ofrecen ahora por primera vez a todos los públicos.

Antes de dejarle a Florentino con la palabra, conozcamos un poco mejor a su autor con una pequeña biografía.

Fray Florentino Zabalza Iturri perteneció a la Orden de Agustinos Recoletos y fue durante 22 años y cinco meses (1971-1994) obispo de la Prelatura de Lábrea, compuesta por cuatro parroquias que coinciden territorialmente con los cuatro municipios del suroeste del Estado brasileño de Amazonas donde están situadas: Tapauá (Parroquia de Santa Rita de Casia), Canutama (Parroquia de San Juan Bautista), Lábrea (Parroquia de Nuestra Señora de Nazaret) y Pauiní (Parroquia de San Agustín).

Solo un año antes de ser nombrado obispo, en 1970, Florentino había llegado como misionero voluntario, procedente de Colombia, a esa misión amazonense y brasileña donde están presentes los Agustinos Recoletos desde 1925.

Nació en Bigüézal (Navarra, España) el 16 de octubre de 1924, hijo de Francisco y Teresa, en una extensa familia de nueve hermanos; tres de ellos fueron religiosos agustinos recoletos: el mismo Florentino, Pedro y Juan.

Comenzó los estudios en su localidad natal hasta que ingresó en el Colegio Apostólico San José de los Agustinos Recoletos en Artieda (Navarra, España), situado a unos 25 kilómetros de su casa. Era este uno de los seminarios menores de la Orden de Agustinos Recoletos en España. Pertenecía en aquel tiempo a la Provincia de Nuestra Señora de la Candelaria. Hoy está instalada en el edificio una asociación cultural de tipo alternativo:

Los alumnos vivían en régimen de internado y estudiaban la enseñanza obligatoria mientras se dilucidaba su posible vocación religiosa y su ingreso posterior en el noviciado. Fueron muy comunes en la España de los años 60, 70 y 80 del siglo XX y, como en este caso, muchos estaban situados en entornos rurales.

Terminada la educación formal obligatoria, Florentino sintió la vocación religiosa y decidió continuar preparándose para ser miembro de la Orden de Agustinos Recoletos; por ello se trasladó hasta el convento de Nuestra Señora de Valentuñana, en Sos del Rey Católico (Zaragoza), también cerca de su pueblo natal (45 kilómetros).

Ingresó en el noviciado el 7 de octubre de 1939 cuando aún no había cumplido los 15 años de edad: le faltaban nueve días para su cumpleaños. Para poder profesar los votos religiosos en la época se pedía un mínimo de 16 años. Por ello no terminó el noviciado hasta el 21 de octubre de 1940, cuando profesó los votos de castidad, pobreza y obediencia y fue acogido en la Provincia religiosa de Nuestra Señora de la Candelaria, cuya sede central está en Colombia.

El siguiente paso era el estudio de la Filosofía, lo que hizo también en Sos del Rey Católico entre 1940 y 1943. Después continuó con el estudio de la Teología (1943-1947) entre Colombia y la República Dominicana. La profesión de los votos solemnes, incorporación definitiva y permanente a la Orden, la hizo el 22 de octubre de 1945 en Bogotá. Asimismo, en Bogotá fue ordenado de diácono el 1 de abril de 1945 por Emilio de Brigard Ortiz (1888-1986), entonces obispo auxiliar de la capital colombiana.

Algo más de un año después, el 20 de julio de 1946, fue ordenado sacerdote en Manizales (Caldas, Colombia) por el obispo agustino recoleto Nicasio Balisa Melero (1863-1965), en ese momento vicario apostólico de Casanare, una de las misiones más antiguas de la Orden.

A partir de ese momento Florentino comenzó una larga jornada de 17 años como educador. Fue profesor, a veces de seminaristas de la Orden, a veces de alumnos externos, en el seminario de La Linda (Manizales), en el Liceo y el Seminario de Tumaco (Nariño), en el seminario de Suba (Bogotá), en el Colegio Agustiniano de Palmira (Valle), que fundó él mismo en 1963… Enseñó humanidades en las escuelas civiles y teología dogmática, teología moral o Derecho canónico en los centros de formación religiosos.

En más de una ocasión se puso al frente y trabajó duro en la rehabilitación o construcción de infraestructuras, como la restauración del templo parroquial de Ricaurte en Tumaco, que duró cinco meses, en la construcción y ampliación del Colegio Agustiniano y en la rehabilitación de la residencia de los religiosos de este mismo lugar.

En 1961 se forma la Provincia de Nuestra Señora de la Consolación en la Orden de Agustinos Recoletos con parte de los religiosos y comunidades de la Provincia de Nuestra Señora de la Candelaria. Florentino es adscrito a la nueva Provincia.

Esto le permitió, desde 1964 hasta 1970, tomarle el pulso a un nuevo apostolado, el ministerial. Lo pudo hacer en Cali (Valle, Colombia), atendiendo la parroquia de San Judas Tadeo y la vicaría parroquial de Nuestra Señora de las Lajas.

Como religioso, desde mediados de los cincuenta tuvo ya diversas responsabilidades en la comunidad: fue viceprior de Suba, prior de Palmira, prior de Cali y, durante un año, maestro de religiosos profesos.

Después de 17 años como docente y 9 como párroco, en 1970 recibe una nueva llamada vocacional y decide presentarse como voluntario para la misión brasileña de Lábrea, que pertenecía a la Provincia de Santa Rita, pero estaba muy necesitada de misioneros.

El prior general de la Orden había iniciado una campaña para encontrar misioneros dispuestos a colaborar en el resto de Provincias de la Orden y Florentino fue uno de los que quiso unirse al plan.

Lábrea por entonces era, probablemente, la misión más difícil de la Orden en cuanto a las dimensiones prácticas de la evangelización. Tenía graves lagunas en cuanto a número de misioneros, situación material llena de escaseces para todos, falta casi total de comunicaciones, recursos insuficientes y limitados, población muy pequeña pero disgregada en una extensión enorme y selvática, analfabetismo que impedía cualquier tipo de formación sistemática o de cierta profundidad; y, para los misioneros, rodeados casi sin interrupción por la soledad, las enfermedades, los sentimientos de incapacidad e impotencia ante tamaña tarea con tan pocos recursos y en un entorno tan hostil.

Corría el año 1970 y Florentino no sabía que en unos meses iba a ser nombrado obispo de la Prelatura. No solo no sabía lo que le esperaba sino que, de algún modo, cuando se ofreció para ir a la misión, previendo que podría recaerle algún tipo de responsabilidad por ser uno de los voluntarios de mayor edad (45 años), indicó al prior general en la carta de ofrecimiento: “Voluntario, sí, padre nuestro, pero como uno más, no como superior«.

El hecho es que Lábrea llevaba demasiado tiempo sin obispo. El 30 de noviembre de 1967 la Santa Sede había aceptado la renuncia del anterior administrador apostólico, el obispo agustino recoleto José Álvarez Macua (Dicastillo, Navarra, 1906-†1974). Desde entonces, el obispo de Coarí, el redentorista Mario Roberto Emmett Anglim (Lombard, Illinois, Estados Unidos 1922-†1973) ejercía de administrador apostólico; pero su Prelatura tenía parecidas características a la de Lábrea en cuanto a extensión, distancias y recursos. No era fácil llevar adelante ambas responsabilidades sobre los mismos hombros.

Una vez que la misión contaba con nuevo personal con los voluntarios de otras Provincias, la Santa Sede sintió que era momento de nombrar un nuevo obispo para Lábrea. Hechas las consultas y aceptado por obediencia el encargo, Florentino recibió la consagración episcopal el 28 de agosto de 1971 en la iglesia de San José de Ribeirão Preto, en el Estado de São Paulo, Brasil.

Presidió la ceremonia de consagración Bernardo José Bueno Miele (1923-1981), arzobispo coadjutor de esa misma ciudad, al que acompañaron el arzobispo de Manaos (Amazonas, Brasil), el cisterciense João de Souza Lima (1913-1984); el obispo de Franca (São Paulo, Brasil), Diógenes da Silva Matthes (1931-2016); y hasta cinco obispos agustinos recoletos: José Álvarez Macua (dimisionario de Lábrea, Amazonas, Brasil), Alquilio Álvarez Díez (1919-1985, prelado de Marajó, Pará, Brasil), Gregorio Alonso Aparicio (1894-1982, dimisionario de Marajó), Arturo Salazar Mejía (1921-2009, vicario apostólico de Casanare, Colombia) y Rubén Darío Buitrago Trujillo (1921-1991, auxiliar de Bogotá, Colombia).

El prior general de la Orden, fray Luis Garayoa Macua, el mismo que había aceptado a Florentino como voluntario para la misión, representó a la Orden en la ceremonia, mientras que los dos hermanos religiosos agustinos recoletos de Florentino, Pedro y Juan, y su hermana Josefa se trasladaron hasta Ribeirão Preto para acompañar a su hermano en este día tan importante.

Florentino fue obispo de Lábrea hasta que su salud no le permitió más servir al pueblo de Dios con la misma eficacia que cuando había llegado, siendo un adulto joven, a la misión. Pese a que le faltaban diez años para la obligatoria renuncia por edad de los obispos (75 años), el 12 de enero de 1994 el Papa acepta su renuncia, motivada principalmente por los problemas de salud que padecía, graves, crónicos e irreversibles, y para los que el clima de la selva tropical era una auténtica tortura.

Florentino vuelve a pasar sus últimos años de vida a España, donde el clima es mucho más benigno para su avanzada artrosis, y establece su residencia en el Colegio Agustiniano que su Provincia agustino-recoleta tiene en el barrio de La Estrella de Madrid.

El 12 de septiembre del año 2000, ingresado en el hospital de Nuestra Señora del Rosario de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana de Madrid, y contando con 75 años de edad, Florentino fallece a causa de una complicación pulmonar.

En Lábrea la noticia de su muerte causó gran tristeza y, aunque hacía seis años que había salido de la Amazonia, sus casi 25 años de trabajo incansable en la región por los demás no habían pasado desapercibidos ni para el pueblo y ni para sus hermanos agustinos recoletos, que se apresuraron a mostrar su oración, cariño y agradecimiento:

Las comunidades de Lábrea lloran la muerte de quien durante veinticuatro años dio su vida y fue su pastor, que amó a esta gente como él sabía hacerlo, que se preocupó por todos hasta faltarle el sosiego. En estos momentos de partida para el corazón del Padre, todos te decimos: ¡Muchas gracias, Dom Floretino! Te lo decimos los misioneros, los indios, los leprosos, las comunidades de los ríos, los que trabajan en las pastorales, tus amigos que han llorado al saber la noticia de tu ida al Padre. ¡Gracias, Dom Florentino!

El prior general de la Orden de Agustinos Recoletos en el momento de su fallecimiento, fray Javier Guerra, escribió unas letras para el funeral, de las que destacamos:

Me vienen ahora a la memoria su manera de saludar y acoger, su sonrisa y la alegría desbordante de buen humor, su bondad y jovialidad, su vitalidad y delicadeza. Muchos recordamos sus palabras, sus chistes, sus silencios, sus plegarias, sus apretones de manos, sus consejos y su entrega en el apostolado (…), su entrega al pastoreo de su rebaño, derrochando entusiasmo en todos sus compromisos.

No podemos hacer aquí un estudio pormenorizado del significado de su episcopado para la Prelatura de Lábrea, algo que quedará en manos de historiadores en su parte teórica y pastoralistas en la parte práctica.

Pero podemos afirmar que las consecuencias reales del trabajo de Florentino como servidor y obispo de Lábrea no son ajenas a los fieles de la región; fue el obispo que llevó a Lábrea las conclusiones y reformas del Vaticano II y de las Conferencias del Episcopado Latinoamericano con sus grandes, significativos y profundamente renovadores documentos de Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992).

Fue el obispo que confió en los laicos, en las pequeñas comunidades; que se puso siempre de frente sin esquivar la mirada de los más vulnerables (indios, ribereños, mujeres, enfermos, menores); que confió en su clero como se hace en un hermano, porque se sentía hermano de todos ellos; que preparó el camino de las Asambleas de la Prelatura, que sufrió con los que más sufrían y veló por su rebaño hasta el agotamiento de sus fuerzas y de su salud.

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