Jos 5,9a.10-12: El pueblo de Dios celebra la Pascua, después de entrar en la tierra prometida.Sal 33,2-3.4-5.6-7: Gustad y ved qué bueno es el Señor. 2Co 5,17-21: Dios, por medio de Cristo, nos reconcilió consigo. Lc 15,1-3.11-32: «Este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido».
Reconciliación. Ese es el tema que más resuena en las lecturas de este domingo., que pueden considerarse como progreso y paso delante de las del domingo anterior. Dios inicia el proceso de la reconciliación. No porque necesite reconciliarse con nadie, sino porque el hombre entero, y aun el universo con él, necesita de una reconciliación con Dios para encontrarse así mismo. El hombre, ya desde un principio, dio las espaldas a Dios. Pero Dios, todo bondad y misericordia, se coloca de frente a él, empleando su propia forma y su propio lenguaje: se hizo hombre, Cristo Jesús. Y en Cristo Jesús le alarga sus manos, extiende sus brazos y lo estrecha con su corazón. La muerte y resurrección de Cristo han operado la maravilla. El hombre llega a ser hijo de Dios, su amigo y confidente y hasta colaborador en su obra, obra de reconciliación.
El texto evangélico, pieza maestra e insuperable del mensaje de Jesús, ofrece los pasos básicos del movimiento hacia el encuentro. En primer lugar notemos el gesto de “alejamiento” de hijo menor: no quiere compartir su vida y existencia, de modo familiar, con el padre y con el hermano; “Se fue a una región lejana”. Perdió la relación con ellos; perdió malamente la herencia recibida, amigos y relaciones “sociales”; perdió la libertad y la dignidad personal: muerto de hambre, sin que nadie le diera de comer, viviendo con cerdos. Es la dinámica del pecado. Prosigue el texto con la reflexión, al comparar la situación presente con la realidad familiar que había disfrutado en casa. El pecado ¡qué descalabro!
Tras la reflexión, la decisión de volver, de volver al padre, a la familia. Desandar el camino andado en busca de lo que había perdido. Aunque en realidad el “perdido” era él. Pues había perdido, por su parte, la dignidad de hijo, y consecuente, también la de hermano. Era preciso encontrarse a sí mismo en el encuentro con ellos. De ahí, el reconocimiento: “ Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, no soy digno de que me tengas como hijo …”. La confesión de su desvarío es ya el comienzo de la recuperación de su dignidad. El reconocimiento del pecado y la decisión del superarlo es ya comienzo de reconciliación.
El muchacho ha pronunciado la palabra “padre”. Y el “padre” responde entrañablemente con una serie de gestos que conmueven de verdad: abrazos, besos, anillo al dedo, sandalias a los pies … ¡Y el becerro cebado! Fiesta por todo lo alto, más que si fuera la boda de hijo mayor. Todo porque “ha recuperado sano y salvo” al hijo de sus entrañas. Vuelve, hermano, y sentirás que tu Padre Dios te recibe así en Cristo Jesús.
¿Y el hermano? El hermano, muy obediente en las formas, se niega a participar de los sentimientos del padre. A punto está de romper con él por no admitir como hermano al que vuelve: “Ese tu hijo”, le dice al padre; “ese tu hermano”, le replica el padre. ¿Qué has de hacer tú, hermano? El no recibir al hermano como tal es rehusar compartir los sentimientos de padre y apartarse de él. Tendríamos otro “hijo pródigo”. Seamos en Cristo ministros de reconciliación. En poder y en su nombre tratemos de reconciliarnos con Dios y con los hermanos.









