Construcción del Monasterio de Agustinas Recoletas de Guaraciaba do Norte, Ceará, Brasil.

El Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe de las monjas Agustinas Recoletas en Guaraciaba do Norte (Ceará, Brasil) acaba de cumplir 15 años. Hoy la mitad de sus monjas son brasileñas y su estilo de vida ha llamado la atención de toda su región. Nos acercamos a su vida interior y al testimonio de las personas que han sentido las bondades y alegrías de este lugar de paz, comprensión, escucha, trabajo y oración. La raíz ha encontrado ya la capa freática: este árbol no muere. Crece fuerte y tendrá muchos frutos.

Socorro decidió donar el terreno donde actualmente está el Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe. Cuando supo que se trataba de establecer un monasterio, no quiso saber nada de venderlo y procedió a donarlo, bajo la premisa de “devolver a Dios lo que Dios me ha dado”. Así ve, 15 años después, la presencia de las monjas agustinas recoletas como vecinas.


La primera vez que escuché hablar de las monjas fue por el entonces párroco recoleto, Juan Manuel Ramírez. Todos los viernes yo iba a misa a Guaraciaba, y en una de esas ocasiones me llamó porque quería preguntarme sobre el terreno. Yo no podía quedarme, pues tenía que cuidar de mi hijo enfermo, así que por la tarde vino hasta mi casa en Sussuanha.

Me habló del monasterio y me preguntó si vendía el terreno. Le dije que, si fuese para cualquier persona, no lo vendería ni se lo daría nunca a nadie. Pero si era para Dios, como Dios me lo había dado, se lo devolvería donándolo.

Me pidió que antes de tomar una decisión hablase con mi familia, pero no hacía falta; yo había ya resuelto que lo daría en ese mismo momento: siendo para Dios, no necesitaba pensar ni hablar más. Luego empezó a llegar gente para hacerme desistir de la donación, y me decían que ni sabía para quién lo estaba dando. Hasta me dijeron que estaba quitándoles eso a mis hijos para dárselo a unos desconocidos. Hubo muchas tentaciones, pero Dios misericordioso me hizo permanecer en mi decisión.

Entonces no sabía lo que era una monja; quince años después puedo decir que la suya es una vida de santidad, las monjas son todo para mí: mis hermanas, mi familia, para todo vengo aquí y sé que las monjas me van a atender. Y ellas han estado aun en mis momentos más difíciles. Cuando pasamos por un asalto en casa, pasé tanto miedo que me recibieron en el monasterio durante unos días porque no podía estar sola.

Creo que Dios, sabiendo que yo pasaría por momentos muy difíciles, puso a las monjas en mi vida. Sin ellas, no sé qué sería hoy de mí. Dios ha preparado todo en el momento preciso. Y quienes me insistían en desistir, hoy participan aquí de la misa y de todos los bienes que nos da el monasterio. Para Sussuanha ha sido una bendición tener el monasterio aquí.

Nunca dejaré de sentir este monasterio como parte de mi familia. Las monjas oran, rezan, trabajan y viven solo para Dios y para hacer el bien a todo el mundo; ese es su servicio. Para mí son unas santas.

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