Nadia, durante su testimonio sobre las Agustinas Recoletas contemplativas de Guaraciaba do Norte, Ceará, Brasil.

El Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe de las monjas Agustinas Recoletas en Guaraciaba do Norte (Ceará, Brasil) acaba de cumplir 15 años. Hoy la mitad de sus monjas son brasileñas y su estilo de vida ha llamado la atención de toda su región. Nos acercamos a su vida interior y al testimonio de las personas que han sentido las bondades y alegrías de este lugar de paz, comprensión, escucha, trabajo y oración. La raíz ha encontrado ya la capa freática: este árbol no muere. Crece fuerte y tendrá muchos frutos.

Soy Nadia Camilo, farmacéutica bioquímica, trabajo en Guaraciaba y soy hija de la tierra. Considero el monasterio una segunda casa para mí, donde encuentro estas florecillas mexicanas y brasileñas que han venido a contribuir tanto en nuestra comunidad.

Contribuyen no solo con su practicidad, su espontaneidad y su donación, sino también su espiritualidad. Han cambiado la rutina de una ciudad de 40.000 habitantes que puede ver en el monasterio un refugio, un amparo, una segunda casa.

También aquí, en el monasterio, está la exuberancia de la Naturaleza, que contribuye a la misma espiritualidad. Y nos han traído a Nuestra Señora de Guadalupe para componer este escenario tan maravilloso. Teníamos ya a Nuestra Señora de los Gozos, San Francisco, San Antonio, San José… Pero Nuestra Señora de Guadalupe llegó con una historia linda. Venimos en las fiestas del monasterio en diciembre para contemplar esos ritos oriundos de México, que ya se han convertido en algo tan familiar para nosotros.

Pasé por momentos personales muy difíciles, pero aquí en el monasterio me dieron todo el apoyo. Ellas se han convertido en baluartes que me intentan ayudar desde esa fortaleza interior que muestran, que solo puede venir de Dios. Me hicieron resurgir, mi resiliencia crece cuando vengo aquí, siento que mi sangre se renueva.

Pasé por una depresión y ellas me hicieron levantarme y recibir tratamiento. Llegué a pensar que no me querían, porque me pedían con insistencia que fuese con algún profesional, pero luego entendí que me amaban más que nada. Cuando estaba embarazada me enseñaban croché, me traían un zumo, esto parecía un hotel de cinco estrellas donde cuidarme. Hasta me preguntaba, conversando con los frailes, si realmente yo merecía tanta atención.

Por eso hoy esta es mi segunda casa y estoy muy agradecida por esa reciprocidad preciosa. Alabo a Dios por estas monjas maravillosas, son flores que han venido a hacer historia en Guaraciaba y traer esta nueva forma de pensar, de acompañar a las familias. Las monjas se han convertido en consejeras, psicólogas, madres espirituales, juezas y, sobre todo, nos hacen recibir amor. Porque el amor todo lo vence, todo lo cree, todo lo soporta. El monasterio, una monja, son para mí hoy un sinónimo de amor.

Admiro su respeto y amor, que ellas ven como donación al servicio de Dios; se olvidan de sí mismas para ayudar a los demás. Aun con nostalgia de sus familias y hermanas en México, se olvidan de todo para cuidar de los otros.

Ser monja es una de las cosas más bonitas y significantes para una vida. Ellas se anulan a sí mismas en función de Otro, de la adoración a Dios en detrimento de sí mismas. Es la donación sin fin, por simple amor, por Dios, por Nuestra Señora.

El monasterio ha cambiado la rutina de toda la ciudad. En el caso de Sussuanha ha sido un regalo inmenso, una bendición para la comunidad, una gracia inmensa. Aquí han ido convergiendo las comunidades rurales cercanas, ha cambiado sus rutinas y por eso Sussuanha ha sido realmente agraciada.

En la ciudad se preguntaban cómo era la vida de las monjas, pensaban que no eran accesibles; se hablaba de sus panes y pastas, pero todos querían saber cómo es su rutina, si al ser extranjeras se les podía entender cuando hablaban.

Los jóvenes de nuestra región ven en el monasterio un refugio para sus retiros y donde conocer otra forma de pensar. Reconocen que las monjas tienen una mente muy abierta, hablan de todos los asuntos de forma contundente, sistemática, abordan cada problema existencial de la vida en sus etapas. Saben de la sed de Dios de todos. Saben acompañar el juego de los niños, la formación de la personalidad, tienen una visión holística; adolescentes y adultos se sienten abrazados porque ellas saben comprender cualquier cosa.

Cuando alguien llega aquí surge de inmediato esa voluntad de diálogo. Muchos se han hecho adeptos al monasterio porque las monjas siempre están abiertas a escuchar y conversar. Era algo que faltaba en Guaraciaba: una amistad sin intereses; ellas solo quieren el bien de las personas.

Creo que es necesario divulgar más la presencia del monasterio, muchos todavía lo ven como inaccesible. Ellas han desmitificado eso: son Recoletas, pero con una apertura siempre solícita a la comunidad. Las raíces del monasterio son ya muy profundas, pero aún es necesario llegar a muchas más personas.

Esas raíces ya han alcanzado en quince años los niveles freáticos: el árbol ya no morirá. Pero creo que se recogerán más frutos y la propagación de la semilla será saludable, en terrenos fértiles, y con seguridad habrá muchos más árboles en forma de nuevos monasterios.

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