Revitalización, Reestructuración, Evangelización y Jóvenes: hemos aprovechado la presencia del prior general en el 127º Capítulo de la Provincia de San Nicolás de Tolentino para hacerle una larga entrevista centrada en tres grandes aspectos. Los temas tratados son la unión de Provincias que ha iniciado la Orden de Agustinos Recoletos, la atención a los jóvenes y la evangelización y misión.
Hablar de revitalización tiene conexión con la juventud; al mismo tiempo, hablar de “grupos de especial atención” en la evangelización y misión nos lleva a todos a pensar en los jóvenes. La Orden lleva unos lustros dedicando especial atención a su movimiento juvenil, las Juventudes Agustino-Recoletas (JAR). ¿Cómo ve este proceso en el que la Orden parece que se vuelca en una atención especial y propia en los jóvenes de nuestros ministerios en todos los países?
Hablar de jóvenes para mí es hablar de futuro y de esperanza. No podemos pensar en una Iglesia que solo acoge a los que vienen y nos despreocupamos de los más jóvenes, estén cerca de nosotros o algo más alejados por las circunstancias de la vida, de la edad, de la sociedad en que viven y de los valores que reciben.
En algunos lugares, cuando he visitado las comunidades, en seguida he preguntado: ¿Y dónde están los jóvenes? Creo que la juventud es una apuesta de la Iglesia y en este año de manera especial, primero con el Sínodo sobre jóvenes y discernimiento, y después con ese colofón final de la Jornada Mundial de la Juventud de enero del año que viene en Panamá.
Nosotros como Orden tenemos que hacer una apuesta a los jóvenes. Desde nuestro propio carisma y vida fraterna en comunidad, desde un talante agustiniano de búsqueda de la verdad, de búsqueda de Dios. Y desde una actitud de disponibilidad y servicio.
A los jóvenes les tenemos que hacer propuestas claras y coherentes desde nuestra propia vida. Todos vemos que hay búsqueda. Creo que la juventud actual busca, pero busca testigos, no teorías, que ya han oído muchísimas.
Estamos acostumbrados a ver cómo los medios de comunicación, los partidos políticos, las marcas comerciales, todos quieren acceso directo al mundo juvenil… Todo el mundo busca juventud.
Pero llegar al corazón de las personas en su juventud es acción del Espíritu Santo, quien se sirve de personas concretas. No solo nosotros como agustinos recoletos, como religiosos, sino también hablo de los laicos: llegar al corazón de los otros es necesario.
Y para eso nuestra propuesta es volver al corazón, encontrarse a sí mismo, encontrar a Cristo, trascender y saber ver a todos los demás; superar estos círculos egoístas que con frecuencia llaman al joven para refugiarse en ellos.
Los jóvenes, por un lado, parecen huir de todo encauzamiento respecto a lo que piensan y desean, porque creen que puede cortar o recortar su afán de libertad y de ir y venir. Y, por otra parte, buscan un acompañamiento y tener alguien en quien confiar, a veces sus propios compañeros, otras personas más mayores.
Entiendo que un asesor, un acompañante religioso de las JAR, debe tener esa sabiduría del corazón para sintonizar con el corazón joven y, al mismo tiempo, saber darle libertad para que no dependa del acompañante.
Puede haber buena voluntad en los asesores, sin duda la hay, pero; ¿estaremos preparados en la Familia Agustino-Recoleta para ofrecer asesores suficientemente preparados? ¿Saben estar al servicio del joven?
Porque la disposición no se discute, pero entendemos que esa preparación especial para atender al joven de hoy es mucho más que los libros que se hayan podido leer o estudiar.
Es una de las dificultades que hay. Recuerdo que en un tiempo se hablaba de líderes. En algunas parroquias había muchos jóvenes y dependían de una persona.
Frente a esto, las JAR precisamente proponen que no dependa todo de un religioso, sino que sean los mismos jóvenes quienes se organicen. La labor de quien les acompaña es que crezcan ellos personalmente y que crezca el grupo como tal, como comunidad. Son los verdaderos protagonistas del proceso JAR.
El acompañamiento siempre debe hacerse desde el respeto y se debe saber entender los procesos personales, grupales y también del entorno en que se mueven.
Me he encontrado a lo largo de mis visitas por todo el mundo con jóvenes a los que es emocionante escuchar; te preguntan directamente:
“¿Y nosotros, como jóvenes agustinos recoletos, en esta situación en que vive mi país, cómo podemos hacer realidad nuestra vida cristiana, qué opción debemos tomar ante tantas violencias e injusticias?”
Creo que hoy un joven no puede vivir solo, tiene que buscar apoyo en otros, sentirse integrado en un grupo y esto le da fuerza y percibe la acción de Dios. Nuestro acompañamiento tiene que ser desde una experiencia personal de procesos y respetando el proceso concreto de cada joven y de cada grupo.
No se trata de hacerlo “a nuestro modo”. A veces da la impresión de que buscamos tener jóvenes “a mi modo de ser, según mi gusto y aficiones”, y marcamos demasiado la pauta.
Las JAR buscan que sean ellos los que realmente nos vayan pidiendo cuándo, cómo, y de qué manera les podemos ayudar. Otro problema de estar encerrados de una manera errónea en nuestro mundo podría ser ofrecer a los jóvenes tan solo rasgos estereotipados de la espiritualidad, como la interioridad, procesos internos de búsqueda, la oración…
Pero la doctrina agustiniana, si somos valientes y queremos verla, en la práctica, creo que podría ser más bien explosiva en la sociedad en que vivimos, rompedora, a contracorriente del egoísmo, del consumismo, del personalismo, del hedonismo sin consecuencias, de individualismo…
A los jóvenes de las JAR: ¿se les forma para que se den cuenta que su labor, además de oración o interioridad, es también ser fermento en la sociedad, sobre todo cuando una sociedad puede haber auténticas atrocidades de desigualdades y atentados a la dignidad humana?
Creo que la paz, la felicidad, tienen que brotar del fondo del corazón; es lo que nos mueve siempre en la relación con los demás. No podemos tener siempre a los demás como algo que me sirve para mi autorreferencia, mi ego, mi autorrealización.
En un sentido cristiano de la vida, de la sociedad y de la persona, de la Creación y el medioambiente, es necesario ver qué puedo ofrecer, dar y contribuir y así me comprometo en esta sociedad dando la cara.
Esto supone libertad y búsqueda y requiere formación y experiencia de fe profunda de oración y de ponerse delante de Dios; no para la autocomplaciencia, sino para sentir la propia necesidad y hasta el dolor de la impotencia de poder cambiar muchas cosas que deseas y sueñas que sean de otra manera.
Si las JAR han de ser movimientos dinámicos con gran fuerza interior, espiritual y social, podría ser un grave error convertir a los jóvenes en lo que se ha calificado siempre como “personas de sacristía”, al servicio más de la estética que de la ética, comprometidos con un nicho pequeño y concreto de la vida de fe y no con todo lo que implica.
Las JAR no se pueden reducir a que sean los catequistas de la parroquia para “yo estar tranquilo en mis funciones” sino, como decía antes, cada grupo tiene su propia vitalidad y proceso.
Si crece el grupo como tal, tiene que abrirse a todas las dimensiones, desde fortalecer internamente el crecimiento de las relaciones humanas y la comunión, hasta un compromiso social, de conocimiento, de búsqueda de la verdad y de preparación.
Todo esto nos hace madurar más en la fe. Es un proceso de vida que luego continúa. Tampoco podemos dejar que piensen: “Estoy en las JAR unos años y ya está”. Se debe continuar, es un proceso, no tiene fin.
En algunos lugares ya nos piden y muestran sin tapujos la inquietud: “Y después de las JAR, qué?”.
Podríamos hablar de opciones para los siguientes pasos evolutivos de la vida, como la Fraternidad Seglar, pero también las Fraternidades deben seguir procesos que han vivido anteriormente; o formar otros grupos de otro tipo en que se definan más en su servicio a la comunidad local o a la comunidad eclesial.
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