Revitalización, Reestructuración, Evangelización y Jóvenes: hemos aprovechado la presencia del prior general en el 127º Capítulo de la Provincia de San Nicolás de Tolentino para hacerle una larga entrevista centrada en tres grandes aspectos. Los temas tratados son la unión de Provincias que ha iniciado la Orden de Agustinos Recoletos, la atención a los jóvenes y la evangelización y misión.
Miguel, en unos pocos meses, cuatro o cinco, la Orden de Agustinos Recoletos habrá pasado de tener ocho a cuatro Provincias. ¿Qué representa esto para su tarea como prior general? ¿Facilitará esto esa importante tarea de animación y de gobierno que la Orden le encomendó desde el 54º Capítulo General, celebrado en Roma en 2010, y que se extenderá hasta 2022?
Sí esto facilitará mi tarea y la tarea del Consejo General en cuanto al servicio de gobierno. Al tener cuatro Provincias, las Provincias son más fuertes, pueden organizarse mejor, tienen más posibilidades y pueden unir fuerzas. Creo que esto repercute en el bien de todos.
Si, como Provincias, tenemos pocos medios, pocas personas o estamos muy dispersos, la vida espiritual languidece y también la misión que estamos llevando a cabo. De ahí que busquemos unir fuerzas.
La unión de Provincias también repercute en la coordinación de la Orden y su distribución entre diversos países, las 20 naciones donde estamos, porque esta coordinación quedará fortalecida.
Es un largo proceso el que estamos viviendo que empezó en 2010 y creo que no se trata tanto de dejar ministerios o dónde estamos presentes de un modo concreto, que es lo más visible, sino que el objetivo final y real es tener más vida y poder transmitir el carisma y, desde el carisma, el evangelio.
Sin embargo, aunque a primera vista parece un hecho más bien jurídico o de estructuras internas, esto tendrá consecuencias concretas. Esto, sin duda, representa desafíos importante, porque se trata de modificar un estilo de vida que, en algunos casos, tenía ya hasta cuatro siglos de historia.
La unión de Provincias es siempre un esfuerzo. Cada Provincia tiene su historia, sus ministerios, su talante propio, su forma de ser… El primer reto es conseguir la verdadera comunión. Hemos de formar una nueva realidad en la que nos sentimos todos implicados.
Se me ocurre la figura de ampliar la casa donde vivimos para que tengamos más espacio. Entonces, tenemos que saber asumir este primer reto que supone comunión.
Pero también supone un reto el que no nos quedemos simplemente en la unión, porque hay un objetivo final, la unión es solo el medio: nos unimos para poder impulsar la evangelización y la revitalización.
Buscamos estar donde la Iglesia nos necesita y potenciar aquellos ministerios en donde seamos más necesarios, los que consideramos más importantes. Hemos de establecer unas prioridades para poder responder a ese fin y no quedarnos solo con lo que se viene haciendo habitualmente en nuestros servicios y ministerios, sino tener nuevas iniciativas para poder mostrar esta vitalidad que surge del propio carisma.
Este 127 Capítulo de la Provincia de San Nicolás de Tolentino, en el que se ha llevado a cabo la unión de esta Provincia con la del San Agustín, ha sido el primero. ¿Cree que esta unión ha sido más sencilla de lo que esperaba, ha visto reticencias para que esta unión se realizara? ¿Ha visto miedos, o más bien ilusión por que esto se produjera y llevara a efecto? ¿Qué sentimientos y expectativas ha visto en ambas Provincias a lo largo de sus muchas visitas a las comunidades y los encuentros preparatorios de la unión mediante la Comisión que se hizo para ello, y que presidió usted mismo?
Siempre que hay algo nuevo se suscita esperanza, pero va unida al miedo al cambio y también, creo que lo más peligroso, a una tentación de supervivencia. Esta tentación, creo que en realidad la mayor dificultad, supone que los religiosos y comunidades piensen algo así: “Nos ponen lo de la unión, la hacemos, y ya está, ahora nos tranquilizamos y que siga todo igual”.
La unión de las dos Provincias de San Agustín y San Nicolás de Tolentino supone un esfuerzo por parte de todos. Hemos de valorar lo que ofrece el otro y también compartir lo que yo tengo.
A veces, en mis visitas a las comunidades, creo intuir que cierto grupo de personas piensan que es el otro el que tiene que cambiar, es el otro el que no funciona. Este pensamiento no solo se percibe cuando se habla de unir Provincias, también se puede llegar a sentir dentro de las Provincias entre los religiosos y comunidades de los distintos países en que nos encontramos y sus demarcaciones de vicarías o delegaciones.
Creo que para que todo funcione hemos de tener presente esta diversidad y sentirnos unidos y con una misión común. El bien de una parte es el bien de todos, no basta mirar solo con quedarse con “mi parte”, o “lo que a mí me conviene”.
Creo que es una tarea de comunión que nos hace valorar lo que ofrece el otro para unir todas las fuerzas y avanzar en una misma dirección.
Ha hablado de la tentación de la supervivencia; una de las cuestiones que inquietan es que en casi todas las reuniones, programaciones, encuentros más informales, aparece siempre el tema de la Pastoral Vocacional. Claro que hay que programarla, mejorarla, fortalecerla, pero: ¿no podría parecer a veces que este afán está unido a esa tentación de la supervivencia de la que ha hablado?
La supervivencia es realmente una tentación. El Papa Francisco lo ha dicho y repetido en diversas ocasiones, hablando sobre la vida consagrada. Esta tentación nos lleva a pensar preferencialmente en lo inmediato y, por otro, a una especie de relajación desde la tranquilidad, una voz que nos dice interiormente que “aquí no pasa nada y todo sigue igual”.
Por el contrario, la sociedad, el mundo actual nos propone nuevos retos y como Iglesia y como Orden, cada una de las Provincias, hemos de salir al frente para dar solución a estos retos, a veces de un modo más concreto pensando en esas sociedades de cada uno de los países donde estamos, que cuentan por un lado con grandes vectores comunes y, por otro, con particularidades concretas.
Así que la nueva Provincia de San Nicolás de Tolentino tiene desde ya que hacerse la pregunta: en Europa, en Inglaterra y en España; o en América, desde Estados Unidos, México, Costa Rica o Brasil: ¿qué respuesta estamos dando a los nuevos retos que cada sociedad nos ofrece?
La Orden y cada Provincia no puede quedarse tan solo en la atención a una parroquia o cubrir un espacio de atención ministerial local; más bien, se trata de conseguir que la fuerza de nuestro carisma aporte algo real, concreto y vivo en cada Diócesis donde estamos. ¿Qué podemos ofrecer como Agustinos Recoletos?
Creo que esto no lo podemos hacer solos, sino contando con los laicos y los jóvenes de nuestros ministerios. Son ellos los que reclaman que demos más de nosotros mismos. Y no se trata de que tengamos que hacer más cosas, sino vivirlas más en profundidad y desde el fondo, desde la espiritualidad que tenemos que transmitir como experiencia de vida, como propuesta.
En una publicación de la Orden recientemente aparecía este titular: “Los números son importantes, pero más la felicidad”. ¿Puede ser un buen resumen, una especie de eslogan en la mente y el corazón de los frailes, de este proceso de revitalización y reestructuración?
Nos influye mucho el ambiente social y a veces pensamos en cantidades: si viene mucha gente a los templos, si somos muchos para que parezca que todo va bien…
Pero debemos preguntarnos más bien si realmente somos fieles, si transmitimos el Evangelio, si nuestras comunidades, nuestros colegios y nuestras parroquias son evangelizadores, si hacemos nuevas propuestas como los Centros de Espiritualidad, que ha sido una propuesta de evangelización desde el carisma…
En definitiva, preguntarnos cómo vivimos nuestra vocación y ministerio y si estamos abiertos a esas novedades y creatividad.
Lo contrario sería limitarnos a mínimos y “a cumplir” y esta es quizá la dificultad mayor que tenemos ante la revitalización. En definitiva, no son los números lo que nos debe preocupar, sino la calidad de nuestra vida desde criterios evangélicos.
El lema de este 127 Capítulo Provincial ha sido “En comunión bajo la misma estrella”. Dos palabras básicas: comunión y estrella. Vamos con la primera, la comunión: el Capítulo ha reiterado de formas múltiples el término. De forma sencilla y breve: ¿qué le pediría a una comunidad, a un religioso particular, para lograr esa comunión que como Provincia se busca? Habrá reuniones y encuentros de organismos, más institucionales; pero de forma sencilla para el día a día: ¿Qué hacer para llevar a efecto la comunión una persona y una comunidad?
La comunión a todos nosotros nos exige una apertura, apertura de acoger al otro y acogerlo como es. Como decía san Juan Pablo II, el otro es un don para mí; es bonito decirlo, pero la materialización de la frase es saber ver las cosas buenas que tiene el otro; que esta persona no se cruza sin más en mi vida, sino que me incita a preguntarme qué quiere el Señor en mi relación con él. ¿Qué me ofrece y qué puedo ofrecerle? Es un primer aspecto de apertura.
Luego hace falta diálogo. Pido siempre en las comunidades que haya diálogo: hay que escuchar al hermano. Escuchar y tener la libertad de decir lo que pienso y siento de manera que el otro pueda percibir que es importante para mí.
También creo que hace falta para la comunión tener un proyecto común. Si solo hay conflictos o choques de egoísmos personales, no va a haber comunión.
La comunión supone aceptar al que es diverso a mí, al otro, lo que nos abre a Dios y nos abre a los demás. La apertura es fundamental, ser receptivos, porque al escuchar puedo saber ver qué puedo ir aprendiendo del otro.
Supone para nosotros, agustinos recoletos, la comunión supone también llevar mutuamente las cargas, tener la mayor delicadeza y el respeto a la persona, y al mismo tiempo decir las cosas en una corrección fraterna, porque entre todos buscamos algo común.
Y un proyecto común exige siempre dialogar para ver cómo lo hacemos entre todos. Una vez que asumimos un camino, también debemos pensar cómo lo vamos a llevar a la práctica. Si no, nunca saldremos de nuestro círculo de conveniencias, y esto no es comunión.
El otro término del lema es “estrella”. Nos viene a la imaginación la estrella polar, guía de navegantes, o la imagen de la luz que ilumina y hace ver. ¿Cómo cada persona o las comunidades, que son las que están en la calle y en relación directa con la gente, podrán ser estrella en nuestras sociedades y ámbito de relación y de influencia?
Me pregunto muchas veces y les pregunto también a los laicos en nuestros encuentros, cómo nos ven; necesitamos cómo me ve el otro.
Si transmitimos cansancio, pesadez, desaliento, amargura, ¿qué estamos ofreciendo? Por más que es verdad que Jesucristo es el Hijo de Dios y nos salva, nuestra forma de transmitirlo casi lo niega si no está la “alegría del Evangelio”, como habla el Papa Francisco.
Creo que hay una alegría que procede del fondo del corazón, que se transmite y llega al otro. Por eso ser estrella supone la presencia, la actitud de servicio, de apertura, de acogida del otro, de tener una palabra cercana para que la otra persona entre en relación.
Nuestro testimonio de vida (yo te acojo, yo vivo lo que predico) es desde donde hacemos presente a Cristo.
Me pregunto cómo vería Cristo a las personas de su tiempo: no todos le seguían ni podemos pensar que estaba solo con su grupito y a los demás los ignoraba; pero tenía también palabras proféticas.
El Papa nos decía a nosotros, los agustinos recoletos, que seamos profetas de comunión. En esta sociedad creo que sí hacen falta palabras fuertes y de denuncia, especialmente cuando no hay comunión y sí rupturas tan grandes en esta sociedad, de todo tipo: sociales, humanas, afectivas…
¿Cómo podemos ser profetas de comunión en nuestro mundo?
¿Se le ocurre un mensaje breve en el que exprese su esperanza de que este proceso de unión, aunque sea difícil, haya llevado muchas horas de trabajo, reuniones, estudio particular, desvelos, inquietudes, enfados incluso… ¿Cómo hacer ver que este es el camino por el que tiene que caminar la Recolección?
Decía antes que tenemos que unir fuerzas. Creo que la preocupación de cada uno de nosotros es: “¿qué puedo aportar yo en este momento, en estas circunstancias en que vivimos y nos encontramos?” No exigir lo que el otro tiene que hacer, sino aportar y construir juntos, hacer propuestas de vida y diálogo, de animarnos mutuamente, de saber perdonar, de saber recomenzar, de crear relaciones más personales e ir en una misma dirección.
¿Qué queremos como Agustinos Recoletos y cómo vamos a hacerlo? Creo que esto nos tiene que mover a un proceso de conversión personal, comunitaria, pastoral, de todo tipo. En el fondo tenemos la fuerza y convicción de encontrarnos con Cristo, pues que cada uno se ponga delante del Señor y responda.
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