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Acercamiento biográfico, larga y profunda entrevista y testimonios diversos sobre la obra del historiador agustino recoleto Ángel Martínez Cuesta. Es un homenaje a su intensa dedicación profesional de medio siglo, así como un intento de aprovechar su experiencia, conocimientos y bagaje cultural desde la expresión de sus opiniones personales fuera de las imposiciones del texto científico.

Giancarlo Rocca

*Coeditor del Dizionario degli Istituti di Perfezione. Roma, Italia.

Ángel Martínez Cuesta es una persona modesta, sencilla y tranquila, pero especialmente destaco su humildad: porque esa sencillez esconde a primera vista su sabiduría, grande como el océano, con un dominio absoluto de los asuntos con los que hemos tenido que lidiar juntos.

Él ha elaborado varias voces del Diccionario de los Institutos de Perfección. Comenzó con pequeñas colaboraciones; pero, cuando le pedimos que se hiciera cargo de voces bastante más complicadas, comprendimos la magnitud de sus conocimientos sobre los procesos históricos.

De hecho, su colaboración no se ha centrado exclusivamente en el entorno de su familia religiosa, sino mucho más allá, en el estudio de ciertos fenómenos de la vida consagrada en toda la Iglesia. Así, una vez que conocimos ese dominio de la situación que le caracteriza, pensamos en él para voces mucho más generales. Algunas, finalmente, se quedaron fuera, como ocurrió con la voz “Filipinas”, porque cuando encontramos en él a la persona adecuada para elaborarla ya era tarde, debido al orden alfabético de producción que estábamos obligados a seguir.

Finalmente la colaboración de Ángel en el Diccionario se ha hecho imprescindible. Ha hecho voces sobre naciones y grupos de naciones (América Central, Costa Rica, Cuba, Guatemala, Panamá, República Dominicana) y algunos acontecimientos históricos (Concilio Plenario de América Latina, Visitas Reales a los monasterios de España y Filipinas); y ha ajustado, corregido, añadido o completado la sección bibliográfica en muchas otras. Su voz sobre las monjas y monasterios femeninos de América Latina es utilísima y todo un ejemplo del quehacer historiográfico. El hecho de no haberse dedicado a la enseñanza formal desde una cátedra o en algún curso continuado le ha dado la capacidad de centrarse en la investigación y en la colaboración con nosotros.

Creo que las voces “América”, “Magdalenas” y “Recolección” son ejemplos de su enorme talla como historiador y conocedor de la vida consagrada en el mundo. Finalmente ha participado en más de 30 voces con una visión de conjunto que difícilmente podemos encontrar en otros historiadores. Somos conscientes de las horas de lectura, reflexión y composición de lugar que todo ello ha supuesto. Y también de los innumerables viajes a los lugares de protagonismo histórico de su Orden y a múltiples archivos en todo el mundo, gracias a la posibilidad que le ha dado la Orden para permitirle esas visitas.

Gabriele Ferlisi

*Prior General de los Agustinos Descalzos. Roma, Italia.

Conozco al padre Ángel desde hace muchos años, de mis tiempos de estudiante en la universidad Gregoriana de Roma, donde también él estudió llegando a doctorarse en historia eclesiástica. Por diversos motivos hemos residido prácticamente toda la vida en Roma, manteniendo siempre una relación verdaderamente hermosa, marcada por la estima, el respeto, la fraternidad y la amistad.

Sobre su valía y seriedad profesional como historiador, universalmente reconocidas así como sobre su incondicional entrega y tenacidad en sacar adelante una cantidad enorme de trabajo, me limito a decir que comparto cuantas cosas hermosas se pueden escribir de él.

Lo que me agrada subrayar es el rol de mediación que ha desempeñado entre nosotros los Agustinos Descalzos, los Agustinos Recoletos y la Orden de San Agustín. Ha sido un rol de gran sabiduría y equilibrio, porque en aquellos años conciliares del Vaticano II, atravesados por ideas y tentativas desestabilizantes, él nunca dijo nada que alimentase verdaderas o presuntas posiciones conflictivas. Su parecer, requerido por otra parte, porque no buscaba manifestarse, era siempre moderado, objetivo, auténtico, respetuoso. Estudioso honrado, no se arriesgaba a hacer juicios aventurados; agustiniano de verdad, vivía lo que enseñaba; y así ha proseguido siempre hasta ahora.

Siempre que se le pedía colaborar en nuestra revista “Presenza Agostiniana”, lo hacía con mucho gusto. Ha participado en diversos cursos de formación permanente, organizados por nuestro Secretariado para la formación y los estudios, ayudándonos a contextualizar mejor el periodo histórico eclesial de los principios de la Reforma; ha hecho de mediador para que también otros agustinos recoletos hayan colaborado; ha manifestado y continúa manifestando su alegría y su aprecio por aquellas iniciativas pastorales, vocacionales y culturales que, en nuestra pequeñez, los Agustinos Descalzos hemos promovido en Italia, Brasil y Filipinas.

Sí, me siento un agraciado de conocer y mantener amistad con Ángel Martínez Cuesta, un verdadero hermano, amigo y testigo de vida y de los valores agustinianos, hombre de cultura y espiritualidad, religioso de paz y de mesura. Para nosotros, los Agustinos Descalzos, ha sido y sigue siendo un don del Señor, una ayuda preciosa en nuestra vida, punto de referencia para cualquier cosa que necesitamos. Todos te estamos agradecidos. Ángel, gracias de corazón.

Antonio Linage Conde

*Historiador y medievalista. Madrid, España.

Hace ya muchos años que la amistad fraterna del padre Ángel está enriqueciendo mi vida, a la vez en sapiencia y en fraternidad. Muchos, pero no puedo precisar cuántos. Esta incertidumbre cronológica, en este caso, es un indicio de la hondura de nuestra relación.

De Ángel quiero empezar recordando una peculiaridad de su habla, tal y como yo la veo, sin que me extrañe si otro de sus conocidos o amigos no la reconoce como yo voy a describirla o incluso le parece extraño lo que voy a decir.

Ángel da la sensación de hablar un poco hacia adentro. Ahora bien, lo que con esto quiero expresar es precisamente lo contrario de lo que a la primera lectura podría deducirse. Pues en él ese hablar hacia adentro no es hacerlo para sí, ni mucho menos desdeñando al interlocutor. Al contrario, es una señal de lo que él siempre valora, por eso empeñado quizás en darse un segundo, no más, de reflexión, antes de aportar a la conversación algo.

Y esta particularidad yo la he experimentado tanto cuando hablamos de su menester erudito como sencillamente de la vida que pasa y la impronta que los años y sus eventos van dejando en ella.

Por otra parte, se trata de una coincidencia obligada. Pues la magna obra intelectual de fray Ángel está en su designio, elaboración y llegada a cogüelmo, tan entroncada en su vertiente sencillamente humana, como las pequeñas historias y los grandes recuerdos de familia.

Como historiador, a Ángel se le puede definir, ni más ni menos que cual un servidor de la integralidad de su oficio. No sólo por la primacía de la verdad en su búsqueda, sino por la consideración de todos los aspectos de la conducta humana, ¡uy, eclesiástica!, en el pasado, en que la Historia consiste.

Está pues tan lejos de las buenas almas cándidas de los claustrales que sólo estimaban la historia cuando resultaba edificante, como de los prepotentes universitarios que tenían por desdeñable cuanto no fuera traducible a los datos de la plusvalía económica y su destino o a ciertas propagandas de uno u otro signo. No hacen falta ejemplos.

En cambio los propósitos de Ángel llevan consigo la exigencia de una inquisición y una exposición de lo que ha sido sin limitación alguna. Su condición religiosa únicamente ha influido en su tarea intelectual en cuanto la observancia puede facilitar la plena dedicación y la liberación de ciertas servidumbres que acarrea el mundo seglar.

De su humanidad voy a citar un ejemplo muy significativo. Yo le presenté un amigo, ya fallecido, para mí de trato y recuerdo entrañable, pero personaje a cual más curioso y difícil. Era médico en ejercicio hospitalario y doctor en teología.

Tenía mucho interés por los orientales y Oriente. Escribía y hablaba latín no sólo con corrección sino con fluidez. Su característica definitoria más aparente era la extremosidad de sus tomas de postura y opiniones, tanto que a veces llegaba a dar la sensación de ser extremado sí, pero del polo contrario a su polarización y preferencias.

Ello iba unido a un lenguaje virulento, que daba una sensación de intolerancia y defecto de humanidad. Siendo así que sus cualidades eran las opuestas, la entrega a la amistad, la plenitud del humanismo y la humanización de la medicina.

Pues bien, a muchas personas a las que también le presenté, les costó llegar a su conocimiento y a la primera impresión se retrajeron. Como que la única excepción ha sido Ángel. Esas peculiaridades al principio impertinentes y antipáticas, no fueron obstáculo alguno para que valorara su relación desde los comienzos y descubriere las virtudes ocultas del personaje. Todavía le recordamos de vez en cuando los dos. Un botón de muestra, pues, revelador del talante de Ángel la tal apertura.

Ángel es vecino de Roma. Conserva la última guía de teléfonos ordenada por calles que allí se publicó. Yo guardo también la equivalente madrileña.

Un francés romano, el Decano que fue de la Rota, Julien, escribió un libro titulado Estudios eclesiásticos a la luz de Roma. La biografía de Ángel podría titularse Una vida religiosa continuamente alumbrada por la ciudad eterna.

Pero si Ángel es vecino de Roma todos los días del año y todos los años, vive en Roma o alrededor de Roma. Y ese alrededor se llama unas veces la isla de Guam o el archipiélago filipino, otras México y su frontera, y otras cualquier lugar de la España ultramarina donde no se ponía el sol.

Su actividad en ese sentido me recuerda la del benedictino Jean Leclercq en la segunda fase de su vida. De una parte, la inmersión en los manuscritos de las bibliotecas de la vieja Europa, la de los viajes literarios de sus antepasados benedictinos de San Mauro; de otra, la vuelta al mundo de monasterio en monasterio, con una estabilidad postal en el suyo que a veces decía.

Cuando yo hablo con Ángel de sus andanzas sacras, a veces me viene a las mientes un recuerdo muy remoto, de mucho antes de que nos conociéramos, casi de la infancia. Los libros de la biblioteca del Ayuntamiento de mi pueblo que trataban de Cuba y Filipinas, y que allí yacían desde que fueron enviados merced a la tarea distribuidora del Ministerio de Ultrtamar. Esos libros trataban de la paz, de la guerra, de la vida, apenas de materias religiosas. Pero la conversación de Ángel es tan integralmente humana, que me permite recordarlos de cuando en vez.

Así las cosas, la reciente presentación del volumen de su historia de la Orden que se ocupa del siglo XIX, ha sido una apoteosis. Para mí, y no por el inmerecido honor, debido ante todo a su amistad, de ser uno de los presentadores, una jornada de tanto gozo que me parece de cuento de hadas. Y sin embargo, una realidad en la que había de desembocar toda la trayectoria biográfica de mi amigo.

Pues no era sino la encarnación integral tanto de los valores de su intelecto como de los afectos de sus caminares por la vida y el mundo. Ahí estaban los hábitos de esa juventud que es la esperanza de su familia religiosa y de la Iglesia sin más, venidos del continente y las islas que cantó Rubén Darío, la América católica, la América española, la América fragante de Cristóbal Colón.

Y esos recoletos ya peinando canas, madurados en el servicio a la Orden de toda la vida. Y esos vecinos del barrio y del colegio. Y esos estudiosos representando el tributo de otros ámbitos fraternos, la prueba de que el polvo de las bibliotecas no seca el corazón. Haciéndonos entre todo sentir la verdad del versículo de lo bueno y alegría que es habitar en uno los hermanos.

Cuando al día siguiente fui al Archivo Histórico Nacional a llevar un ejemplar del libro, me sentía portador aquel santuario de una buena nueva. Y confortado por el recordatorio de que no todo está perdido en este mundo tan bronco y tan débil que nos ha tocado vivir.

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