Ángel Martínez Cuesta y Francisco Javier Legarra Lopetegui en un viaje a Tierra Santa con motivo de sus bodas de oro sacerdotales.

Acercamiento biográfico, larga y profunda entrevista y testimonios diversos sobre la obra del historiador agustino recoleto Ángel Martínez Cuesta. Es un homenaje a su intensa dedicación profesional de medio siglo, así como un intento de aprovechar su experiencia, conocimientos y bagaje cultural desde la expresión de sus opiniones personales fuera de las imposiciones del texto científico.

Conocí a Ángel Martínez Cuesta cuando en setiembre de 1949 ingresó en el colegio apostólico de San José de Lodosa, proveniente de su pueblo, Brullés. Por cierto, que así lo apodamos en ocasiones. Convivimos un año en Lodosa (1949-1950), dos en Fuenterrabía (1952-1954) y dos en Marcilla (1957-1959).

Aunque no traté mucho personalmente con él, siempre lo vi como un niño y joven sencillo, muy alegre, muy consciente y responsable. Me llamaba la atención su espíritu de superación en el deporte, donde tenía su limitación por el defecto de su pie. Lo veía con especial simpatía porque su tío, Jesús Martínez, trabajaba en aquellos años con mi tío Martín en el colegio San José de Cebú (Filipinas).

Formando grupo de un curso numeroso y extraordinario en muchos aspectos, su personalidad se difuminaba un tanto entre los compañeros, pero lo veía feliz y gustoso de compartir sus inquietudes, que ya despuntaban en sus diálogos los compañeros más afines.

Ya en Marcilla, creo recordar que su primer escrito, publicado en la revista del teologado “Marcilla”, versaba sobre la figura del padre Pío Mareca, el extraordinario profesor de la segunda mitad del XIX, lo que ya indica las preocupaciones históricas de Ángel.

Ignoro hasta qué punto tuvo relación especial con el padre Rafael García, director del Boletín de la provincia y del Archivo provincial. Habría que preguntárselo. Porque después publicó un amplísimo artículo en Recollectio sobre su figura.

Ángel posee una memoria privilegiada, tan necesaria a un historiador, y un espíritu analítico combinado con su capacidad de síntesis. Valorador de la tradición y abierto a los modernos. Laborioso, explotador de su tiempo. Castellano viejo de firmes convicciones religiosas, que han sido casi connaturales. Su firmeza y profesionalidad en las tareas. Muy sociable, amigo de la conversación y de la vida de comunidad, donde sabe gozar extraordinariamente.

Cuesta es hoy sobradamente conocido por los historiadores de la Iglesia e investigadores de la historia. Se ha formado un nombre desde el estudio, la investigación y la publicación de obras de elevado nivel cultural. Como tal ha sido reconocido por editores de obras de prestigio internacional, como el DIP (Dizionario degli Istituti di Perfezione). Ya la medalla de oro de la Universidad Gregoriana a su tesis sobre la Historia de la isla de Negros era un anuncio de su capacidad.

Teniendo como base una cultura amplísima en las materias humanísticas, ha hurgado en archivos de varias naciones incansablemente. Sus escritos son redactados con una sólida base documental. Su documentación es siempre extensa, sólida y de primera mano. Su obra está asentada en las fuentes originales y orientada desde una metodología crítica, objetiva y rigurosa. Por añadidura la presenta con un dominio y corrección admirable de la lengua castellana, rica en matices. insoslayable identidad agustino-recoleta.

Por primera vez los agustinos recoletos hemos contado con un historiador profesional, preciso, de largo aliento, conforme a las exigencias metodológicas. Y todo ello vivido desde una insoslayable y profunda identidad agustino-recoleta.

Si Cuesta es un gran historiador, es porque no es un “diletante”, sino que su obra, centrada fundamentalmente en nuestra historia, solo se explica desde el amor a una identidad que se vive propia. Si el conocimiento científico de la historia es una necesidad vital para cualquier institución religiosa o civil, podemos decir que la amplia obra de Cuesta es fundamental para nosotros.

Partiendo de un amor filial, ha dedicado incansablemente, horas y horas, días y días, todos sus esfuerzos, a clarificar todos los hechos de nuestro pasado, aun los más difíciles, para entendernos y explicarlos. Y su campo de referencia ha sido todo lo agustino recoleto: frailes, monjas, congregaciones y fraternidades.

No narra únicamente los hechos, sino que trata de extraer de ellos lecciones para el futuro, bien sea en tiempos de gloria, bien en horas de crisis. Me atrevo a decir que su objetividad es una “objetividad dolorida”, pues se alegra o se entristece, según sean los hechos positivos o negativos.

No sólo nos ha ofrecido la historia, frecuentemente nos ha enriquecido con estudios sobre la espiritualidad agustino-recoleta o sobre la voz de la historia con indicaciones claras de la vivencia ideal del carisma en los tiempos presentes.

Alerta a las directrices de la Iglesia en cada momento, acepta la Constituciones actuales como una expresión feliz para vivir el carisma propio, pero inquiere, preocupado hasta dónde nuestras comunidades son centros de oración, de recogimiento y diálogo personal y comunitario. Es valiente al señalar las causas que él cree debilitan la vivencia de nuestro carisma.

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