Ángel Martínez (izquierda) y Pablo Panedas (derecha) junto a la tumba de San Ezequiel Moreno en Monteagudo (Navarra, España).

Acercamiento biográfico, larga y profunda entrevista y testimonios diversos sobre la obra del historiador agustino recoleto Ángel Martínez Cuesta. Es un homenaje a su intensa dedicación profesional de medio siglo, así como un intento de aprovechar su experiencia, conocimientos y bagaje cultural desde la expresión de sus opiniones personales fuera de las imposiciones del texto científico.

El inexistente perfil de Facebook

No hace muchos días, un fraile algo despistado me pedía el número de teléfono celular de Ángel Martínez Cuesta. La sorpresa me impidió aclararle que fray Ángel no tiene, ni ha tenido nunca, teléfono celular alguno. De la misma manera, puede que alguno de ustedes, impaciente por conocer a nuestro protagonista, haya recurrido a Facebook en busca de su perfil personal. Aunque pueda llegar algo tarde, me apresuro también a aclararles que Ángel tampoco tiene perfil de Facebook.

Más allá de sus datos biográficos o de su último reconocimiento, el de miembro del Instituto de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid (2015), el perfil de Ángel obedece a unas circunstancias especiales que intentaré describir.

La persona y la circunstancia

Hubo tiempos en que nuestro personaje acostumbraba leer escritos de ensayistas, tratadistas y filósofos de buena prosa castellana. En esas lecturas afinó su péndola y forjó el estilo sobrio, preciso y colorido que le caracteriza. Uno de aquellos autores era el filósofo madrileño José Ortega y Gasset cuyo pensamiento se resume en la conocida frase: “Yo soy yo y mi circunstancia”.

Bien cierto es ese principio filosófico, avalado al cien por cien por las ciencias históricas, y es necesario tenerlo en cuenta para calibrar la estatura personal y profesional de Ángel. Porque él es una pieza en el tablero de la historia en el que se jugó la partida de la renovación postconciliar de la Orden. El es parte, al tiempo que personificación de un proceso de vuelta a los orígenes que afectó en último término a toda la Iglesia.

Pero, para volver a los orígenes, hubo primero que excavar y desenterrarlos; y esta labor de arqueólogo fue, en buena parte, obra de Cuesta, a quien le ha correspondido un papel protagonista en esta tarea de recuperación de la identidad corporativa perdida.

Técnica: “Cum studio et sine ira”

¿Cómo llevó a cabo Ángel esta tarea? En alguna ocasión, él ha citado la máxima de Tácito: la historia ha de hacerse “sine ira et studio”, sin impetuosidad y con empeño. Creo que lo que ha sido auténtica divisa para generaciones de historiadores, se le puede aplicar al propio Martínez Cuesta.

En primer lugar, Cuesta ha sido y es un gran trabajador. El edificio de la historia de los agustinos recoletos lo ha ido levantando a pulso, a base de desvelarse día y noche. En un trabajo escondido, en la soledad de los archivos y de la propia habitación. Un trabajo ingrato: por lo general poco apreciado, a veces incomprendido, motivo de mofa incluso. Un trabajo asediado por distintas tentaciones: el cansancio, el desánimo. Un trabajo desabrido, al no tener con quien compartirlo, por no suscitar el interés de los demás.

Un trabajo mental, pero también físico. Ángel Martínez Cuesta ha sido un estibador por cuenta de la historia. Le ha tocado cargar y transportar toneladas de fotocopias y de libros. Ahora está viviendo la época del soporte digital y los correos electrónicos. Pero antes vivió la de los microfilmes; y antes la de las fotocopias; y antes incluso, sin más, la de las copias a máquina y a mano. Por todas ellas ha pasado, y en todas ellas ha dedicado su vida a hacer acopio de materiales de toda procedencia y hacerlos desembocar en el Archivo General de Roma. Si pudiera hablar aquel bolsón de fuerte cuero colombiano que le acompañó en tantos viajes trasatlánticos…

Toda la mole de documentación la ha ido amasando y horneando “sine ira”, sabiendo que la historia la hacen hombres de carne y hueso, que piden una mirada comprensiva. Su concepto de la historia no la ve como algo ideal, sino como una realidad encarnada. Una realidad que hay que estudiar con rigor, sin faltar a la verdad, pero con una mirada exculpatoria, para ser realista. Cuesta es, sí, un historiador crítico, no criticón; no es justiciero, ni censor ni chismoso. No esconde las miserias, pero las contempla con el cariño debido a un hermano.

La trayectoria del día a día

Para comprender la obra, es fundamental conocer la trayectoria y la forma de vida, el día a día, de la persona. En el caso de Martínez Cuesta, estamos ante alguien que nunca ha sido párroco ni ha trabajado en parroquia. Lo cual no quiere decir que no haya desarrollado una sensibilidad y un trabajo pastorales. Todos los años que ha pasado en Roma ha mantenido una dedicación a la capilla de la Curia General, que tiene una labor pastoral modesta pero constante. Y lleva 43 años al frente de la Legión de María, con cuyo grupo se reúne todas las semanas para organizar y revisar su múltiple actividad benéfica.

Cuesta tampoco ha hecho carrera de profesor. Al menos, no ha dirigido cursos regulares, de no ser en una ocasión en el antiguo teologado de Marcilla. Lo cual no significa que toda su vida haya sido un ratón de biblioteca o un alquimista en su laboratorio. No ha estado al margen de los ambientes académicos, gracias sobre todo al trato mantenido sea con sus antiguos profesores sea con profesores de historia de distintas universidades y países. Y, sobre todo, sin ser profesor, ha tenido una vida magisterial intensa en las actividades de formación inicial y permanente de la Orden, principalmente.

En realidad, esta era la fase que culminaba su labor de investigador e historiador. Había una primera fase que era la del acopio de materiales en los archivos de todo el mundo. Venía luego la del estudio y análisis en la “celda”, al antiguo estilo conventual, y la composición de sus textos: charlas, conferencias, artículos, colaboraciones en obras varias… Y esos textos, en fin, los presentaba luego en las actividades formativas de los hermanos.

Puede decirse que Cuesta ha sido invitado fijo en todos los cursos de renovación, semanas de formación permanente, semanas de formación propia, cursos de preparación a la profesión solemne… que se han organizado en la Orden desde los años 70. Y otro tanto puede decirse, por lo que a la historia recoleta se refiere, de su participación en todas las efemérides de la Orden en el último medio siglo: su Centenario (1988), la Revolución de Filipinas (1998), el nacimiento en Colombia (2004), el breve Religiosas familias (2012), el AMAR, el AVAR, la canonización de san Ezequiel Moreno etc.

En todos estos foros, Martínez Cuesta ha tomado el pulso de la vida y los intereses de la comunidad, de los frailes. Las conferencias y charlas que, con este objeto, ha tenido que preparar están dirigidas a remover y dinamizar la vida de la Orden y sus religiosos. No son meros ejercicios académicos ni juegos de salón. Salen al paso de las inquietudes de los oyentes, se plantean sus interrogantes y adelantan las respuestas que ellos buscan.

A las fases que hemos citado, aún podría añadirse una última, la de la publicación de los materiales así elaborados. Y, entre las muchas publicaciones, habría que destacar el órgano oficial del Instituto de Espiritualidad e Historia de la Orden –“órgano oficial” de nuestro hombre, de alguna forma–, la revista Recollectio, de la que Cuesta es fundador y permanente director desde 1978.

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