Resumen histórico, situación actual y testimonios personales de religiosos que han trabajado codo con codo y construido parte de su historia personal al servicio del pueblo tapauaense

En la enorme extensión del municipio de Tapauá viven diversas etnias indígenas a las que la Iglesia ha atendido con equipos itinerantes de voluntarios y profesionales del Consejo Indigenista Misionero (CIMI). En ocasiones esta atención se ha hecho desde Lábrea, aunque en la parroquia hay personal cualificado del CIMI. Una de las misioneras oblatas de la Asunción se ha dedicado tradicionalmente a este ámbito de trabajo.

Los primeros acercamientos entre recoletos e indígenas fueron tímidos y reducidos a las desobrigas. En esos inicios había un modo diferente de “enfrentarse” a la cuestión indígena según la procedencia de los religiosos (brasileños o extranjeros) y la conciencia de cada época. Durante siglos, a los indígenas se les consideró en Brasil como personas vagas, ignorantes, con tendencia a la violencia, alcohólicos, “incivilizados”. Ni la población de Tapauá ni los primeros religiosos estuvieron al margen de estos prejuicios, ni faltaron episodios de violencia de y con indígenas.

Por otro lado, el mundo indígena fue uno de los objetivos de los evangélicos extranjeros que, con financiación de la Sociedad Lingüística, organización evangélica multiconfesional, se lanzaron a convivir con estos pueblos cuando aún no había leyes de protección ni tierras delimitadas, con el objetivo de normalizar sus lenguas y traducir a estas la Biblia.

A partir de 1970 se comienza a tomar conciencia de la preservación de la lengua, cultura y tierras indígenas, vistas como una riqueza de importancia y no como residuos del pasado no civilizado. Las nuevas leyes expulsan a los evangélicos de las aldeas indígenas y la Iglesia Católica trabaja en la defensa de los derechos humanos y delimitación de territorios dosificando los encuentros.

Una fecha marca un antes y un después en este trabajo eclesial en Tapauá: la asamblea indígena del 30 de julio de 1977 en la aldea apurinã de Tauamirim. Por primera vez se diseña un plan de atención sanitaria, educación y delimitación de tierras como único modo de supervivencia de las etnias. El CIMI envía voluntarios desde ese año a la Prelatura.

Los 80 fueron años de hierro, fuego y sangre en la Amazonia brasileña por intereses económicos sobre las tierras indígenas. En 1983, primera Asamblea General de la Prelatura, la cuestión indígena es una de las cuatro prioritarias. En este tiempo es el asesinato en Lábrea (28/4/1985) de la hermana Cleusa Carolina Rhody Coelho, misionera agustina recoleta martirizada por su trabajo por la paz entre indígenas y no indígenas y hoy en proceso de beatificación.

El 13 de noviembre de 1989 se crea un equipo propio de Pastoral Indigenista para la atención especializada a algunas etnias. Un religioso residente en Lábrea, Miguel Pérez, formará parte de este equipo. Entre sus atribuciones está la exclusividad de la atención pastoral y social a indígenas, por lo que la Parroquia de Santa Rita llevará a cabo desde entonces tareas de apoyo y visitas menos frecuentes y centradas en las aldeas católicas con motivo de sus fiestas patronales.

En la década 1990-1999 continuaron las asambleas de los Pueblos Indígenas. La Prelatura procedió en 1994 a registrar en la Notaría el territorio de los pueblos de los ríos Tapauá y Cunhuã, inicio de las gestiones para la delimitación posterior de estos territorios por el Gobierno Federal.

Niños apurinã de la aldea de San Juan.

Otro punto de inflexión fue el encuentro de pueblos de la Amazonia del 18 al 20 de julio de 2005, que tuvo su segunda edición del 11 al 13 de noviembre. Hasta entonces, los habitantes de la zona rural habían estado separados en indígenas y ribeirinhos (ribereños), con sus encontronazos, algunos de gran violencia. Con el nuevo siglo, entendieron que tienen mucho en común y que podrían hacer frente común para sus necesidades educativas, de salud, organizativas, de tierra.

Con cada una de las etnias en Tapauá ha habido modos distintos de relación y una historia concreta. Uno de los agustinos recoletos que mejor conoce la realidad tapauaense hizo un profundo estudio del trabajo pastoral de los Agustinos Recoletos entre las etnias indígenas en la Prelatura de Lábrea.

A. Pueblo Apurinã

Cuando se fundó el municipio de Tapauá, dentro de sus límites quedaron dos aldeas apurinã bien conocidas: la de São João y la de Foz de Tapauá, muy cerca de la entonces mayor población no indígena. São João mantenía una relación cordial y continua con las pocas familias que vivían en Foz de Ipixuna, la futura ciudad de Tapauá.

En marzo de 1963 comenzó a vivir con los apurinã de São João el evangélico Wilbur Pickering. Aceptado en la aldea, ayudó a los indígenas a comerciar con sus productos de mandioca, ñame, batata, maíz verde; el nuevo Ayuntamiento le asistía en salud y producción agrícola.

El caso de la aldea apurinã de la Foz de Tapauá fue bien distinto. Tenía menos tiempo de existencia y provenían del alto Purús, sin casi relaciones con la población no indígena. Se convirtieron en los protagonistas de una historia de terror y muerte. En 1962 una epidemia de sarampión ocasionó en la aldea indígena varias muertes. Un rezador contratado por ellos para acabar con la enfermedad culpó a un comerciante no indígena de haber hecho un maleficio. Unas fuentes dicen que la acusación era para justificar su fracaso contra la enfermedad; otras, que lo hizo por mandato y pago de otro comerciante no índigena de la competencia.

Los apurinãs, siguiendo su cultura ancestral, asesinaron a ocho personas de la familia del comerciante señalado como autor del maleficio e incendiaron su casa. Él se libró de la muerte por no estar en ese momento en el lugar, no así varios miembros de su familia y trabajadores.

Una semana después llegaron los agustinos recoletos Saturnino Fernández y Victório Henrique Cestaro para hacer los funerales por las víctimas. La policía militar detuvo al rezador y a otros 22 indígenas que participaron en el crimen. Según algunas fuentes, la policía mató a tres apurinãs que intentaron escapar. El teniente al cargo de las prisiones llevó los detenidos a Manaus, y falleció pocos días después por una malaria contraída durante la operación.

En abril de 1963 los indígenas fueron liberados tras el hábeas corpus invocado por el Servicio de Protección al Indio (SPI), que los sacó de la cárcel y los llevó a Tapauá provocando miedo entre la población. Los religiosos los reciben “dentro de nuestro ministerio de paz y perdón”, tal como escriben. Algunos creen que es una invitación “a que se queden en la ciudad” y provoca tensiones.

El SPI decide trasladar a los acusados de la matanza a la aldea de São João, para retirarlos del lugar del crimen. Antes, los lleva de vuelta hasta su aldea para recoger a sus familias. En el ínterim, los tapauaenses debaten y se niegan a que los indios acusados de un grave crimen vivan tan cerca. Cuando 31 apurinãs con sus familias (más de cien personas), en el jueves santo de 1965, llegan en barco a Tapauá, un grupo de hombres armados les impide desembarcar.

El recoleto Victório Henrique Cestaro ayuda en la negocación y finalmente desembarcan en Tauamirim, a unas horas de barco, donde crean una nueva aldea. Desde entonces ya no hubo más enfrentamientos armados y se delimitaron las tierras de ambas aldeas.

Aldea apurinã de San Juan, muy cerca del centro urbano de Tapauá.

B. Pueblo Juma

En febrero de 1964, un comerciante envía una expedición al pequeño río Onça, afluente del Itaparanã, para extraer serba. Todos sabían que allí podrían toparse con los Juma, con los que en años anteriores ya se habían relatado encuentros de cierta tensión. Un mes después, comienzan a llegar rumores no confirmados de que ha habido una gran matanza de jumas.

Wilbur Pickering, el misionero evangélico que vive con los apurinã, decide sobrevolar la región; suben a la avioneta él, el misionero evangélico Jack Walckey y el alcalde, Daniel Albuquerque, quien sirve de guía al piloto. Durante el vuelo divisan la maloca Juma completamente abandonada. Pickering denunció el hecho, pero ninguna autoridad quiso investigar al respecto.

Catorce años después, en 1978, la masacre del pueblo Juma llegó a las portadas de los periódicos con acusaciones directas sobre personas señaladas como culpables, entre ellas el alcalde y varios concejales, con las implicaciones políticas que la acusación tenía. Esto provocó por primera vez la atención de las autoridades. La Policía Federal abrió expediente, investigó y encontró a uno de los autores materiales de los asesinatos. Pero no hubo ningún proceso penal posterior.

El 17 de agosto de 1981, un agustino recoleto, José Luis Villanueva, tuvo la oportunidad de visitar a los últimos Juma en su refugio del río Joarí, en Canutama. Quedaban siete jumas que vivían sin ningún tipo de concesión al mundo moderno excepto en unas pocas ropas. “Viven como podrían vivir hace tres o cuatro mil años […]. El fuego todavía lo encienden rozando dos palos”.

En enero de 1992 se decretó la extinción oficial de los Juma. Un tigre mató a Karé, único y último varón en edad reproductiva. Quedaron tres niñas de 8, 10 y 12 años, y dos parejas de ancianos. En 1998 fueron trasladados a la aldea Uru-eu-wau-wau del Alto Jamary, donde las tres jóvenes se casaron con individuos de esa otra etnia. En 2010 quedaban solamente cuatro juma.

Esquema de la última maloca juma.

C. Pueblo Zuruahã

El 7 de mayo de 1980 se contacta físicamente por vez primera con los zuruahã. Su maloca fue localizada en abril de 1979 en un vuelo en el que participaba el agustino recoleto José Luis Villanueva. Al día siguiente, dirigidos por Jesús Moraza en un barco de la parroquia, intentan llegar hasta ellos, pero dado que hay poca agua por ser el estío tienen que abandonar el empeño.

Solo un año después se consigue el primer contacto, no exento de mucha tensión, por el desconocimiento absoluto de su lengua. Se inicia una relación progresiva, en la que participaron dos agustinos recoletos como miembros del CIMI, hasta que se delimita su tierra.

Los zuruahã, alrededor de 150 personas, han sido motivo de estudios lingüísticos y sociológicos relativos al suicidio como una de las características de su cultura. Son, sin duda, los habitantes de Tapauá más mediáticos en ámbito global y más desconocidos en ámbito local.

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