Resumen histórico, situación actual y testimonios personales de religiosos que han trabajado codo con codo y construido parte de su historia personal al servicio del pueblo tapauaense

A. La soledad del misionero

La falta de religiosos para conformar las comunidades y cubrir todos los frentes del trabajo pastoral, social y evangelizador ha sido uno de los problemas más graves de la Prelatura en toda su existencia. Pero hay varios motivos por los que es necesario un número adecuado de misioneros en cada comunidad religiosa del Amazonas brasileño.

Están las grandes distancias que alargan cada viaje. Los misioneros no son brasileños en su mayor parte y deben viajar con frecuencia por los requisitos y burocracias de su estancia legal en el país; para descansar y visitar a sus familias van a sus países de origen. Y cada salida a las comunidades rurales implican entre una y cuatro semanas en el barco, ausente de casa.

Si la comunidad tiene dos religiosos, algo que ha sucedido con frecuencia, es casi seguro que el 50% del tiempo lo pasen solos, sin verse, e incluso que haya épocas sin ningún religioso en la sede parroquial; si son tres, los espacios de vida solitaria disminuyen, pero no desaparecen. La primera gran ausencia una vez formada la comunidad se dio del 14 de enero al 2 de abril de 1965. Casi cuatro meses, con un religioso recaudando fondos en el sur de Brasil y el otro en una asamblea de Cáritas en Manaos.

Primera visita de un prior provincial a Tapauá. A la derecha, de hábito blanco, Victorio Henrique Cestaro, con el provincial Agostinho Belmonte, de hábito negro.

Las vacaciones de los religiosos han servido para que se hablase de Tapauá en lugares muy lejanos. Cestaro, ya en 1969, habla de la misión por los estados de São Paulo y Río de Janeiro. Pidió apoyos en parroquias y templos, en centros sociales y colegios, pero también en periódicos y revistas, por radio y televisión (canales 2, 4 y 9 de la capital paulista). Volvió a la prelatura con material escolar, ropas y 15 millones de cruzeiros (74.000 euros de hoy) para la evangelización.

En junio de 1970, Cestaro se despide de la ciudad e incicia una nueva vida en Manaos; sus compañeros de la primera comunidad tampoco estaban ya, por lo que la parroquia se quedó sin religiosos durante cinco meses.

Cestaro dejó Tapauá en 1970 para dedicarse a la política y la abogacía. Falleció en 2011.

B. Voluntarios para atender la misión

El 8 de marzo de 1970, el prior general de la Orden, Luis Garayoa, envía una carta a todos los agustinos recoletos para expresar su preocupación por la misión de Lábrea. Pide encarecidamente voluntarios que ayuden a la Provincia de Santa Rita, encargada de gestionar la misión, para que el servicio pastoral y la vida religiosa estén asegurados:

“Ya no es solo nuestro deber de prior general; ya no se trata únicamente de obedecer a lo dispuesto por el Capítulo General: hemos sido invitados formalmente en nombre y por mandato del Santo Padre a enviar urgentemente ocho misioneros a Lábrea, donde actualmente se encuentran muy pocos, y se nos ha indicado claramente que debemos interesar a toda la Orden en ello”.

Dicho de otro modo, la Santa Sede había llamado la atención a la Orden por desatender la misión con recurrente falta de religiosos para hacer el trabajo pastoral y vivir la vida religiosa. Se ofrecieron 25 voluntarios, de los que 15 pertenecían a la Provincia de San Nicolás de Tolentino. Del total, fueron seleccionados ocho. Al final de 1970 llegan tres religiosos españoles a Tapauá para reiniciar el trabajo: Miguel Ángel González, Francisco Piérola y Jesús Moraza. Piérola era entrevistado por la revista interna de su Provincia y dejaba así sus impresiones:

“Me voy por muchas razones a la misión de Brasil: algo de quijotismo y deseo de aventura a lo cristiano, un poco porque sobra gente aquí y hay quien pueda ocupar mi puesto. Yo ya había pedido hace mucho tiempo al prior general ser voluntario para el Amazonas; mi mayor dificultad está en la familia, porque mis padres son ya mayores y mi otro hermano agustino recoleto se ha marchado a nuestra misión de Taiwán. Pero tengo la convicción de que hay que hacer triunfar el espíritu en medio de un mundo materializado y materialista”.

En aquellos tiempos en la misión ni siquiera había correo. Las cartas se enviaban a la capital del estado de Rondônia, Porto Velho, al apartado postal de un amigo de los religiosos que luego les llevaba la correspondencia; las cartas seguían desde Lábrea hasta Tapauá en barco en cuanto era posible. Y las respuestas tenían el mismo camino de vuelta. Conclusión: eran necesarios meses para el recorrido completo de emisión, recepción y respuesta.

Tras casi tres años sin obispo, Florentino Zabalza, misionero de los que habían respondido al llamamiento del prior general, mientras está de visita en Tapauá recibe la noticia por radio de su nombramiento de obispo, que acepta. Era julio de 1971. Zabalza pertenecía a la provincia de Nuestra Señora de la Consolación, y será obispo de Lábrea hasta 1994.

Florentino Zabalza, OAR, obispo de Lábrea (1971-1994).

En 1972 la comunidad vuelve a estar conformada por solo dos religiosos. Saturnino Fernández llega a Tapauá como párroco, acompañado de Moraza. Estuvo hasta 1975, y algunas fuentes relatan que entonces recibió del misionero evangélico Wilburg Pickering el apodo de “Viejo tigre del Purús”. Aunque se lo intentó poner peyorativamente, se convirtió en un reconocimiento de la audacia y trabajo valiente en todos los ámbitos de Saturnino.

Saturnino Fernández, segundo por la derecha, en Tapauá, en los 70.

El 7 de abril de 1980 la Orden de Agustinos Recoletos reorganiza la atención a la misión; por un acuerdo conjunto, las cuatro comunidades de la Prelatura y la casa de Manaos pasan a depender en su gestión, personal y recursos a la Provincia de San Nicolás de Tolentino. Era el tercer y definitivo cambio de Provincia en la gestión de la misión. Los religiosos en la Prelatura esperan resultados de la nueva configuración:

“Hacemos votos para que esta Prelatura asumida recientemente por nuestra Provincia con tanto cariño, no continúe en estado precario, sino que se vea reforzada con el apoyo y entusiasmo misionero de tantos religiosos nuestros que anhelan una vida misionera de vanguardia en una región como la nuestra: este inmenso Amazonas tan rico en promesas para el futuro, pero tan falto de recursos en la actualidad”.

Casi diez años después la falta de personal vuelve a ser acuciante, y el prior provincial, Marciano Santervás, envía un oficio el 27 de septiembre de 1988 pidiendo voluntarios. En ese momento, de las cuatro comunidades de la Prelatura, tres están con un solo religioso, incluyendo Tapauá, donde vive y trabaja Jesús Moraza.

“El grito de petición de ayuda va dirigido a todos los religiosos de la Provincia, no sólo a los de España, sino también a los de México, Filipinas, Inglaterra o Costa Rica. Nadie debe escudarse en falsas razones y dejar la responsabilidad a otro. Que cada uno deje resonar en el santuario de su conciencia la voz del Espíritu y contemple en la paz las necesidades de la Iglesia de Cristo en Lábrea, parcela que se nos ha confiado”, dice el prior provincial en su oficio.

Ese mismo año, desde Tapauá explican en un informe: “Para una atención mediocre, por lo menos una visita al año a cada comunidad, necesitaríamos por lo menos cuatro meses de viaje (uno por el río Purús y tres por los ríos Tapauá, Cunhuã, Piranha, Jacaré, Ipixuna e Itaparaná). Si queremos atender un poco mejor el Purús, donde ya hay organizados 34 grupos de reflexión, necesitaríamos un mes más de viaje. Serían, pues cinco meses por los ríos. Pero, ¿cómo compaginar así la vida pastoral y nuestra vida comunitaria, cuando contamos con tan poca gente en nuestras casas?”.

Jesús Moraza, antes de ser obispo de la Prelatura, visitando una comunidad indígena.

Entre otras cosas novedosas, el prior provincial ofrece una nueva modalidad de “misionero” por un tiempo más limitado, entre ocho y doce años, en vez de la fórmula tradicional que se aplicaba, que normalmente hacía que un destino misionero fuese para prácticamente toda una vida. Se ha aplicado con éxito desde entonces, y son numerosos los religiosos que han pasado por la misión de Lábrea durante unos años y han vuelto después al trabajo pastoral en otras tareas y países.

Las consecuencias positivas han sido muchas. Hoy existe un mayor conocimiento de la misión porque más religiosos la han vivido en carne propia y no por información de terceros; se ha ampliado el tono vital, con religiosos que misionan después de haber experimentado o haberse formado para muchos otros servicios pastorales o sociales; y la llegada de misioneros de mayor edad ha aportado madurez y experiencia.

Pero también ha habido consecuencias menos positivas: no se ha logrado del todo la presencia permanente de tres o más religiosos en cada puesto misional; y la continuada rotación hace que muchos religiosos ni siquiera hayan tenido tiempo de aclimatarse, inculturarse, conocer de cerca a la población y ofrecerle un mejor servicio, sin restricciones.

Los llamamientos de los superiores pidiendo misioneros voluntarios para la Prelatura de Lábrea nunca han cesado. Se repitieron en septiembre de 1997 por parte de Miguel Miró, prior provincial: “Me siento en el deber de hacer una llamada a nuestra conciencia misionera: se necesitan religiosos para nuestra misión de Lábrea”.

Encuentro de misioneros en 1985 en la sede de la Prelatura en Lábrea.

C. Tapauá, lugar de formación

En diciembre de 1973 toma las riendas de la formación de estudiantes de teología ya profesos en la Provincia de Santa Rita el agustino recoleto Francisco Javier Hernández, quien 17 años después sería nombrado obispo de Tianguá, en el estado brasileño de Ceará. Pertenece a la Provincia de San Nicolás y acude como voluntario a ese puesto de formador en Franca, en el Estado de São Paulo. Una de sus preocupaciones esenciales es la formación de estos religiosos en el amor a las misiones. Por ello inicia un programa de intercambio enviando a la misión de Lábrea durante cortos periodos a religiosos para que completen su formación con una experiencia misionera.

En los últimos años se ha reanudado la experiencia bajo la batuta de Nicolás Pérez-Aradros, quien fue durante años párroco en Tapauá y ahora es prior provincial de la Provincia de Santa Rita. Jóvenes diáconos de esa provincia han tenido la oportunidad de experimentar la misión amazónica colaborando con las comunidades durante estancias cercanas al año.

Además, la Provincia de San Nicolás de Tolentino también tiene dos programas de formación de este corte; en el primero, religiosos de votos simples pasan el verano en las comunidades amazónicas compartiendo vida y misión con las comunidades, en ocasiones acompañados de sus formadores. En el segundo programa, antes de hacer su profesión solemne, los religiosos que han terminado los estudios teológicos tienen una experiencia de inserción en las diversas comunidades de la Provincia. Tapauá ha recibido ya a alguno de ellos.

Para evitar la soledad y facilitar la formación, desde 1989 los religioso de la Prelatura se reúnen dos veces al año, en enero y julio. Todos los misioneros, incluyendo los que viven y trabajan en Tapauá, participan de estos encuentros fraternos que sirven también para la coordinación de actividades y la definición común de prioridades y programas pastorales.

Religiosos en formación inicial visitan y conviven con la comunidad de Tapauá en el año 2010

D. Vocaciones locales

La Prelatura de Lábrea y la Parroquia de Santa Rita de Tapauá siempre han tenido como religiosos y sacerdotes a personas nacidas fuera del lugar. Brasileños del sur del país (especialmente de los estados de São Paulo, Río de Janeiro y Espírito Santo) y extranjeros de España, México, Costa Rica, Escocia, Filipinas y Estados Unidos han sido los pastores locales.

La forma más deseada de evitar la falta recurrente de personal ha sido, desde siempre, la promoción de las vocaciones locales. Pero este deseo nunca ha conseguido ser satisfecho. Son oriundos de la Prelatura de Lábrea algunas religiosas misioneras agustinas recoletas y algunos maristas. Pero ni los Agustinos Recoletos ni el añorado clero local como tal ha conseguido surtirse de personas nacidas y educadas en la Prelatura.

En 1982 se dio el primer intento, con un seminarista de Tapauá que vive en la comunidad recoleta de Canutama. Este intento, así como otros dos de 1988 y 2008, no tuvieron éxito. Uno de los candidatos tapauaenses llegó hasta el noviciado, en España, que abandonó antes de profesar.

La cultura vocacional se ha intentado implantar con equipos de pastoral vocacional. De estos intentos han surgido algunos jóvenes especialmente comprometidos, personas más formadas, pero en ningún caso se ha logrado un fruto concreto de vida sacerdotal o religiosa. Las causas son diversas y comprensibles. Es difícil tener personas con suficiente formación como para llegar a un proceso de discernimiento con expectativas reales de asumir la salida del hogar y, quizá, de la región. La educación es una tarea pendiente, las familias están desestructuradas, el ambiente no ofrece esta alternativa como viable, y los religiosos tienen tantas necesidades pastorales y trabajos que no han podido dedicar tiempo al acompañamiento personalizado.

Reunión del equipo de pastoral parroquial. 2002.

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