Primeras reuniones de Jesús Moraza para la creación de las comunidades de base en la zona rural de la parroquia de Tapauá.

Resumen histórico, situación actual y testimonios personales de religiosos que han trabajado codo con codo y construido parte de su historia personal al servicio del pueblo tapauaense

Las constantes desobrigas no resolvían la vivencia del catolicismo en la zona rural. Una visita anual para celebrar sacramentos no ofrece un acompañamiento y crecimiento en la vida de fe ni un cuidado espiritual suficiente. Tres hechos no permitían aumentar esas visitas: primero, la falta de sacerdotes, que por responsabilidades religiosas y civiles en el centro urbano no podían faltar por largas temporadas; segundo, el escaso presupuesto para una acción pastoral que quemaba toneladas de combustible, unido al mantenimiento y cuidado de motores y embarcaciones. En tercer lugar están las condiciones climáticas, que reducen a unos pocos meses la posibilidad efectiva de estas visitas. Cuando las aguas están arriba muchas familias se desplazan a zonas secas; cuando están abajo, la navegación se hace difícil por la aparición de piedras, al tiempo que aumentan las distancias porque no se pueden tomar atajos navegables entre los meandros.

A partir de 1976, el agustino recoleto Jesús Moraza comienza a implantar las “comunidades de base” en la zona rural. Busca a las personas relevantes en cada comunidad, líderes más formados, más comprometidos y capaces de unir a las familias y arbitrar soluciones en cuanto a educación, salud, solidaridad frente a accidentes o épocas de hambre. Ellos podían mantener una reunión semanal que los integre como grupo humano solidario, celebrar juntos la fe, preparar actos comunes como las fiestas, solventar el aislamiento y la constante soledad. Por este trabajo, Moraza fue también nombrado inspector de educación para la zona rural del municipio.

El obispo Florentino Zabalza incluyó la adaptación de este sistema a toda la Prelatura como uno de los planes pastorales urgentes. Si las comunidades católicas se reúnen semanalmente, hablan de sus problemas, comparten soluciones y celebran su fe, no solo construirán Iglesia, sino una comunidad civil consciente, que sabe de sus derechos y los defiende de una manera conjunta. Las gentes del Purús dejaron de ser familias aisladas que luchan por sobrevivir y se convirtieron en comunidades solidarias con capacidad de exigir a las autoridades y de reaccionar ante los desastres.

En 1994 se contrató a un matrimonio para que hiciese un trabajo más continuado de catequesis en las comunidades rurales entre Tapauá y Canutama. También se consiguió un mayor esfuerzo y consolidación de las catequesis bíblicas y la formación religiosa. Además se comienza a organizar, con recursos y personal, una Pastoral de la Tierra que atajase los problemas para la supervivencia económica de estas pequeñas comunidades. Se materializaron las denuncias contra los abusos en la propiedad de la tierra, y las autoridades civiles pusieron sus ojos de manera más consciente en estos habitantes de los municipios.

También influyó la emigración rural y el vaciamiento de población en los afluentes; barrios enteros surgen en pocos años sin una mínima infraestructura, y las familias pasaban de tener algo por el cultivo de las playas, la caza o la pesca, a no tener trabajo ni ocupación. Lo positivo estaba en la inclusión de muchos menores en el sistema educativo y la atención sanitaria.

Por el contrario, también en estos años ganan medios y recursos las empresas que, venidas de fuera, depredaban abiertamente los recursos naturales. La Parroquia denunció la deforestación en los ríos Tapauá y Cunhuã, que perjudicaba gravemente la vida de los pueblos indígenas, así como la presencia de pesqueros extraños que vaciaban los lagos y lagunas de cualquier especie.

En esos primeros 90 la Prelatura crea dos equipos volantes, uno íntegramente para los ríos Tapauá y Cunhuã, con dos religiosos de Lábrea que además atienden y supervisan la relación con la recién descubierta tribu zuruahã; y el otro equipo se dedica solamente al Purús.

En 2005 se funda la Cooperativa de Productores Agrarios de Tapauá, con ayuda estatal. Por un acuerdo, los agricultores venden su producción al Gobierno, que lo destina a instituciones de beneficiencia. El Centro Esperanza de Tapauá recibe desde entonces sandías, mango, banana y un apreciado fruto local, la pupunha.

La zona rural es un mundo muy distinto al urbano, con su propia vivencia del tiempo, del calendario, una cultura aislada y economía muy centrada en el cultivo de las playas y la pesca de los ríos, con una priorización de necesidades muy distinta a la del resto de seres humanos. Algo de esto se observa en esta desobriga contada por uno de los religiosos, Nicolás Pérez-Aradros:

“Comencé a tomar los datos [para los bautismos] a las siete de la mañana. Me tenía que armar de paciencia. Dos veces vinieron sendas madres a darme los datos de sus respectivos hijos. Una de ellas iba a bautizar cuatro hijos, uno por año, pues hacía cuatro años que no veían a un sacerdote; la otra mujer iba a bautizar a dos. Pues bien, tanto la una como la otra resulta que en el mismo año y en menos de seis meses habían tenido dos hijos en fechas distintas. Entonces tenía que corregir el entuerto y armarme de paciencia. Si era el padre el que iba a declarar por su hijo, no sabía el nombre completo de su mujer; si venía la mujer, viceversa. Recuerdo que, al preguntar a una señora cuándo nació su hijo, ella me respondió: ‘un día que llovía mucho’; y otra:’ un viernes’. De risa pero verídico”.

Años después, otro misionero relataba su particular experiencia de este modo:

“El proceso de inculturación pasa por romper muchos esquemas, por admitir una serie de valores que, para nosotros, no lo son tanto, y por vivir según unos principios e intereses completamente diferentes. En cierta ocasión, en un seringal de tres casas, después de saludar a la familia, me puse a conversar con el dueño de la casa. Viendo que entraban y salían varios niños, pregunté cuántos hijos tenía. El padre se quedó pensando y, un tanto perplejo, respondió que no sabía. Llamó a su mujer y le preguntó que cuántos hijos tenían; ella respondió que siete, tres hombres y cuatro mujeres. Entonces él repitió la respuesta, todo feliz y satisfecho de que su mujer sí sabía esa pregunta tan difícil”.

Quizá una de las mejores descripciones de la atención pastoral a la población rural la hizo la hermana Cleusa, mártir de la causa indígena asesinada en 1985, misionera agustina recoleta. Fue una de las pioneras de los equipos dedicados a los ribeirinhos (ribereños):

“Valió la pena ver de cerca, sentir y compartir la vida sufrida y cotidiana de nuestros hermanos, a través de los ríos, playas, barrancos y centros distantes de la sede del municipio. ¡Cuánta injusticia! ¿Dónde queda el respeto a los derechos humanos, rodeados de hambre, enfermedades, analfabetismo, explotación de los más necesitados, blancos o indios…? ¿Y la evangelización? Ciertamente no basta lo máximo que se puede hacer en un solo día. De ahí la preocupación con los dirigentes actuantes en algunas comunidades. Por el camino meditamos sobre la viabilidad de pequeños proyectos, provisionales y con voluntarios, a través del Purús. Pastoral de las Curvas. ¿Sueño? Fidelidad a la misión y deseo de ser útil a los hermanos, pues es necesario que Él reine”.

Desde los 80 todas las parroquias de la Prelatura reparten a comienzo de cada año en todas las comunidades rurales un guión escrito con las celebraciones, catequesis, pequeñas historias para discusión de problemas y otros temas formativos. Sirve para que los líderes sepan qué decir y cómo actuar en la comunidad.

Actualmente la parroquia cuenta con un equipo especializado en la atención pastoral a la zona rural, conformado por uno de los religiosos, una de las misioneras Oblatas de la Asunción, un conductor del barco y laicos comprometidos. La frecuencia ha aumentado notablemente frente a la antigua desobriga anual: hay más visitas de formación, otras con equipos itinerantes dedicados a los niños, a la salud o a la defensa de la tierra, celebración de fiestas patronales…

Los presupuestos para todo esto vienen de proyectos financiados por entidades católicas como Misereor o Adveniat, por ONGDs como las agustino-recoletas Haren Alde o La Esperanza o programas de financiación pública con el apoyo de la Comisión de Misiones y Desarrollo Social de la Provincia de San Nicolás de Tolentino. El esfuerzo pastoral y económico es grande, pero ha permitido una presencia mucho más constante y efectiva en el interior.

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