Resumen histórico, situación actual y testimonios personales de religiosos que han trabajado codo con codo y construido parte de su historia personal al servicio del pueblo tapauaense
En la selva amazónica los indígenas desarrollaron un sistema acorde con el entorno pero sin grandes poblaciones debido al clima, la falta de suelo fértil no inundable, las dificultades de transporte y comunicaciones, la proliferación de enfermedades y animales peligrosos y la imposibilidad de crear economías más allá de las de supervivencia.
A. Los ciclos del caucho
La economía cambió este equilibrio: cuando la selva tuvo interés económico se dio el incremento poblacional; ocurrió en dos únicos periodos, coincidentes con la comercialización del caucho natural: de 1879 a 1912 y de 1942 a 1945. Apenas 35 años que derivaron en el impulso de la Amazonia brasileña y de sus tres mayores ciudades (Belém do Pará, Manaos y Porto Velho), así como la compra del Acre, antes territorio boliviano. Los Agustinos Recoletos se vieron indirectamente condicionados por estos ciclos del caucho y llegaron también a Amazonas y Pará; hoy siguen allí misionando y miembros de la Orden son obispos de Rio Branco, Lábrea, Marajó y Cametá, diócesis o prelaturas amazónicas.
El látex procede del árbol Hevea Brasiliensis, al que con un corte le sale un líquido blanco con un 35% de hidrocarbonatos. En su forma natural no forma “colonias” o bosques, sino unidades separadas por grandes distancias. Cuando se recoge, el líquido no puede mojarse; es una carrera contrarreloj de árbol a árbol en medio de la selva más cerrada. El lucro era para unos pocos que obtuvieron los derechos de transacción, venta y procesamiento, mientras muchos millares sucumbían en la selva.
En 1912, los ingleses inauguran sus plantaciones industriales de Hévea en Malasia y Ceilán de semillas brasileñas. El sistema extractivista de la Amazonia se arruina, pero la gente ya estaba allí y millares de hombres fueron abandonados a su suerte en la selva. Acaba de forma abrupta el primer ciclo del caucho, hasta que con la II Guerra Mundial el caucho brasileño vuelve a ser necesario. Los japoneses tienen el 97% de la producción mundial y en mayo de 1941 Estados Unidos firma los Acuerdos de Washington, una operación de extracción de 45.000 toneladas látex en la Amazonia brasileña.
54.000 personas se unieron a las 35.000 que aún quedaban de la anterior migración para ser “soldados del caucho”. El fin de la guerra en 1945 y los métodos de síntesis por hidrocarburos convirtieron, en tres años, el sueño en pesadilla. Fuera de los que se llevó la malaria, la fiebre amarilla, la hepatitis o los animales de la selva, los que no sucumbieron acabaron esclavos de sus deudas. Solo 6.000 consiguieron volver a su tierra de origen.
B. Esclavos de las circunstancias
En la década de 1950, la región del actual municipio de Tapauá estaba ocupada por pequeñas poblaciones de entre cinco y treinta familias a lo largo del Purús en los “seringales”, zonas donde abundaba el árbol hevea. Junto con el caucho se extraían productos como la castaña, serba, maderas, caza y pesca. La agricultura se reducía al autoconsumo, que ni siquiera se conseguía: el 70% de la harina de mandioca, alimento básico, se importaba de Manaos, la capital.
El sistema económico de los ciclos del caucho era el del “patrón” o “coronel”. Unos pocos propietarios o arrendatarios tenían el control y sus trabajadores o “feligreses” recolectaban los frutos. El patrón proveía lo necesario para vivir y trabajar, incluyendo la alimentación, medicinas, aseo…
El movimiento comercial entre patrón y feligrés se anotaba en libros. El dinero no se utilizaba, era una economía de trueque. Muchos patrones del área eran a su vez “feligreses” de las grandes compañías propietarias de los barcos que, en la ida, llevaban las alimentación y a la vuelta recogían los productos de la selva. El “feligrés” estaba siempre endeudado. Los productos de primera necesidad (azúcar, harina de mandioca) se le suministraban a precio 20 veces superior al de mercado, mientras lo extraído de la selva se le pagaba a precios irrisorios.
Las poblaciones dispersas, dependientes económica y civilmente de los patronos, no contaban para el Estado. No había educación, salud, justicia, comunicaciones… Y la ancianidad derivaba en la miseria y la soledad: muchas familias abandonaban a los mayores y enfermos, que no podían extraer nada de la selva y eran una carga inasumible a sus ojos.
Las fiestas religiosas eran el único ocio que existía, y reunían a personas de todas las pequeñas caucherías cercanas. Eran el momento de relación social, en que muchas parejas se conocían e iniciaban nuevas familias. El resto del año podían pasar meses sin ver a otros seres humanos que a la misma familia. Esto producía alteraciones que elevaban mucho el porcentaje de problemas frente a otro tipo de sociedad, como los abusos intrafamiliares o la explotación de la mujer.
C. La creación de nuevos municipios y el cambio del sistema
La fundación de nuevos municipios vino a paliar en parte esta situación. Llegaron fondos del gobierno federal, se construyeron ciudades (como Tapauá) con un ambiente más urbano y con servicios sociales básicos. Bastantes familias salieron de ese sistema cuasi-feudal al emigrar a esos nuevos centros.
En los años 60 hubo un renacer de la economía extractivista, en este caso de la madera. Las consecuencias han durado hasta hoy, dejando buena parte del Purús y de sus afluentes con algunas de las especies de mayor valor casi extinguidas: samaúma, jacarandá, cedro, mogno, louro…
Un caso curioso es la andiroba. Durante años se cortó para transportar por el río otras maderas más nobles con flotación muy baja; atadas a andirobas, se transportaban fácilmente. Así que prácticamente se extinguió en Tapauá. Hoy el aceite de la andiroba es uno de los más solicitados por la industria medicinal y cosmética; cuando esta demanda llegó al mercado, en Tapauá no quedaba andiroba; si hubiera conservado sus reservas, habría conseguido una relativa calma económica y laboral.
En los años 80 el gobierno federal ofreció créditos muy baratos con la intención de poner en marcha nuevamente el negocio con plantaciones ordenadas del caucho. Fue dinero perdido, porque el hongo microcyclus acabó con todo.
D. Una nueva ciudad para un nuevo municipio
Se escogió la pequeña comunidad de Boca de Ipixuna (15 familias) para ser sede municipal y pasó a llamarse Tapauá, pues por ley la capital debe tener el mismo nombre que el municipio. El 5 de junio de 1956 se comienza a deforestar el área. La ventaja era la gran extensión de “tierra firme” que nunca se inunda; en contra, la cercanía de áreas de indígenas que, en el caso de ser reconocidas, rodearían su crecimiento; y la falta de árboles de caucho, castaña o serba, los grandes productores de riqueza.
No logró en un primer momento atraer nuevos habitantes, que prefirieron continuar en sus comunidades donde sí había mayor posibilidad extractiva. Tan solo once nuevas familias se trasladaron hasta la nueva ciudad en sus primeros dos años de existencia.
Junto con la construcción de los primeros edificios de servicio público, hubo un intento de unir por tierra la nueva Tapauá con el lago de Acará, en el valle del Madeira. Son 115,20 km. en línea recta. Años más tarde, con la apertura de la BR310 entre Manaos y Porto Velho, el acceso se podría reducir a un ramal de 85 km. desde esta vía federal hasta la ciudad. Pero nunca se construyeron más de los primeros 12 km. El acceso a Tapauá sigue siendo exclusivamente fluvial y aéreo.
Había señalado un espacio para una capilla católica, dedicada a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, cerca de donde está hoy la iglesia matriz de Santa Rita. Los religiosos de Canutama comenzaron a utilizar esa capilla en sus visitas y la comunidad católica local se organizó por primera vez.
A la gran plaza central se le dio el nombre de “Monsenhor Ignacio”, en referencia al agustino recoleto Ignacio Martínez, obispo de la Prelatura de Lábrea entre 1930 y 1942, fallecido por fiebres durante una de sus desobrigas en la región de Tapauá; después cambiaría su nombre por el de Thomaz de Lima, y posteriormente, hasta hoy, por Plaza de Raimundo Andrade.
Los primeros años del municipio fueron de especial dureza. El primer alcalde elegido en las urnas, Daniel Albuquerque, definía así su situación a comienzos de 1960, tres años antes de la llegada de los religiosos recoletos para permanecer en Tapauá y cinco antes de la fundación de la parroquia:
“La sede municipal está constituida en su mayor parte por cabañas de paja para una población pobrísima, senderos entre la hierba con denominación de avenida o calle; personas desanimadas y sin ninguna asistencia; funcionarios públicos que reciben menos del salario mínimo; servicio de electricidad cercano al colapso; erosión grave en los barrancos de los ríos que amenazan a la propia ciudad; y policía desmoralizada y desmoralizadora, con el vicio de la extorsión económica a la gente”.
SIGUIENTE PÁGINA: 3. Nace la Parroquia de Santa Rita
ÍNDICE
- Introducción: Tapauá: 50 años construyendo Iglesia y Sociedad
- 1. Un mundo de dimensiones desorbitadas
- 2. Un hábitat difícil para el ser humano
- 3. Nace la Parroquia de Santa Rita
- 4. Y los Agustinos Recoletos se hacen tapauaenses
- 5. Medio siglo construyendo parroquia
- 6. La presencia en la región rural
- 7. Grandes periodos de ausencia o soledad
- 8. Las prioridades pastorales
- 9. La cuestión indígena
- 10. La cuestión educativa
- 11. La cuestión sanitaria
- 12. Solidaridad exterior
- 13. Testimonio: Jesús Moraza
- 14. Testimonio: Enéas Berilli
- 15. Testimonio: Francisco Piérola
- 16. Testimonio: Cenobio Sierra
- 17. Testimonio: Nicolás Pérez-Aradros
- 18. Testimonio: Luis Busnadiego
- 19. Testimonio: Juan Cruz Vicario
- 20. Testimonio: Francisco Javier Jiménez García-Villoslada