Luis Busnadiego durante su etapa de misionero en Tapauá.

Resumen histórico, situación actual y testimonios personales de religiosos que han trabajado codo con codo y construido parte de su historia personal al servicio del pueblo tapauaense

Nació el 28 de mayo de 1958 en Tordehumos (Valladolid, España), el día de la elección de Juan XXIII. Tras ser ordenado sacerdote, en febrero de 1983 llegó como misionero agustino recoleto a Brasil. Hoy vive en Arroyo de la Encomienda (Valladolid, España) tras haber dejado la vida religiosa.


Fui a la misión porque los superiores me creyeron capacitado para ello; fui voluntario y con muchas ganas, estaba dispuesto a todo. La misión siempre ha necesitado personal. Parece ser que los superiores, desde hace un tiempo, están más mentalizados en enviar más medios humanos a la prelatura. Había oído de Tapauá, pero siempre te haces una idea fantasiosa de las misiones. Lo bonito es insertarse y estar hombro a hombro con esa gente sencilla. Nuestra llegada llevó alegría: ¡dos religiosos más! Pero nos costó y nos tocó insertarnos solos. En Tapauá continué las directrices marcadas: ver y, poco a poco, irme metiendo en el engranaje del directorio pastoral de la prelatura.

Tapauá era una ciudad alegre, donde poco a poco me puse al día. A las dos semanas mi compañero, Nicolás Pérez-Aradros, se fue a visitar las comunidades ribereñas. Tapauá era un flujo de gente, constantemente los del interior viajaban para asentarse en la ciudad.

Antes de visitar las comunidades se avisaba por Radio Río Mar de Manaos cuándo llegaríamos. Permanecíamos un día; al atardecer primer contacto, cena y preparación para el día siguiente; pasada la noche, temprano las inscripciones, muy importantes, pues para muchos de ellos sería el único documento (el del bautismo, confirmación, matrimonio) y lo guardaban con mucha responsabilidad, en una botella bien tapada para que el papel no se estropeara.

Realizadas las inscripciones y los certificados, se pasaba a la eucaristía y los sacramentos. Terminada la celebración se solía comer en comunidad. Cada uno ponía lo que tenía y, terminada la comida, vuelta al barco para salir hacia la siguiente comunidad y llegar al atardecer.

En la ciudad la actividad era diferente, siempre en constante actividad. Los sábados y domingos eran más relajados. A diario teníamos una jornada completa: despertar y una vez aseados y haber rezado y desayunado, se iniciaba el goteo de gente que pasaba por la parroquia. Si podías salir, te ibas a visitar a algunas personas; si no tenías clase, pues hasta la hora de comer; o comías en las casas donde te encontrabas y así palpabas cómo era la realidad de algunas familias. Solíamos tener clases por la mañana y a la noche. A las seis era la misa o las novenas en las casas o comunidades de los barrios. En mi tiempo solamente estaba la comunidad de San Agustín.

La eucaristía diaria era en la iglesia matriz, Santa Rita. Los domingos celebrábamos en la matriz para niños por la mañana; y a la noche, a las 19:30 horas en la matriz y a las 18:00 horas en la capilla de San Agustín. Con las clases y con las celebraciones ibas conociendo a la gente; era el trato del día a día.

En aquel tiempo se llevó a cabo la apertura de una senda hacia la carretera transamazónica, que realizaron un grupo de personas mandadas por el Ayuntamiento. Pretendían iniciar un camino para poder conectar con Manaus más rápido. Se quedó en una intentona.

Aunque se pretendía separar siempre, la Iglesia ha tenido relación con las autoridades civiles, nos ayudaban y colaboraban con las actividades. Hay que destacar las fiestas de la patrona. Nueve días de fiesta, de demasiada actividad para recaudar fondos para las actividades parroquiales.

Donde estuvo la escuela parroquial construimos el salón parroquial. También se formó el grupo de jóvenes y el grupo de los Murciélagos, que participó en el campeonato de liga de fútbol local. Sus hazañas saldrán algún día a la luz, porque es historia. Participamos en la creación del reglamento del campeonato de futbol tapauaense.

Nuestra pastoral principalmente era estar, estar con ellos; y con los medios que contaba la parroquia ayudarles, aconsejarles, encaminarles. Pienso que nos veían como pastores que cuidábamos y protegíamos el rebaño. Fueron años muy satisfactorios. Cuando el trabajo duro se hace a gusto, ¿por eso deja de ser duro?

Es verdad que cuando me quedaba solo en el pueblo eran muchas cosas para uno solo, pero… No sé si era la juventud, la actitud, el empeño, las ganas, la dedicación, la entrega, llegabas a todos los sitios y atendías a todos y no ocurría nada. El evangelio se hacía realidad: el que dejare madre, hermanos… ganará ciento más. Llegaba a todos los sitios y nunca me cansaba. Luego iba a Manaos a descansar y atendía a unas parroquias y varios grupos de jóvenes. Y es lo que me pasa ahora, no sé parar, siempre metido en todos los berengenales. Soy así; ¿o así me hicieron?

La principal prioridad era no perder el contacto con las comunidades ribereñas y saber que semana a semana hacían sus reuniones y sus celebraciones con los guiones que les mandábamos. En la ciudad, estábamos atentos al día a día de la programación pastoral de la parroquia.

Cuando veníamos de vacaciones para España, los otros religiosos te recibían estupendamente, con mucho interés por la misión y con muchas ganas por ir allí. Te preguntaban por los compañeros, la situación del país. En mí familia, el apoyo de siempre pero que les pesaba; en definitiva me querían tener más cerca. A la gente de mi pueblo les encantaba la alegría de las celebraciones, de las eucaristías y la implicación que tenían en ellas. Aún hoy surgen comentarios buenos de aquella mi época. El apoyo era abundante, lo mejor era el traerles las inquietudes de allí y ellos se implicaban en apoyar los proyectos que llevábamos en la misión.

La primera impresión que tuve de Tapauá es que su gente era más alegre que los que había conocido hasta entonces. En un principio parece que son perezosos, pero es que su forma de ver la vida, con o sin espíritu religioso, era realmente cristiano, con todo puesto en manos de Dios. Asombra su conformidad con la situación y su afrontar con la mayor naturalidad todas las cosas. No son perezosos, son gente que vive la vida tal como la naturaleza que les rodea les enseña.

La ciudad estaba bien organizada pero el mayor problema era la carencia de medios. El médico y las enfermeras hacían maravillas con los pocos medios que tenían en el hospital.

Para mi vida religiosa Tapauá fue el campo donde cumplir objetivos como religioso y sacerdote, pude realizar mi diaconía y poner mis dones al servicio de los demás. Siempre los que menos tienen más te dan. No sé si han sido mis años de sacerdote o Tapauá, pero vivo la vida de otra manera. Estoy muy lejos del espíritu amazonense, pero me sirve para mi día a día, de verdad.

Quiero aprovechar esta oportunidad para agradecer a todas aquellas personas que fueron muy cercanas a nosotros y no tuve la oportunidad de darles las gracias: a todos ellos mi “muito obrigado”. Gracias por hacerme ver las cosas desde otro prisma. Guardo muchos y muy buenos recuerdos que darían para escribir muchas páginas. Pero yo diría: ¿qué son cincuenta años? Un suspiro, un amanecer o una puesta de sol sobre el Purús; son, Tapauá, mirando a tu alrededor, el inicio de una vida.

He perdido amigos, pero gracias a Dios continúo teniendo noticias de Tapauá, y continúo sufriendo, a lo lejos, por sus cosas, continúo alegrándome de sus avances. Así son las cosas. Muchas gracias a todos.

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