Nicolás Pérez Aradros es en la actualidad prior provincial de la Provincia de Santa Rita. Celebración en Franca, São Paulo.

Resumen histórico, situación actual y testimonios personales de religiosos que han trabajado codo con codo y construido parte de su historia personal al servicio del pueblo tapauaense

Nació en 1956 en Arnedo (La Rioja, España). Nada más finalizar su formación como agustino recoleto y sacerdote fue destinado a Tapauá de febrero de 1981 a febrero de 1988. Posteriormente pasó a la Provincia de Santa Rita, de la que llegó a ser prior provincial, y por último a la Provincia de Santo Tomás de Villanueva.


Fui enviado a la misión de Lábrea por el prior provincial Joaquín Úriz. No fui voluntario, pero fui feliz, aunque un poco temeroso por el desafío que suponía. Había escuchado hablar a algunos misioneros que pasaban por los seminarios donde nos educábamos. Tenía un poco de “miedo”, pues la misión parecía difícil. Pero fui muy animado y contento, era joven y quería ser misionero. En aquella época fueron mandando bastantes jóvenes, con dos religiosos por comunidad. Mi primer prior en Tapaua fue Cenobio Sierra, quien antes había sido mi vice-maestro de novicios.

Cuando llegué quise aprender con los más experimentados, en mi caso con fray Cenobio. Lo más significativo eran las desobrigas, pero ya en aquella época se había comenzado a dar más valor a la formación de los agentes de pastoral, en la ciudad y a lo largo de los ríos.

En nuestra época, con ayuda de Alemania, construimos el centro comunitario donde estaba la antigua escuela Monseñor José Álvarez y las salas de catequesis al lado de la iglesia matriz. Fue muy reconfortante ver a los líderes seglares crecer espiritualmente y asumir su responsabilidad.

Había entonces unos 5.000 habitantes; las comunidades del Purús y sus afluentes (Cunhuã, Tapauá, Abufari, etc) eran muy numerosas y pobladas. Después asistimos al fenómeno de la emigración a la sede urbana de Tapauá y a otras ciudades como Manacapurú y Manaos.

Muchas veces nos quedábamos uno solo, pues el otro iba de viaje pastoral o a Manaos para arreglar papeles. Asumí con entusiasmo los viajes por los ríos, la catequesis y el grupo de jóvenes.

La vida era muy tranquila. Lo más destacado era la fiesta anual de santa Rita, con nueve días de novena y de fiesta. En los tres últimos días la ciudad se animaba con vendedores ambulantes y mucha gente de fuera. Unos días antes de una de estas fiestas cayó una avioneta con el hermano marista Nilson y otras tres personas que venían desde Manaos. Fueron días de angustia. Fuimos con el barco para ver si los encontrábamos en la selva, pero no los hallamos… La tensión fue grande, hasta que aparecieron vivos, con la gracia de Dios. ¡Ahí la fiesta fue mayor!

Otra de las cosas que marcaban la vida eran las elecciones, principalmente para alcalde. El pueblo hervía de partidarios de uno y de otro; los que vivían en el interior venían para la ciudad, se compraban y vendían votos, etc… ¡Era un sálvese quien pueda! Una mujer, Rosalía, consiguió ser concejal porque su marido sacaba dientes a los electores sin cobrar nada.

Era gente sencilla, amable y acogedora, vergonzosos con el misionero cuando llegaba, después cogían confianza y eran muy familiares. Las casas, pobres, estaban muy limpias. Nos acogían lo mejor posible, dentro de sus posibilidades; en las comidas, nos daban lo mejor que tenían.

El alcalde, el comisario de policía, el sacerdote… eran los “jefes” del pueblo. No teníamos ni médico ni juez. La mayor parte era funcionariado público.  Esto era un problema, pues muchos alcaldes se quedaban con el dinero y atrasaban los salarios; esto generaba una crisis grande. Los comerciantes eran una clase más “fuerte”, y después estaban los compradores de madera o los barcos pesqueros que venían de Manaos, la capital del estado.

Nuestras prioridades pastorales eran fortalecer las Comunidades Eclesiales de Base, la formación de líderes, la catequesis y la juventud. Comenzamos a invertir en la formación de los agentes de pastoral, a lo que dedicamos mucho tiempo y atención, sin olvidar la dimensión social.

La iglesia estaba organizada alrededor de la matriz; había una comunidad (San Agustín) en uno de los barrios e intentamos crear otras nuevas en la ciudad. En el interior teníamos las comunidades en la orilla del río Purús que visitábamos todos los años. Y los grandes afluentes, como el Cunhuã y Tapauá, que en siete años visité dos veces solamente. Después, en mi último año asistí al fenómeno de la emigración y estos afluentes se vaciaron completamente.

Nuestro gran desafío era la expansión de los evangélicos por el pueblo y los ríos, y que fueron tomando mucho espacio nuestro. Muchos católicos se hicieron evangélicos, que hacían un proselitismo bárbaro, y la presencia de pastores era mucho mayor que la nuestra.

La imagen de la misión Lábrea se centraba en los 70 como una misión difícil por la selva, los ríos, culebras… Ya en mi época, los años 80, parecía difícil “transmitir” a los demás religiosos la dimensión eclesial de la Prelatura, tal vez porque era una realidad muy diferente a cualquier otra. Nos habíamos quedado más con lo anecdótico y siempre tuve la impresión, espero que fuese solo una impresión, de que había una cierta indiferencia sobre la vivencia eclesial en la Prelatura.

Antiguamente, entre los religiosos se oía decir por lo bajo que mandaban a las misiones a quienes “no servían para estudiar”. Hoy cuando me preguntan por qué vine a Brasil acostumbro a bromear contando este chascarrillo. Pero constantemente agradezco a Dios la gracia de haber servido durante siete años en Tapauá. Fue mi gran “universidad”, donde aprendí y crecí como cristiano, consagrado y presbítero. Fue una experiencia muy importante para mí y muy feliz.

Me siento profundamente unido al pueblo de Tapauá, agradecezco a Dios estos cincuenta años de parroquia. Rezo por ellos para que Dios continúe bendiciéndolos con su gracia. También aprovecho la oportunidad para agradecerles esos años que estuve con ellos y que fueron muy felices. Como decimos aquí, en Brasil, estoy con “saudades” (nostalgia) de ellos y los llevo en mi corazón.

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