Resumen histórico, situación actual y testimonios personales de religiosos que han trabajado codo con codo y construido parte de su historia personal al servicio del pueblo tapauaense
Jesús Moraza Ruiz de Azúa (Araya, Álava, España, 1945) es agustino recoleto y obispo de la Prelatura de Lábrea desde 1994. Llegó a Tapauá con tan solo un año de ordenado y cinco de religioso, y allí residió. durante ocho años en dos etapas (1970-1975 y 1987-1989); además, entre 1975 y 1978 formó el equipo de atención del Purús y visitó las comunidades del área rural. Ha sido vicario parroquial, párroco, profesor, director de la Escuela Marizita y de las escuelas rurales, colaborador en el área sanitaria y primer organizador de las comunidades de base rurales.
Había ido a la Prelatura de Lábrea junto con otros seis voluntarios. Encontramos una extensión de más de 230.000 Km2 (casi la mitad de España) atendida por apenas cuatro sacerdotes, cinco hermanos maristas en la ciudad de Lábrea y cinco Misioneras Agustinas Recoletas dedicadas a la enseñanza también en Lábrea. Esa necesidad de personal motivó la carta del prior general Luis Garayoa a todos los religiosos en 1969, presionado por la Santa Sede. Yo era profesor de Primaria en el colegio San Agustín de Valladolid (España). Su lectura me impresionó profundamente y me sentí llamado. Tres días después me ofrecí voluntario con la expectativa de responder de la mejor forma posible, ayudando a cubrir aquella necesidad. Estaba de corazón abierto para hacer lo que fuese para servir al pueblo en todos los aspectos de la persona. Tapauá, al final del año 1970, tendría unos 1.000 habitantes en el centro urbano y unos 7.000 en la zona rural. Llegamos juntos Francisco Piérola, Miguel Ángel González y yo.
Mi conocimiento de la misión era muy superficial, apenas de acontecimientos extraordinarios como la muerte heroica del misionero Jesús Pardo salvando unos niños que se ahogaban en el río Purús, que marcó mi ideal misionero; y algunos relatos de nuestra revista de misiones con anécdotas, principalmente, de Isidoro Irigoyen. De Tapauá, en concreto, aún sabía menos.
Pronto me vi envuelto en necesidades de salud, educación y otros servicios asistenciales. Llegué a atender con Saturnino Fernandez el puesto de salud de Tapauá, y serví como profesor y director en una de las escuelas. Incentivamos el deporte e iniciativas de trabajo comunitario, como el club de madres. Puede que dejase mucho que desear en cuanto a realizaciones pastorales y vivencia religiosa, pero creo que el Señor también ha hecho buenas cosas conmigo. ¡Él sea alabado!
Uno de los hechos más notables fue la llegada de los Hermanos Maristas para dirigir la enseñanza de nivel medio, que iniciamos un año antes con algunas profesoras de Manaus. Acepté ser director de la escuela hasta que llegasen, y después colaboramos como profesores.
El pueblo consiguió un puesto de salud prefabricado que fue dirigido por Saturnino Fernández y en el que ambos actuábamos con algunas enfermeras. No había médicos.
Pero la mayor parte del tiempo lo dediqué a la pastoral y a las visitas a los ribereños del Purús y sus afluentes como el Tapauá, Cunhuã, Jacaré, o Itaparaná-Ipixuna. Esto requería de varios meses del año y me correspondió casi exclusivamente a mí, por ser el más joven. Algunas comunidades indígenas próximas nos exigían mayor cuidado por los conflictos frecuentes entre ellos y el resto de la población; éramos intermediarios por contar con la confianza de ambas partes.
Después de cinco años en la misión disfruté de las primeras vacaciones. En España creo que despertábamos cierta admiración por nuestro trabajo tan diferente en una región adversa, y llegamos a despertar el entusiasmo por la misión y la colaboración con la misma. Surgieron vocaciones para la Misión y ayudas económicas. En parte esto se ha mantenido, pero me da la impresión de que ese entusiasmo se ha ido enfriando. Nuestra fuerza está en el Señor que nos llama y nunca nos deja solos. Y creo que muchos hermanos nuestros nos revigorizan con su estrecha unión espiritual, junto al Señor de la mies, aun cuando nosotros lo descuidamos.
Mi familia me ha apoyado siempre, pues me ven trabajando directamente con los pobres y entre los pobres. Creo que les gusta verme así, aunque también les gustaría tenerme más cerca.
Hemos recibido ayudas de nuestras casas religiosas y otras instituciones para sostener proyectos sociales, principalmente los Centros Esperanza a partir de 1994. Antes las ayudas estaban más dirigidas a barcos, vehículos e instalaciones, así como combustibles, alimentación, etc.
En su mayoría, los habitantes de la parroquia, principalmente de la zona rural, son muy sencillos, sin preocupaciones materiales, con mucha resistencia a las adversidades y, en sintonía con la exuberante naturaleza, sedientos de conocimientos de todo tipo, acogedores y dispuestos a ayudar a quien se encuentra en dificultades. Una de las cosas que me cautivó fue la buena acogida del pueblo y su alegría, aun en situaciones de gran pobreza. Su receptividad y solidaridad conmigo y otros en momentos de dificultad ha sido cautivante.
No tuvimos dificultades en relacionarnos con ellos y, junto con ellos, reorganizar los servicios pastorales y sociales: catequesis, Apostolado de la Oración y Legión de María, que hasta hoy se mantienen, junto con muchas pastorales más actuales. También en lo social hemos podido contar con su estrecha colaboración.
Debo a Tapauá haber aprendido a vivir con sencillez, sin necesitar tanto para ser feliz, como decía san Agustín: “Es mejor necesitar poco que tener mucho”. Así es en la mayoría de nuestro pueblo, principalmente entre los ribereños. He aprendido a reconocer mis debilidades y ser más comprensivo con las debilidades de los demás. Esto me hace sentirme mejor como religioso, a perseverar en mi vocación. He aprendido a dar valor a los seglares, también en las actividades pastorales, y contar más con ellos en cuanto se relaciona al bien común. Hoy en nuestras parroquias tenemos más de 3.000 seglares comprometidos con el trabajo pastoral y social.
En este aniversario, pediría a los parroquianos de Tapauá que no pierdan sus valores cristianos, transmitidos de padres a hijos y por los misioneros que con ellos convivieron durante tantos años y en circunstancias tan difíciles. Que no se dejen engañar por las falsas promesas de prosperidad de la sociedad de consumo y de algunas iglesias recientes, que se aprovechan de su confianza y buena acogida; que sepan colocar límites a sus hijos y prevenirlos frente a dificultades futuras con mayor facilidad, sin caer en la dependencia de la bebida o de las drogas.
Y que reconozcan y mantengan la alegría del Evangelio de Jesús con sus actitudes de servicio y don de sus vidas en favor de los que más lo necesitan. ¡Y que cuenten siempre con mi unión a ellos en el Señor!
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ÍNDICE
- Introducción: Tapauá: 50 años construyendo Iglesia y Sociedad
- 1. Un mundo de dimensiones desorbitadas
- 2. Un hábitat difícil para el ser humano
- 3. Nace la Parroquia de Santa Rita
- 4. Y los Agustinos Recoletos se hacen tapauaenses
- 5. Medio siglo construyendo parroquia
- 6. La presencia en la región rural
- 7. Grandes periodos de ausencia o soledad
- 8. Las prioridades pastorales
- 9. La cuestión indígena
- 10. La cuestión educativa
- 11. La cuestión sanitaria
- 12. Solidaridad exterior
- 13. Testimonio: Jesús Moraza
- 14. Testimonio: Enéas Berilli
- 15. Testimonio: Francisco Piérola
- 16. Testimonio: Cenobio Sierra
- 17. Testimonio: Nicolás Pérez-Aradros
- 18. Testimonio: Luis Busnadiego
- 19. Testimonio: Juan Cruz Vicario
- 20. Testimonio: Francisco Javier Jiménez García-Villoslada