Mañaria, en el duranguesado vizcaíno, localidad natal de Victorino Capánaga.

A los 100 años de la profesión religiosa del agustino recoleto Victorino Capánaga, recordamos el legado de uno de los más importantes agustinólogos del siglo XX, que como pocos amó, comprendió, divulgó y vivió el carisma de Agustín de Hipona.

Victorino Capánaga tuvo esa aparente incoherencia propia de los genios. Aunque de algún modo revolucionó dentro de la familia agustiniana el estudio y conocimiento del santo fundador con unos criterios verdaderamente científicos y fue uno de los autores más prolíficos y con más proyección de la Orden de Agustinos Recoletos, todo lo hizo desde un silencio, una discreción que llegaba a timidez y una lejanía buscada y deseada de los grandes foros, congresos y encuentros; casi desde el anonimato.

Hasta fue frecuente en él publicar con seudónimos para ocultar su nombre: P. Artamendi, P. Aguirre, Victor Masino, Victoriano Menosa o simplemente con sus iniciales, V.C.

La vida de Victorino Capánaga Artamendi, en fechas

08/11/1897 Nace en Mañaria, Vizcaya, España.
1909-1913 Estudios humanísticos (equivalente a secundaria actual), San Millán de la Cogolla, La Rioja, España.
18/07/1913 Ceremonia de recepción del hábito de novicio, Monteagudo, Navarra, España.
19/07/1914 Profesión de votos temporales e ingreso en la Orden de Agustinos Recoletos, Monteagudo, Navarra, España.
1914-1916 Estudios filosóficos: Monteagudo, Navarra.
1916-1917 Estudios filosóficos: San Millán de la Cogolla, La Rioja.
19/07/1917 Profesión solemne o de votos perpetuos, San Millán de la Cogolla, La Rioja, España.
1917-1921 Estudios teológicos: Marcilla, Navarra.
19/02/1921 Recepción del orden del subdiaconado, Calahorra, La Rioja, España.
19/03/1921 Recepción del orden del diaconado, Pamplona, Navarra, España.
15/05/1921 Recepción del orden del presbiterado, Marcilla, Navarra, España, de manos del obispo José López Mendoza García.
1921-1926 Marcilla, Navarra. Profesor de Sagrada Escritura y Teología Dogmática.
1926-1930 San Millán de la Cogolla, La Rioja, profesor de Ética y Matemáticas.
1930-1932 Marcilla, Navarra. Profesor. Regente de estudios (1931-1932).
1932-1938 Roma, Via Sistina 11, entonces Curia General de la Orden de Agustinos Recoletos, consejero general. Postulador general (1935-1938). Profesor de Filosofía de san Agustín en la Universidad de Verano de Santander, España (1935).
1938-1941 Marcilla, Navarra, Profesor de Sagrada Escritura, Misionología, Teología Fundamental y Griego. Lector jubilado desde 1939.
1941-1943 Civita Castellana, Viterbo, Italia. Director del colegio San Nicolás de Tolentino.
1943-1950 Marcilla, Navarra, Maestro de profesos. Profesor de Teología Fundamental. Consejero del vicario provincial (1944-1946). Consejero provincial (1949-1950).
1950-1956 Roma, Via Sistina 11, Curia General de la Orden de Agustinos Recoletos, consejero general. Representante provincial ante el Capítulo General de 1950. Director y fundador de la revista Avgvstinvs (19/11/1954).
1956-1964 Residencia de Estudiantes, calle Cea Bermúdez, Madrid. Investigador. Consejero provincial (1957-1961). Representante provincial ante el Capítulo General de 1962.
1964-1983 Residencia San Ezequiel Moreno, Parque de las Naciones, Madrid. Investigador.
01/08/1983 Muere recién llegado de viaje en Marcilla, Navarra.

 

Su vida personal, su día a día, por tanto, carece hasta de relieve. Estuvo siempre llena de silencios, no le gustaba figurar, ni presumir, sino que en su plan de vida estaba ser un religioso más, silencioso, trabajador, sencillo y bondadoso de corazón. El lema agustiniano de “Ciencia y Caridad” se materializó en una vida “recoleta”, o sea, recogida, de oración y trabajo.

Nació el 8 de noviembre de 1897 en Mañaria, una aldea vizcaína cercana a Durango y a los pies del monte Urkiola, uno de los parajes vascos por excelencia. Un lugar de vida tranquila y profunda religiosidad del que habían salido y saldrían en los años siguientes varios agustinos recoletos, emparentados de una u otra forma entre ellos. Tío de Victorino era Bruno, fraile que posiblemente hizo nacer en nuestro protagonista el deseo de ser religioso agustino recoleto.

Su familia vivía en el caserío Markue, colindando con Itzurza. Sus padres, Manuel y Juana, eran labradores que alquilaban tierras y tenían un pequeño rebaño de ovejas. En casa eran siete hermanos, que aprendieron a hablar castellano en la escuela local, porque la lengua vehicular en casa era el euskera.

Victorino fue durante toda su vida un amante de su tierra, aunque vivió fuera de ella desde los doce años e incluso perdió su capacidad de expresarse en su lengua materna, como él explica:

“Mi euskera no pasaba de ser un pobrísimo bagaje de habla familiar, sin raíces apenas. Yo apenas había visto libros en euskera ni apenas había leído casi nada. De gramática, ni una palabra. Y desde el año 1909 hasta 1921 no pisé mi tierra natal. Y, cuando lo hice para celebrar mi primera misa entre los míos, en mayo de 1921, ya se puede figurar mi vergüenza al presentarme a mis familiares sin hablar su lengua. Recuerdo que lloraba una hermana mía que no sabía castellano. (…) Algunas frases de vascuence todavía vivían en mi corazón y en la memoria, y acudían luego a mi boca”.

Todo ello agravado por el hecho de que la normalización lingüística del euskera fue muy posterior, y hasta ese momento más que un euskera había muchos dialectos de la lengua vasca. “El vascuence que se hablaba en mi pueblo estaba muy contaminado: lo he visto y comprobado más tarde en mis viajes a mi tierra”. Una dificultad más que posiblemente impidió que su afán por estudiarlo no se llegara a concretar.

A partir del Concilio Vaticano II el uso de lenguas vernáculas en la liturgia sí le permitió, al menos, celebrar la eucaristía en su lengua materna: “De todos modos, tengo la satisfacción de poder celebrar la santa misa en la lengua que me enseñó mi madre y en la que aprendí las primeras oraciones”.

A. “Agustín me agarró de la mano para no dejarme nunca”

De tal modo se manifestó pronto el deseo de ser agustino recoleto, que en 1909, cuando está cumpliendo doce años de edad, ingresa en el colegio apostólico o seminario de la Orden de Agustinos Recoletos en San Millán de la Cogolla (La Rioja, España). Allí estudia lo que entonces se denominaba humanidades, que incluía las materias escolares habituales junto con el latín y la introducción a la filosofía.

En San Millán se produce su primer encuentro con Agustín de Hipona, mediante la lectura de las Confesiones: “En San Millán es donde se desarrolló mi inteligencia con el estudio del latín y de las humanidades y donde recibí el impacto de san Agustín, con la lectura de las Confesiones. Yo no sé qué entendería entonces de aquel libro maravilloso, pero es cierto que san Agustín me agarró de la mano desde aquella primera lectura para no dejarme nunca”, escribe años después.

Victorino siguió adelante con su proceso vocacional y formativo. En 1913 entra en el convento noviciado de Monteagudo (Navarra) y tras el año de noviciado profesa en la Orden el 19 de julio de 1914. El noviciado es una experiencia más vital y espiritual que intelectual, donde se practica la vida de comunidad y la formación se centra en el propio carisma, historia, espiritualidad y legislación interna de la Orden.

Desde 1914 a 1921 va completando la formación académica filosófica y teológica en las casas de formación de San Millán de la Cogolla, Monteagudo y Marcilla, todas ellas geográficamente cercanas. Es en Marcilla, en 1919, con 22 años de edad, donde publica su primer trabajo, dedicado cómo no al santo de Hipona: “El racionalismo y la conversión de san Agustín”. El fin de esta primera parte de su formación se sitúa en 1921, cuando es ordenado sacerdote.

Sus dotes intelectuales, un físico de apariencia débil y enfermizo y un carácter tímido y austero fueron posiblemente los criterios que animaron a sus superiores a encuadrarlo en su nueva dedicación, que será precisamente el estudio. Mientras sus compañeros de curso salen a misionar por el mundo, a atender parroquias o al contacto directo con la gente, a él le invitan a quedarse en el mismo convento de Marcilla para ejercer el papel de lo que entonces se denominaba “Lector”, es decir, el título oficial que le habilitaba para la enseñanza de la Filosofía y la Teología.

B. El profesor

Como profesor tuvo que explicar diversas asignaturas, desde Ética y Matemáticas a sus alumnos más jóvenes, hasta Sagrada Escritura, Misionología, Teología Fundamental, Teología Dogmática o Griego a los alumnos más avanzados. En varias ocasiones fue Regente de Estudios, que era la persona encargada de preparar los planes de formación de los nuevos religiosos.

También en esta época comienza su actividad literaria, centrada en quien “le había agarrado de la mano” en su adolescencia. Durante once años enseña en Marcilla y en San Millán de la Cogolla.

Marcilla será uno de los lugares donde aproveche para dejar a la posteridad muchas de sus obras, con un trabajo intenso que incluye las clases, la formación humana y espiritual desde la cercanía como maestro de profesos, la dirección de estudios del noviciado de las Concepcionistas que hay en la localidad, escritos sobre san Agustín, meditación y redacción de la obra sobre San Juan de la Cruz, preparación de los primeros volúmenes de las obras de san Agustín de la BAC, sermones en los pueblos cercanos, conferencias en el seminario de Pamplona…

Sus alumnos, algunos de los cuales nos han dado su testimonio y cuyas colaboraciones aparecen íntegras al final de este reportaje, recuerdan de él una “sencillez acogedora y una suave atmósfera de comprensión”. Las aulas siempre eran de tipo “magisterial”, propias de la época, aunque sin pretensiones de “maestro”. “Sus clases resultaban interesantes, aunque su expresión era un tanto descuidada y el orden de las palabras quedaba interrumpido” por frecuentes disquisiciones.

Eran sus escritos los que resultaban más provechosos a los alumnos, aunque a veces necesitaban leerlos un par de veces para sacar toda la enjundia a un texto en el que las ideas se agolpaban a borbotones.

C. Un seminario víctima de la II Guerra Mundial

El año 1932 Victorino ya tiene un renombre dentro de la Orden, conseguido por su trabajo callado y dedicado en las aulas y en la preparación de los religiosos. Por ello el Capítulo General de ese año lo nombra consejero general, con el objetivo de apoyar y dar su opinión en los asuntos de gobierno de la Orden de Agustinos Recoletos.

Mantuvo este cargo hasta 1938, pues un sexenio es lo que dura un gobierno de la Orden según sus leyes, hasta la celebración de un nuevo Capítulo General. Aunque volvió a la enseñanza en Marcilla, tres años después, en 1941, se le envía al seminario que la Orden había abierto un año antes en Civita Castellana, en la provincia de Viterbo, Italia, a poco más de 80 kilómetros al norte de Roma.

En 1944 finaliza la aventura del único seminario italiano recoleto en toda la historia de la Orden (1941-1944). Italia es en esos años uno de los territorios más activos de las batallas de la II Guerra Mundial: las tropas aliadas entran por el sur, Alemania ocupa el norte y Mussolini tiene que ser liberado por paracaidistas del III Reich.

Además la Orden no llegó a tener una implantación muy definitiva fuera de Roma por existir en Italia una orden de la familia agustiniana con un carisma parecido, los Agostiniani Scalzi, nacidos en 1592 en la misma Italia (los Recoletos nacieron en España en 1588).

Era un seminario pequeño, y durante el tiempo que residió Capánaga en él había nueve seminaristas; no era posible admitir más por falta de espacio. Llegó el 23 de noviembre de 1941, aunque había sido nombrado director el 12 de marzo; la guerra impidió su traslado inmediato.

De hecho, el 30 de abril de 1942 se envió a los nueve estudiantes a sus casas, dado que la Provincia de San Nicolás de Tolentino no podía hacer frente a las dificultades económicas impuestas por la guerra mundial. Se conservan aún las cartas enviadas por Capánaga al gobernador del Banco de Italia pidiendo ayudas “aunque sean modestas” para poder mantener esta obra educativa.

Durante buena parte de la estancia de Victorino en la comunidad tan solo hubo tres religiosos y un aspirante a religioso hermano, que llegó a ser el único italiano miembro de la Orden hasta su fallecimiento en 1995.

Victorino dejó la casa con los últimos religiosos el 22 de septiembre de 1942 y firmó de su puño y letra la última entrada en el libro de memorias de la comunidad. También su firma es la que avala por parte de la Orden de Agustinos Recoletos el contrato de alquiler de los terrenos del pretendido Seminario San Nicolás de Tolentino a un vecino de Civitá Castellana una vez que los religiosos lo abandonan, para nunca más volver. La expansión de la Orden en Italia había sido una víctima más de la terrible guerra.

D. Vivir de casualidad

De nuevo será nombrado consejero general entre 1950 y 1956. Durante esta época se produce una de las anécdotas curiosas y que marcaron su carácter. Por su cargo de consejero general es enviado a Filipinas en 1952 para realizar la visita oficial a las comunidades.

Uno de los traslados que realizó fue de Manila a Baguio. Son 250 kilómetros por carretera; en aquel tiempo más de siete horas de desplazamiento; y menos de una hora en avión. La ida se hizo como estaba prevista, en autobús. La vuelta estaba programada en avión.

Pero Victorino es una de esas personas curiosas que quiere conocer lo más posible, y las ventanillas del avión solo muestran nubes mientras que las del autobús hablan de gente, calles, vida del pueblo y escenas costumbristas; nuestro fraile también tiene su “chispazo testarudo”: para desesperación de su compañero de viaje, insiste hasta tal punto que éste cede en volver de nuevo a Manila en autobús.

El 30 de marzo de 1952, el vuelo de Philippine Air Lines de Baguio a Manila se estrelló durante el despegue. El Douglas DC-3 PI-C270 chocó contra algún objeto en la carrera hacia el cielo, las ruedas se rompieron, y fallecieron diez de las 29 personas que iban a bordo. Otras fuentes hablan de trece fallecidos. Y cuando Victorino describe el hecho en una carta, indica que fue un choque directo del avión contra una montaña a causa de la niebla y sin supervivientes. Posiblemente la información que a él le había llegado en un momento sin la facilidad actual de comunicaciones.

El caso es que Victorino estaba convencido de que “mi compañero y yo salvamos así la vida. Para mí esta anécdota encierra un recuerdo inolvidable”. Desde entonces siente que ha nacido “una segunda vez”, lo que da un impulso psicológico e interior a su propia labor, lo que él considera su tarea pastoral: saber, conocer, escribir y divulgar a san Agustín.

E. De las aulas a la investigación

Tras el sexenio como consejero general en Roma de 1950 a 1956, es enviado a Madrid, a una nueva comunidad surgida con el deseo de animar los estudios de los religiosos, su contacto con el mundo universitario y la presencia urbana de una Orden que había tenido hasta entonces un marcado carácter rural.

Su nueva comunidad consta de una gran parroquia, con su iglesia de Santa Rita, que será una de las grandes atracciones del Madrid de esa época por su belleza y la esmerada atención a los fieles, y de una gran residencia para religiosos que llevan a cabo estudios superiores en distintas facultades de Madrid, la residencia Augustinus.

Allí permanece hasta la apertura por parte de la curia general de una casa destinada casi de modo exclusivo a la investigación sobre san Agustín, la hoy residencia San Ezequiel Moreno, situada a tan solo diez minutos andando de su anterior casa, en el Parque de las Naciones, un complejo residencial junto a la madrileña calle de Guzmán el Bueno.

Los alrededores de la Plaza de Cristo Rey y de la Ciudad Universitaria de Madrid, una zona llena de facultades y de residencias universitarias, será el hogar de Victorino ya hasta el final de su vida.

Su cometido será ya de por vida el estudio y difusión del pensamiento agustiniano en una labor de despacho, de muchas horas de lectura y escritura. Además toma en sus manos un nuevo reto: la fundación y edición de una revista centrada en san Agustín, de carácter científico, que ocupe un importante vacío existente en el estudio del santo de Hipona en lengua española. La ocasión para que la Orden decidiese fundar tal revista la dio el XVI centenario del nacimiento de san Agustín en 1954. Esta revista continúa viva, Avgvstinvs.

Huyó con frecuencia de “aparecer” ante el mundo y el resto de investigadores. Fue refractario a los Congresos, no tenía grandes capacidades oratorias (“tenía una voz monótona y era fácil distraerse”, dice uno de sus alumnos), no participa de esa parte pública que tiene todo investigador especialista en un área concreta.

Pocos son los congresos a los que asistió, como el III Congreso Internacional de Estudios Patrísticos de Oxford, tras el que se dirigió casi en peregrinación hasta Littlemore, la localidad donde había vivido el Cardenal Henry Newman, uno de sus personajes inspiradores. Por otro lado, aunque conocía varias lenguas cultas, no las dominaba en su expresión hablada, lo que le limitó mucho a la hora de participar en grandes eventos internacionales de Agustinología.

Esta timidez le ocasionó uno de los momentos más tensos de su vida, cuando los editores de la Enciclopedia de Filósofos Españoles le piden un artículo biográfico para ser incluido en ella. El calificó todo este proceso como “apuro”, hasta el punto de que pide a José Oroz, que fue discípulo y era en ese momento compañero en la edición de la revista Avgvustinvs y en la labor investigadora, que escriba dicho artículo.

Como escritor se atrevió prácticamente con todo: gruesos volúmenes monográficos, artículos científicos de gran calado y reflexión, columnas de opinión en prensa diaria para el público general, hasta poesía en medios internos de su provincia religiosa. Su vida tradujo a la realidad aquel dictado de Plinio, “ningún día sin una línea”, y hasta cuando estaba enfermo internado en el hospital aprovechaba para dar rienda suelta a su creación poética.

Una de sus costumbres más comentada entre los religiosos fue la profusión de pequeñas notas escritas en cualquier papel que rodeaban su escritorio y hasta su lecho cuando no dormía. Algunos de ellos sabían que había un libro en marcha según el número de papeles dispersos. Notas que, él mismo decía, solo entendía él. Tras su fallecimiento todo este material no pudo ser usado para reconstruir algún tipo de escrito post-mortem.

Pero nunca fue, y esto debe subrayarse, el típico “estudioso científico desapasionado y objetivo”, especulador frío o manipulador de fórmulas. Al contrario, era un forofo de Agustín, un devoto profundo del santo, un imitador de su padre espiritual y carismático. Lo estudiaba mucho, lo leía siempre, pero le rezaba más. Y vivía con intensidad su carisma y enseñanzas.

Desde diciembre de 1977, Victorino Capánaga dirige varias cartas al prior general y su Consejo presentando su renuncia a la dirección de la revista Avgvstinvs. A consulta del propio Consejo General, aconseja que sea José Oroz, su colaborador durante muchos años, quien asuma la dirección de la revista.

“Me veo obligado ya por mis años, y sobre todo por un asma grave que me está afectando con muchas molestias, a dejar la dirección de Avgvstinvs, de la que me hice cargo en 1956”. También es consciente de su edad, y recuerda en sus varias cartas de renuncia enviadas a Roma que ya es octogenario.

A los años y al asma se añade lo que sufre su sentido de la vista, hasta el punto de que en 1982 se le concede un permiso especial para celebrar siempre la misma eucaristía votiva de la Virgen, probablemente porque sabía los textos y oraciones de memoria: “después de la operación de cataratas, resulta que no puedo leer sino letras de grandes titulares”.

Había reducido mucho la “velocidad” de su producción. Le era necesario usar una lupa de grandes dimensiones para la lectura. “Yo creo que ya mis ojos se van cerrando a esta vida. Lo único que siento es no poder seguir trabajando”, escribe. Pese a esas circunstancias, termina tres artículos que ya tenía esbozados sobre los salmos, sobre una de las figuras que más admiró, el Cardenal Newman, y otro artículo, homenaje a Pedro Sainz Rodríguez (1897–1986), escritor, filólogo, bibliógrafo, editor y político español.

Uno de los consejos en que más insiste es no dejar que la revista se haga “generalista” y tenga siempre como asunto central y único el estudio de san Agustín. Había cierta tensión, o al menos él así lo entendía, de que hubiese “una mayor apertura en la revista para otros temas que la hagan más actual y más variada. Pero estoy seguro que si se da pie a la apertura se dejará a san Agustín de lado. La revista debe estar en manos de un agustiniano de veras”, indica.

Él mismo había sido un ejemplo de ese agustiniano de veras: “Ciertamente hablar de Victorino es hablar de san Agustín. A ello dedicó sus mejores esfuerzos. Autodidacta, envidiable por su tenacidad, supo construirse su propio nicho entre los preclaros conocedores de Nuestro Padre”, dice el oficio que anunciaba su fallecimiento a todos los religiosos.

F. Avgvstinvs

Agustín de Tagaste, obispo de Hipona, en vida, era para todos Augustinus, su nombre latino. De aquí han derivado el castellano Agustín, el catalán Agustí, el gallego Agostiño, el portugués Agostinho, el italiano Agostino, el inglés Augustine o el chino 希波的奥古斯丁.

El nombre propio en que era llamado por su madre y la grafía latina con que se escribía en la época eran la mejor carta de presentación para uno de los principales legados de Victorino Capánaga: la revista Avgvstinvs.

La carta de presentación de la revista publicada por Capánaga en el primer número de enero-marzo de 1956 es toda una declaración de intenciones y un perfecto resumen del legado agustiniano que este agustino recoleto ha dejado a todos.

“Hemos estampado el nombre de AVGVSTINVS en la portada porque es cifra de entendimiento y voluntad, de fe y amor, de gracia y libertad.

Lo hemos conservado en latín porque es la lengua en que san Agustín dispensó a Occidente la riqueza de sus palabras, la intuición de las verdades, la intimidad de su corazón. Y porque así le conocían sus fieles, y con ese nombre le bautizó para su Dios el llanto de su madre y para la Iglesia el agua sacramental.

Hemos preferido ese nombre porque en el ámbito de sus sílabas, en la emotividad de su expresión, parece como si se encontrara renovado el hombre moderno que no acaba de saber ser hombre, olvidado como está de Dios. De un Dios que no quiere olvidar a quienes tanto trabajo, cruz y amor le costaron.

La Revista nace con una firme voluntad de servicio, con un decidido y noble anhelo de cooperación intelectual y moral.

Al poeta pagano, nada de lo que fuera humano le era ajeno; a san Agustín, nada de lo que fuera divino le era indiferente. Y lo más excelsamente divino que en el hombre mora, el espíritu, la gracia, la libertad, merece un trato exquisito de amor, un esclarecimiento natural y sobrenatural, una revelación intelectual y cordial. Solo cuando ama piensa verdaderamente en el hombre.

Y pensar con verdad, ¿qué otra cosa es sino una forma sublime de amar? Solo el amor es eficiente; solo por él el hombre se salva de la nada; solo él —amor de caridad— perdurará en el hombre cuando le haya rendido el favor de su confesión y la esperanza se haya encontrado en el consuelo de su posesión.

La Revista ofrece sus páginas a todos los que se sientan peregrinos de la verdad en verdad, a quienes han llegado al convencimiento de que se puede pensar, escribir, vivir y amar según Dios. Y desea que lleguen esas páginas a quienes no aciertan a romper los diques que les contienen en la especulación según el mundo.

Quienes van a la verdad con entendimiento de amor —camino sin más cerco que la luz vertical que ilumina el camino— encontrarán en AVGVSTINVS admiración. Desde este primer número solicitamos su pluma. El Dios de san Agustín, Cristo, asiste con su luz, con su gracia, con su amor, a quienes se convierten con la aurora, mantienen el día con el alimento de sus palabras y hacen de la noche espejo de meditación y de silencio.

AVGVSTINVS no es, no quiere ser, un púlpito; tampoco un escenario. Aspira a transformar lo artificioso, a preparar una comunión en la verdad como aspiración sincera y hondamente sentida. Las palabras son vanidad, por armonioso que sea su sonido, si el Maestro de la Verdad no las levanta de significado en el secreto del alma. Y ser juez de este proceso divino no es oficio de hombres, sino prerrogativa de Dios.

El pensamiento de san Agustín, su presencia, actualidad , vigencia y efectividad será particular empeño en la Revista. Pero AVGVSTINVS entiende que la Historia es presencia en la continuidad, que en la Historia lo único que no pasa es la palabra inmarcesible de Cristo, que lo único que no se fatiga es la paciencia amorosa de Dios.

A nadie extrañe, pues, si en la revista se recrean temas, se plantean problemas, se describen rumbos, se someten a consideración las orientaciones en que el hombre moderno se debate. Como tampoco será ajeno a nuestros oficios el ambicioso propósito de contar a una frase sus letras, sorprender su ritmo o sorber su aliento.

Con humildad y sencillez comenzamos. Era decoroso seguir el ejemplo que otros, hermanos nuestros en la fe y en la confesión, nos han dado. Se nos antoja que se la mejor manera de aplaudirlos.

Era de conciencia saltar a una arena en que otros, disidentes en la fe o menospreciadores de ella, gesticulan o combaten. Se nos ocurre que es la manera gallarda de entablar diálogo.

Para uno y otro empeño —para cooperación con los hermanos en la fe y para dialogar con los alejados o con los indiferentes— solicitamos en audiencia de buena voluntad y rectitud de intención, palabras de inspiración agustiniana.

Si logramos nuestro propósito, el XVI Centenario del natalicio de san Agustín habrá rendido en España uno de sus más deseados y perdurables frutos.

G. Y descansó a los pies de Jesús y de sus hermanos santos

El 23 de julio de 1983, Victorino escribe: “Pienso pasar el mes de agosto en Marcilla. Quiero descansar un poco, pues estos últimos días estoy viendo que me fatigo mucho y las fuerzas me van fallando. Sea lo que Dios quiera”.

El 1 de agosto de 1983 se pudo sentir lo bastante fuerte como para hacer un viaje en coche de 332 kilómetros, desde su comunidad en el Parque de las Naciones de Madrid hasta el convento de Marcilla, en Navarra. Aunque los días anteriores los había pasado fatigado, la oportunidad de aprovechar un viaje directo en vehículo privado le hizo animarse para empezar sus vacaciones.

Nada más llegar al convento de Marcilla, dos jóvenes religiosos del convento deciden ayudarle a llegar hasta la zona residencial del monasterio, en un segundo piso, subiéndolo sentado en una silla. Había que pasar por un lugar conocido entre los religiosos como la “escalera real”, pues durante la tercera guerra carlista el rey Alfonso XII visitó el convento de camino al frente y subió por esta escalera.

En el primer descansillo hay una estatua sedente del Corazón de Jesús, y las paredes están llenas de cuadros de santos de la familia agustiniana. Al pasar junto a la estatua del Corazón de Jesús, estos dos religiosos, entonces jóvenes profesores del centro de estudios teológicos (Santiago Marcilla y Francisco Javier Lizarraga) vieron apagarse la vida de Capánaga, a consecuencia de un paro cardíaco.

Iba a iniciar unas vacaciones, que se convirtieron al final en las vacaciones perpetuas junto a Dios. Murió a los pies del Corazón de Jesús, rodeado de hermanos que ejercían el preciado bien del amor fraterno con él mismo, y de los santos y beatos hijos e hijas de aquel por quien Victorino se había quedado prendado desde su infancia: san Agustín.

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