Serafín Prado, cuando era ya miembro de la comunidad formativa de Marcilla.

El agustino recoleto Serafín Prado (1910-1987) fue, según señala una placa en su casa natal de la localidad riojana de Estollo, «mantenedor de altos valores, maestro de teología dogmática y espiritual, educador y modelo de dos generaciones de agustinos, cantor de la Virgen de Valvanera y de San Millán a quienes llamó el amor de sus amores, orador y poeta siempre».

Son más de 40 los poemas que dejó Serafín Prado escritos. Varios de ellos han sido objeto de publicación en diferentes revistas y boletines, y recientemente han quedado plasmados en una única obra, Mirada azul: Serafín Prado, poeta de la luz y el color, accesible gratuitamente por Internet.

En esta obra, han sido publicados por orden cronológico de creación, desde los primeros más recargados estilísticamente hasta su obra de madurez, cercana a la “poesía pura”. Presentamos aquí unos pocos representativos, junto con una división temática y estilística general que los clasifica. También aquellos que han sido musicalizados y, en algunos casos, interpretados por coros diversos.

A. A las madres

La madre cristiana. El primer poema que conocemos de Serafín Prado fue escritocuando aún era un joven profeso, por invitación de sus profesores para ser publicado en la revista homónima que los agustinos recoletos acababan de fundar en Venezuela un año antes, en 1927; en esta misma revista publicará muchas de sus composiciones. En este poema la estampa dolorida de Mónica, la santa madre de Agustín, madre ejemplar, es evocada en toda la dramática lucha por lograr la conversión de su hijo a la vida cristiana. Es clara la influencia romántica sobre el joven vate.

Ofrenda. Escrito en 1940, durante su estancia en Venezuela, para pintar, idealizando, el retrato muy romántico y modernista de la mujer cristiana, especialmente convocada al Congreso Eucarístico Nacional. Como Dulcinea tuvo un don Quijote enamorado y soñador y comprometido con la empresa más noble, así las novias cristianas deben esperar que un día se hará realidad el sueño de encontrar un esposo cristiano, “caballero del antiguo honor”. Los recursos poéticos beben, como siempre, de múltiples referencias literarias, en esta ocasión especialmente en el Rubén Darío de “Letanía de nuestro señor don Quijote” y de “Sonatina”.

— Ofrenda

A las mujeres católicas de Venezuela, con motivo del próximo Congreso, con los mejores augurios de éxito.

I

Dejando aquel día la paz de la aldea,
princesa de encanto, salió Dulcinea
de su antiguo alcázar, de su íntimo hogar.
Su casa dejando quieta y sosegada,
al aire de afuera salió denodada,
clarín de hermosura por todo el lugar.

Llorando al más noble de los caballeros,
llevaba en sus ojos como en dos luceros,
la luz extraviada de ansiosa ilusión.
Por entre un burlesco reír de villanos,
pasó con su angustia llevando las manos,
igual que un escudo sobre el corazón.

Ayer al palacio llegó un mensajero,
y era su mensaje: “Murió el caballero,
murió peleando; cayó junto a mí;
la flor que adornaba su altiva cimera
me dijo, muriendo, que a vos la trajera:
teñida en su sangre, señora, hela aquí”.

¡Murió el caballero leal de leales!,
el enamorado de los ideales,
corazón florido de rosa y laurel.
De todo lo noble buscaba el camino,
de todos los sueños él fue el peregrino,
al trote cansino del flaco corcel.

II

También tú has salido, mujer valerosa,
(por único aliento tu fe generosa).
Tu voz en la noche, la voz de un clarín.
Mas tiene un acento de melancolía:
¡que en la tierra hidalga ya no hay hidalguía
y en vano preguntas por tu paladín!..

Las nobles espadas no encuentran ya manos;
triunfan los yangüeses, ríen los villanos;
¡murió el caballero del antiguo honor!
Cautiva está el arca de las tradiciones.
Mas se han conjurado vuestros corazones;
¿Quién podrá venceros, si es vuestro el amor?

Las manos tendidas, marcháis animosas.
¡Benditas las manos floridas de rosas,
de rosas de amores y rosas de paz!
Mujer, que Dios salve tan santo decoro;
y guarde tu pecho como un cofre de oro
el fino tesoro de tu caridad.

¡Honor a tu brío, mujer denodada,
que anuncias al viento tu santa cruzada,
por únicas armas la fe y el amor!
Es tu alma tan dulce, tan pura y tan bella,
que llevas en ella la luz de una estrella,
como sobre el pecho la luz de una flor.

Ornato del mundo, bendita tú eres,
igual que la Virgen entre las mujeres.
¡Que Dios hoy bendiga tus pasos, mujer!
Que sea tu ruta de Cristo la estela,
que prenda en los cielos de tu Venezuela
la luz triunfadora de un amanecer.

Florezca en la patria feliz primavera;
haced en las almas la gran sementera:
¡Venid, sembradoras de luz y de amor!
Poned en la noche temblores de aurora,
y haced del desierto la selva sonora
que cante un hosanna de gloria al Señor.

¡Mujer, Dios bendiga tus empresas santas!
Mis versos floridos los dejo a tus plantas,
como un dulce augurio del día de luz,
del día en que vuelva la vieja hidalguía
y salte al palenque la caballería,
banderas al viento, y al pecho la cruz.

Y habrá caballeros, princesa encantada,
que rompan valientes, a golpes de espada,
el encanto brujo del viejo Merlín;
de nuevo a tus plantas vendrán al Toboso,
vendrán impetrando perdón generoso
gigantes vencidos por tu paladín.

¡Miradlos, miradlos! Allí, en lontananza,
tropel de cristianos jinetes avanza.
¡Arriba en las almas la gran ilusión!
¡Vivid la florida, dorada esperanza!
que, en ristre la lanza, desnudo el acero,
vendrá el caballero
que espera en angustia vuestro corazón.

B. Cantos

Canto al convento de San Millán. Lleva como lema las palabras del salmo “Qué deseables, Señor, son tus moradas” (83,2). Serafín, joven -cuenta 18 años-, nacido y criado en el valle de San Millán, ha ingresado en el monasterio y en él ha madurado su vocación; tras un año de noviciado en Monteagudo, retorna al cenobio emilianense.

En 1928 la comunidad de San Millán quiso solemnizar el cincuentenario de su presencia en el monasterio. El 30 de diciembre se celebró una concurrida velada en la que se premian los trabajos del concurso literario. Con múltiples y variados recursos, sorprendentes por su madurez, el joven poeta se lanza en una cabalgada histórica a rememorar sus avatares: las horas gloriosas de vida monástica de los hijos de san Benito, la Ilustración y revolución con sus promesas de libertad, la exclaustración, la soledad amarga y ruinosa y la llegada de los agustinos recoletos.

Canto a la provincia de San Nicolás de Tolentino. También este canto, coetáneo del anterior y similar en muchas características, lo compone el poeta con ocasión del centenario del convento de Monteagudo (Navarra, España), donde fray Serafín había profesado a los pies de la Virgen del Camino en setiembre de 1926.

El convento de Monteagudo se había fundado en 1829 y providencialmente se había salvado en la desamortización de 1835. De esta forma pudo seguir subsistiendo la provincia de San Nicolás de Tolentino, que más adelante revitalizará después a la de Nuestra Señora de la Candelaria, en Colombia y alumbrará la de Santo Tomás de Villanueva.

A san Agustín en el centenario de su muerte. En agosto de 1930 se rememoraba el decimoquinto centenario de la muerte de san Agustín con múltiples celebraciones. Fray Serafín no podía faltar y siente de nuevo su vena épica para cantar al santo que su Orden considera como padre. En estrofas vibrantes ensalza la gloria del inmortal santo y escritor, aclamado por los siglos; aunque se siente pequeño ante tanta grandeza, ansío que mi voz, como una nota / se pierda en ese colosal concierto.

Los dos peregrinos. Con el mismo motivo del centenario de san Agustín, en un estilo declamatorio y con estrofas exclusivas de la épica -la octava real-, el poeta presenta al hombre moderno, maldito y desterrado, sin fe, sin esperanza alguna; su errante paso / lo dirige la fiebre de un anhelo. También Agustín erró y sintió la misma fiebre abrasadora, pero en sus Confesiones abrió un camino abierto a la luz y la esperanza.

A la Purísima Concepción. Largo poema de ritmos marcados y vivas sonoridades para ser declamada vibrantemente sobre el escenario en una de las veladas celebradas en Marcilla en ocasiones solemnes. En 1926 el recién elegido padre general de la Orden, el hoy beato Vicente Soler, decidió –como acto capital de su breve gobierno– consagrarla a María. Así lo hizo el 8 de diciembre de dicho año: “Os consagramos y ponemos en vuestras manos, Señora, nuestra amada Orden”.

A los tres años, recordando este entusiasta gesto rubricado por todos los religiosos, fray Serafín evoca dicha consagración, con acentos felices en el homenaje que la comunidad de Marcilla organiza en honor de los jóvenes que van a ser ordenados sacerdotes –que bendigas a estos hijos que te imploran / y hoy comienzan la subida de las gradas del altar– y del superior mayor que los visita, misionero en tierras americanas –Y bendice, madre mía, al prelado bondadoso, / al que ha sido de tu nombre misionero tan celoso, / que de América en las pampas con sudores lo escribió–.

— A San Agustín en el XV Centenario de su muerte (430-1930)

I

Crucé los altos montes de la historia,
bañados de la gloria
de quince siglos en las rojas lumbres;
y sólo distinguí de las pendientes
rumores de aletazos en las cumbres
y regueros de luz en las vertientes.

Luminosos regueros de chispazos,
vibrantes aletazos,
cual rastros de otros soles que se hundieron
en el frío occidente de la historia
y de águilas heridas que murieron
encima de los riscos de la gloria.

Todos, todos envueltos en sudario
de olvido funerario
se perdieron, cual rápidos vestigios;
sólo brilló radiante tu figura,
que se agiganta al paso de los siglos
del negro olvido en la siniestra hondura.

¡Los he visto caer en el ocaso!
Sólo tú, abriendo paso,
entre apagados soles te levantas
y en meridiano eterno te sostienes,
por escabel la historia ante tus plantas,
y el cielo por diadema de tus sienes.

II

¡Ha quince siglos! África tostada
junto a la mar sentada
lloraba su dolor y su agonía,
y en el límite azul de oriente incierto
te vio brillar y floreció aquel día
con floración espléndida el desierto.

Y atónita la tierra estremecida,
hacia África encendida
volvió los ojos con afán de muerte,
tras un signo de paz y de bonanza,
y cual faro en la negra noche al verte
te saludó cual sol de la esperanza.

¡Aquel mundo moría…! Repetidos
sonaban los graznidos de los buitres germanos
que en bandadas
se posan sobre el mudo cementerio
y ruinas en montón que ensangrentadas
cubren ya la extensión del gran imperio.

Empujadas por Dios ya se desploma
la moribunda Roma,
y, hecho jirones su glorioso manto,
cayó bajo un montón de escombro y ruinas
y mudo contemplaste con espanto
la muerte de las águilas latinas.

Bajan del septentrión frías tinieblas,
y los coros de nieblas,
como sombras de noche se han posado…
¡Pero brillaste tú sobre la altura,
sosteniendo en tus manos levantado
el pendón de la fe y de la cultura.

Del Dios de la verdad soplo potente,
bajó sobre tu frente
y tu alma iluminó en radiantes lumbres,
en un sangriento resplandor de gloria,
e, inmenso reflector sobre las cumbres,
alumbraste las vías de la historia.

Todo, todo rodaba en desconcierto
sobre el abismo abierto;
mas la Ciudad de Dios se alzó atrevida
sobre aquel mundo infiel que se derrumba:
¡La empresa colosal fue de tu vida
poner el epitafio de su tumba!

¡Y salvaste aquel mundo! Con asombro
sobre el montón de escombro
plantar te vieron el pendón de Cristo…
Y hoy que la humanidad herida llora,
¿volver no te verá…? ¡Sí! Ya te ha visto
resplandecer con resplandor de aurora.

Sobre la blanca espuma del estuario
con luz de centenario
hacia el mundo radiante te adelantas
entre vagos incendios de arreboles
y dejas como huellas de tus plantas
una sangrienta inflamación de soles.

III

En el raudo corcel del pensamiento,
más rápido que el viento
atravesé con loca ligereza
los dominios ilímites del hombre,
buscando una corona de grandeza
que digna fuese de tu ilustre nombre.

Vi el desierto que mudo se extendía,
mientras sobre él se abría
la comba prolongada de los cielos,
y el monte coronado por las rocas
que en fiebre de titánicos anhelos
hunde en las nubes sus nevadas tocas.

Encima de las cumbres giganteas,
como rojizas teas,
se coronan de llamas los volcanes,
salpicando de fuego el horizonte,
como una ingente fragua de titanes
en las entrañas ígneas del monte.

¡Pero tú eres más grande…! Centelleas,
con resplandor de ideas,
más que el volcán con sus hirvientes sienes.
Mi lira a nada compararte pudo
y una canción de eternos parabienes
tan sólo te envió, como un saludo.

Y al percibir del mar la sinfonía
una voz me decía:
“Más grande es Agustín”. Y alcé la frente
y la lira pulsé; ¡mas todo en vano!
que su triste vibrar lánguidamente
insonoro moríase lejano.

IV

¡Mas callad! ¡Ah…! ¡Callad! Rumores suenan
que los ámbitos llenan
de montes, de llanuras y de estuarios,
y multitud frenética que aclama,
y el resonar de quince centenarios
que de un sepulcro en derredor nos llama.

¿No oís el son de los gigantes coros
y los himnos sonoros
en el cóncavo azul del firmamento?
¿No oís sonar la colosal orquesta,
y el eco no escucháis, rasgando el viento,
que en las celestes plazas la contesta?

Son los himnos gigantes de victoria
los cánticos de gloria,
de quince siglos al rasgar los velos
y aparecer tu espléndida figura
bajo el inmóvil palio de los cielos.

¿Y yo qué haré? Mi lira estremecida,
por tu grandeza herida,
se resiste a vibrar, ya casi rota;
y ya que un canto a modular no acierto
ansío que mi voz, como una nota,
se pierda en ese colosal concierto.

c. Misioneras

Desde su nacimiento, ya en 1605, los agustinos recoletos se lanzaron a las más lejanas misiones, las islas Filipinas y Japón. Pero especialmente se avivó ese entusiasmo en los años 20 del siglo XX. La llegada de Pío XI al papado en 1922 dio un impulso general a todas las misiones en la Iglesia. Los Recoletos se asocian a la epopeya misional china (1924) y misionan en la prefectura colombiana de Tumaco (1927) y en las de Lábrea (1925) y Marajó (1928), ambas en Brasil.

Son años de exaltación y compromiso misionero en la Orden. Sobre todo José López y Manuel Carceller, profesores de los seminaristas que del verano de 1922 al de 1925 cursaron humanidades en San Millán, inculcaron el entusiasmo misionero en sus alumnos con las noticias y cartas que llegaban de Filipinas y, especialmente, de los primeros misioneros llegados a China en 1924.

El fervor prendió con fuerza en los jóvenes. La tradición misionera cobra actualidad rabiosa y vibrante. Muestra de ello son los arrebatados poemas que fray Serafín escribirá tiempo después -principalmente en sus años jóvenes- para la revista que en 1927 valientemente habían fundado en la misma China los recoletos con el título sugerente de Todos misioneros.

El poema del misionero. Poema patriótico y religioso, amplio, rotundo y retórico, muy modernista, propio para ser declamado en público, que evoca la epopeya misionera de España cuando sus naves surcaban los mares del mundo y los misioneros, caballeros románticos de Cristo, como Javier, iluminan el mundo con su mensaje salvador. Hoy como ayer son convocados a la épica empresa misionera: Trabajad, trabajad. Abrid camino / a la gloria de Dios y a la de España.

Cazador de almas. Es un poema inspirado en alguna de las estampas religiosas teñidas de una cierta piedad sentimental, pero que adquiere valor por el refinamiento de la expresión. Cristo es el divino cazador –divino Cupido– que anhela herir y salvar. Fue publicado también en el número extraordinario de “Todos misioneros” con motivo del Congreso eucarístico internacional de Manila (1937), ilustrado a todo color por el artista filipino Dumlao.

Ya blanquea la mies nos ofrece una estampa evangélica (Lucas 10,2) evocada frecuentemente y que hallará en la misma revista “Todos misioneros” una expresión gráfica con el grabado representando al Señor entre doradas mieses. Poesía, especialmente rica en pinceladas sensoriales, muestra claras reminiscencias de la prosa de Gabriel Miró en “Figuras de la pasión del Señor”.

Los que cruzáis sedientos está en la misma línea de evocación evangélica, inspirándose en la escena del encuentro de Jesús con la samaritana en un mediodía ardiente (Juan 4,1-45), que encuentra en Jesús una sed simbólica del ansia misionera. En este caso Jesús se saciará abriendo la mirada y el corazón de la mujer desorientada y perdida hacia un manantial de agua que fecunda la vida.

Guirnalda de almas se centra en santa Teresa del Niño Jesús, quien el 14 de diciembre de 1927 había sido declarada patrona principal de todas las misiones y de todos los misioneros y misioneras del mundo, al igual que san Francisco Javier, “por razón del grandísimo ardor y celo que la consumía por dilatar la fe”. Este hecho tuvo un enorme influjo en la devoción a la santa y en su culto.

Rosas deshojadas evoca a la misma santa Teresa del Niño Jesús cumpliendo su promesa en el lecho de muerte, a sus 24 años: “Después de mi muerte derramaré una lluvia de rosas. Quiero pasar al cielo haciendo bien a la tierra». Por ello la iconografía la representa derramando rosas que caen de sus brazos. “El campo misional ha florecido. / Sobre el polvo en las sendas olvidadas, / de sus piadosas manos ha caído/ una lluvia de rosas deshojadas”.

En Sed de almas es san Francisco de Asís el protagonista. Retirado en la soledad del monte Auvernia vive las experiencias místicas más profundas: recibe las llagas de Jesucristo y se identifica con su Señor en la cruz. En este trance altísimo se desahoga con su fiel y cándido fray León -ovejuela de Dios- viviendo, identificado con Cristo, la sed ardiente de la cruz, el grito de ansia misionera: más almas.

Palomas mensajeras fue recitada en la despedida que la comunidad de agustinos recoletos de Marcilla tributó como homenaje, en febrero de 1931, a las tres monjas de clausura agustinas recoletas –Esperanza Ayerbe, María Ángeles García y Carmela Ruiz– que, respondiendo a la llamada de monseñor Francisco Javier Ochoa, prelado de la misión recoleta de Kweiteh (Henan, China), se ofrecieron a ir a esta misión a poner su maternal delicadeza femenina al servicio de la infancia: En las carnes llagadas y podridas / vuestros labios pondrán besos hermanos, / y en los lirios de todas las heridas / se posará el candor de vuestras manos.

Fue un hecho revolucionario que conmovió a todos los miembros de la comunidad, especialmente a los jóvenes. La misión de las religiosas sería principalmente cuidar a las niñas que aparecían con frecuencia abandonadas a la puerta de la misión católica: ¡Madres del sufrimiento y los dolores, / madres del abandono y la amargura, / que del consuelo las fragantes flores / brotar hacéis en la carroña impura! En 1956 la Congregación de Misioneras Agustinas Recoletas, nacida de aquel impulso, la publicó en su primer boletín, al que título “Nuestra paloma mensajera”, eco del poema.

La sombra de Jesús recrea un escenario de evocaciones románticas en que la figura casi fantasmal de puro espiritualizada de Jesús llama a la puerta de los corazones conforme al texto del Apocalipsis: He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Ap. 3, 20). Ya la pluma de Lope de Vega supo expresar poéticamente este mensaje “sagrado” en su conocido soneto: ¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?… Serafín concluye con un acento dolorido similar al de Lope: ¡Señor, oh, cuántas puertas no se abren a tu paso!; / ¡oh, cuántos no conocen el eco de tus pies!

El alma y Dios imagina, dentro de la tónica misionera predominante en todas estas poesías, a Cristo de nuevo mendigando de puerta en puerta y golpeando las puertas del humano corazón para lograr la limosna feliz de una oración. Poema más concentrado, de retórica más contenida.

Jesús llega bebe en idéntica fuente inspiradora, la Biblia, con raigambre ya en los salmos, recreando la estampas del Buen pastor, aprovechada en la iconografía cristiana desde sus orígenes en las catacumbas, pues Jesús la plasmó en su parábola (Lc 15, 3-7). El prolífico Lope de Vega, como no podía ser menos, lo recreó en su inmortal soneto “Pastor que con tus silbos amorosos”. Y fray Serafín, como en un guiño, tomará del Fénix de los ingenios, en el último verso, la expresión de Lope sus silbos amorosos.

Otras ovejas ofrece otra perspectiva de la alegoría del Buen pastor, en esta ocasión resaltando el acento doliente del Señor –en su voz hay temblor de dulce queja–, el sufrimiento y deseo de ver en el redil a las ovejas descarriadas.

Retorno. La añoranza de una presencia más viva de Cristo, el Rey –estamos en los años en que Pío XI ha instituido la solemnidad de Cristo Rey–, centra la poesía, quizá poco intensa por evadirse de lo concreto. Vuelve, vuelve, vuelve es el verbo repetido reclamando el retorno del Señor para que de nuevo, como realizó en Palestina, cure leprosos, convierta magdalenas y ponga sus manos sobre los ojos ciegos.

Frente a Los Llanos. Al padre Ezequiel Moreno. En 1948, el 9 de abril, se celebraba el centenario del nacimiento del padre Ezequiel Moreno y la revista “Todos misioneros” quiso ofrecer un número extraordinario al religioso prototipo de las mejores virtudes, cuyo recuerdo, aún fresco, perduraba intensísimo en la comunidad recoleta. Serafín, recién llegado de Venezuela a España, es requerido para contribuir al homenaje y escribe este poema, una de sus cimas por la brillantez y ardor crepitante de sus imágenes, la sonoridad de sus alejandrinos y la riqueza emotiva –aún esperan que vuelvas, el cayado en la mano / las ovejas que añoran el metal de tu voz–, evocando la llegada a la misión de Casanare, a Los Llanos -inmensa planicie ardiente en Colombia-, el ardor misionero del hoy santo.

— ¡Ya blanquea la mies!

De doradas espigas mantos de oro
ha tendido el verano por las lomas;
en busca del florido sicomoro
el espacio desgarran dos palomas.

¡La senda polvorosa…! Jesús viene,
las espigas se doblan a su paso;
por mirarle un momento se detiene
moribundo ya el sol en el ocaso.

De grupos de operarios saltan voces,
la brisa las espigas balancea
y el metal irisado de las hoces
al enfermizo rayo centellea.

Jesús ha contemplado los rastrojos
encendidos al beso de la tarde;
en la senda se para… y en sus ojos
una fiebre infinita de almas arde.

“También mi campo en granazón espera;
¡Qué abundante es la mies! Ya mis trigales
los dobla la caricia lisonjera
del besar de las auras vesperales.

¡Ah! Rogad al Señor, que la ha sembrado,
que envíe a su heredad trabajadores.
Abundante es la mies que ya ha granado,
¡pero qué pocos son los segadores!”

— Sed de almas

Era en la cumbre del Alvernia un día,
cuando el Pobre de Asís con calentura
al dulce fray León le dirigía
su palabra de fiebre y de ternura:

“Tengo sed, tengo sed, ¡dulce tormento!,
aquí dentro del pecho, ardiente fragua
como rojo volcán abrirse siento;
ovejita de Dios, ¿no tienes agua?”

Y el dulce fray León: “Padre, responde,
¿la fuente olvida de ligeras ondas
que aquí cerca mansísima se esconde
y corre oculta entre las verdes frondas?”

“No apaga, fray León, esa onda fría
la sed ardiente de que yo te hablaba,
¡la sed de almas que en la cruz un día
atormentó al Amor, cuando expiraba!

Tiene foco más hondo, más profundo
la llama que en el alma va creciendo,
¡Ah! Quisiera volar por todo el mundo
y, heraldo del gran Rey, ir repitiendo:

“Venid, almas, las pobres peregrinas
que la ruta de luz habéis errado;
posaos en la cruz, cual golondrinas,
que el Amor tiene sed de ser amado”.

Y extendía sus manos vulneradas
que blancas azucenas parecían;
¡las manos por amor cicatrizadas
que con rosas de sangre florecían!

D. Evocación

Escrita en 1932 para la velada en homenaje que se ofreció al padre provincial fray Leoncio Sierra en Marcilla con motivo de sus bodas de plata de la profesión religiosa. Recrea la ceremonia que se vivió en Monteagudo 25 años antes a los pies de la Virgen del Camino, sus trabajos apostólicos en la isla de Trinidad donde dejó “rastros de su fervor y de su celo”, y señala las difíciles circunstancias del momento en España –la llegada de la segunda República (1931)- que ha tenido que afrontar decididamente, como superior provincial, el homenajeado.

En esta hora, carísimos hermanos,
de recuerdos de paz y evocaciones
dejad que yo también traiga en mis manos
la ofrenda de mis trémulas canciones.

¡No tengo nada más! Vivo cantando
del salterio del arte los latines
y, la noche al mediar, morir rezando
quiero de la esperanza los maitines.

Y quiero que, calada la capucha,
me lleven a enterrar, mientras lejana,
entre los rezos del latín se escucha
la lúgubre oración de la campana.

Dormir bajo violetas, bajo aromas,
que en las alas del aire van dispersos
bajo el limpio candor de unas palomas
que en dulce zurear digan mis versos.

¡Voy hacia Dios! Eterno peregrino,
vuelto a la luz el corazón y el rostro,
todo el arte que encuentro en el camino
como una perla a recoger me postro.

Y con fiebre me inclino a toda fuente
de fresca inspiración buscando el agua,
para apagar los sueños de mi frente
y el roto corazón que es una fragua.

Si a deshora veis luz en mi ventana,
no lo extrañéis, hermanos, pues copiando
estoy una canción vaga y lejana
que aquí dentro del pecho está vibrando.

Dejad que el trovador estremecido
copiar el canto misterioso pueda
del ruiseñor que colocó su nido
del alma en la florida rosaleda.

¡Ayer lo oí! Como arpa que suspira,
sonaban en mi oído sus cantares
o cual torcaz paloma que delira
de mi tierra en los grises encinares.

Cantó bellos recuerdos de otro día
que en mi frente cansada fue evocando,
y, golondrina azul, mi fantasía
al través de los tiempos fue volando.

¡Callad, callad!… La iglesia se ilumina
a los besos del sol en los cristales…
¡Monteagudo!… Una música argentina
va cayendo del órgano a raudales.

Y una mujer de sonreír divino
llena el ambiente de ventura y calma;
¡es la Virgen bendita del Camino!,
¡¡¡la que llevamos todos en el alma!!!

¡Mirad, mirad! Los jóvenes postrados…
Sus almas de la vida en los albores
van a abrirse a los besos perfumados
del labio del Amor de los Amores.

¡Amor, Amor, Amor! Por el camino
que la escarcha ha bañado ya de plata,
aparece tu manto de escarlata
y tu cándida túnica de lino.

¡Hora de sacrificio! Jesús llega
por caminos de rosas y de palmas,
y un juramento de formal entrega
se ha acercado a exigir de aquellas almas.

El Te Deum del órgano ferviente,
y tras sus vibraciones argentinas
la corona de rosas en la frente,
¡puesta sobre la mística de espinas!

¡Ha llegado el otoño! Ya del huerto
la senda se cubrió de hojas y flores;
la tierra está dispuesta, el surco abierto,
¡y hay que hacer una siembra de dolores!

¿Deberé recordar, padre querido,
que erais vos aquel joven anhelante
que al beso de Jesús estremecido
abrió a su amor el corazón amante?

¿Que aquel día de dulces impresiones
encendía en su frente candorosa
la luz de unas benditas ilusiones
y unos ensueños de color de rosa?

Después… vino la vida. Trajo acaso
luchas al corazón y a la cabeza,
mas cuando acumulaba ante su paso
nublados de dolor y de tristeza,

le besaba el recuerdo sonriente
de aquel día de luz, día de gloria
que ¡cuántas veces retornó a su frente
en la góndola azul de la memoria!

Y al recuerdo de aquellas emociones
ha sabido luchar, mirando al cielo,
y dejó en Trinidad, en las misiones,
rastros de su virtud y de su celo.

Supo viviendo ennoblecer la pena,
marchar a Dios por sendas de martirio,
después de hacer del alma una azucena
y de su noble corazón un lirio.

Le guardará la rosa de un elogio
nuestra historia, poema misionero,
¡nuestra historia que es ya un martirologio,
santoral con sabor de romancero!

Y fue de Dios la mano cariñosa
la que en días de cielo encapotado
de su ilustre provincia religiosa
diole el timón difícil y arriesgado.

Sé que habrá de sufrir, que habrá sufrido,
mas nada habrá que su valor quebrante,
pues el mismo Señor que os ha escogido
sostendrá vuestro paso vacilante.

Será dura la lucha del destino.
Mas no importa. De muchos corazones,
porque no desfallezca en el camino,
sube al cielo un perfume de oraciones.

Y si acaso sus plantas temblorosas
andar no pueden, por estar heridas,
pondrá Dios en sus sendas unas rosas,
¡que son esas plegarias florecidas!

¡Cinco lustros de lucha han transcurrido
ungidos de alegrías y pesares
y hoy de nuevo a Jesús ha prometido
fidelidad al pie de los altares!

Yo, al miraros postrado, con anhelo
he pedido que os haga Dios constante,
y todos celebremos en el cielo
unas bodas eternas de diamantes.

¡Qué Él os conserve fiel por luengos años,
hasta que el himno de la vida calle,
hasta que ya desciendan los rebaños
y se inclinen las sombras sobre el valle!

E. Marianas

La exaltación de María constituye uno de los rasgos de la piedad cristiana en general y de la española más aún. Cada Orden religiosa tiene como timbre de honor un amor especial a la madre de Dios. En la poesía de fray Serafín tendrá muy particulares acentos e intensa vibración; al haberse quedado huérfano de padre aún niño, la influencia de la madre fue mucho más intensa. Las ocasiones especiales para cantarla coinciden con efemérides o advocaciones particularmente cercanas a su corazón, como Valvanera y Táriba.

Himno a la Virgen de Valvanera. Patrona de La Rioja y devoción predilecta de su madre. Los agustinos recoletos de San Millán fueron los promotores de su devoción y siempre se sintieron estrechamente unidos a la comunidad benedictina. La ocasión se le ofrece al joven sacerdote, que, con 25 años y una reconocida trayectoria poética, participa en el concurso para componer un himno. En sextinas de versos alejandrinos, el vigor del ritmo de sus versos se combina con la profunda emoción para cantar a la Rosa de la Montaña: Y al calor venturoso de nuestras santas madres / tu amor en nuestros pechos brotó como una flor.

Fue el himno oficial del primer cincuentenario de la devolución de la imagen de la Virgen de Valvanera a su Santuario desde el pueblo de Brieva de Cameros (La Rioja). Lo tejen latidos, cuasi-místicos, en cinco estrofas y un estribillo. Lo escribe con veinticinco años, en vísperas de la fratricida guerra española. Sabe que no corren buenos tiempos para exhibir devociones, pero al joven sacerdote le sobreabunda piedad y arrojo. Nada hubo que empujarle para que homenajeara así a su Virgen más querida. Desde niño, como todos los de su pueblo, sentía formar parte de la secular historia de amor de Estollo con su Rosa de la montaña. Ya en 1599 sellan promesa de visitarla en romería todos los años. ¡Y siguen fieles!

Fray Serafín, en el Himno, condensa esos lazos, esos quereres materno-filiales. Sus vibrantes versos guían la música con la que los revistió el compositor franciscano padre José Mª Arregui. Musicalmente es pieza laudable. Hoy la brinda grabada la Coral de San Isidoro de León. Desde el 16 de abril del 2011 luce, a los pies de La Madre, adherida al Pilar, una placa bendecida por el prior de la abadía en un acto de homenaje póstumo al letrista.

Capellán de la Virgen. La ocasión de este poema emotivo e intimista la explica bien la dedicatoria: A la memoria del padre X. X., monje de Valvanera, que me hizo el alto honor de comunicarme el secreto delicado de su alma. Es claramente un reflejo del alma enamorada de Serafín a través de quien, en hermandad de sentimientos hacia María, se sinceró con él. 

Capitana de la raza. La Virgen el Pilar es emblema de la patria, especialmente en esta hora. El título mismo nos lleva al momento de su composición, 1941. Recién terminada la guerra civil española (1936-1939), aún dura claramente un acento vibrante y bélico y se manifiesta como eclosión de exaltación religioso-patriótica: el Ebro se convierte en Jordán para el bautismo de España, ahí nace la historia de las veinte naciones que en tus brazos nacieron por la cruz y la fe, y en la hora difícil de la última guerra ha alumbrado sus huellas. El 2 de enero de 1940 se había inaugurado el XIX centenario de la venida de la Virgen del Pilar a Zaragoza. Una vez más, el joven poeta, ahora lejos de la patria, en Venezuela, se siente impelido a escribir con ocasión de centenarios y celebraciones.

Himno a la Virgen de Consolación de Táriba. Su imagen fue llevada por los agustinos a San Cristóbal, en el estado de Táchira, zona oeste de Venezuela, a mediados del siglo XVI. Desde 1939 el padre Serafín reside en Venezuela, donde se multiplica en la enseñanza, en sermones, alocuciones, colaboraciones en prensa. Además de en Caracas, en el estado de Táchira deja honda huella. La diócesis, erigida en 1922, celebra sus bodas de plata y quiere contar desde este 1947 con un himno a su patrona. Una vez más el padre Serafín recurre a su inspiración y oficio para cantar a la Virgen de la Consolación, título especial dado a María en su Orden de agustinos recoletos.

Con él, los habitantes del estado de Táchira y muchos otros venezolanos, le cantan su amor. Fueron los agustinos quienes les enseñaron a quererla. Llegaron a Táriba en 1560, entregándoles una tabla con la imagen de nuestra Señora de la Consolación. Y desde entonces fuiste la fiel consoladora, llorando nuestras penas al pie de nuestra Cruz. Serafín, aunque sólo misionó por Venezuela ocho años escasos, caló muy hondo. Desde que se despidió de sus gentes hasta su muerte habían transcurrido ¡cuarenta años! Sin embargo, la noticia de su fallecimiento pudo leerse en el Diario Católico de San Cristóbal. La música del himno fue compuesta por el P. A. Monsalve Pisani. También lo ensalza otra versión musical del P. Jesús Calderón, SDB. Y lo ha interpretado la Coral de la Alcaldía del Municipio Cárdenas, dirigida por el Profesor Javier Duque.

Virgen blanca y azul. Escrita con motivo del año mariano de 1954, organizado para celebrar el centenario de la  proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. En ella nuestro poeta se manifiesta maestro del verso, convirtiendo su amplia sabiduría teológica, destilada en bellísimas metáforas de exacta expresión dogmática, en acendrada emoción lírica, como en un testamento poético y mariano. La verdad se convierte en absoluta belleza en honor de la madre privilegiada, tan excelsa y tan cercana: También hacia ti vuela mi pensamiento, / también mi corazón late contigo, / que aunque vas en la nube y en el viento, / yo sé que está tu corazón conmigo.

— Himno a la Virgen de Valvanera

Rosa de la montaña, Virgen de Valvanera,
con un beso en los labios viene La Rioja entera
a jurar de rodillas que su reina eres tú.
Tuyas son nuestras almas y nuestros corazones,
y por eso anhelamos rendirte los pendones
y besar, cual vasallos, tu manto de tisú.

[Estribillo]

Gloria a la Virgen pura, reina de Valvanera;
¡gloria! la tierra entera repita sin cesar;
repitan las montañas los cánticos de gozo
con célico alborozo, con júbilo sin par.

Tú eres nuestra esperanza, tú eres nuestra dulzura.
Para ti en la montaña, para ti en la llanura
florece en los riojanos la rosa del amor.
Honor de nuestro pueblo, gloria de nuestra tierra,
amor de nuestros padres que un día allí en la sierra
te vieron en el roble vestida de esplendor.

Trajiste a nuestros valles un resplandor de aurora
y desde entonces fuiste nuestra reina y señora
sobre este trono augusto que te erigió la fe.
Nuestra bendita tierra fue para ti un sagrario
y el corazón riojano fue sólo un relicario,
¡y tú eres la reliquia que se venera en él!

Y tuyos siempre fuimos. Nuestra preclara historia
fue solamente un verso del himno de tu gloria.
De nuestros heroísmos tú fuiste inspiración.
A la gloria de España trazaste derroteros;
de tus divinos ojos, como de dos luceros,
la ruta iluminada pudo encontrar Colón.

Con tu nombre en los labios murieron nuestros padres
y al calor venturoso de nuestras santas madres
tu amor en nuestros pechos brotó como una flor.
Guardarlo allí juramos, dulce madre y señora;
y cuando de la muerte, por fin, suene la hora,
muriendo te diremos: ¡Amor, amor, amor!

— Himno a la Santísima Virgen de la Consolación de Táriba

Con motivo de las bodas de plata de la fundación de la diócesis de San Cristóbal.

“Gloria en los cielos y en la tierra gloria”
el Táchira repita con fervor.
Gloria a la Virgen que alumbró su historia:
por la reina, un himno de victoria,
por la madre, un cántico de amor.

En Táriba encendiste nuestra primera aurora
con tus divinos ojos, oh Madre de la luz,
y desde entonces fuiste la fiel consoladora
llorando nuestras penas al pie de nuestra cruz.

Y fuimos todos tuyos; y para ti un sagrario
en cada pecho andino te consagró a la fe;
y el corazón del Táchira fue sólo un relicario,
y tú eres la reliquia que se venera en él.

Tu nombre en nuestros labios pusieron nuestras madres,
tu amor en nuestras almas fue amor de todo amor;
y por tu honor y gloria murieron nuestros padres,
¡gloria de nuestra gloria, y honor de nuestro honor!

Que el Táchira te aclame su reina y soberana,
por ti florezcan siempre la rosa y el laurel;
que sea toda tuya la gloria del mañana,
lo mismo que fue tuya la gloria del ayer.

F. Eucarísticas

Amor junto a las aguas. Maravillosa transposición a “lo divino” de una canción famosa, nació con motivo del Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona –junto a las aguas– en 1952. En la celebración de este Congreso se sintió involucrada gran parte de España, y se produjeron hechos llamativos, como la ordenación simultánea en el estadio de fútbol de 800 sacerdotes. La alternancia de versos endecasílabos y heptasílabos confiere al poema la ligereza necesaria para el arrebato, el piropo y la confesión encendida de amor, en esta ocasión de España, al Señor sacramentado.

El resto son poesías de metro corto y ritmo ágil, nacidas de dos circunstancias: su estancia en Venezuela, donde la revista “La madre cristiana” -fundada por el agustino recoleto Ángel Sáenz- publicaba poesías dedicadas a niños de Caracas que recibían la primera comunión en la iglesia de los agustinos recoletos; fruto de la colaboración del padre Serafín es Flores de inocencia. La segunda circunstancia se produce ya en España: la llegada de sus sobrinas a la edad de la primera comunión. Esto le impulsa a mostrarles su cariño con el refinado y sentido homenaje de sus versos: Las palomitas vuelan –sugerida por un canto, popular en esas ocasiones–.

Junto a estas, por compartir algunos rasgos comunes, se merecen un puesto de honor las escritas para las Flores de mayoFlores a María, Todas las flores de mayo, El cielo no tiene estrellas, A la Virgen de mayo y Diálogo en obsequio de la Virgen–. Durante el mes de mayo, por la tarde, las niñas rendían tributo a la Virgen María llevando sus ramilletes de flores, y en ocasiones declamaban algunos versos. Todas estas poesías, danzando en el ágil ritmo de sus versos cortos, están transidas de la delicadeza, ternura y capacidad de sugerencia que continuamente, aun en lo cotidiano, afloraban de la fantasía y sensibilidad de Serafín.

Nuevo romance de la niña negra puede entrar en este grupo por su delicadeza y ternura. Evocando recuerdos de su estancia en Venezuela, donde experimentó la sutil discriminación racial, y sirviéndose del recuerdo de la famosa canción de Antonio Machín –Pintor, si pintas con amor…, inspirada en una poesía del venezolano Andrés Eloy Blanco, es una recreación sugerente, en un cuadro colorista e historia dramática, de la vida de la pobre niña que sufre marginación por su color.

Entristecido por la pena de una niña venezolana canta su belleza y reza por ella: su angelito, su ovejita negra. Son años, todavía, de intolerable marginación racista; faltan dieciséis para que asesinen a Luther King. El romance es enternecedor; como aquellos angelitos negros de Machín, cuando entonaba Pintor que pintas iglesias, píntame angelitos negros. En un acto académico tuvo un parlamento el padre Serafín; entre los asistentes estaba el político y poeta caraqueño Andrés Eloy Blanco. Al fin del acto preguntó quién era el nuevo fraile, del que decía: ¡Qué sabio, qué orador, qué poeta, qué presbítero! El padre Serafín contaba treinta y un años. Era mucho ponderar en boca de quien lo ponderaba. […] Pues bien, el autor de Pintor que pintas iglesias, píntame angelitos negros es quien quedó admirado de la sapiencia, buen decir y bonhomía del padre Serafín: Andrés Eloy Blanco. Los dos poetas coincidieron en el argumento y en el molde del romance, aunque no en el estilo: la marginación, incluso religiosa, de los negros.

— Nuevo romance de la niña negra

I

Señor, en tus palomares
entró una paloma negra.
Vino con las otras niñas
la pobre niña morena;
vestida de colorines
entró esta tarde en la iglesia.
Tiene suavidad de gata
y elegancia de palmera,
y su andar parece un vuelo,
¡vuelo de garza morena!
Tiene unos ojos muy grandes,
entre carbón y violeta,
que en la noche de su cara
brillan como dos estrellas.
Tiene una sonrisa blanca,
de marfiles y de perlas,
y un cabello ensortijado,
¡caracolillos de seda!
Dicen que la niña es pobre;
nadie tan rica como ella,
porque posee tesoros
como ninguna princesa.
Su padre, amarrada al puerto,
tiene una barca velera
y a la orillita del mar
tiene una choza en la selva,
y conchas y caracolas
para que juegue en la arena,
y barcos que van y vienen
porque la niña los vea.

II

Cogiditas de la mano
van saliendo de la iglesia,
y la niña de azabache
¡no ha tenido compañera!
Bajo el árbol de la plaza
juegan a la rueda-rueda;
ella las mira…, las otras
no quieren jugar con ella.
La niña se pone triste,
la niña tiene una pena,
la niña quiere ser blanca.
¡Ay, pobre niña morena!
Pastor, que siempre sonríes
al mirar a tus ovejas,
guarda tu mejor sonrisa
para tu ovejita negra.

III

En una caja de pino
se duerme la niña muerta.
Una fragancia de nardos
va por la noche serena.
Cogidita de las manos,
el ángel guardián la lleva;
ángeles y serafines
vienen a jugar con ella.
El Señor ha puesto un beso
sobre la frente morena.
Con su sonrisa más blanca
sonríe la niña negra.
Donde el Señor la ha besado
queda prendida una estrella.
Bajo la luz de la gloria
¡ya es blanca la niña negra!

G.Íntimas

A mi crucifijo y Mírame así dos de los poemas más sentidos y por ello más breves y desnudos, especialmente el segundo. El primero, escrito en Roma ya cercana su ordenación sacerdotal, se sirve de un tema muy cantado por poetas católicos en el último tercio del siglo XIX y primero del XX.

El poema parece corresponder a las emociones y propósitos que preceden a la ordenación sacerdotal. Era el año 1933. Está escrito en Roma, donde Serafín estudiaba teología en la universidad Gregoriana. Esta circunstancia explica el deseado contacto personal con Cristo, que es una parte importantísima de la ascensión mística. Se ha sabido que la madre Esperanza Ayerbe, misionera agustina recoleta camino de los altares, hizo aprecio de estos versos y los incorporó a su alimento espiritual. Aparecieron entre los poemas que ella guardaba. Recientemente, Isidro Gambarte les ha compuesto música en una pieza escrita para coro mixto a cuatro voces, partitura que puede consultarse en este reportaje.

Mírame así condensa intensa, desnuda y magistralmente el fervor acumulado en toda una vida de fervor, purificada en los últimos años en el ardiente crisol de la enfermedad, mutilado su cuerpo a causa de la gangrena. Como reflexionaba él, maestro de vida espiritual de tantos discípulos: Ante esta situación o blasfemas o lo aceptas y te pones en manos del Señor; y si es así, ya eres santo. La clásica estructura del soneto es cauce adecuado, siguiendo la estela de tantos maestros, para ofrecer ya quintaesencia de poesía.

Es el único soneto conservado. Es poema de intimidad; escrito en primera persona; dirigido a un Tú cercano y divino. Es honda plegaria: Mírame así. Y así se sabía mirado: con la mirada buena con que al ladrón el corazón heriste, con la mirada triste con que llagaste el alma a Magdalena. A lo largo de toda su vida se supo mirado así; con más ternura, si cabe, sobre aquella silla de ruedas, portadora de achaques prematuros, y sobre aquel lecho de obstinados padecimientos. Desde su cama podía rezar y rezaba Mírame así; alguien se lo ubicó, como improvisado retablo, frente a su cabecera; lucía copiado a mano sobre tela, con sencillo ornato. Fue regalo en sus Bodas sacerdotales, y en ellas se rezó.

A Jesús, breve poema de versos heptasílabos con sabor a endecha, expresa de forma concisa una inquietud espiritual del poeta, que siente deseos ardientes de estar con Jesús. Dada la naturaleza breve de esta composición cabe pensar si formaría parte de un cuerpo poético más amplio –un vía crucis–, o perdido o nunca concluido por el autor.

Dame, Señor es un desahogo espiritual muy especial, de íntima oración, escrito en una época de grandes experiencias apostólicas, buscando ya en la versificación la contención y austeridad retórica, muy en la estela del pensamiento y sensibilidad de muchos de los poemas publicados en la posguerra española.

El manantial y la estrella. Un poema sugerente, de vagas evocaciones, rico de lirismo. Con recursos elementales –ocho versos octosílabos–, es redondo, total: la sed anhelante del hombre encuentra la fuente, el sentido de su vida.

— A mi crucifijo

Yo tengo un crucifijo que es para mí un tesoro,
y en él encuentro siempre consuelo en mi dolor
al contemplar absorto al Dios a quien adoro,
pendiente de tres clavos y muerto por mi amor.

¡Oh, Jesús, Jesús mío, Jesús crucificado!:
yo quiero con locura amar siempre tu cruz,
gozarme en mis dolores y sufrir a tu lado,
sirviéndome de ejemplo lo que sufriste Tú.

Y quiero en mi agonía que te besen mis labios,
como prueba amorosa de eterna gratitud,
y te miren mis ojos, ¡oh Jesús del Calvario!,
y entre mis manos yertas llevarte al ataúd.

— Mírame así

Ya es un turbio cristal la luz serena
con que su luz a los luceros diste,
ya tu mirada azul, que al cielo viste,
se oscurece en la noche de esa pena.

Mírame así, con la mirada buena
con que al ladrón el corazón heriste;
mírame así, con la mirada triste
con que llagaste el alma a Magdalena.

Mírame y llágame… Quede clavada
esa desolación de tu mirada,
como una flecha en mi interior vibrando…

ni de la abierta herida la retires.
Pero ¿por qué te digo que me mires
si al decir: mírame, me estás mirando?

— El manantial y la estrella

“Yo voy buscando una fuente,
yo voy buscando un lucero”.
Así cantaba doliente,
en la noche, el pasajero.

Sonó en la noche el cantar,
y el pasajero calló.
Oyó la fuente manar,
y la estrella se encendió.

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