El Colegio San Agustín de los Agustinos Recoletos en Valladolid (Castilla y León, España) cumple 50 años.
1. Avelino Martínez, seminarista en los años 60
El Colegio de San Agustín de Valladolid inició su andadura allá por octubre de 1961 como seminario recoleto bajo el patronazgo de “Nuestra Señora de la Consolación”. Yo era uno de aquellos jóvenes adolescentes que en esa primera hora llegamos a un centro todavía en construcción. Éramos poco más de un centenar, 60 alumnos de 3º y 50 de 4º. Sólo estaba terminado el dormitorio y cuatro aulas.
Parte del pasillo del tercer piso hacía de capilla, otra de comedor y en una zona hacia la terraza estaba la cocina del hermano Rizziero Panetti. Del resto de apoyo material se encargaba con extraordinaria bonhomía el hermano Donaciano. Y el padre Gómara que fue el encargado de que las obras llegaran a buen fin.
Sin embargo, frente a estas penurias iniciales, contábamos con la ilusión, la capacidad, el entusiasmo y el trabajo de un reducido grupo de recoletos que nos permitieron superar con éxito aquellos años difíciles pero muy intensos.
Iniciábamos la jornada a la seis y media. Enseguida el aseo personal y la formación para dirigirse a la capilla para la primera meditación y la misa. Luego limpieza comunitaria, y, sin dilación, la nueva tarea antes del desayuno: convertir los empedrados campos en lo que hoy son ya unas magníficas instalaciones deportivas.
Nuestra jornada diaria estaba plenamente integrada en un proyecto educativo serio y consistente. Tras el desayuno, ocho horas alternadas de estudio y clase, comida y recreos entre medias, rosario y meditación vespertina, quince minutos de educación física, cena y oración. Y a las diez a descansar.
Las tardes de los jueves y los festivos eran más relajados, las mañanas con mucho fútbol y las tardes con los paseos al Pinar de Antequera, Laguna de Duero, San Cristóbal, algo, más bien poco, de aquella televisión en blanco y negro, fundamentalmente tenis de Santana y fútbol, ayer como hoy omnipresente.
Así, como en un suspiro, pasó ese primer curso. Luego vinieron más compañeros y más profesores, se incorporaron las hermanas agustinas recoletas y personal auxiliar para responsabilizarse de la cocina, lavandería, y servicios.
En el segundo o tercer verano pasamos de retirar piedras a construir una piscina. Para que no se agrietara la losa, acarreamos hormigón hasta bien entrada la noche. ¡Qué gozada de piscina para aliviar el duro ferragosto! Porque si en invierno las heladas, las nieblas y los fríos eran de campeonato, en verano los calores derretían hasta las piedras. De aquí salimos bien curtidos, en todos los sentidos.
Así fueron los inicios de la historia de este Colegio que hoy exhibe, con justicia y sano orgullo, la calidad de la formación integral impartida a tantas generaciones. Y quiero destacar que la bien ganada fama de educación de calidad no es flor de unos años. Se remonta ya a aquel primer curso 1961-1962 en el que, superando la escasez de medios, un reducido grupo de recoletos nos hicieron olvidar aquellas penurias y pusieron en pie las bases de lo que sería nuestro Colegio.
El padre Luis Arribas, nuestro superior, junto con los padres Javier Pipaón, Joaquín Úriz, Ramón Alzórriz, Mario García y Esteban Soria formaban aquel primer claustro profesoral, que no sólo propiciaron una sólida formación religiosa y humanista, una educación integral en valores, sino que fueron magníficos docentes de latín, francés, matemáticas, física y química, geografía e historia, literatura, música…
Recibimos una muy buena formación académica, pero sobre todo, lo que es más importante, una gran formación en valores humanos. Aquellos adolescentes y jóvenes del 61, y las generaciones sucesivas, llevaremos siempre impregnado el espíritu de la formación de excelencia que aquí recibimos.
Unos lo hicieron como religiosos, otros como seglares en los más diversos campos profesionales, docentes, empresariales, culturales, artísticos, siendo como decía Machado hombres “en el buen sentido de la palabra buenos”. Todos llevamos el indeleble sello de calidad de haber pasado por esta casa.
2. Tomás Reyero, seminarista en los años 80
Tenía dos hermanos en el colegio y de las visitas recuerdo los innumerables campos de futbol de tierra, la misa en la iglesia con el coro, que me impresionaba, la tabla de gimnasia en el frontón; y la entrega de medallas, las actuaciones en el salón de actos, la obra de teatro, la rondalla, el coro, los premios literarios.
Decidí que quería entrar yo también; y así, en el verano de 1982, el mismo día del Brasil-Italia del Mundial que no pude ver entero, vine al colegio con solo 9 años para el cursillo de verano y quedarme durante cuatro años, desde 5º a 8º de EGB; desde entonces el San Agustín ha sido un punto de referencia importante.
Y es que el San Agustín para mí es el símbolo de un modo, un estilo y una forma de entender el mundo, especial, diferente; y en el que yo fui educado. Es lo que llamamos el carisma; y desde ese prisma me considero perteneciente a la familia agustino-recoleta, porque en esta familia crecí en un momento vital crucial.
¡Cuántos momentos y anécdotas! Los primeros días, con los lloros nocturnos y las salidas de los que no aguantaban, el frío intenso en el invierno castellano; las mantas, que íbamos aumentando conforme avanzaba el invierno, creo que llegaba a tener hasta seis o siete; la música a las 7:15, la oración de la mañana, las clases con su anecdotario infinito, los partidos después de comer, las horas de estudio, en concreto —¡qué sopor!— el estudio del domingo por la tarde; era terrible.
La hora de limpieza de clases y pasillos, la misa diaria, las comidas con sus normas no escritas pero aceptadas por todos sin discusión; y los fines de semana con su horario especial, las mañanas de sábado de limpieza general, el rosario de la tarde; y los domingos, donde todo era diferente, desde el desayuno, las competiciones de fútbol -donde una caída era mortal-, baloncesto y balonmano, la misa especial; y las visitas de nuestros padres.
Me viene a la memoria la imagen de los campos encharcados cuando llovía; y los atardeceres espectaculares de Castilla, la piscina cuando empezaba el buen tiempo; y de cómo se iban prolongando las horas de luz, hasta iluminar la misa de la tarde, bien avanzada la primavera; con el mes de mayo y la oración dedicada a María por las noches, que debían preparar los mayores, creo recordar.
Y los días especiales, el día de la Orden que aún recuerdo cada 5 de diciembre, con el festival en el salón rojo, las fiestas del colegio, con todas sus actividades; y las competiciones contra los “externos” con los que nos llevábamos “tan bien”, las visitas a otros colegios de la zona: maristas, Sagrada Familia, dominicos…
Y cada uno tendrá como referente a muchos de los formadores y educadores, porque si hay algo que nos une y nos acerca a todos es esa complicidad basada en la comunión de una forma de vida, de unos hábitos y rutinas que nos son particularmente familiares; una convivencia que permitía generar vínculos de unión muy fuertes entre nosotros y con los frailes.
Todos y cada uno de los frailes, educadores y compañeros que tuve la suerte de conocer en el Colegio han sido importantes para mi formación como persona; y en la transmisión de la fe, sólidamente enraizada en el amor a la Iglesia; desde la óptica agustiniana de permanente búsqueda de la Verdad. Por esto solo puedo decir, hoy, de todo corazón, gracias por todo.
3. Alberto Fernández, fisioterapeuta y jesuita
Soy fisioterapeuta desde hace más tiempo que jesuita. Y seguiré siéndolo. Otra cosa es cuánto ejerzo de lo uno y de lo otro. De lo primero, apenas cuando hay necesidad; de lo segundo, diariamente y sin descanso. Es la diferencia entre una profesión y una vocación.
Durante dos años disfruté con el servicio que prestaba a la salud de mis pacientes. Sin embargo, una cierta inercia laboral me inculcaba el deseo de ganar prestigio y acumular dinero, quedando distorsionada mi idea de felicidad en esta vida, la cual quería construir a base de generosidades y no de egoísmos.
Hice caso a esta intuición, y me atreví a buscar aquello que consiguiera aportar sentido a mi vida más allá de una nómina a fin de mes. Reconozco que corrí el riesgo de equivocarme, pero había posibilidades de acertar. Siento que es verdad aquello de que cada uno está invitado a encontrar su camino en la vida… y a recorrerlo. Pues yo voy por éste, como jesuita. Y en él me he encontrado con filósofos, cocineros, antropólogos, magos, médicos, poetas y presentadores de circo. A la Compañía de Jesús se le añadió un fisioterapeuta. Cada uno aporta lo que sabe y es, y eso, ante todo, enriquece.
La Iglesia no está muy valorada en las encuestas que se hacen a los jóvenes. Por algo será… Es verdad que, el joven, cuanto más tiene, menos sabe lo que quiere. Me sorprendo al afirmar esto, pero no deja de comprobarse en las calles y en los hogares, a través de aquello que se considera aportar una felicidad siempre bastante aparente y demasiado fugaz. La Iglesia muchas veces tropieza en su intento de aproximarse al joven.
También es cierto que la atmósfera social que desprecia gratuitamente todo lo que provenga de la Iglesia afecta al juicio que un joven cualquiera pueda tener sobre ella, principalmente si ha decidido vivir alejado. Sin embargo, durante muchos años he venido siendo testigo de un ambiente nuevo que está naciendo desde dentro de la Iglesia. Más que esperanzador. Y eso sí que es de valorar…
Raramente pueden pasar desapercibidos quince años de aprendizaje en el San Agustín. Prefiero no enumerar cada uno de los profesores y agustinos recoletos a los que me encantaría agradecer personalmente su trabajo reflejado en mi formación, pues cometería el tremendo error de olvidar (inintencionadamente) a unos cuantos más. Sin embargo, al recordarles, al recordaros, lo hago con momentos, anécdotas y rostros muy concretos.
Me he movido entre Agustinos Recoletos, Jesuitas, Carmelitas, la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad… ¿Mi juicio? Sin duda, un privilegio el haber podido conocer tanta variedad de carismas sin salir de mi ciudad. Distintas perspectivas no pueden sino enriquecer. Todas ellas componen Iglesia, una familia inmensa.
4. Ángel Guerrero, neurólogo
Tras unos años en un entrañable colegio en el barrio de la Rondilla, con muy limitadas instalaciones, mis padres pensaron que mi incipiente miopía tenía que ver con la escasez de luz natural, e hicieron el esfuerzo de cambiarme de colegio. Al acercarnos al San Agustín, tanta luz y tanto espacio nos encantó desde el primer momento. Allí pasé nueve años estupendos. Lamentablemente fui de la última promoción que no pudo hacer COU en el Colegio. Estudié Medicina en Valladolid, e hice la especialidad en Neurología.
Son muchos y muy buenos recuerdos desde mi ingreso en el San Agustín en 1983. Comencé mi andadura con un Mariano del Río que preparaba su matrimonio; era muy divertido cuando recibía el mensaje por altavoces de “Don Mariano, acuda al teléfono, es conferencia”. Le teníamos que haber preguntado dónde vivía su novia.
Luego mil anécdotas y sobre todo mil personas. José Luis Sánchez, extraordinario profesor, me enseñó el valor del trabajo y la confianza en uno mismo. Enrique Pachón, cordial, amable, comprensivo. Padre Vega, me hubiese gustado aprender a hablar y escribir como tú lo haces. Padre Merino, a quien debo la pasión por las ciencias biológicas. Padre Tejada, siempre interesante oír sus opiniones. Padre Mario, todo cariño aunque quizá no siempre supiésemos estar a su altura. Padre Eraso, inasequible al desaliento, aunque me temo que ni con él conseguí aprender latín. Padre Rubio, un poco de rigor, lleno de respeto y cariño hacia sus alumnos. Padre Marciano, me trató como un hombre cuando quizá aún no lo era, pero con él forjé un carácter, además de aprender filosofía. Y, por supuesto padre Jubera, uno de mis mejores amigos de siempre. Que, por cierto, no me dio clase. Gracias.
Y mil cosas, horas de patio, de tablero de ajedrez, frío, calor, días buenos, peleas… ¿qué queréis que os diga? Con la perspectiva que da el tiempo, estoy convencido de haber recibido una educación de una calidad muy superior a la media. Pero lo que más destacaría es que lo importante entre nosotros y con nosotros era la persona, no la capacidad ni el status social. Vengo de familia humilde y he apreciado eso mucho.
Se dice que los amigos del colegio son amigos para siempre. Y además de verdad. Es maravillosa la sensación de no ver a alguien desde hace lustros y, tras cinco minutos y media caña, tener el convencimiento de que es mentira y que nos contamos nuestra vida la semana pasada.
Del Colegio quedó también mi admiración por San Agustín, una figura clave en un tiempo en transformación. Sobre sus escritos y su influencia se construyó el embrión de la Europa que conocemos, con sus virtudes, y con, por qué no decirlo, algún defecto que arrastramos durante siglos. Si realmente quieren en nuestra futura Constitución Europea reflejar la unidad filosófico-cristiana que nos caracteriza, yo incluso diría que debe ser citado en el preámbulo.
5. Borja Santos, cooperante
Soy de la generación 2000 del San Agustín. Al acabar el colegio terminé estudios de piano y de ingeniería de telecomunicaciones en Alemania. Aproveché el tirón y realicé mi primera experiencia laboral en Berlín, hasta que conseguí la oportunidad de ir a Ecuador a trabajar con Naciones Unidas, luego de nuevo a España con la AECID y finalmente a Etiopía, primero en la gestión de los fondos de la cooperación española en Etiopía y después en Addis Abeba con una agencia de Naciones Unidas.
Mi grupo más cercano de amigos sigue siendo del grupo scout del colegio (Cruz del Sur) y los valores éticos que desarrollé con mis compañeros me ayudan a buscar un camino coherente en mis decisiones diarias. Lo recuerdo muy a menudo con mucho cariño. Como recuerdo los doce años en el colegio, que dieron para mucho.
Comparto casa en Addis con un antiguo compañero de clase del colegio y en muchísimas ocasiones recordamos anécdotas de compañeros y profesores… Hace poco alguien colgó en Facebook la foto anual de primero de EGB de nuestra clase, !vaya pinta que teníamos en aquella época!
Tuvimos un buen equipo de baloncesto en el San Agustín, donde era el base, con unos compañeros excelentes. Me da rabia que no pudimos ganar alguna final a la que llegamos. Pero bueno, a veces de las derrotas es de donde más se aprende.
6. Laura López, profesora, entrenadora y catequista
Nací en Valladolid en 1986 y mi primer y único colegio ha sido el San Agustín, desde 1992 hasta 2004. Estudié magisterio con la especialidad de educación física e inglés, compaginando universidad y vinculación al Club Deportivo San Agustín como entrenadora de baloncesto. Tras una experiencia formativa en Irlanda, en el 2010 pude cumplir un sueño: trabajar en el colegio en el que me sentía como en casa.
Mis primeros recuerdos del colegio son clases blancas, con poco color y no mucha más decoración que el póster de San Agustín y el crucifijo encima de la pizarra. Veía al profesor como algo grande y que siempre lo sabía todo, subido en la tarima.
No sabría decir muy bien por qué, pero me gustaban más las tardes que las mañanas. Sobre todo, recuerdo las tardes de entrenamiento, días largos pero a la vez tan cortos, siempre preguntando la hora del partido y ansiosa de que llegara el fin de semana para ponerme la camiseta del “San Agustín”, ésa que llevaría mas dentro de lo que yo misma podría imaginar, con el orgullo y respeto que siempre nos inculcaron nuestros entrenadores y que más tarde yo misma transmitiría y sigo transmitiendo a infinidad de niños en este mismo colegio.
Allí precisamente empecé a hacer mis primeras amistades, que todavía conservo, y con las que de vez en cuando recordamos aquellos días llenos de anécdotas… Recuerdo las fiestas del colegio donde recorríamos todo jugando, haciendo competiciones deportivas y, cómo no, en el desfile. O las actuaciones de Navidad que preparábamos la clase entera, organizados por nuestro tutor. Qué nervios cuando nos enfrentábamos al público y que hoy parecen infundados, ya que nuestras familias aplaudirían con todas sus fuerzas con solo vernos allí arriba.
Mi vinculación con el deporte en el colegio empezó desde muy pequeña, con tan solo 6 añitos. Fue tal mi pasión por el baloncesto y por los valores que allí me enseñaron, que decidí formarme como entrenadora. El deporte constituye una forma amena de aprender valores y lecciones que duran toda la vida. Promueve la amistad y el juego limpio, nos enseña a trabajar en equipo y nos aporta disciplina, respeto y las habilidades necesarias que harán de los niños y niñas personas adultas comprometidos.
Entiendo la educación como un proceso continuo con principio pero sin fin, gracias al cual podemos desarrollarnos en todas las facetas de nuestra vida y que nos prepara para vivir en sociedad y para desenvolvernos con el medio que nos rodea. Como profesora tengo la responsabilidad de guiar a los niños para que sean social y emocionalmente inteligentes, ayudándoles a desarrollar un concepto de sí mismos fuerte y positivo, con la autoconfianza, disciplina y el sentido de la responsabilidad para respaldarlo.
También intento transmitir la empatía y el respeto, es fundamental que sepan ponerse en el lugar del otro para que actúen en consecuencia y siguiendo un estilo de vida que nos marca la fe cristiana.
Hace un año, surgió la iniciativa de dar catequesis para los que quisieran hacer la comunión y/o confirmación. Necesitaban voluntarios y me ofrecí, no puedo explicar muy bien por qué. Estudié Religión y Teología en la Universidad, aunque realmente la catequesis no es una asignatura sino una vivencia. Gracias a ella, podemos integrar no solo conocimientos, sino actitudes y valores que en su día Jesús tuvo y que se trasladan a la vida real y cotidiana de los alumnos.
Durante la hora de catequesis se pasa el tiempo volando. Raro es le día que no dicen ¿pero ya se ha acabado? Primero leemos una breve narración de un grupo de niñas y niños, como los nuestros. De ahí la trasladamos a sucesos de la vida de Jesús y hablamos y compartimos nuestras opiniones y experiencias. Finalmente, ensayamos alguna canción para la misa del domingo, ya que una vez al mes la preparamos y realizamos entre todos.
Suelen llevar para casa algún encargo: que indaguen sobre su pasado, de su familia, que aprendan una oración… Porque debemos continuar la catequesis en casa, preguntando, compartiendo y profundizando.
7. Eduardo Burgos, el deporte como factor educativo
Cuando se funda el Colegio San Agustín, ya era patente el interés de los directores por el deporte. Entonces eran fútbol y atletismo fundamentalmente, y algo de pelota vasca en las fachadas del edificio hasta que se construyó el frontón.
En atletismo, especialidad dura, difícil, completa y formativa como pocas, se preparaban las competiciones con verdadera intención de hacer el mejor papel dentro de nuestras posibilidades, en las competiciones Escolares en su doble vertiente de Campeonatos de Cros, en invierno, y de pista en Primavera.
En el recuerdo de muchos de nosotros está la rivalidad, siempre sana, de los vecinos Dominicos y del Colegio San José. Por aquella época solo participaban los colegios privados, ya que en los públicos no existía la Educación Física (entonces Gimnasia) ni mucho menos especialidades, y por supuesto carecían de instalaciones donde poder practicar ejercicio físico. ¡Como ha cambiado el país!
Algunos de los colegios participantes eran la Sagrada Familia, Dominicos, San José, El Sagrado Corazón, Cristo Rey, El Salvador, El Pilar y alguno más. Aquellos juegos escolares atraían a muchos espectadores y los que tuvimos la suerte de participar esperábamos esa competición como agua de mayo.
El Colegio San Agustín se proclamó varias veces Campeón y otras se tuvo que conformar con otros puestos no tan destacados. No siempre se podía contar con un notable número de buenos atletas que permitiera el éxito colectivo. Pero una de las características del atletismo es que es un deporte individual. Si bien a veces no se podía contar con un grupo que te garantizara el éxito, tu valor te permitía competir en otros campeonatos de mayor calado, regionales, nacionales o internacionales.
En los años 70, una vez arraigado este deporte en el Colegio, fueron saliendo atletas de un valor estimable. Como siempre suele ocurrir, al nombrar algunos de los más destacados se corre el peligro de olvidar otros. Entre paréntesis se coloca el año de nacimiento como orientación: hermanos Solís Pérez (1954 y 1955), Aníbal Asensio (1955), José Ignacio Rodríguez Molinero (1957), César Fernández (1960), Santiago Ortega (1961), Ángel y Javier Labarga (1961 y 1962), José Luis Cáceres (1965), José Miguel Calabor (1966), Eduardo Alonso Benito (1966), Judit y Eduardo Domínguez (1975), Álvaro Rodríguez (1987), Víctor García Bautista (1987), María Asensio (1990) y Belén Asensio (1995).
Sería injusto no elevar un monumento al atleta desconocido. Cientos y miles de niños han participado en atletismo en el Colegio con ilusión, han colaborado a engrandecer un deporte bello y nunca han sido premiados ni distinguidos más que con el cariño de sus padres y del entrenador. Esos niños, cuya posición en un cros podía ser el 80 ó el 100, porque no podían más, lo seguían intentando una y otra vez, y al final participaban porque aunque el éxito nunca les iba a pertenecer, les gustaba; y si volvieran a nacer posiblemente lo seguirían haciendo.
Me resulta muy grato ver a estos atletas corriendo en parques, lanzando o saltando porque les gusta. Es mi monumento particular al atleta desconocido.
Algunos nombres del Deporte en el Colegio San Agustín de Valladolid
- Jesús Antonio Capellán: mejor jugador de fútbol infantil en España. Lérida, 1972.
- Jacobo Sanz: portero titular del Real Valladolid y del Getafe a inicios de la década de 2000.
- Miguel Ángel Frechilla alias “Matthaus”: jugador de rugby internacional en 28 ocasiones con la selección española.
- Javier de Vicente, jugador de baloncesto del Miñón Valladolid en los años 80.
- Roberto Morentin, jugador de baloncesto de la ACB en la actualidad.
- Porfirio Fisac, entrenador del Blancos de Rueda y del Fuenlabrada de baloncesto.
- Hugo López, segundo entrenador del Real Madrid de baloncesto.
- César Pérez Merino, internacional sub 19 de balonmano.
- Gonzalo Porras, jugador de balonmano de la Liga Asobal.
- Miguel Lacasa, jugador de balonmano de la Liga Asobal.
- José Ignacio Rodríguez Molinero, campeón de España en 400 metros vallas (Barcelona 1973).
- César Fernández Espinosa, campeón en 400 metros lisos.
- José Miguel Calabor Palmero, campeón de España en 2.000 metros obstáculos (1982).
- Eduardo Alonso, medalla de bronce en 1.000 metros lisos (San Sebastián).
- Eduardo Domínguez, campeón de España en 300 metros vallas.
- Belen Asensio, medalla en 1.000 metros lisos (Sevilla 2011).
- María Asensio, medalla de bronce en 1.500 metros en la categoría Promesa (Sevilla 2011).
- Álvaro Rodríguez Melero, participante en las Olimpiadas de Londres 2012 y medallista en diversas ocasiones de los 800, 1.500 y 2.000 metros.
- De entre los encargados, religiosos y laicos, que han logrado crear toda esa estructura deportiva desde los inicios hasta hoy figuran Eduardo Burgos Arroyo, Miguel Ángel González, Aurelio Ripollés, Cirilo de Esteban, Enrique Hernández, José Antonio Román, Aniceto Sánchez, José Ignacio Rodríguez Molinero, Carlos Monroy, Manuel Martín, José Antonio Paunero…
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