Veintisiete años lleva monseñor José Luis Azcona misionando en la isla de Marajó (Brasil), ubicada en la desembocadura del río Amazonas, y veinticinco como obispo. Su postura de defensa del pueblo marajoará y de la justicia le ha acarreado graves riesgos y la amenaza de muerte, que, “con la gracia de Dios” –expresión frecuente en sus labios–, ha podido afrontar.

José Luis Azcona Hermoso, nació en Dicastillo (Navarra, España) y recibió toda su formación religioso-sacerdotal en los seminarios de la Orden agustino-recoleta. Una vez que se ordenó sacerdote, se especializó en teología moral en Roma, obteniendo el doctorado con la tesis La humildad de Cristo en los tratados In Ioannem de san Agustín. Ejerció la docencia en algunos periodos de su vida; fue capellán de emigrantes en Mantinghausen (Alemania) y desempeñó diversas tareas de gobierno: maestro de novicios, prior provincial… hasta que a sus cuarenta y cinco años, en 1985, es destinado a Marajó. A los dos años es nombrado prelado-obispo de Marajó, servicio que sigue desempeñando hasta el momento presente.

Como la Orden de Agustinos Recoletos, a la que pertenece, ha comenzado el proceso de revitalización y reestructuración que va a afectar a personas y ministerios, se ha acudido a Azcona para recabar su opinión sobre este asunto tan sensible y de qué forma puede llevarse a cabo en un territorio misional.

P. ¿Cómo vive, un misionero y además obispo, su identificación con una Orden como los Agustinos Recoletos?

R. Mi identificación con la Orden la vivo a partir de la comunicación que se me envía a través de los órganos informativos de la misma y que leo con enorme curiosidad e interés. Siempre busco un tiempo, dejando de lado otras ocupaciones para informarme sobre la Orden.

Al mismo tiempo, procuro vivir lo que como agustino recoleto profesé en la línea de dar tiempo preferencial a la oración y a las actividades del otium sanctum. Me he decidido por levantarme temprano para asegurar el tiempo de oración, cuanto más amplio mejor. Delante de tantos desafíos, este lado contemplativo de la Orden me ha mantenido en pie.

P. ¿Esta su vivencia del espíritu recoleto tiene alguna resonancia exterior en la vida, organización y actividad pastoral de la Prelatura?

R. Mira, el aspecto comunitario creo que es una marca típicamente agustino-recoleta y, aunque no resido con misioneros agustinos recoletos, procuro formar a los sacerdotes diocesanos en la vida de comunidad lo máximo posible. Lo cual ha sido posible por el hecho de haber tenido en los comienzos del seminario mayor de la Prelatura un formador de la Orden. Por otra parte, la dimensión eclesial de la pastoral es para mí una herencia preciosa que sin duda me viene de nuestra Orden.

P. ¿Cómo ve estos momentos en que la Orden quiere renovarse y al mismo tiempo mejorar su organización y sus presencias?

R. Con relación a mi visión actual de la Orden en los esfuerzos de revitalización y reestructuración, confieso mis límites por el hecho de vivir en una misión que es verdaderamente periferia social, eclesial y de la Orden. Pero quiero manifestar alguna impresión personal.

Me parece urgentísima la tarea de revitalización de la Orden. De hecho, no se puede esperar más. Creo que nos hemos apartado mucho de la experiencia del carisma recoleto o no hemos sabido revitalizarlo al ritmo del desarrollo múltiple y agitadísimo que está teniendo la humanidad en nuestros tiempos. Creo que el riesgo desafiador que lleva consigo el “ver” la realidad personal y comunitaria, y la del mundo al que pertenecemos sin ser de él, nos ha cercado con una especie de miedo, incluso pánico, para enfrentar las cosas que se nos presentan. Una falsa confianza en la presencia de Dios en la historia de siempre y en la de hoy, nos ha apartado de ese ver “peligroso” que lleva consigo, con la gracia de Dios, la voluntad de cambio… Instalación, mundanización, pérdida de identidad están entre otros efectos de la falta de coraje para un ver cualificado y consecuente.

Como agustino recoleto me siento en esa ola de revitalización de la Orden y quiero expresar mi gran preocupación al respecto.

P. Cuando hace años llegó a la misión de Marajó, ¿cómo afectó el encuentro con la misión, con los misioneros, con los laicos a su experiencia de vida consagrada anterior?

El encuentro con la misión afectó de modo enormemente positivo mi condición de agustino recoleto llegado a la Amazonia. A la distancia de 26 años doy gracias a Dios también y especialmente como agustino recoleto por haber recibido la gracia de ser misionero en Marajó. Los impactos fueron enormes en todas las áreas de mi personalidad de consagrado agustino recoleto.

Comencé a hacer la distinción entre lo esencial y las circunstancias donde se debía vivir el carisma con fidelidad. Fue uno de los grandes logros de mi vida de consagrado. Y no fue fácil. Un hombre legalista, con apoyos excesivos en la normativa constitucional, celoso por la observancia que había procurado durante mis dos trienios de Provincial… La misión, los misioneros, los laicos me hicieron en el yunque de la misión un agustino recoleto. Algunos misioneros me decían que no tenía el carácter paternal de don Alquilio Álvarez Díez, mi predecesor; que no conocía Marajó, su cultura y su Iglesia, etc. Hoy agradezco a Dios, a los misioneros y al pueblo de Marajó por todo. En gran parte, ellos me hicieron religioso agustino recoleto. Creo que, debido a mi fragilidad, en comunidades de la Orden fuera de la Amazonia hubiese sido muy difícil para mí vivir el espíritu y la realidad de las bienaventuranzas.

Otra lección impresionante que aprendí en la misión y que se refiere al fundamento cristiano del bautismo fue la capacidad de perdonar a los enemigos de este pueblo, a los canallas, a los eternos trapaceros. No fue nada fácil hasta conseguir por la gracia de Dios perdonar a los enemigos de la Iglesia y del pueblo y al mismo tiempo no cesar hasta con peligro de la vida de denunciar, anunciar el evangelio de la liberación integral con todas las consecuencias. En otros lugares, debido a mi acomodación, a una espiritualidad sin historia, hubiese sido imposible.

P. ¿Qué podemos aprender los religiosos de las otras realidades y carismas de la iglesia y de las comunidades de los pobres, de los últimos, de los que reciben la fe, en las misiones?

R. De otros carismas de la Iglesia los religiosos aprendemos a valorar la propia Iglesia y de un modo especial su dimensión estructuralmente carismática, lo que posibilita la revitalización de la propia vida religiosa, siendo ésta fecundada por esa riqueza inmensa. El interior de la misión especialmente constituye para mí un auténtico “baño de evangelio” en la pureza, la simplicidad de una fe manifestada muchas veces entre nuestros pobres, en una vida de oración continua que se prolonga en la selva, en el río grande y en el igarapé.

P. ¿Recuerda alguna anécdota, historia o experiencia que en todos estos años le haya llamado especialmente la atención en sus encuentros con los cristianos de Marajó o con otros?

R. El impacto que produce oír confesiones de muchos en el interior y la constatación del poder transformador de la propia comunidad eclesial de base: “Desde que entré en la comunidad dejé de adulterar contra mi esposa”. Hace dieciocho años que no tomo alcohol cuando antes me emborrachaba todos los días. Son los años que estoy en la comunidad…”, monseñor.

Ejemplo como el de las familias -y no son casos raros-, que reman dos horas para participar del culto dominical con la comunidad y que después tienen que remar otras dos para retornar a casa.

Delante de casos semejantes todos los días, el religioso se pregunta: “¿Tengo fe para hacer eso?”

P. ¿Puede presentarse a los religiosos de la Orden el ministerio de las misiones como un lugar y ejemplo de energía para la revitalización y al mismo tiempo de desafío a la creatividad de los religiosos?

R. La misión, creo firmemente, es el lugar más adecuado para desarrollar la creatividad, la personalidad, el espíritu apostólico y propiciar la madurez humana, cristiana y religiosa. No me cansaré de repetir esa afirmación. Por eso, si la revitalización de la Orden no pasa por la misión, no habrá revitalización. El permitir que Dios te utilice en ambientes en que lo humano, la previsión, la programación, la utilización de los medios no te pueden dar seguridad, te dispone a orar, estudiar, investigar y organizar desde aquel que dijo: “Sin Mí, no podéis hacer nada!”. Evidentemente que la misión exige cautelas y cuidados. Precisamente por el hecho, entre otros, de que escapa de tu propio control y autonomía para contar con Dios y con su Espíritu, protagonista de toda misión. No deja de ser difícil, pero al mismo tiempo es apasionante.

P. ¿Qué esperan las comunidades cristianas de esos lugares de los religiosos?

R. Esperan que sea un hombre de Dios, una persona que les hable de Él, en quien lo puedan sentir con facilidad y profundamente, a quien puedan acudir precisamente como a alguien que hace a Dios presente entre ellos con fuerza y de modo inmediato. Del religioso se espera que rece por los enfermos y por eso, le llevarán el niño que se está muriendo para que rece por él, le pedirán la bendición todas las veces que lo vean, a él pedirán el consejo para alguna actuación importante en la familia, trabajo, Iglesia… El padre es todo. También el que lo defiende contra los abusos de la policía, el que puede espantar a los piratas, hoy tan numerosos y sueltos, quien defienda la justicia y diga la verdad al pequeño y sobre todo al grande.

P. ¿Es significativa la presencia de los frailes entre ellos, es válido su testimonio? ¿Recuerda algún caso significativo?

R. Entre nosotros, en Marajó, la presencia testimonial de fray Zacarías Fernández o de fray Ramón Echávarri, ahogados en las aguas del Amazonas al servicio del evangelio, es emblemática. El pueblo comprende muy bien al misionero que se queda y muere por él o con él en Marajó. Comprende que el evangelio lleva a la donación por el mismo, hombre o mujer marajoara hasta la muerte. Este es el testimonio más fuerte, el que convence a nuestros hermanos marajoaras. Estar con ellos, sufrir con ellos, no irse de Marajó, morir con ellos… Eso es lo supremo para el marajoara.

P. ¿Qué mensaje, actitud o iniciativas valen la pena comunicar desde las “cristiandades” jóvenes a la vieja “cristiandad” que la ayude a ésta a renovarse?

R. Es precisamente el mensaje de que quien se olvida de sí mismo por causa de Jesús y del evangelio, se encuentra consigo mismo, se reconcilia con el futuro siempre misterioso y cuestionador y se encuentra con Jesús y con el hombre.

Aquí, en Marajó, el Nuevo Pentecostés está aconteciendo y con él estamos aprendiendo que, con Él, todo se renueva, todo parece recién estrenado, todo se abre; la sorpresa es la noticia de cada día y la sensación de que esta ola del Espíritu nos está llevando lejos… Creemos que esta juventud, renovación o revitalización es para todos y ese Nuevo Pentecostés lo pedimos para toda la Iglesia, para la Orden y para todas las Provincias.