Francisco Javier Hernández.

El agustino recoleto Francisco Javier Hernández ha servido a la Iglesia como obispo de la Diócesis de Tianguá (Ceará, Brasil). Al cumplir 20 años de episcopado, hacemos con él balance.

La diócesis de Tianguá (Ceará, Brasil) ha sufrido en los últimos 20 años una profunda transformación en paralelo con los propios cambios sociales, culturales, demográficos y económicos que han tenido lugar en el contexto geográfico en el que está insertada.

Posiblemente lo que mejor puede definir el programa y las actuaciones que ha llevado a cabo en este tiempo su obispo, el agustino recoleto Francisco Javier Hernández, es su visión eclesial desde los valores del gran maestro de obispos y de cristianos en general, san Agustín. Gran conocedor y seguidor del santo de Hipona, el obispo de Tianguá ha puesto en práctica lo que durante años enseñó en diversos centros de formación en la teoría y lo mucho que aprendió posteriormente en su práctica pastoral que le ha llevado por prácticamente todo Brasil.

a) Primeros pasos en la vida religiosa y sacerdotal

Francisco Javier Hernández nació en Cascante (Navarra, España) el 13 de enero de 1941. Hijo de su tiempo, ingresó por primera vez en el seminario con corta edad, a los 12 años, en el colegio apostólico que los Recoletos tenían en Lodosa (Navarra), a 65 kilómetros de su localidad natal, ambas dentro del ámbito geográfico del Valle del Ebro.

Esta región fue el centro de sus primeros pasos en la vida religiosa, sacerdotal y también en sus afanes intelectuales. En Monteagudo (Navarra) realizó el noviciado y profesó dentro de la Orden (2 de septiembre de 1961). También en esa misma región hizo sus primeros pasos dentro del estudio de la Teología y fue ordenado sacerdote, esta vez en Marcilla (Navarra), el 18 de julio de 1965. Todo, por tanto, en un mundo con no más de 50 kilómetros de diámetro.

b) Roma en el Postconcilio

Esta tendencia se rompería nada más ordenarse presbítero. Su primer destino fue Roma, donde adquirió la licenciatura en Teología en el Instituto Angelicum y la especialidad en Teología moral en el Alphonsianum, entre los años 1965 y 1968. No sólo fue un momento especial para Hernández, que pudo adquirir una cultura mucho más universal y conocer un nuevo mundo.

Coincidió que en esa misma época y en esa misma ciudad se producía uno de los hechos más significativos y que más cambios han producido en la historia de la Iglesia, recién finalizado el Concilio Vaticano II y en los primeros momentos de la profunda renovación interior de todas las estructuras eclesiales. Hernández tuvo la oportunidad de participar de los grandes debates teóricos y de ser testigo presencial de los intensos días que precedieron al Concilio. De hecho, su gran conocimiento del Concilio y su reflexión continuada sobre las consecuencias que tuvo en la Iglesia son una de las grandes influencias que recibió y que, con el tiempo, se pueden observar en su tarea al frente de la diócesis de Tianguá.

Pero esta internacionalización de su pensamiento no acabó con sus estudios en Roma. Tras un breve paréntesis de cinco años enseñando en el mismo centro donde había dado sus primeros pasos en el conocimiento de la Teología, en Marcilla (Navarra), en 1973 fue trasladado a Brasil, país que le ha acogido desde entonces y que se ha convertido en su auténtico hogar.

c) Franca: el Brasil industrializado y de una Iglesia estructurada

En 1973, la Provincia de Santa Rita de la Orden de Agustinos Recoletos pidió ayuda voluntaria a religiosos de otras provincias de su Orden debido su escasez de personal para atender a los ministerios y a la falta de vocaciones. Hernández se ofrece para participar en el grupo de religiosos que, de otras provincias, eran destinados a ayudar a la Provincia hermana en una situación de necesidad.

Desde comienzos de 1974 hasta 1985 pasa once años trabajando en Franca (São Paulo), en la zona sudeste del país, como profesor de Filosofía en el seminario de los Agustinos Recoletos y como párroco de la parroquia de Nuestra Señora de Aparecida.

El “primer Brasil” que conoce Hernández es el Brasil más desarrollado. Franca es un municipio situado en la punta noreste del Estado de São Paulo, dentro de la región de Ribeirão Preto, y fronterizo con el estado de Minas Gerais. Actualmente cuenta con casi 320.000 habitantes repartidos en 607 kilómetros cuadrados. La ciudad, situada a algo más de mil metros sobre el nivel del mar, tiene durante todo el año temperaturas medias de entre 15 y 23 grados, y un régimen pluviométrico de 1.623 mm anuales.

La ciudad nació en torno a la ruta que unía São Paulo con las grandes minas de oro de la región de Minas y Goiás. Posteriormente recibió mucha inmigración italiana con la introducción del café y desde comienzos del siglo XX se introduce en la economía local la industria que le ha hecho más famosa hasta nuestros días, la del calzado. Cuenta con más de 1.000 empresas grandes y medias dedicadas a este mercado, y es la ciudad con mayor producción de calzado de América Latina. Además cuenta con industria de confección, fundición y diamantes. El 98% de la población del municipio vive en la ciudad, aunque la zona rural todavía mantiene una gran producción agrícola, principalmente de café.

Franca es una ciudad profundamente unida a los Agustinos Recoletos desde 1925, año en que llegaron. Ellos terminaron las obras de la iglesia matriz y fundaron periódicos como el semanario “O Aviso de Franca”. Además inauguraron la iglesia de Nuestra Señora de Aparecida, más conocida como “la capillita” (a capelinha) y, en 1926, iniciaron la construcción del seminario junto a esta nueva iglesia. La primera comunidad se estableció el 26 de septiembre de 1927 y el seminario en 1931. Con ello también se daba estabilidad en la Orden a la búsqueda sistemática de vocaciones locales, que había comenzado pocos años antes en Ribeirão Preto.

El seminario de Franca comenzó como lugar de estudio teológico, pero la llegada de la Guerra Civil a España también lo convirtió en noviciado. Por eso, también desde 1935 se estableció la formación filosófica para atender a los nuevos profesos.

En 1960 Franca deja de formar teólogos y queda con el noviciado y el filosofado, las dos primeras etapas de formación de los nuevos religiosos. La crisis vocacional obligó a cerrar el seminario en 1967. La llegada de Hernández, entre otros, propició que entre 1973 y 1978 se formasen cuatro grupos de novicios y filósofos que terminaban el noviciado. El Capítulo Provincial de 1979 decidió, finalmente, que los estudios filosóficos se llevarían a cabo antes del noviciado y no tras la profesión religiosa. El centro filosófico estaba además abierto a otras congregaciones y a los laicos, por lo que en las aulas en las que enseñó Hernández había seminaristas recoletos, franciscanos, cistercienses y un gran número de laicos.

Esta enseñanza a los laicos dentro de seminarios de religiosos, fruto de la renovación del Concilio Vaticano II y que no se dio en otras partes de la vieja cristiandad como Europa, puso en contacto a Hernández con una de las realidades que más han marcado su labor posterior ya en el episcopado: la participación activa de laicos en los cuadros de gestión de la diócesis, en la formación cristiana y en las actividades de los grupos pastorales.

Dentro del complejo de los Recoletos en Franca está la iglesia matriz de la parroquia, el seminario, una imprenta ya desaparecida como empresa (Editora Santa Rita), salas de reuniones, un auditorio y un gran salón de reuniones y fiestas.

La iglesia conventual fue elevada a parroquia en 1968. Desde el principio se desarrolló bajo el esquema de comunidades de base, en un total de 15, cada una de las cuales tiene su propia capilla y salas de catequesis y reuniones, con una fórmula de gestión bastante independiente y descentralizada.

Hernández de este modo entró en contacto con otra realidad que marcará su pensamiento, junto al de la participación del laico: la concepción de la Iglesia como una comunidad de comunidades que ofrecen todos sus servicios (religiosos y sociales) a la comunidad local, conscientes de su problemática más inmediata y bien conocedores de su realidad.

d) Amazonia: un mundo por descubrir

En 1985 finaliza el periodo de ayuda por el que Francisco Javier Hernández estaba a disposición de la Provincia de Santa Rita, y vuelve a su provincia madre, San Nicolás de Tolentino. Hernández tiene entonces la oportunidad de conocer otro Brasil diferente, el de las selvas, la situación social injusta y la falta de desarrollo y oportunidades.

Su destino a la vuelta a su provincia estará en el mismo país, Brasil, pero un lugar que no se parece en nada a la industrializada zona sur de la que procedía. Es nombrado párroco de la parroquia de Santa Rita de Manaus, la capital del estado de Amazonas. Conocida su preparación intelectual y su gran experiencia pastoral, enseguida recibe otros nombramientos diocesanos: coordinador de pastoral de la archidiócesis y, posteriormente, desde 1989, vicario episcopal de la región Este. Ambos cargos los ocupará hasta 1991.

La parroquia de Santa Rita de Manaus también tiene una larguísima trayectoria dentro de la historia común de los Agustinos Recoletos y la capital amazónica. Los religiosos llegan a Manaus a finales de 1932, cuando fundan una residencia en el barrio de la Cachoeirinha como centro de apoyo y descanso para los misioneros del interior de la selva, de Lábrea.

En 1941 el obispo declarará la parroquia y añadirá en su territorio la antigua parroquia de Careiro. En aquel tiempo, el barrio era periférico, situado al otro lado de uno de los igarapés o ríos que lo separan del centro histórico de la ciudad. Con el tiempo se convirtió en un barrio que resume la realidad de la región: tiene una zona muy bien trazada y de clase media y alta que cuentan con todos los servicios necesarios (hospitales, centros comerciales, centros educativos de gran nivel, transporte público); y otra población que vive en los igarapés, en muchos casos en infraviviendas construidas encima de los propios ríos, en palafitos insalubres y sin trabajos reconocidos, muchos de ellos en la economía sumergida de la venta callejera.

La parroquia tuvo desde el comienzo una gran actividad social, que incluía un centro de formación profesional de costura que se clausuró en 1970 y un colegio que también ese año fue entregado al estado de Amazonas que continuaría su gestión.

Hernández se encontró a su llegada una estructura eclesial parecida en parte a la del Sur, con la filosofía de las Comunidades de Base (matriz y cinco nuevas comunidades). La novedad estaba en unir a los grupos humanos tan heterogéneos que componen la parroquia, con grandes diferencias económicas, sociales, culturales entre los 30.000 habitantes que hay en su demarcación. Un gran desafío para que la unidad parroquial y la marcha de las diferentes comunidades de base no quede empañada por diferencias de recursos, presupuestos u oportunidades.

También aquí Hernández fortaleció notablemente el papel de los laicos y tuvo oportunidad de reforzar la pastoral social parroquial como una parte inequívoca de la realidad eclesial. Además, su contacto con la gestión administrativa de la diócesis y su propio nombramiento como vicario episcopal le abren las puertas a su siguiente destino.

e) Obispo agustino recoleto

El 6 de marzo de 1991, Francisco Javier Hernández recibe noticia de su nombramiento como obispo de Tianguá. Fue ordenado obispo en Manaus el 19 de mayo de 1991, y el 24 de junio tomó posesión y se estableció en su nuevo destino, un lugar completamente desconocido para él, a 2.170 kilómetros al este, y que forma parte de un “tercer Brasil” que tendrá que conocer casi a partir de cero y al que tendrá que acomodarse y acostumbrarse.

Con otra particularidad: en su diócesis no había religiosos de su Orden. Los más cercanos de su provincia estaban en Manaus, a 2.170 kilómetros, y de otras provincias a 870 (Belém do Pará, Provincia de Santo Tomás de Villanueva) o a 2.000 sus antiguos compañeros de la Provincia de Santa Rita.

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