Las Agustinas Recoletas abrieron hace casi nueve meses un nuevo monasterio al norte de Kenia, casi en la frontera con Etiopía, en una zona semidesértica. Tal como cuentan en primera persona, los primeros tiempos de la segunda comunidad contemplativa recoleta en África han estado marcados por la ayuda de otras congregaciones religiosas y la cálida recepción de los habitantes del lugar.

Llevamos desde el pasado 10 de octubre viviendo nuestra vida contemplativa de monjas agustinas recoletas en este Monasterio San Agustín, situado en la parroquia de Nakwamekwi, diócesis de Lodwar, al noroeste de Kenia, no muy lejano de la frontera con Etiopía, donde hemos experimentado cada día y en todo momento la bondad y misericordia del Señor en favor nuestro.

Hacía ya quince años que aquí deseaban la presencia de una comunidad de vida contemplativa. Desde un principio fuimos acogidas con cariño por todos los miembros de esta Iglesia diocesana, que hasta ahora no han dejado de preocuparse por nosotras y por lo nuestro.

Frente a nuestro monasterio está una misión católica atendida por los Combonianos, en la que residen los padres Rafael Cefalo y Elías Ciapeti, italianos, y Aarón Cendejas, mexicano. Por indicaciones del entonces obispo de esta diócesis de Lodwar, Patrick Joseph Harrington, el sacerdote mexicano nos atiende en la capellanía, nos administra el sacramento de la reconciliación, algunas veces nos da el retiro mensual, en la Semana Santa impartió los ejercicios espirituales y es también nuestro maestro de inglés.

Al lado derecho del monasterio está el colegio internado de niñas atendido por las Hermanas de La Asunción de Nairobi. Los domingos vienen a misa a nuestra iglesia y se encargan de los cantos, interpretados con ritmo y entusiasmo desbordantes.

En la parte izquierda los vecinos son personas nativas que viven pobremente en sus chozas. Muchos son musulmanes, así es que todos los días desde muy temprano se escucha el toque de un tambor y un canto muy peculiar, que más bien parece un quejido dilatado, sus alabanzas matutinas a Alá.

Acostumbradas al clima de México, el cambio a la calurosa Kenia nos resultó difícil. Tres de nosotras ya hemos tenido malaria, enfermedad propia de estos lugares, pero con la atención médica y solícita que nos proporcionaron superamos la situación. No han faltado algunos achaques en las otras hermanas, pero poco a poco vamos adaptándonos a esta realidad africana.

En este semidesértico lugar contamos con la bendición de un pozo, que tiene un caudal de 10.000 litros de agua por hora y que fue abierto antes de iniciarse la construcción del monasterio. De él nos surtimos nosotras y lo compartimos con numerosas personas de esta región turkana, que todas las tardes vienen a llenar sus recipientes y los llevan a su humilde hogar.

Mientras esperan su turno es maravilloso escucharlos cantar y ver a algunos bailar, seguramente en señal de gratitud y alegría. Algunas mamás, cuando cambian la manguera de recipiente en recipiente, aprovechan para mojar a sus niños, y éstos gozan del frescor del agua sin moverse.

A escasos días de habitar aquí, el P. Elías comenzó a entregarnos diaramiente una cesta llena de frutas de su huerta y desde entonces tenemos fruta y verdura siempre en casa, gracias a su generosidad.

Él, que lleva cuarenta años como misionero en África y es un experto en plantación y sembradío, trajo a varios trabajadores que prepararon la tierra de nuestra huerta y plantaron diferentes árboles frutales, otros ornamentales para sombra e instalaron el sistema de regadío.

Los gastos de todo esto y de la perforación del pozo los afrontaron los Combonianos, un regalo de Dios para nuestra comunidad a través de estos abnegados y generosos misioneros, a quienes les estamos muy agradecidas. Los Misioneros de San Pablo Apóstol residentes en Lodwar nos han ayudado también a remediar algunas de nuestras necesidades,.

Mientras nuestra huerta es una promesa de futuro, intentamos sembrar otras cosas de ciclo rápido, como sandías y otras verduras que ya disfrutamos comunitariamente y de las que les hacemos partícipes a otras personas allegadas.

Por lo que se refiere a nuestro trabajo de comunidad, confeccionamos los uniformes de las niñas del internado, hacemos algo de repostería, galletas y bollería que han gustado mucho, y elaboramos las hostias para toda nuestra Diócesis, con la esperanza de que, a plazo no tan largo, sea posible hacerlas llegar a las diócesis vecinas.

De forma indirecta nos enteramos de que el obispo Harrington no tardaría en dejar el gobierno de la Diócesis de Lodwar. De vez en cuando venía a visitarnos muy contento y mostraba mucho interés por saber cómo nos encontrábamos; las más de las veces lo hizo solo y en una ocasión vino con dos de sus hermanos de sangre. Quiso venir a celebrar la misa de Navidad, y al fin supimos que, por motivos de salud, dejaba definitivamente la Diócesis para residir en Kitale. Se encomendó a nuestras oraciones porque le iban a hacer una intervención quirúrgica. El 30 de marzo tomó posesión Dominic Kimengich, hasta entonces obispo auxiliar, como tercer obispo de Lodwar.

Lo más común por esta tierra turkana es la escasez de la lluvia. Desde el 10 de octubre de 2010, al día siguiente de nuestra llegada, cuando llovió fuerte por espacio de media hora, no volvió a caer agua hasta el 17 de marzo. Hubo un aguacero torrencial y tras éste siguieron otros durante dos días, al grado de que algunas partes de nuestro monasterio se inundaron.

La tierra reseca lo agradeció y a los pocos días empezó a brotar hierba, pasto y hasta flores silvestres. También llegó cierta preocupación para los habitantes turkanos porque el lodo les hace difícil el tránsito por los caminos y ocasiona la proliferación de mosquitos, transmisores de algunas enfermedades.

Nuestro caminar conventual en estas tierras africanas es posible gracias a la constante ayuda que recibimos de Dios, que vela siempre por nosotras, por lo que, llenas de humilde reconocimiento, bien podemos repetir con el salmista, que durante todo este tiempo «el Señor ha estado grande con nosotras y estamos alegres«, y por ese mismo motivo nuestro corazón, además de alegrarse, le canta agradecido.

Para sostener y llevar siempre adelante esta empresa de Dios y de la Iglesia que se nos ha confiado nos encomendamos a sus oraciones, las que ya desde ahora les agradecemos fraternalmente.