Es éste un recorrido por la realidad de Sierra Leona, un país en el que los Agustinos Recoletos han dejado ya su marca. El autor, con el alma herida y enamorada tras un año en el país, narra su relato a veces en primera persona, otras desde la mirada objetiva del observador, con trazos de humor y de sueños de futuro para este país.
Hablando de las clases de apoyo a los estudiantes, otra anécdota puede mostrar la situación de la Educación. Hasta que un rayo nos quemó la instalación eléctrica del centro de pastoral, durante unos tres meses ofrecimos clases de apoyo nocturnas. En casa los chavales no tienen luz, así que ese espacio fue muy bien recibido por todos. El estudio era guiado: les acompañaba cada noche, respondía dudas o explicaba temas. En definitiva, comenzaron a verme como un profesor.
En una sociedad aislada, sin cultura suficiente para hablar de tantos temas como ofrece la vida, y con demasiado tiempo libre, triunfan los rumores, el “congossaie” (pronúnciese ‘congosar’), en vulgo “chismes”. A las tres semanas de estudio guiado me enteré de un chisme: las chicas decían que yo era “un profesor que sólo enseña”.
A primera vista, es un comentario sin sentido o intrascendente. Pero el significado real asombra. “Sólo enseñaba” porque no me dedicaba también a “interactuar de otras formas” con mis alumnas. A buen entendedor, suficientes palabras.
Conclusión: los profesores, normalmente, “interactúan”. En una encuesta de la Asociación de Género y Desarrollo de Kamabai, que lucha por los derechos de la mujer, la promoción de la educación universal y la eliminación de la costumbre de la mutilación genital femenina, salió a la luz que el 4% de los embarazos de adolescentes en Kamabai eran por la “interactuación” profesor – alumna.
A cambio, el profesor aumenta notas, hace la vista gorda en las faltas a clase, se elimina cualquier posibilidad del tradicional “es que el profe me tiene manía”. Un porcentaje pequeño, pero extremadamente significativo.
La educación formal es uno de los puntos sensibles en materia de desarrollo. Si las sociedades occidentales han entendido que la inversión I+D de hoy son ganancias de futuro, podemos convenir que para el desarrollo de cualquier sociedad es condición “sine qua non” la eliminación del analfabetismo, la escolarización universal y el acceso igualitario a las oportunidades. Todo eso sólo lo puede ofrecer la escuela.
El tres de enero fuimos a repartir material escolar en las aldeas más alejadas de Kamabai, entregando bolis, lápices, rotuladores, gomas. La generosidad de los alumnos de los colegios de los Agustinos Recoletos en España permite esta labor.
En tres cuartos de hora llegó uno de esos “bajones psicológicos” que en Sierra Leona aparecen tan inesperadamente como una malaria. Tres aldeas seguidas en los que ningún niño o niña, nadie, iba a la escuela. Desazón y rabia interiores.
Siempre que se reparte algo llega toda la aldea. Al ver que sólo entregábamos a niños escolarizados, todos, de ancianos a bebés, decían ser alumnos. Tras seleccionar a los candidatos plausibles, observamos que nada más entregar las gomas de borrar, los peques se las comían. Paramos la entrega y sólo entonces reconocieron que era su primera vez ante una goma y nadie sabía leer o escribir. Nadie en tres aldeas seguidas iba a la escuela.
Haz un ejercicio de imaginación. Te llamas Fatmata o Ibrahim, tienes 14 años y vives en Biriwa. Tienes suerte, no estás en ese 20 a 30% de niños y niñas que nunca pisarán una escuela en la región: eres estudiante.
Te levantas a las 4:45 de la cama, que compartes con otros tres chicos, para barrer las calles con una escoba de palos. Tus ojos están acostumbrados a la oscuridad (te aseguro que ellos ven lo que yo nunca vería con ese índice de luz); si hay luna llena, te facilitará las cosas.
Después calientas la comida del día anterior para toda la familia. Son las 6:30 y hasta dentro de doce horas no comerás nada más. Tras fregar todo, vas al pozo para recoger agua que dejarás en la baffa. No sabes lo que es un grifo ni una ducha. Así que después vas al arrozal y te bañas. En tiempo seco tendrás que caminar algo más y el agua estará estancada y sucia.
Te vistes con el único uniforme que tienes, cuyo color revela tu escuela y grado. Suele costar entre 25.000 y 60.000 leones (de cinco a doce euros) y es uno de los capítulos más onerosos para las familias. Además, tanto la escuela wesleyana como la islámica tienen una matrícula cuatrimestral de unos 20.000 leones (cuatro euros). No son pocos los que comienzan el curso pero no lo terminan por falta de dinero. Cuando la familia tiene cinco hijos o más, o el padre tiene otra mujer, o dos, o tres, una sola persona tiene que pagar los uniformes y matrículas de más de 10 alumnos. Muchos quedan fuera de la escuela por esa causa.
Si no vives en la aldea donde está la escuela tendrás que caminar entre una hora y media y dos horas de ida y otras tantas de vuelta. Lluvia fuerte, sol incompasivo, viento del desierto (harmattan)… Pocas veces las condiciones son favorables.
En tu aula hay otros 80 chavales, estás como en una lata de sardinas. Pupitres para dos personas están ocupados por tres. El calor aprieta. No hay libros y copias interminables lecciones de la pizarra. Ni siquiera entiendes bien el idioma en que están escritas las lecciones. Todos los exámenes oficiales son en inglés, pero muchos de los profesores ni siquiera lo usan en clase y lo cambian por Krio.
Tus profesores no están bien formados, ganan poco o nada, en muchos casos son alcohólicos, a veces usan parte de los días lectivos para que trabajes para ellos, plantando, buscando madera o recogiendo su cosecha.
A las dos de la tarde vuelves a casa, lavas el uniforme para que esté seco mañana y te vas al campo. Hacia las seis, comes por segunda vez y vuelves a la aldea.
Ya por la noche, estudias un poco. No hay mesas ni sillas, y usas una lamparita de queroseno de llama pequeña y vibrante, crea sombras por todas partes. Estudiar se reduce a repetir en voz alta lo que has copiado en el cuaderno, preguntar las palabras que no entiendes, compartir significados y memorizar. Pocos entienden completamente lo que leen y lo asimilan en su cerebro.
Visto el retrato robot del estudiante en Kamabai, la pregunta es inmediata: ¿Esto tiene solución? Es un mundo oscuro, no sólo por la falta física de luz, sino por las condiciones psicológicas, emocionales e intelectuales con que se afronta la vida.
A no asumir lo que se estudia, se añaden las “otras vías de conocimiento” que ejercen una influencia brutal en los jóvenes: creencias absurdas, supercherías, sociedades secretas, miedo. Puede que los alumnos de Kamabai no entiendan nunca que el planeta tierra está dentro del sistema solar, pero te aseguro que ni uno sólo de ellos negará que si un día ve la danza secreta de la Bganbani sin estar iniciado, se le caerá la nariz y sangrará durante toda su vida.
Para empeorar las cosas, es habitual el uso de la violencia física como método pedagógico, la enseñanza es cara y la universidad está al alcance de pocos, los colegios están en ruinas.
Un ejemplo del absurdo: un fin de semana bastantes estudiantes de la secundaria acudieron a mí porque les habían mandado un trabajo. Ponte en situación: no hay luz, periódicos, televisión, radio, Internet, nada. Y un profesor les pidió la lista del Gobierno de Sierra Leona, con sus ministerios, ministros y viceministros.
Conseguir esa lista le costaría a un alumno de España menos de cinco minutos: van al señor Google, le preguntan, copian, pegan, imprimen, entregan. Ahora dime cómo lo hace un chaval de Kadagbana, que llega a casa después de caminar dos horas desde Kamabai a un lugar sin luz, sin ninguna oficina de nada, sin nadie a quien preguntar.
Si al lúcido profesor de la escuela secundaria wesleyana que se le ocurrió mandar semejante trabajo a sus alumnos le pidiésemos la solución, tengo completa seguridad de que no lo sabría. ¡Diantres! ¿Quién sabe en España de memoria el nombre de todos los ministerios, ministros y vice-ministros? Y lo más importante, ¿para qué sirve saberse eso?
Cuando a Thomas, el joven de Kadagbana, le entregué la lista que bajé de Internet, se le escapó la frase: “Estoy muy contento. Esta vez no me van a pegar con el látigo por no haber presentado el trabajo” (‘they will not flog me this time!’). Me quedé espantado: mandas algo imposible, y das con la vara a quien no lo consigue. Enseguida pensé que éste era el opuesto metafísico al “da lo que mandas y manda lo que quieras” de san Agustín.
Cifras: en Biriwa, el año 2011, ni un solo alumno ha aprobado el West African Senior Secundary Examination (WASSE), la “selectividad” que permite el paso de la secundaria a la universidad. En cuanto al Basic Education Certificate Examination (BECE), para pasar de la secundaria junior a la senior, el número de aprobados no pasa del 30%. Y en el National Primary School Examination (NPSE), el examen para pasar de la primaria a la secundaria, se quedan más del 80% de los alumnos. Por eso hay unas 15 escuelas con curso sexto de primaria y solamente tres con curso primero de secundaria. Ese examen es una sangría de alumnos.
Los tres exámenes (NPSE, BECE, WASSE) son comunes e idénticos para Sierra Leona, Ghana, Gambia, Guinea Conakry o Liberia. Pero las escuelas y las condiciones no son iguales en Kamabai que en Freetown, ni entre Freetown y Accra. ¿Por qué esas injusticias? ¿No es mejor enseñar que dedicarse a mandar tareas absurdas para después cansarse el brazo de dar latigazos?