Es éste un recorrido por la realidad de Sierra Leona, un país en el que los Agustinos Recoletos han dejado ya su marca. El autor, con el alma herida y enamorada tras un año en el país, narra su relato a veces en primera persona, otras desde la mirada objetiva del observador, con trazos de humor y de sueños de futuro para este país.
Sierra Leona está en el límite geográfico que divide el África de mayorías musulmanas aplastantes, en muchos casos cercana a posiciones fundamentalistas, con toda esa África Central y del Sur que es una amalgama de religiones.
Una de las cosas que sorprende suele ser la gran cordialidad y convivencia interreligiosa. De vez en cuando se ven grupos de pakistaníes, principalmente, que predican la sharia y el imperio político de la religión. Algunos lugares como Lunsar (situada a 100 kilómetros de Kamabai) ya tienen mezquitas dirigidas por estos grupos. Pero en Biriwa no hay ningún signo de fundamentalismo religioso.
Hay varias explicaciones, fundamentalmente la influencia de las creencias tribales y tradicionales, preeminentes frente a cualquier monoteísmo consolidado. La gente cree en Jesucristo o en Alá, pero también en las brujas, seres sobrenaturales y sociedades secretas. Quebradero de cabeza para teólogos. Aquí es compatible y lógico decir que Jesús salva y que la bruja vuela y tiene poder con sus hechizos.
También es compatible ir a la iglesia los domingos y después, al acabar el día, decidir con cual de tus mujeres vas a pasar la noche. Es gracioso y extravagante el caso de uno de los líderes católicos, nada agraciado, que se preocupa verdaderamente por los miembros de la Iglesia y actúa como auténtico padre. Y también tiene a sus tres mujeres en tres “baffas” seguidas. Cuando vuelve a casa decide en el momento con cual de las tres pasará la noche. Y las tres están expectantes, a ver si hay suerte y esa noche toca, sin señal alguna de celo.
Cualquier intento de hacer de una fe monoteísta tradicional, principalmente la musulmana mayoritaria, como única norma social de vida, se daría de bruces con la realidad, las costumbres y las tradiciones.
Además existe una gran masa de gente que no acude a ninguna iglesia o mezquita, aunque se consideran miembros activos. Los índices de asistencia a la mezquita no son muy diferentes a los de las parroquias católicas españolas, por ejemplo.
Otra explicación es que nos encontramos en uno de los países del mundo con moralidad más abierta. Dicho de otro modo, nada escandaliza. Los comportamientos personales nunca son juzgados socialmente, y eso incluye cuestiones espinosas en otras sociedades, como puede ser la fidelidad en la pareja, trato a la mujer, convivencia con menores, robos o falta de pagos, devolución de bienes prestados, corrupción institucional o del poder, abuso… Es como si todo estuviese bien. Nada importa. Nada se juzga. Nada merece recriminación o cambio.
Las moralidades tradicionales de las grandes religiones se aceptan teóricamente. Todos dirán que no está bien robar, por ejemplo, o maltratar a los niños en las escuelas, o quedarse con el dinero de las matrículas de los alumnos y gastárselo en uno mismo. Pero cuando alguien lo hace, tampoco nadie dice que esté mal.
En este sentido, la evangelización tiene grandes retos, pues las convicciones personales casi nunca conllevan un componente moral, un cambio de actitud, un deseo de mejora. Pensamiento y acción están disociados, pero sin que eso cree ningún tipo de tensión personal o social. Es el mundo donde todo es posible.
Faltan estadísticas fiables en la región de Kamabai en materia religiosa. Pero una es cierta: el 99% de la población cree a pies juntillas en todas las tradiciones y vive en el miedo permanente impuesto por sociedades secretas, hombres sobrenaturales y hechiceros. La gran mayoría es musulmana, puede estimarse en un 80%. El 20% restante se lo reparten entre cristianos wesleyanos (esta Iglesia protestante nacida de los Metodistas fue la primera en traer el nombre de Cristo a estas tierras hace unos 150 años), baptistas y católicos (que llevan tan solo 60 años en la zona).
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