Es éste un recorrido por la realidad de Sierra Leona, un país en el que los Agustinos Recoletos han dejado ya su marca. El autor, con el alma herida y enamorada tras un año en el país, narra su relato a veces en primera persona, otras desde la mirada objetiva del observador, con trazos de humor y de sueños de futuro para este país.
La parroquia de Kamabai es como las del resto del mundo: catequesis, sacramentos, formación de líderes y catequistas, grupos de animación juvenil, encargados de coro y liturgia. En general, todas las parroquias católicas del mundo cuentan con esto.
Sin embargo, hay algunas características básicas que hacen que ese trabajo se lleve a cabo de una manera especial por las circunstancias concretas que concurren, algunas de ellas ya explicadas más pormenorizadamente, y que podemos enumerar:
- Los católicos, una minoría dentro de la minoría cristiana.
- Analfabetismo.
- Un difícil modo de relacionarse con la sociedad.
- Una amalgama de lenguas y culturas.
- Pobreza.
La Iglesia Católica ha sido de las últimas en llegar a Sierra Leona. Por circunstancias históricas, políticas y geográficas, el primer cristianismo a esta zona de África Occidental fue traído por iglesias protestantes. En la zona norte de Sierra Leona, las parroquias católicas más antiguas cumplen en la actualidad 60 años de vida.
Pero es que, además, el catolicismo es una minoría dentro de otra minoría, la cristiana. El país es mayoritariamente musulmán, sin señales de fundamentalismo. La convivencia interreligiosa es natural en toda la sociedad.
Sin embargo, esta minoría social implica que el trabajo pastoral se dificulta. La población católica está desperdigada, por lo que hay que recorrer muchos kilómetros por malos caminos para encontrarse con los católicos, y en pocas de esas aldeas el catolicismo tiene una fuerza social suficiente. Las costumbres no evangelizadas ejercen una fuerte presión: poligamia, trato machista habitual hombre-mujer, ritos de iniciación, matrimonio infantil…
En este sentido, uno de los graves problemas a los que se enfrenta el cristianismo y las otras religiones es la presencia continuada del animismo y la superchería.
El número de analfabetos en la población adulta es muy alto. Pocas personas pueden leer y escribir y, por ende, pocos pueden ser formados en la fe como para dirigir las celebraciones en ausencia de los presbíteros, llevar cuentas de la economía de la comunidad católica local, gestionar su funcionamiento.
Por lo dicho anteriormente se puede deducir que además existe un grave inconveniente cultural: cada una de las tribus tiene su lengua y cultura propias. No hay celebración eucarística sin traductor, a veces más de uno.
Es fácil imaginar que cualquier reunión, programa de formación o simple mensaje religioso se convierte en algo complicado, pesado y que requiere mucho tiempo (el doble o el triple, para que los traductores hagan su tarea).
Por último, para toda labor, son necesarios los recursos. Desde la gasolina, hasta los materiales para la formación, pasando por la construcción de infraestructuras (capillas, salas de catequesis), o la celebración de fiestas litúrgicas, al final nada se puede hacer sin dinero.
Sin embargo, estos recursos que en cualquier otra parte del mundo provienen de la propia comunidad, aquí son muy difíciles de conseguir. Una de las comunidades rurales de Kamabai, después de cinco años de ahorros en las colectas dominicales había conseguido… ¡5.000 Leones! Al cambio, un euro.
La miseria tiene un componente humano. Lleva a la falta de valores, al descrédito de la dignidad humana, al egoísmo en la lucha por la supervivencia y, lo que es casi peor, a la desconfianza porque todo se reduce al interés.
En una de las aldeas servidas por los Agustinos Recoletos en la zona de Kamalo, hace unos veinte años el jefe local tuvo un enfrentamiento (por causas económicas, por supuesto) con el imán. Hasta ese momento la aldea había sido musulmana. El jefe decidió que él, toda su familia, y el resto de la aldea, dejarían de asistir a la mezquita. Hicieron una reunión: “¿A qué iglesia queremos pertenecer?”
La respuesta llegó de un emigrado de la aldea que había visto más mundo: “si queréis desarrollo, debéis ir con la Iglesia Católica”. La adopción de la fe se debía a que la Iglesia Católica proporcionaría escuela, pozo y otros beneficios. Y así fue.
La Iglesia en Sierra Leona tiene sólo cuatro diócesis, y el porcentaje de población católica se estima en el 2,5%, como mucho. Sin embargo, maneja el 60% de las escuelas rurales, muchos hospitales y centros médicos, universidades.
La razón es simple. Mucho del dinero proveniente de los países islámicos con más recursos en “petrodólares” se dedica solamente a mezquitas. Y ni áun así. Gaddafi, el controvertido dictador libio, regaló una inmensa mezquita. En Freetown se puede ver el resultado: es inmensa, aunque en realidad ocupa la cuarta parte de lo planeado. El resto del dinero fue a los bolsillos de los políticos, para el enfado de Gaddafi, que cruzó el Sáhara en una caravana de “Hummer” sólo para verla.
Los wesleyanos no dependen ya de las iglesias fundadoras estadounidenses, y con mucho esfuerzo mantienen las infraestructuras educativas o sanitarias que se crearon con recursos del Reino Unido o Estados Unidos, pero no hay nuevas inversiones. Otras confesiones que dedican recursos al desarrollo son menores en importancia y número, como baptistas o adventistas, que tienen hospitales.
El Catolicismo, por su parte, no entiende la labor pastoral como proselitismo, busca la liberación de la persona en todos sus ámbitos. La ingente labor social realizada por los Agustinos Recoletos en la región hunde sus raíces en la evangelización y en el propio ser humano y sus necesidades: no se puede hablar de fe y valores a alguien y abandonarle en sus necesidades más inmediatas y fundamentales.
Los religiosos visitan las zonas para las celebraciones y para conocer la marcha habitual de la comunidad católica. En algunas comunidades se cuenta con una mayoría católica, lideres formados, catequistas, capillas o escuelas. En otras, los católicos son una pequeña minoría. Kamabai tiene unas 200 aldeas, pero sólo unas 50 cuentan con escuela, capilla o una de las dos, que se usa para ambos cometidos.
Otro aspecto es la formación de líderes comunitarios que guían a las comunidades en su día a día. No tienen poder civil, tradicional o tribal, y su función se ciñe a la dirección de las celebraciones comunitarias en ausencia del presbítero y en aconsejar y guiar a las familias católicas. Suelen ser personas con un especial carisma, saben leer y escribir y normalmente hablan al menos Krio y la lengua local de la aldea.
Dentro de algunas aldeas, estos líderes han logrado tener un cierto peso en la vida de la localidad. Suelen mantener buenas relaciones con el jefe local y son el enlace más directo de los misioneros con las aldeas.
Bimestralmente hay una reunión con todos los líderes en el centro de la misión. Algunos caminan muchas horas hasta llegar a los cruces donde se les recoge para facilitarles el transporte. Se les da formación e información sobre acontecimientos eclesiales, normativas diocesanas, documentos del Magisterio. Y, sobre todo, se les apoya y anima para que se sientan acompañados.
Colegios y promoción de la educación, atención sanitaria, construcción de infraestructuras, agua potable y saneamiento, derechos de la mujer y del niño, erradicación de la ablación genital femenina y de los matrimonios infantiles… Son también actividades pastorales de los religiosos recoletos en lo que puede enmarcarse como Pastoral Social de la Iglesia Católica en Kamabai.
Una de las cuestiones que suelen preguntarse las personas es si la Iglesia Católica no hace en África más “labor humanitaria” que “tareas pastorales”. El problema no radica en la respuesta, sino en si la propia cuestión es pertinente.
Lo cierto es que un repaso por la historia de la Iglesia y de la evangelización no deja lugar a dudas: la Iglesia nunca hace una labor meramente humanitaria, sino que en su pastoral social anuncia el evangelio con la misma firmeza que en la proclamación litúrgica o sacramental. No es la tarea de una ONG o filantropía, sino una auténtica “pastoral social” que tiene como motivo, causa y fin el propio evangelio que anuncia.