Nuestra Señora de la Consolación. Óleo sobre lienzo. Agustinos Recoletos. Madrid.

Juan Barba, pintor madrileño fallecido en 1982, maestro de la penumbra y del desgarro, es un pintor tan desconocido como sorprendente. Parte de su obra ha salido a la luz en los últimos meses, haciéndole resurgir de las cenizas de la historia del Arte. Los Agustinos Recoletos y su espiritualidad fueron durante muchos años una de sus fuentes de inspiración.

Los Agustinos Recoletos de la Provincia de San Nicolás de Tolentino se propusieron en los años cincuenta del pasado siglo asentarse en Madrid. Su historia se había desarrollado en Filipinas, aunque para ese momento también estaban presentes de un modo significativo en México e Inglaterra.

Sin embargo, en España únicamente contaban con los centros de formación de sus religiosos en pueblos de Navarra (en Lodosa, Monteagudo y Marcilla) y, últimamente, en Fuenterrabía (Guipúzcoa). Su comunidad de Zaragoza nunca había despegado. Como consecuencia, su presencia era rural y lejana a los centros del movimiento cultural y social que se tejía en las grandes ciudades.

Convenía crear una comunidad que vigorizase su presencia en la sociedad española y, al mismo tiempo, ofreciese un nivel mayor de exigencia en su apostolado y elevase su dedicación cultural. Los responsables se plantearon un proyecto ambicioso que aglutinara una labor evangelizadora y un contacto cercano con la sociedad urbana.

Así nació la nueva comunidad en la que, poco después, comenzaría la construcción de la iglesia de Santa Rita de Madrid, que cumple en este 2010 los 50 años de vida parroquial. Para saber más sobre esta iglesia y comunidad, pincha aquí:

http://www.agustinosrecoletos.org/es/reportajes.php?carpeta=201003&reportaje=srita&id=00

Además de su gran obra en la cripta de San Nicolás de Tolentino de la iglesia de Santa Rita de Madrid, dentro del templo Barba tiene otras dos obras dignas de una mención y explicación.

Nuestra Señora de la Consolación

Entramos en el atrio de la iglesia de Santa Rita de Madrid. A la derecha una escalera nos lleva hacia la cripta de San Nicolás de Tolentino, pero en seguida, en el primer rellano y colgado de la pared, aparece un gran cuadro de la Virgen de la Consolación, pintado por Barba en los años 50.

Aunque una de las capillas laterales de este templo está dedicada a esta misma advocación mariana, los Recoletos le encargaron a Barba una gran pintura de la así considerada “Madre de la Recolección”. María no aparece entronizada, sino de pie, mientras que el Niño, sentado a un lado sonríe en vez de bendecir.

Esta imagen se aleja del concepto bizantino del “Theotokos” (madre de Dios) o “Kiriotisa” (trono del Niño); aquí es “la elegida”, la que se sitúa a la diestra del Padre asumiendo plenamente su función de madre y mediadora.

Muy cercana estilísticamente al Greco (que influenció mucho la formación de Barba en la escuela clásica española), vemos a una mujer joven, de cabello rubio y rostro idealizado, cuyo cuerpo en forma de huso se alarga y estiliza hasta casi la desproporción.

Su túnica es de un blanco luminoso, su amplio manto revolotea hacia lo alto como impelido por una fuerza sobrenatural, y de su cabeza se desprende la luz divina. Sosteniendo a su hijo con su mano izquierda, entrega con la derecha la emblemática correa a San Agustín, en presencia de su madre, Santa Mónica, y de otros religiosos o santos agustinos, de rostros tan pictóricamente expresivos, que en algo nos acercan a Goya.

San Agustín, ya anciano, aparece arrodillado en señal de respeto, recibiendo de manos de la Virgen la correa de cuero. Ostenta todos sus atributos episcopales: la gran capa pluvial, que le cubre los hombros, la mitra y el báculo pastorales, que descansan junto a él en el suelo. El libro abierto que también le acompaña hace referencia a su sabiduría como Doctor de la Iglesia.

Su madre, Santa Mónica, curiosamente más joven que el propio hijo, viste el hábito agustino, cruza sus manos sobre el pecho y mira extasiada a María.

La técnica pictórica es muy suelta, los contornos se diluyen y todo el cuadro se funde en una atmósfera vaporosa y centelleante, en la que predominan las tonalidades ocres, blancas y verdosas.

Factura y paleta cercana al Greco, como también lo es la composición, dividida en dos zonas separadas por vaporosas nubes: en la celeste, María y su Hijo que, como ocurre en El Greco, quedan enmarcados por una forma en “V”, mientras que en la terrestre, los santos y religiosos agustinos se aplastan contra el marco, al tiempo que elevan sus rostros iluminados por la claridad divina.

Abajo y en primer plano, un espacio vacío —donde solía firmar el Greco— Barba muestra los atributos del santo. Muy grequiano es asimismo el hecho de introducir la escena con un personaje de espaldas (San Agustín) y la búsqueda de cierta biopsia lumínica en los ojos de algunos personajes, como Santa Mónica.

No obstante, la amabilidad y dulzura que aquí se respira poco tiene que ver con la espiritualidad desgarrada y expresiva que caracteriza a la obra del pintor cretense.

San Pío X

La iglesia de Santa Rita también tiene un altar dedicado a San Pío X, el pontífice que concedió la categoría de Orden religiosa a los Agustinos Recoletos. En el centro de su capilla lateral está un cuadro al óleo del santo papa hecho por Barba.

Es un óleo realizado en un estilo figurativo, jugando con contrastes de luz y de sombra y utilizando una factura vaporosa, de contornos diluidos, y una paleta escueta pero profunda.

Se trata de un retrato bastante fiel del Pontífice, que emerge con su blanca túnica y el nimbo luminoso, prueba de su santidad, de un fondo oscuro e impreciso. Con la mano derecha bendice, mientras que con la izquierda roza la cruz que cuelga de su pecho.

Aunque se quiere dar una imagen bella e idealizada del personaje, hay en su rostro una búsqueda evidente de su propia individualidad; de ahí que mientras sus ojos miran con mansedumbre y bondad al espectador, la fuerza de su carácter emana de toda su figura.

Sirviendo de contexto temático y plástico a la pintura, le rodea una cerámica decorada de gran diferencia estilística con el propio óleo, obra del alicantino Arcadio Blasco. Sobre los azulejos de un color crema muy claro, el artista ha pintado una serie de escenas alusivas al Pontífice: las seis figuras aladas femeninas que simbolizan las cualidades y virtudes del santo, el escudo papal, el Papa dando la comunión a unos niños y la entrega a los Agustinos Recoletos del documento de concesión de la categoría de Orden religiosa.

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