Autorretrato de Juan Barba. Colección particular. Madrid.

Juan Barba, pintor madrileño fallecido en 1982, maestro de la penumbra y del desgarro, es un pintor tan desconocido como sorprendente. Parte de su obra ha salido a la luz en los últimos meses, haciéndole resurgir de las cenizas de la historia del Arte. Los Agustinos Recoletos y su espiritualidad fueron durante muchos años una de sus fuentes de inspiración.

El cinco de diciembre de 1969 la Orden de Agustinos Recoletos celebraba su 381º aniversario. Y Juan Barba, seguramente, no celebró demasiado la aparición de tres páginas dedicadas a él en el suplemento de Artes del rotativo madrileño ABC.

Fueron raras sus apariciones en prensa y era decididamente opuesto a presentarse en sociedad, dado su carácter ya trazado en las notas biográficas. Sin embargo, el periodista Marino Gómez-Santos lo consiguió. Gómez-Santos simultaneó el periodismo con la literatura, convirtiéndose en biógrafo de varias personalidades de la España del siglo XX como Pío Baroja, Gregorio Marañón, Severo Ochoa (al que dedicó varios libros), Juan José López Ibor y algunos de los miembros de la casa real española.

En la entrevista, un Barba sincero y cercano (nada parecido a alguien huraño en sus respuestas) abre su mundo interior y exterior a la mirada del lector.

Juan Barba, por Marino Gómez-Santos

“Hace ya algunos años, ante unos dibujos de Juan Barba, nuestro asombro comenzó a correr a la par del entusiasmo de sus partidarios. Pintores, coleccionistas, anticuarios, hablaban de Barba como de un sobrino de Goya, prodigioso con el lápiz en la mano; pero raro hasta extremos inverosímiles.

Aquellos que decían conocerle, muy pocos, hablaban de este curioso personaje con una admiración que casi siempre engendraba algo de leyenda. Vivía en un barrio extremo de Madrid, pintando sin tregua durante varios meses en un aislamiento que llegaba a ser dramático; pero que él se imponía con una disciplina insobornable.

Con unas y otras versiones, la estampa se iba completando: Juan Barba era padre de familia numerosa, artista hasta la médula de sus huesos, sin otras apetencias que no fueran aquellas que se relacionaban directamente con el arte. En suma: un artista romántico como aquellos que dio la España del modernismo.

Encuentro con la realidad.

Ya habíamos perdido la esperanza de conocer a este Juan Barba huraño y genialoide, cuando su compañero de la niñez, Pedro Mozos, consiguió aquella cita que nosotros habíamos deseado desde hacía varios años.

Efectivamente, estaba allí, en su casa del barrio de Usera —modestísima para un pintor de su gran categoría—, donde nos recibía sin pose alguna, con la camisa manchada de pintura y café con leche, sin narcisismos tan al uso de los artistas inconformistas.

Al principio sus primeros movimientos fueron como de gato callejero y apedreado a quien alguien se acerca para acariciarle. Lógicamente aparecía desconfiado y escamón, con los ojos abiertos a cualquier sorpresa. Hasta que poco a poco se fue ovillando en sí mismo, sumiso, humilde y bueno como un alma de Dios.

El panorama que ofrecía el estudio era casi desolador por la pobreza del mobiliario y la escasez de material. Pero Juan Barba caldea el ambiente con su entusiasmo laborioso, sin preocuparse demasiado de la boca negra de la miseria.

Mientras hablábamos con él, estaba presente uno de sus hijos, un adolescente simpático, en cuya sonrisa se adivinaba la ternura con que miraba a su padre.

El niño que iba al Casón.

Su historia tiene como fondo el paisaje barojiano de La Busca. Juan Barba cruzaba desmontes y solares de un Madrid increíble y literario, para ir a dibujar estatuas de yeso en el Casón. Era un niño despierto que corría como el viento, con una carpeta bajo el brazo, llena de dibujos.

‘Por aquel tiempo mi familia se había ido ya a la deriva como consecuencia de la muerte de mi padre. Me mandaron al colegio; pero yo hacía novillos porque mi afición a la pintura era irresistible. Hasta que abrían el Casón las horas pasaban lentas para mí y yo entraba siempre de los primeros, dispuesto a asimilar el arte de los grandes clásicos, que verdaderamente son los artistas que nadie ha superado todavía’.

En el Casón se reunían entonces pintores que gozaban ya de un gran nombre; pero Juan Barba, poco atento desde siempre al aspecto social del arte y de la vida, no los recuerda.

‘Únicamente me ha quedado la impresión de algo que me ocurrió una tarde. Yo estaba dibujando delante de una estatua y tenía la carpeta de los dibujos abierta. Alguien se acercó a curiosear y entonces se formó un grupo de personas que se extrañaban, según pude observar, de que un niño como era yo fuese el autor de aquellos dibujos que consideraban notables. Lo agradecí; pero no me influyó en nada, puesto que yo no lo consideraba así y estaba más bien seguro de que aún tenía mucho que aprender’.

Sin sorpresa.

Juan Barba no se considera defraudado porque al arte nada le ha pedido a cambio. Sabía más o menos que lo que le aguardaba no era cómodo, ni fácil, ni siquiera brillante. Pero no pudo resistir la llamada.

‘Nunca he proyectado vivir de la pintura. Además creo que si sólo se insinúa en el alma del artista de lo que es para él una especie de religión sagrada, eso ya sería como una iniquidad que me remordería la conciencia. Cuando empecé a pintar sabía que iba a encontrar muchas dificultades e incluso que lo pasaría mal. Mi madre y mis hermanos mayores me aconsejaban que no me dedicase a la pintura porque aún siendo un gran artista me moriría de hambre. Yo me quedé con el consejo y seguí pintando. Nunca pensé, por eso, vivir de la pintura y aún ahora vivo bastante mal; pero estoy contento de no haberme traicionado y de ser pintor’.

‘¿Es cierto lo que se dice?’ Juan Barba se ríe. Supone lo que voy a preguntarle, porque hasta él ha llegado algo de su leyenda.

‘¿Qué es lo que se dice? ¿De mí? La gente tiene generalmente mucha imaginación. La imaginación del hombre siempre añade cosas a la verdadera historia.’

Le decimos que sus amigos afirman que huye de los que van en su busca para comprarle obras o hacerle encargos; que rechaza ofertas muy estimables en momentos de verdadera necesidad.

‘Hay algo de verdad en eso de que yo me escondo y me retiro. Y lo hago por la sencilla razón de que prefiero trabajar y pintar a andar en un trato social que me quitaría muchísimo tiempo. No es que yo no estime ni quiera a la gente; es que el arte requiere todo el tiempo y no se puede tomar en serio la vida social y el arte a broma’.

Como un espejo.

Juan Barba habla de sí mismo con una gran dureza, como si se mirase en uno de esos espejos cóncavos de las verbenas. ¿Por qué no expone sus obras?

‘Sencillamente, porque no me creo todavía maduro como para exponer. ¿No estamos ya cansados de ver exposiciones mediocres? ¿Para qué voy a exponer si yo mismo no considero que he logrado grandes cosas? Cuando se va a dar una opinión, cuando se va a manifestar algo, hay que ser consciente y saber que lo que se va a decir tiene que tener una importancia, sobre todo en lo que se refiere al arte, y más en esta época de tanta mentira. Entonces si se va a decir la verdad, hay que decirla con todas las consecuencias, y ese momento es cuando está uno completo. Ése es el momento. Porque antes la verdad se dice a medias y es preferible no decir nada’.

Los vecinos de esta casa modestísima donde vive Juan Barba en el barrio de Usera han visto detenerse ante su puerta automóviles importantes y visitas de personas que allí no son frecuentes.

‘Bueno, bueno… No crea usted. Vienen algunas personas que me aprecian y que más que nada creo que tienen fe en la honradez artística que yo pueda tener. Cuando se ve a un hombre que vive mal, se tiene la impresión de que allí hay alguien de cuya honradez no se puede dudar’.

‘¿Pero es que usted no ha tenido oportunidades?’

‘Sí, tuve algunas; pero las dejé perder porque no me veía capacitado suficientemente. Sin embargo estoy contento de la obra que realicé en la iglesia de Santa Rita de Madrid, donde he pintado cuarenta y ocho metros, con la historia de San Nicolás de Tolentino. También tengo obras en Nueva York, en Venezuela, en muchos puntos de América; pero no puedo decirle cómo se llaman, porque yo no suelo poner nombres a mis cuadros’.

Durante todas las horas del día Juan Barba pinta como un iluminado.

‘Cuando no descanso estoy pintando, porque para mí pintar es lo serio, la distracción perfecta, el aislamiento completo, donde yo me encuentro concentrado. Si voy al café, al cine, o salgo a dar un paseo, estoy deseando volver a casa para trabajar. Únicamente cuando voy a tomar el sol, por estos parajes, suelo detenerme ante los niños que juegan y me gusta observar a las mujeres sentadas cosiendo. Así encuentro los temas auténticos, porque nada merece la pena si no está extraído directamente de la vida real’.

‘¿Entonces no pinta del natural?’

‘Tomo apuntes rápidos y pinto en el estudio. Hay que dejarse llevar por la memoria, porque así es como surgen las cosas con verdadera alma y las impresiones que plasmamos en el lienzo salen ya filtradas, resumidas’.

Colofón.

Juan Barba es así: elemental, sencillo, insobornable. Sin ánimo para hacer nada que no le guste o que no le apetezca, porque a nada aspira, como no sea a sentirse un día satisfecho ante su obra, que es algo conciencia”.

SIGUIENTE PÁGINA: 3. Barba en la Iglesia de Santa Rita de Madrid


ÍNDICE DE PÁGINAS DEL REPORTAJE

.