Atrio de la iglesia en el momento de su inauguración. A la izquierda, las puertas que dan a la calle, y a la derecha la entrada a la nave central del templo.

El templo de la iglesia parroquial de Santa Rita de Madrid, situado en la calle Gaztambide 75, en el barrio de Chamberí y muy cerca de Ciudad Universitaria, ofrece en su interior toda una explosión de arte figurativo que reproduce las principales características del carisma agustino recoleto.

Entramos en la iglesia. Un breve atrio comunica la calle con el interior de la iglesia. Se nos abren las puertas. Una profunda impresión, entre el asombro y la admiración, nos sobrecoge. La verticalidad de los muros, la luz coloreada de matices varios de las vidrieras y la luminosidad azul de la bóveda ofrecen brillantez y ligereza.

Los arquitectos eligieron, como medio de sacralizar el espacio desde el primer momento, el asombro y la admiración, un sobrecogimiento muy similar al conseguido por los templos bizantinos. Hacia lo alto le empuja el ritmo ascensional de los soportes y la tamizada luz de las amplísimas cristaleras. Éstas son de amarillo dorado al mediodía, violeta hacia el norte y rojo hacia el este. Pero, sobre todo, impresiona la luz cenital que envía una cúpula casi plana y de un azul celeste que refleja la luz natural. Todo ello dota al ambiente de una cálida luminosidad.

La planta es circular y eleva sus nervaduras y paramentos a gran altura en forma de cono truncado. Con la convergencia de los machones hacia la altura se consigue una irreal sensación de lejanía celeste al recibir todo el edificio la luz reflejada directamente en la lisa bóveda azul, más la que le ofrecen las tres vidrieras en gradación decreciente en los flancos laterales y de la zona de la entrada.

La intensidad luminosa de la bóveda dota al conjunto de una nota singular, pues refleja casi al natural el cielo físico que nos ofrece la naturaleza y la evocación de un cielo extraterrestre que atrae al fiel que entra a orar en este templo. Todo el conjunto logra un cálido cromatismo.

Un amplio anillo forma la base de la bóveda que ofrece en grandes letras de oro la latréutica glorificación suprema a la Santa Trinidad: Gloria Patri et Filio et Spiritui Sancto. Sicut erat in principio et in saecula seculorum. Amén. (Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio y por los siglos de los siglos. Amén).

Las dobles nervaduras de la estructura, cubiertas de mármol de color dorado, y que se van estrechando hacia lo alto, conforman ocho espacios simétricos que marcan los espacios. En el nivel inmediatamente inferior al anillo de la doxología trinitaria, dando de nuevo toda la vuelta, nos encontramos, en el espacio frontal, un mosaico con la representación de la Trinidad; y en los siete restantes, frases de San Agustín sobre el sentido del templo, alternando con figuras del santoral agustiniano.

El gran panel coronando la zona del altar mayor nos ofrece un brillante mosaico de raigambre bizantina de grandes dimensiones que representa a la Santísima Trinidad. Su autor, Javier Clavo, ha buscado los fulgores del oro y la luminosidad de los colores claros e intensos: azules, rojos y blancos.

Un enorme Padre eterno sostiene en sus manos el Pantocrátor (Cristo revestido del poder universal) vestido de blanco e incluido en su mandorla mística. Mientras, el Espíritu Santo, en forma de paloma, aletea sobre la cabeza del Padre. Dos hermosos ángeles turiferarios (con el incensario) honran la grandeza de Dios.

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