Santa Magadelena en el templo de la Ciudad de los Niños de Costa Rica. Forjado en hierro.

Santa Magdalena de Nagasaki es mártir japonesa, patrona de la Fraternidad Seglar Agustino-Recoleta. Su historia de vida, su testimonio en la muerte y su fe son hoy un faro de luz para muchas personas, tantos años después.

“Los mártires, creyendo, alcanzaron la vida,
y hablando encontraron la muerte” (San Agustín).

En tiempo de san Agustín la devoción a los mártires estaba muy extendida y el recuerdo de ellos llenaba la vida de la comunidad cristiana.Sus tumbas eran centro de oración; sus nombres eran invocados a diario por todos los fieles; las fiestas anuales eran multitudinarias. San Agustín participó de este afecto pos los mártires: les dedicó iglesias, en su honor predicó gran número de sermones y, sobre todo, supo inculcar a sus fieles el amor para con ellos.

San Agustín empezará siempre por explicar el significado de la palabra “mártir”: “’Mártir’ es una palabra griega que significa ‘testigo’”, es decir el que da testimonio de Cristo, el que lo confiesa de palabra y de obra hasta derramar la sangre por él. “El testigo veraz profiere lo que lleva dentro, y sólo se le tapa la boca si se le arranca el corazón”. Magdalena de Nagasaki fue en este punto digna discípula de san Agustín. Ferviente catequista, no podía menos de anunciar con su palabra la Verdad, Cristo resucitado, y esto la llevó al suplicio.

Pero el mártir, el testigo, necesita prepararse para el momento final. Los mártires no pasaron al reposo eterno bailando, bebiendo o peleándose, sino a fuerza de orar, ayunar y tolerar los ultrajes, pues la vergüenza o el temor son asechanzas difíciles de vencer. Y de todos estos ejercicios el principal es la oración: “Ore con sencillez el que quiera luchar con facilidad, vencer con rapidez y reinar lleno de felicidad”.

Ante este mensaje agustiniano no podemos menos de recordar a nuestra mártir. Desde muy joven se entregó a Dios para vivir pensando en Él y dedicada toda entera a Él. Despreció adornos y glorias mundanas, arrostró la clandestinidad con su privaciones y sobresaltos, y fue la oración su alimento más preciado. Todo esto no es otra cosa que obra del amor, que en palabras de san Agustín suena así: “El amor a la vida fue vencido por el amor a la Vida”.

Ahora bien, el ejemplo de los mártires no es para ser contemplado, sino para imitarlo: “Que cada cual anuncia a Cristo donde pueda y será un mártir”. Todo cristiano está llamado a ser testigo de su Maestro siempre y de cualquier forma: “Anunciad a Cristo donde podáis. Se os pide la fe, no la elocuencia, pues, si tenéis fe, Cristo habita en vosotros”. Así pues, el mártir, el testigo, es aquel que vive de la fe y obra en consecuencia. Por esto, “los mártires, creyendo, alcanzaron la vida, y hablando encontraron la muerte”.

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