El nacimiento, crecimiento y consecución de la madurez de la institución educativa Ciudad de los Niños (Costa Rica) ha sido en sus cincuenta años de vida una auténtica carrera de obstáculos. La voluntad, paciencia, creatividad y fe de sus gestores, personal y alumnos se han revelado como los motores de su éxito.
Justo Goizueta, vicario de México, firma en el palacio arzobispal de San José el contrato por tres años prorrogables. El 2 de junio llegan los primeros dos recoletos: Celestino Munárriz como director y Javier Igal. El segundo director será, nada más y nada menos, que el propio ecónomo de la Vicaría, que es trasladado a Cartago, Alberto Izaguirre.
El gobierno costarricense, los obispos, Madina… Cuando los Recoletos entran a formar parte de esta obra coral, no harán sino recoger el testigo para continuar la carrera y sortear obstáculos.
Los recoletos la reciben sin recursos y con una deuda de 200.000 colones en una larga lista de pagos atrasados a proveedores impacientes. Muchos “amigos” de la Ciudad se habían alejado definitivamente de ella, y las autoridades civiles están a la defensiva, pues sus relaciones tirantes con Madina les llevaba a querer desembarazarse de la situación.
Los muchachos no tienen mejor actitud. Al ver a los recoletos les dicen que se vayan, les acusan de haber echado a Madina para quedarse con todo. Eran chicos desde los 7 hasta los 20 años y el ambiente era demasiado parecido a un reformatorio.
La Providencia y el trabajo de los religiosos se notan en unos meses: las navidades de 1965 se vivieron en paz y en un ambiente de fraternidad entre los alumnos y los nuevos gestores. No así con los proveedores. El agustino recoleto Javier Igal recuerda un impactante episodio de aquellos tiempos:
“En 1966 los presupuestos no daban para más. La fábrica de pasta y fideos negó más crédito. Lo mismo hicieron los que proveían harina, azúcar, alubias, arroz… Nos hicieron descargar la camioneta de víveres en público, porque les debíamos 25.000 colones. Con las manos y la camioneta vacíos, y llorando de impotencia, volví aquel sábado a la Ciudad. No tenían qué comer. Un matrimonio se enteró de lo sucedido y nos llamó para que fuésemos a su almacén. Cuando llegué, me dijeron: —Mientras en este almacén haya grano, la Ciudad de los Niños lo tendrá”.
Se emprendieron también entonces los primeros proyectos agropecuarios para poner en rendimiento la finca y sacar de ella sustento para los alumnos. Se desparasitan los pastizales, se drenan terrenos, se plantan árboles madereros, se siembra maíz, alubias, patatas, se pone ganado de engorde y de leche.
“Es muy poco lo que ya se ha hecho en comparación con lo que se debe hacer en el futuro. Ni yo mismo estoy seguro si no es todo aún demasiado prematuro, si muchos de nuestros planes son siquiera realizables”.
Francisco Domínguez, agustino recoleto, escribe estas letras en marzo de 1967, algo más de año y medio después de que la Ciudad le fuera encomendada a la Orden. Para ese momento se ha dado un hecho que, objetivamente, indica el tesón y trabajo de los recoletos en esos años. Los recoletos ya no son unos completos desconocidos recién llegados al país.
Uno de ellos (Alberto Izaguirre) ha sido nombrado Director General de Defensa Social, el organismo encargado del sistema penitenciario del país. Este cargo le obligará también a dejar la dirección de la Ciudad, que a partir de ese momento ocupará el recoleto mexicano Salvador García.
En el ínterim, hubo incluso que hacer aclaraciones. Madina había dejado un mal sabor de boca en no pocos de los miembros de la administración que desconocían la realidad de la vida religiosa y confundían Agustinos Asuncionistas con Agustinos Recoletos. Durante algunos meses los recoletos fueron tratados como “los sucesores” de Madina, con algunos malos modos y faltas de respuestas.
En enero de 1968 ya son 250 los alumnos albergados. Eso implica un sobreesfuerzo continuo para alimentarlos y educarlos. Esos primeros años fueron terriblemente aleccionadores, con promesas incumplidas o situaciones de mucho dolor; y, al mismo tiempo, llenos de providencia y de ayudas que llegaban en los momentos más necesarios y del modo más inesperado.
Nuevas formas, nuevos tiempos
La Ciudad, pasados los tiempos de práctica mendicidad, va saliendo adelante y se va configurando con el aspecto que hoy tiene: se abre la escuela para los alumnos que estaban en abandono escolar; y se van creando talleres de formación profesional (los primeros fueron mecánica, ebanistería y panadería) que pronto adquirirían fama nacional.
Esta fama abre las puertas del tercer ámbito que más creció: el de las relaciones sociales. La Ciudad inicia una serie de campañas para darse a conocer, para mostrar sus necesidades reales, para invitar a personas de la vida pública, eclesial y social costarricense. Se firman acuerdos con instituciones oficiales, ministerios del gobierno de la nación, embajadas, empresas, asociaciones benéficas.
Entre noviembre de 1969 y julio de 1972, la Ciudad publicó una revista llamada Ilumina. Fueron 21 números, alguno de los cuales llegó a tener una tirada de 10.000 ejemplares. No sólo informaba, pues llegó a convertirse en un foro de pensamiento social de mentalidad crítica, incluso respecto a las políticas sociales del gobierno.
Este órgano, a finales de 1970, proclamaba en su editorial que “la crisis está pasando”. Indicaba que “nuestro llamada a las instituciones y personas que tienen a su cargo la formación profesional del país ha sido bien acogida”.
De hecho, a comienzos de esta década de los 70 se inicia la segunda fase de construcción de infraestructuras desde la parada total de 1963. Se abrieron nuevos caminos en la finca, se construyeron el polideportivo y la piscina, se ampliaron los talleres.
1979 fue declarado el Año Internacional del Niño. Era una buena oportunidad para iniciar nuevos métodos pedagógicos, pasados los tiempos de carestía y cuando los recoletos tenían certeza de que su situación en la Ciudad no iba a ser transitoria.
Tener 90 niños metidos en cada pabellón al modo militar no era, a todas luces, el modo más adecuado de recibirlos y educarlos. La Ciudad inicia a partir de los primeros ochenta la construcción de unos albergues donde los alumnos de primer año viven con una familia de acogida y en un número no superior a una docena.
Para entonces los talleres constituían ya la piedra central del arco pedagógico. Unos talleres llamados “vocacionales”, donde se enseñaban los rudimentos de alguna profesión. La gran finca producía alrededor del 20% de los recursos disponibles. Los deportes y la vida espiritual cierran la portada que ofrecía la Ciudad a sus alumnos.
Por aquel tiempo, incluso, fueron los momentos más importantes de la experiencia del seminario Ezequiel Moreno, donde vivían algunos de los alumnos de la Ciudad que habían mostrado cierta inquietud hacia la vida religiosa.
En noviembre de 1980 se crea la Asociación de Egresados de la Ciudad de los Niños. También en esta época la Ciudad contó con una comunidad de religiosas de la Caridad de Santa Ana. Estuvieron tres años, hasta 1983.
A finales de los 80 se da un primer proceso de cambio de estructura legal. Hubo incompatibilidades entre las Constituciones de los Agustinos Recoletos, las normas diocesanas y las leyes civiles. Era necesario combinarlas para que ninguna de las instituciones sufriera menoscabo. Todas ellas debían salvaguardar sus formas de ser y hacer.
Fue un proceso largo, complicado, pero necesario. El 16 de febrero de 1996 se publicó la Nueva Ley de Creación de la Ciudad de los Niños. Para la Orden significó la independencia y autonomía necesarias como para que los religiosos emprendiesen nuevos proyectos educativos. A partir de entonces se da el crecimiento, consolidación y fijación de los sistemas pedagógicos y de gestión. Así lo describió Pedro Apezteguía, uno de los religiosos que participó en el proceso:
“La nueva Ley significó una mayoría de edad donde se reconoce la labor de tantos años de los Recoletos en la Ciudad de los Niños. Era como decirnos: ‘Ya tienen su propia Ley, ahora actúen’”.
Hubo un repunte notorio en las relaciones públicas, en la modificación de los programas técnicos, la inclusión de la informática, se hicieron alianzas estratégicas con instituciones públicas y privadas… No pocos de los instructores eran egresados que conocían muy bien su trabajo y añadían su experiencia vital para que los nuevos alumnos se sintiesen más comprendidos.
El modelo de convivencia de los albergues, a pesar de los inconvenientes, complicaciones y correcciones que hubo de sufrir, garantizó esa imagen familiar tan importante en la educación de los alumnos. Los pabellones se dividieron en pequeños cuartos para cuatro alumnos y se les cambió su nombre por el de “residencias”.
El 5 de diciembre de 1998 fue una fecha grande para la Ciudad de los Niños. En el marco de la celebración del 410º Aniversario de la Orden de Agustinos Recoletos se inauguraba la iglesia, después de 10 años de construcción, a partir de un proyecto donado por el arquitecto Miguel Fisac a Madina; proyecto que hubo de sufrir modificaciones dadas las condiciones geotécnicas del terreno y la propensión de la zona a los seísmos.
El templo se ha convertido en centro espiritual no sólo de la institución, sino de buena parte de la zona y de muchas personas que quieren compartir y vivir la espiritualidad agustino recoleta.
El 27 de agosto del año 2000 se inauguró el museo, que contiene importantes piezas arqueológicas encontradas por el agustino recoleto Alfonso Lázaro. En recientes estudios de la Universidad de Costa Rica se ha demostrado que la zona donde hoy está la Ciudad fue un importante asentamiento de población en torno al año 500 antes de Cristo.
También durante el curso del año 2000 se inició la experiencia de los Encuentros Juveniles, un espacio espiritual de primer orden que ha significado para muchos alumnos el descubrimiento del evangelio y de la fe cristiana. De estos Encuentros han nacido no pocas peticiones de bautismo y auténticas conversiones de vida para asumir los valores de Jesús.
SIGUIENTE PÁGINA: 3. La carrera de obstáculos continúa
GALERÍA DE IMÁGENES