Jesús Galerón, agustino recoleto, es el único religioso de la Orden que falleció mientras formaba parte del equipo gestor de la Ciudad de los Niños. Ocurrió el 1 de mayo de 2004.

El nacimiento, crecimiento y consecución de la madurez de la institución educativa Ciudad de los Niños (Costa Rica) ha sido en sus cincuenta años de vida una auténtica carrera de obstáculos. La voluntad, paciencia, creatividad y fe de sus gestores, personal y alumnos se han revelado como los motores de su éxito.

La Ciudad de los Niños es como una prueba de fondo en la que los obstáculos continúan. Pero se debe seguir corriendo. En los últimos años ha habido cambios estructurales importantes, tanto en la gestión como en la imagen física de la Ciudad.

Si en 1990 el presupuesto anual era de unos 30 millones de colones al año, al final de esa década ya se había quintuplicado la cifra (150 millones): más alumnos, más talleres, más oferta educativa, más infraestructuras… Hoy se necesitan 460 millones anuales para ofrecer un servicio educativo de calidad.

Han irrumpido con fuerza valores como la ecología y el arte estético, convirtiéndose el espacio de la Ciudad en un museo al aire libre de esculturas de piedra y metal. La construcción de una nueva biblioteca o de una sala de Internet abren la mentalidad de los jóvenes aún más hacia el mundo y la cultura.

Una sala de juegos ofrece un espacio lúdico donde se aprende jugando, y se juega aprendiendo. Por cierto, la sala tiene el nombre del único religioso recoleto fallecido mientras vivía en la comunidad de la Ciudad, Fray Jesús Galerón.

Se ha reforzado la visión de la educación integral, con áreas de atención psicosocial reforzadas y gestionadas con criterios de calidad; pasan por la escuela la mayor parte de los residentes. Desde 2007, oficialmente se trata de la Escuela Técnica San Agustín, cuenta con criterios de calidad y su objetivo es integrar en un solo programa la educación técnica y la académica en horario diurno. Ningún alumno graduado en la Ciudad saldrá de ella sin llevar bajo el brazo sus títulos oficiales y reconocidos.

Se han firmado acuerdos con universidades y empresas del ámbito internacional y la Ciudad ha abierto las puertas de una manera mucho más decidida y definida a voluntarios nacionales y extranjeros que aprenden y viven la solidaridad en carne propia durante su estancia en el centro educativo.

La propia visión del trabajo como elemento pedagógico viene sufriendo en la sociedad variaciones importantes. Y también se cuestiona en la Ciudad: muchos de los alumnos se sienten “explotados” cuando deben realizar algunas tareas que no tengan que ver directamente con su responsabilidad en las aulas o en los talleres.

Por el contrario, se difunden nuevos valores que tienden a formar una sociedad más consciente de las relaciones sociales, del entorno físico, de las nuevas tecnologías y las relaciones virtuales. La disciplina como método deja paso al ejercicio de poner límites y al de crecer en la responsabilidad en el mismo grado que de la libertad.

La Ciudad también se ha convertido en un referente espiritual. Cientos de personas acuden a ella semanalmente debido a sus celebraciones litúrgicas, bien cuidadas, en un templo especialmente hermoso y un espacio que invita luego a las familias a pasear y disfrutar de la Naturaleza, a sentirse parte de la gran familia de la Ciudad.

Por la Ciudad de los Niños han pasado en sus 50 años de vida alrededor de 9.000 adolescentes. Cada curso hay, en los tiempos presentes, una población de alrededor de 350 alumnos y unas 70 graduaciones anuales.

Pero las necesidades presupuestarias también crecen. La sociedad exige continuas novedades tecnológicas en la enseñanza profesional; los materiales y edificios sufren un gran desgaste; los alumnos merecen una alimentación rica y digna, atención suficiente, sin contar las nuevas inversiones y renovaciones de material.

“Una vida con sentido: Dios, deber, dignidad”. Es el lema de la Ciudad. En tiempos en que los lemas llevan a la sospecha, hemos de traducir su significado en testimonios. Los chicos tienen en la Ciudad un espacio para sentirse libres y crecer en esa libertad. Paradójicamente, con el tiempo entienden que un horario estricto, unos deberes concretos y la dureza del estudio son los ingredientes con los que amasarán el pan de una vida libre y digna.

La Ciudad es su casa, su familia, su techo, su cama de descanso, el pan de cada día, el aprendizaje, el lugar donde experimentan la confianza y el respeto, un ambiente de superación y de valores. En definitiva, los primeros pasos para una vida libre frente a tantas esclavitudes, necesidades creadas, frente a la incoherencia de la sociedad.

La Ciudad es un lugar de redescubrimiento de Dios. La experiencia del encuentro de muchos de sus alumnos con Jesús se repite año tras año. No sólo se gana madurez en el cuerpo y en el conocimiento: los espíritus vuelan a encontrarse con el Dios amor que reconcilia el pasado, sana el presente y da esperanza para el futuro.

La Ciudad es un lugar terapéutico con una fuerza motriz principal: sus alumnos, por quienes existe todo y para quienes se realiza todo. El mejor de los elogios lo vivió un director cuando una madre no le dijo que ahora su hijo sabía muchas cosas, lo que era cierto; sino: “Mi hijo ahora es distinto: ayuda en casa, no dice palabrotas y me trata con educación. Su comportamiento ha cambiado del todo”.

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