Sepulcro de la madre Mariana en el monasterio de la Encarnación, Madrid

Mariana Manzanedo Maldonado (Alba de Tormes, Salamanca, España, 1568 – Real Monasterio de la Encarnación, Madrid, España, 1638), inició la Recolección Agustiniana femenina con dos monasterios en Madrid y otros en Salamanca, Éibar, Medina del Campo, Valladolid y Palencia, todos ellos en vida de la reformadora. Hoy está camino a los altares.

En comunidad hacia la perfección

¡Ea, pues, hermanas mías! ¿a qué esperamos? Démonos prisa a seguir de verdad y con veras a este Señor que tanto nos ama. No seamos tardas ni groseras contentándonos con medianías en la perfección, y aprendamos de los hijos del siglo, pues, como digo, así nos lo manda su divina Majestad, y miremos su solicitud y cuidado en granjear lo que tan presto se ha de acabar. Y hagamos aprecio de contentar a nuestro eterno rey, aunque nos cueste mucho al parecer de nuestra flaqueza. Y, aunque les parezca que trabajan y hacen algo en esto, no lo crean. Ni piensen que son menudencias las faltas que hacen; porque más daño hace en un diamante muy fino una mancha que lo oscurezca que en otro no tan fino una mancha mayor, pues es mucho más el valor que le quita.

Y así, la atención para no hacerlas ha de ser continua, conservando el alma en paz para que more en ella muy de asiento el Rey pacífico. Y el hospedaje con que le hemos de recibir sea una segurísima morada de paz en nuestro corazón, no dejando que se turbe ni se inquiete; sabiendo ser sufridas y pacientes para guardar con perfección nuestra regla, que es de vivir unánimes y conformes en la casa de Dios, no siendo ocasión a ninguna para que se pierda esta paz. y, si alguna nos provocare, sépanla sufrir; y conozcan que todo lo que sufriéremos es tan poco en comparación de lo que nuestro Señor sufrió por nosotras, que viene a ser nada. la verdad es que por su misericordia infinita las tiene en compañía de tan buenas hermanas que poco harán en sufrirse unas a otras.

Mas, con ser esto así, les pido muy encarecidamente se esmeren en estas dos virtudes. El ejercicio de la mansedumbre es muy amable y necesarísimo para la edificación de todas y para el trato espiritual y vida perfecta que profesan. Porque la que de verdad fuere mansa y humilde, con su modestia y buen proceder edificará a las demás y así unas a otras se ayudarán a caminar camino derecho de la patria eterna. las faltas de esta modestia y mansedumbre son como el rayo, que abrasa todo lo que halla en la parte adonde cae. esto mismo hace la impaciencia, de que -como digo- se han de guardar mucho procurando no ser penosas. nuestra cordura ha de ser siempre aquella continua atención del mayor gusto de nuestro Señor aunque cueste mucho, que no será tanto si lo hacemos por su gusto. Esta es la pelea y guerra en que hemos de pelear, para ganar el reino de los cielos; que, si nosotras procuramos vencer nuestras pasiones, nuestro Señor nos ayudará con sus auxilios, y nuestro ángel custodio nos los solicitará. En nuestra mano está, si queremos, que este Señor no nos manda cosa que no podamos hacerla, ni -como digo- nos faltará el auxilio de su divina gracia y amparo si con atención y aprecio deseamos agradar y obedecer sus consejos.

De su testamento espiritual: en Recollectio 6 (1983) 180-181

Paz y amor con todos

No hay sino tomar con muy buen ánimo y resolución el seguir a Cristo, nuestro bien, obedeciendo su mandato de coger cada uno nuestra cruz (cf. Mt 10, 38. 39), e imitándole en todo lo que nos fuere posible mortificando nuestro gusto incansablemente. Y, si se quebrare el hilo, volverlo a atar llamando siempre a las puertas de la misericordia de este Señor, que prometido nos tiene que nos las abrirá (cf. Mt 7, 7-8). en esta confianza hemos de permanecer siempre, pues no es el amor de su divina Majestad limitado como el nuestro, sino que, como es infinito, siempre nos está llamando y diciendo: Venid a mí todos los que estáis fatigados y yo os daré descanso (Mt 11, 28). Y a todos llama, y en particular a los que saben trabajar en vencerse por darle gusto sin perder ocasión de esta labor; y así, experimentarán los consuelos que da a los que de verdad le siguen. ¡Oh, hermanas mías!, corramos sin parar por el camino de la perfección en donde nos puso el día que nos trajo a la religión, y verán y gustarán de la lluvia de estos preciosísimos ungüentos.

¡Ea, pues, hermanas!: dense prisa; y adviertan que una de las entradas más importantes para entrar al trato con dios es la paz y amor con todas, no con niñerías ni con singularidad con ninguna, sino del modo que nos enseña nuestro gran padre san Agustín en su Regla. Y así, pone en ella por muy importante fundamento del trato con Dios y por la primera piedra de este dichoso camino, que vivamos de un ánimo y un corazón en dios (cf. Regla 1, 3). Haciéndose esto y observándose esta Regla con estimación y atención de guardarla por ser tan del gusto de nuestro Señor y particular obligación nuestra, se han de lograr los frutos de esta caridad y unión, que son muchos. Y de los principales son la paciencia y humildad, que son las hermanas más queridas y con los que tendremos más de asiento en nuestras almas al Señor, dador de todos los bienes, y sin las cuales no tenemos que esperar ningún otro.

Y así, nuestro continuo ejercicio ha de ser humildad y paciencia. Si el ejercicio de estas dos virtudes anda tibio, en gran peligro se puede temer que está la que de Él se olvida. Por tanto, les pido muy encarecidamente que su continuo cuidado sea el desprecio de sí, que es la verdadera humildad. Y, si con verdad se despreciaren, no sólo se producirá en sus almas esta flor olorosísima de la mansedumbre, sino todas las demás virtudes; porque adonde mora Dios nuestro Señor de asiento es en los corazones humildes. Si Él mora de asiento en nuestras almas, no hay duda que será grande la abundancia de misericordias con que las enriquecerá y que hará reinas a las que antes no merecían ser esclavas; porque no hay reino más verdadero que cuando un alma está muy al gusto de este dulcísimo Señor nuestro y de verdad puede decir: No hay ya otra cosa que ocupe ni divierta mi corazón, y también: Mi amado para mí y yo para Él (Ct 2, 16). El medio más eficaz para alcanzar este bien es ser mansas y humildes de verdad, no de palabra sino de hecho, viviendo en un profundo desprecio de sí mismas. Con esto tendrán segura esta dicha sobre toda dicha, que es el ser su alma la casa y morada de este Señor nuestro. Porque no hay para su divina Majestad piedra imán más eficaz que un alma humilde, y así, al punto que ve que lo está, aunque no le llamemos, se va a ella y la hinche de sí, porque sus delicias son el comunicarse y darse a los humildes y mansos de corazón.

De su testamento espiritual: en Recollectio 6 (1983) 178-179.

La dirección espiritual, atajo seguro

Apacienta tus cabritos junto a las cabañas de los pastores.
(Cantar de los cantares 1,8)

También se ve en este lugar la reverencia y respeto con que esta alma hablaba siempre a este Señor, que es lo que la hizo merecer que la enseñase su Esposo este camino por los que puso en su Iglesia para maestros y guías de las almas, que es un atajo descansadísimo para llegar presto a la perfección. Y aunque las almas hayan llegado a muy alto estado, no las daría por seguras si no van arrimadas a esta vara que, aunque a nuestra carne y amor propio parezca de hierro, si la miramos con estima y procuramos asirnos a ella, allí hallaremos el descanso y consuelo: que en el mismo rigor ingiere el Señor unas divinas dulzuras, que las gustarán las almas que la escogieren por arrimo y luz de su camino.

Y no sólo estarán estos bienes en las guías y maestros que se hallaren muy a satisfacción nuestra, sino en los que nos parecieren de proceder más riguroso y extraño a nuestro gusto: aquí se apacentarán nuestros deseos, si son verdaderos; que, si no lo son, ésta será la prueba. De muchas personas he oído que, a las primeras pruebas que las hacen, luego los dejan, y dicen que no las entiende aquel padre y que por esto quieren buscar otro; y temo yo que es no querer ir por donde las llevan ni rendir su gusto, que está lleno de interesillos de vanidad y estima de que saben ellas más.

¡Oh, qué de engaños he visto, y cuántos bienes pierden por no sufrir esta dificultad que sienten! Porque no es como les parece muchas veces, por ser pruebas que, como prudentes, hacen para apurar la virtud de aquellas almas que los escogen por padres, y ven que han menester mortificarlas; y al mejor tiempo, y quizá al punto que el Señor quiere enriquecerlas, le vuelven las espaldas por no sufrirse un poquito. Y si es, como ellas imaginan, que la persona no es tan consumada en todo como quisieran, si con todo eso le obedecen en todo por este Señor –como no las mande cosas contrarias a su ley y consejos–, no se pueden imaginar las mercedes que hace por esta sujeción que abrazan en su nombre: él sale por fiador y toma el magisterio por su cuenta, y enseña en aquella sujeción una ciencia tan profunda que no hay vientos que la puedan contrastar.

Pues así, parece manda que esta alma haga lo que decimos: que, ciega y sin buscar su contento, la envía el Esposo a los pastores para que la guíen y encaminen, siendo inferiores a él en infinita distancia. Y pudiendo por sí enseñarla y perfeccionarla en todo, no quiere darle el agua clarísima de su gracia sino por caño de barro; que, como nos la dé este Señor, no hay para qué reparar en que no sea de oro o de otro metal cualquiera, ni se ennoblecerá más por esto ni será de menos valor. Humillémonos, no sea que hasta en esto halle cebo nuestra vanidad: ¡no lo permita este Señor!; el cual no enviaba a esta su esposa a otros pastores por no quererla mucho, sino por las razones dichas y por el grande amor que la tenía.

(Cant. 1, 109-112)

Los efectos de las hablas del Esposo

Son tus mejillas como las de la tortolilla…
(Cantar de los cantares 1, 10)

Parece se está el Esposo remirando –como dicen– en esta alma, como en espejo adonde se ve a sí mismo, y en ella ve aquellos divinos resplandores de su divino ser, con que ella queda tan esclarecida que no puede dejar de amarla con aquel amor con que a sí mismo se ama. Y obrando en ella admirables y nunca vistos primores, hace lo que el pintor que, cuando va perfeccionando una muy extremada pintura, a cada punto que le da de realce dice entre sí muchas palabras de contento de que le va saliendo tan a su gusto la pintura. Así parece está obrando el Señor en el alma unos divinísimos primores, y sácalos a luz cuando los pronuncia con su palabra. Y pasa así, realmente: que muchas veces no se han conocido sus dones hasta que, con aquella su secreta y dulcísima voz, obra en toda el alma lo que dice, porque sus palabras son obras, al fin palabras de vida. Bien lo saben decir las almas que lo gustan.

Pues, como digo, remirándose en el alma, no parece se harta este soberano Rey de alabarla y decirle, ya muy sin recato, cuán hermosa le parece, buscando nuevas ternuras y lenguaje para mostrarle el gran amor que le tiene y el contento que le da mirarla; y así, de nuevo le dice ahora: Son tus mejillas como las de la tortolita, y tu cuello como el collar de oro.

No se piense que este Esposo santísimo es precipitado ni que dice al alma dulzuras antes de tiempo, porque su sabiduría es sin principio y sin fin, y de altísima dignidad, y son sus obras pesadas con el peso infalible de su secreto saber. Y así, sabe muy bien que ya puede alabar a esta alma sin que se le desvanezca la cabeza, como suelen decir, antes cada favor le hace asentar más llano el pie en la bajeza de su nada, y le parece le cargan un nuevo peso, mayor que un mundo entero y de infinito valor. Estos efectos –y otros más levantados– causan las hablas del Señor a esta esposa regalada suya, con las cuales va descubriendo y sacando a luz la obra que en ella va haciendo.

He yo oído decir –no sé si es verdad– que se hacen los vidrios con el soplo de su artífice, con el cual saca tan primorosas labores y piezas de vidrio cristalino y lindo. Pues así pasa aquí con esta alma, que con el soplo divino de su amoroso Esposo se va perfeccionando esta dichosa alma sin trabajo suyo. A lo menos, estos favores no le cuestan más de recibirlos con corazón agradecido y humilde, estando atenta a la voz de su Señor y Criador.

(Cantares 1, 132-136).

La fe, cuello del alma

…es tu cuello como el collar de oro.
(Cantar de los cantares 1, 10)

Pues digo que, así como ningún sustento ni socorro puede entrar en nuestro estómago, para sustentar esta nuestra vida mortal, si no es por la garganta y cuello, así ninguna luz ni otros bienes pueden entrar en el alma si no es que esté adornada con la fe; y ésta, en cuanto más viva y arraigada, más hermosa estará el alma, más confiada y dejada en la providencia de este Señor, que sabe bien los quilates y valor de este collar de oro, a que la compara.

Fe rica y poderosísima para mudar montes de una parte a otra, y tan firme que nadie podrá desquiciarla de este seguro fundamento; mas, tan rendida a la verdad, que sirve de aposentador o hacha clarísima para conocer al que es suma Verdad, a quien solo rinde su cerviz sujetándole el alma en quien mora, de manera que escuadrones de enemigos no la moverán ni sacarán de la casa y palacios de este Señor, permaneciendo en ella para siempre. Y así como el oro es el metal más perpetuo y precioso, así esta virtud es la primera, y sobre la que vienen todas las demás como esmaltes y piedras preciosas.

Sería nunca acabar tratar de esta virtud de la fe, y cosa indecente hacerlo yo, aunque he deseado hubiese alguna persona docta y espiritual que escribiese sobre ella: que aunque he visto algunos escritos todo es cortedad, y pienso que, para las almas que tratan de espíritu, les importara harto abrirles camino para que se ejercitaran en éste.

Por esto la compara el Esposo al collar de oro: no sólo porque está rica y adornada con esta joya, sino porque, así como el collar se domeña y revuelve a la garganta, así el cuello de esta alma está sujeto al yugo, como decíamos, sin replicar ni hacer más que rendirle a que le aten a él, cerrando los ojos de nuestro ciego mirar; y, sin escudriñar ni discurrir en lo que nos dice la fe, cree todo lo que nos enseña, dejando todo el juicio de nuestro corto entendimiento, reverenciando la majestad y sabiduría del que obró lo que por esta virtud se nos enseña.

Paréceme a mí que el alma que tuviera una fe muy clara será muy aventajada y amada de este Señor. Porque si acá nos obliga que se fíen de la palabra que damos y de que se dejen con satisfacción en nuestras manos, como dicen, y ésta es una manera de encadenarnos con quien así se fía de una persona y cree que habemos de hacer lo que la prometimos, si esto, como digo, nos obliga, ¿cómo no se obligará quien nos ama con amor infinito? ¿Cómo faltará a la palabra que nos tiene dada por tantos modos? Pues, si nos fiamos de un hombre, ¿cómo no nos fiaremos de este Dios-hombre que se hizo hombre por una palabra que dio, y con ella se dio por tan empeñado para hacernos bien que jamás se harta de darnos y de enriquecernos, como si no hubiera cumplido con tanto menos de lo hecho?

(Cantares 1, 147-156).

Obreros somos de su majestad

Lo que me consuela es haberse hecho su santísima voluntad. ¡Oh, hermana mía, y cómo sola ésta se puede llamar verdadero descanso!, que todo lo demás es afán intolerable, por más que nos lo dore nuestra propia voluntad.

La de este Padre y Señor sigamos, que para sólo cumplirla nacimos. Y si lo es que vuestra merced sea abadesa, ¿con qué cara se aflige, mi hermana? Obreros somos de su Majestad y como jornaleros estamos en su casa, y así nos puede ocupar en lo que quisiere; y al cabo, ha de ser siempre compañero nuestro en el trabajo, y pagarános como si a solas hubiéramos hecho la labor. Pues, con tan buen compañero, ¿por qué habemos de gemir con una pequeña carga? Que si somos flacos, como lo somos, no nos la pondrá muy grande: aunque para nuestro bien, y para que las resoluciones de servirle sean muy grandes, fingirá que una cruz de paja es hecha de una gran viga.

Ea, hermana mía, buen ánimo, que su Majestad allanará todos esos montes tan dificultosos; y cuando no, sepa que sacará unos gloriosísimos provechos con que él se servirá mucho.

(Carta 1, 2-4)

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