Mariana Manzanedo Maldonado (Alba de Tormes, Salamanca, España, 1568 – Real Monasterio de la Encarnación, Madrid, España, 1638), inició la Recolección Agustiniana femenina con dos monasterios en Madrid y otros en Salamanca, Éibar, Medina del Campo, Valladolid y Palencia, todos ellos en vida de la reformadora. Hoy está camino a los altares.
Educada en el convento
La madre Mariana de San José, Mariana de Manzanedo y Maldonado, es sin duda uno de los personajes más sobresalientes de la recolección agustina. Nació en 1568 en Alba de Tormes (Salamanca) y murió en 1638 en la Encarnación de Madrid, casi a los setenta años. Tuvo tres hermanas y otros tres hermanos, uno de éstos prácticamente desconocido, que debió de morir tempranamente. Huérfana de madre desde su nacimiento, recibió muy de niña la bendición de santa Teresa, momento que recordará toda su vida como aquél en que Dios la comenzó a llamar.
Su padre murió cuando ella contaba siete años, y uno más tarde la llevaron como educanda al convento de agustinas de Santa Cruz de Ciudad Rodrigo, donde tenía dos tías y una hermana poco mayor que ella; las otras dos hermanas estaban recogidas en otro convento, el de las franciscanas de la Madre de Dios en Coria (Cáceres).
Identificada pronto con la vida en el monasterio, su infancia fue normal, dentro de aquellas condiciones. De cualidades humanas sobresalientes, que pronto fueron espigando, recibió la educación que le dieron sus tías y pasó su infancia entre distracciones, prácticas piadosas y ejercicios que robustecieron su carácter; se sentía motivada por el pundonor, por el atractivo de las cosas bien hechas, y en las ocasiones en que se hallaba puesta a prueba decía que a Cristo le agradaba que le ofrecieran e hicieran por él las cosas difíciles.
Sucedióme lo que suele acaecer a uno que,
entrando en una parte adonde hay mucha gente,
le lleva el corazón uno que es a su natural,
y luego le cobra afición particular
y le parece que haría por él cualquier cosa dificultosa.Así fue que me llevó la santa madre Teresa extrañamente,
y ahora me espanto cómo, siendo yo tan niña,
causó en mí tantos efectos:
que parece que, en oyéndola, se le abrió a mi alma
una gran ventana por donde le entraba una muy clara luz.Autobiografía 1, 11
Agustina en Ciudad Rodrigo (1586-1603)
Después de algunos titubeos respecto a su orientación al matrimonio, tomó el hábito con dieciocho años y profesó uno después, el 21 de febrero de 1587. Entre otros oficios que tuvo en su comunidad, fue brevemente maestra de novicias y finalmente priora (1599-1603). Su vida crecía en intensidad religiosa, y comenzó Dios a purificarla y a enriquecerla con los frutos inefables de su presencia transformadora. Los deseos de mayor perfección que había tenido a poco de profesar se le comenzaron a cumplir a sus treinta y cinco años, la mitad exacta de su vida, cuando el provincial Agustín Antolínez la llamó, con tres religiosas más y algunas novicias, para fundar en Éibar (Guipúzcoa) un monasterio de agustinas recoletas que allí le habían ofrecido.
Holgárame, hermana,
de poder decir lo que por mí sucedió en Ciudad Rodrigo
cuando allí me hicieron priora: que tuve grandes trabajos,
y de ellos sacó este Señor bienes increíbles;
no se pueden imaginar los truecos que hizo de almas,
y las cosas tan de su servicio que se hicieron.
Aseguro a vuestra merced que fueron tantas que parecen increíbles,
y por caminos tan suaves
que se veía bien ser todo de su mano poderosa.(Ep. 1, 2-4).
Funda la Recolección de Éibar (1603)
En Éibar fue priora durante el año escaso que allí permaneció, y ya siguió con este cargo durante el resto de su vida. En aquella casa crecieron intensamente las experiencias de vida mística con que Dios la unía consigo, y conoció todas las formas clásicas de transformación espiritual con que Dios fue tomando la dirección de su vida: las varias facetas de la noche oscura, las duras pruebas de purificación, la sensación de sentir su corazón excavado con una aguda flecha, la novedad continua en su situación de presencia de Dios, el matrimonio espiritual y, simultáneamente, la evidencia de su nada y miseria.
La discreción grande en el gobierno,
haciendo esta vida tan apretada muy llevadera
con su grande afabilidad y ser la primera en los trabajos
-desde el fregar hasta el aseo de la sacristía-,
con que todas en todo andaban a una.Declaración de fray Juan de Ordax, 25 noviembre 1638.
Los avatares de Medina del Campo (1604-1606)
En 1604 pasó con otra compañera a Medina del Campo (Valladolid) para hacerse cargo de la segunda fundación. En esta casa experimentó dificultades incontables, oposición a sus criterios y a su modo de actuar, y hasta acusaciones calumniosas y humillaciones. Los motivos de esta prueba fueron numerosos: externamente por el desacuerdo con el llamado patrono de la fundación y con algunos padres agustinos que lo apoyaban, que derivó en una gran penuria de medios; internamente por la presencia de una religiosa ajena admitida como novicia, inestable y problemática, así como de otras dos de su antiguo convento de Ciudad Rodrigo que le llevaron para que aprendieran a ser prioras en otras casas; a ello se sumó la enfermedad de casi todas las que allí vivían y otras circunstancias penosas, culminando con una inundación del río Zapardiel, que inutilizó la casa. Sin embargo, en contra de lo previsible, la fundación logró asentarse.
Se trocó en la mayor desestima y desprecio
que yo he visto tener de ninguna monja ni la he oído,
porque las faltas que me notaban eran extraordinarias,
y bien sin verdad lo que decían
acerca de que tenía tratos y conversaciones livianas.Autobiografía 22, 7-9.14
Madurez en Valladolid (1606-1610)
En 1606 comenzó en Valladolid la aventura de otra nueva fundación, en un monasterio que habían dejado desocupado sus antiguas moradoras. La nueva casa siguió un proceso feliz, ya en alas de la fama su priora y el género de vida que promovía. Pero comenzó una serie de padecimientos por diversas causas, muchas de ellas relacionadas con su proceso espiritual. En esta casa la conoció la Reina Margarita de Austria, que pronto quiso llevarla a las fundaciones que pretendía en Madrid. También comenzó o prosiguió la madre Mariana, por obediencia a sus confesores, la redacción de diversos escritos, principalmente su Autobiografía y una serie de Cuentas de conciencia. En 1610, tras una larga preparación, llevó a cabo la fundación de Palencia, donde sólo permaneció cuatro meses.
De esta casa de Valladolid digo a vuestra merced
que la tiene su Majestad tan asentada
como si hubiera cien años que se fundó.
Son las que están en ella a cual mejor, y estamos ya veinticinco.
Muchas monjas quieren serlo aquí, mas están ya llenos los lugares, que siento no poder ayudar a sus deseos.
Yo ya digo a nuestro Señor que nos dé casas,
pues nos da monjas y gana de ampararlas.Carta a Luisa de Carvajal, 27 septiembre 1609.
Priora de la Encarnación (1611-1683)
En enero de 1611 fue llamada por la Reina a Madrid, para regir como priora el convento de Santa Isabel, que acababa de tomar bajo su protección. El monasterio tenía ya una historia de veinte años, y el encuentro de dos tradiciones conventuales diferentes, aun dentro de su cercanía, no dejó de producir algunos desencuentros, que el paso de los acontecimientos suavizó.
En junio de este año se puso la primera piedra de la Encarnación, pero la Reina Margarita, que alentaba este proyecto, murió cuatro meses más tarde; Felipe III tomó su construcción como legado de su esposa, pudiendo inaugurarse en julio de 1616. Aquí permaneció la madre Mariana el resto de sus días.
Su principal ocupación, fuera de su vida de relación con Dios, estuvo centrada en el buen régimen de su comunidad, y en la formación espiritual de cada una de las religiosas. La complejidad de la casa la obligó a preocuparse de muchos aspectos de su dotación y gestión, por contar con su prudencia los administradores nombrados. También se relacionaba con multitud de personas por diferentes motivos: altos eclesiásticos, personajes de la nobleza, religiosos, gente devota, pobres y necesitados. La cercanía de los Reyes le acarreó algunas críticas en su tiempo, por suponerle una influencia… que nunca pasó de su influjo espiritual; la idea de una «priora de la Encarnación» intrigante en asuntos políticos no pasa de una caricatura sin fundamento veraz, que merece ser corregida por el conocimiento directo de su figura.
Entre sus preocupaciones, no fue la menor la que se volcó sobre los demás monasterios que se fueron fundando por entonces, al margen de su presencia física: Villafranca del Bierzo (León), las dominicas recoletas de la Concepción en Castilleja de la Cuesta (Sevilla), Carmona (Sevilla), Requena (Cuenca, hoy Valencia), Medellín (Cáceres), Pamplona (Navarra), las brígidas recoletas (Valladolid), y aun los comienzos de la de Lucena (Córdoba), fuera de otros proyectos que se malograron.
Siguió también ampliando sus escritos. Concluyó en Madrid los antes mencionados, Autobiografía y Cuentas de conciencia. Elaboró un amplio Comentario al Cantar de los Cantares, aunque apenas superó el capítulo segundo. Publicó, además de sus Constituciones, un librito titulado Ejercicios espirituales y repartimiento de todas las horas.
Su correspondencia fue muy copiosa, aunque sólo se han podido conocer hasta el momento unas 210 Cartas. Redactó un Testamento espiritual para sus religiosas, y una multitud de apuntes y papeles sueltos recogidos en diversas colecciones: Consejos y máximas, Jaculatorias, algunas Coplas o poesías y otros varios.
Murió la madre Mariana el 15 de abril de 1638 a media noche, exhalando su cuerpo un aroma inexplicable que se extendió por las estancias cercanas. Toda la villa de Madrid se conmovió por su muerte. Cuatro días después se escribía en las hoy llamadas Cartas de jesuitas: «Murió, tres o cuatro días ha, aquí, la priora de la Encarnación con opinión de santa».
Ha sido su dichosa muerte tan sentida y llorada
como si fuera madre de todo Madrid. Los médicos nos decían
«Cierto, señoras, que es de manera la tristeza y
general clamor que hay por esas calles, que apenas se habla sino: ‘¿No sabéis? La priora de la Encarnación se muere’;
y a nosotros llegan a preguntar con un afecto cómo está,
que ‘yo aseguro -decía uno- que si la Reina, Dios la guarde,
estuviera como está nuestra Madre,
que no hubiera tan general desconsuelo ni tanto sentimiento’».Yo decía dentro de mí que mucho era madre de todos
que a todos amaba como madre y de todos se compadecía.Declaración de Isabel de la Cruz.
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