Se cumplen los 300 años del nacimiento de Francisco Salzillo. Por ello se ha inaugurado en Murcia (España) una magna exposición: “Salzillo (1707-1783). Testigo de un siglo”. A él se debe una de las estatuas más famosas del santo de Hipona.

Salzillo se ha puesto de moda. Los artistas de su nivel no pasan de moda nunca; siempre son punto de referencia. Pero surgen ocasiones y efemérides que los sacan al primer plano de la actualidad, incluso cuando están algo desplazados del centro de atención de la prensa, que suele estar en las grandes capitales. Francisco Salzillo llena la historia de la escultura de casi todo un siglo en Murcia, sin que por ello deje de ser considerado uno de los principales imagineros españoles.Ahora está de moda porque acaba de pasar la Semana Santa, que en toda la región murciana se identifica con él. Sólo en Murcia capital, desfilan en las distintas procesiones más de un centenar de imágenes salidas del taller del maestro.La exposiciónY está de actualidad, sobre todo, porque se celebra el Tercer Centenario de su nacimiento, que tuvo lugar en Murcia el año 1707. Con tal motivo, como eje central de la conmemoración, se ha organizado una magna exposición que lleva por título Salzillo (1707-1783). Testigo de un siglo. Esta exposición fue inaugurada por el Rey de España, Juan Carlos I, el pasado 1 de marzo y en principio permanecerá abierta hasta el 31 de julio.La exposición se centra en el Museo Salzillo, situado en la calle de San Agustín, aunque también se reparte en otras dos sedes próximas, hasta alcanzar los 1.800 metros cuadrados de exposición. Reúne más de 100 obras del genial artista murciano, además de otras 200 de contemporáneos suyos, de la talla de Bernini, Zurbarán o Durero. Pero en todo ese espacio y entre tantas obras no se cuenta la estatua de San Agustín, por más que se encuentre a muy pocos metros y sea una de las más impresionantes salidas de la gubia de Salzillo.Las agustinas descalzasA un tiro de piedra de la plaza de San Agustín está la calle de las Agustinas, que desemboca en la plaza del mismo nombre. Nombre que se debe al monasterio del Corpus Christi, de agustinas descalzas. Forman éstas la tercera rama agustina, después de los agustinos propiamente dichos y los agustinos recoletos, con sus correspondientes ramas femeninas. Las agustinas descalzas fueron fundadas por san Juan de Ribera en Alcoy (Alicante) en 1597, con la peculiaridad de regirse por las constituciones de santa Teresa de Jesús, al tiempo que profesan la Regla de san Agustín.De los nueve monasterios de agustinas descalzas que se llegaron a fundar, el de Murcia es el octavo. Su fundación tuvo lugar en 1616 y fue obra de una de las descalzas más eminentes, la madre Mariana de San Simeón, que aquí murió en 1631.A pesar de que la fundación murciana presentaba muy buenos augurios, encontró enormes dificultades de índole económica. En realidad, no gozará de bonanza hasta entrado el siglo XVIII. De hecho, hasta 1707, el mismo año del nacimiento de Salzillo, las monjas no pueden comenzar la construcción de una iglesia conventual fuerte, hermosa y capaz, que sólo se concluirá en 1729. Hacía menos de dos años que el joven Francisco se había hecho cargo del taller de su padre, el escultor italiano Nicolás Salzillo, fallecido en 1727.Una vez concluidos iglesia y convento, comienza la etapa de amueblamiento y decoración, que no es menos larga. Poco a poco, el monasterio del Corpus Christi se irá convirtiendo en la joya que hoy es dentro del patrimonio de la capital murciana.Una obra maestra, el San AgustínNo sabemos si, antes del San Agustín, Salzillo labró alguna otra talla para las agustinas. Sí nos consta que en este monasterio hubo varias. De un crucifijo tuvieron que desprenderse, para matar el hambre, las monjas después de la Guerra Civil. Al presente sólo tienen la imagen de san Agustín, tallada por Salzillo alrededor de 1763.Lo primero que llama la atención de la estatua es su movimiento, su dinamismo. Parece un remolino de formas que se nos viene encima desde la altura de su hornacina. Hábito, sobrepelliz y capa levantan un revuelo que acentúa la tensión, la contorsión incluso, de todos los personajes. Hasta las figuras más relajadas, como son los ángeles que sostienen los atributos episcopales del Santo, contribuyen a incrementar esa sensación de movimiento.Dicen los técnicos que estamos ante una de las obras de Salzillo más vigorosas; quizá la que lleva a su punto culminante ese rasgo de la fuerza, que encontramos en otras muchas tallas del escultor murciano, como el San Antón, el San Jorge o el San Pedro de la escena del Prendimiento de Jesús en el Huerto.Martillo de los herejesLa escultura de Salzillo es de una factura admirable. Pocas se le pueden parangonar, desde el punto de vista artístico. Otra cosa es su significado, menos acorde con nuestra sensibilidad moderna. Aquí se representa a un santo de rostro airado en el acto de pisotear con energía a dos personajes que ruedan por el suelo retorciéndose bajo su planta. Que no se trata de una reyerta en términos físicos lo indica el hecho de que uno de los hombrecillos sostiene un libro abierto, mientras que el Santo blande, a modo de arma, su péñola de escritor.Se está representando al Agustín Doctor de la Iglesia y Defensor de la Verdad que, con la contundencia de su teología y la agudeza de sus razonamientos, desmonta y aniquila las falsedades de los herejes. No se trata del maestro sutil ni el orador persuasivo; ni es la suya una verdad que atrae y convence con la fuerza de su propio brillo. Agustín es presentado con gran crudeza como malleus haereticorum o martillo de los herejes.Estamos muy lejos de la mentalidad actual, que hace gala de convivencia y respeto para con otras convicciones o creencias. En este aspecto, “el siglo de Salzillo”, el XVIII, se caracteriza por el dogmatismo y la intolerancia, por estar más atento a las doctrinas que a las personas. Y Agustín, en vez de representarse como Doctor de la Caridad, personifica la Verdad católica, que apisona y hace trizas todo tipo de errores.Fuentes de inspiraciónNo sabemos en qué estampas o modelos visuales pudo inspirarse Salzillo. Por estos mismos años alcanza gran difusión por toda Europa un álbum de 19 planchas grabadas por Johan Anwander en 1758. Los herejes que yacen a merced de Agustín en la escultura de Salzillo recuerdan a los que se retuercen al pie de la portada de los grabados de Anwander (Arrio, Donato, Pelagio, los semipelagianos…). Claro, que seguramente se pueden encontrar otros modelos.Aunque tampoco se necesitan modelos plásticos. Se bastan como fuente de inspiración los versos duros del himno litúrgico del Santo, que para entonces tenía siglo y medio de antigüedad; allí donde el himno habla de que Agustín:firmans fidem, formans moreslegis sacrae perversoresverbi necat gladio.Obmutescit Fortunatus,cedunt Manes et Donatustantae lucis radio.Asentando la fe y enderezando las costumbres,aniquila con la espada de su palabraa quienes pervierten la sagrada ley.Enmudece Fortunato,se derrumban Manes y Donatoante una luz tan potente.Después de Salzillo¿Qué suerte han corrido representaciones como ésta? No parece que hayan tenido mucha aceptación, posiblemente por su carga de intolerancia y agresividad. Quizá se deba a esto, en parte, el que esta maravilla de la gubia de Salzillo no sea tan conocida como se merecería.Hoy día no es fácil encontrar, en la iconografía agustiniana, este esquema del malleus haereticorum. Las dos obras que, ahora mismo, recordamos se encuentran en Monachil (Granada, España), en el convento de los agustinos recoletos. Una de ellas se corresponde por entero con la de Salzillo: el Santo pisotea a los herejes, representados físicamente, mientras levanta la pluma a modo de arma de guerra.La otra preside, desde su punto central y más alto, todo el conjunto del edificio. Pero, en este caso, el gesto de Agustín no es fiero ni su actitud belicosa. Da la impresión de que saluda con la mano al que llega de visita. Sin embargo, los libros abiertos que aprisiona bajo su pie derecho detectan el viejo esquema que empleó Salzillo.