Guadalupe, acompañada de las otras novicias y de las postulantes, el día de su profesión

La típica creencia de que los monasterios de clausura son lugares cerrados, viejos, olvidados del mundo, serios y aburridos, que está en el imaginario hasta de no pocos católicos, se derrumba cuando se conoce por dentro su vida cotidiana.

No hay duda de que la elección por la vida contemplativa es minoritaria dentro de la Iglesia Católica. Muchos creyentes no llegan a entender esta forma de vida; y mucho más difícil ha de ser, todavía, para quien no participa de la fe.

Para cumplir con nuestra vocación de dar a conocer la vida, historia y espiritualidad de los Agustinos Recoletos, hemos querido completar este reportaje pidiendo a una monja profesa, a dos novicias y a una postulante de los convento del Sagrado Corazón de Jesús de Tecamachalco (México D.F.) y de Guaraciaba (Ceará, Brasil) que nos expliquen por qué son lo que son y hacen lo que hacen.

Prepárate ahora para navegar por el interior de cuatro jóvenes que han elegido este modo de vida tan especial, tan particular, tan minoritario y, al mismo tiempo, tan pleno.

Déjate sorprender por ellas.

Guadalupe, profesa

“Mi vocación es un encuentro que se da entre Dios, que me llama, y yo, que lo acepto.” Con esta frase quiero resumir mi vocación religiosa, porque gracias a esta relación entre Dios y yo, pudo germinar y crecer la semilla de la vocación, que el Señor había depositado en mi corazón.

Además, no puedo negar que el ambiente familiar en el que crecí fue muy propicio para tomar una decisión tan importante para mi futuro. El apoyo de mis padres siempre lo tuve, su ejemplo y oración fueron fundamentales y gracias a ello pude desprenderme del seno familiar con facilidad.

Esto no quiere decir que no los eche de menos, pero cuando llegó el momento de marcharme al monasterio, en lugar de lágrimas de nostalgia, hubo alegría y felicitaciones por la “mejor parte” que había escogido.

Le doy gracias a Dios, porque desde muy pequeña pude ver con claridad lo que él me pedía, y era precisamente renunciar a todo, para consagrarme a él. Yo tenía una hermana religiosa de vida activa, que me invitaba a ingresar en su Congregación. Pero mi inclinación hacía la vida contemplativa fue prematura. Mis actitudes, desde niña, eran rezar y acompañar a Jesús en el Sagrario.

Soy consciente de que la oración es muy esencial para cualquier actividad apostólica, de ella depende el buen funcionamiento de la Iglesia, y ésta ve en las monjas de clausura la expresión más alta de sí misma, ya que, como dicen nuestras Constituciones, “consagran sus fuerzas perpetuamente a la adoración del Señor y le dedican un culto sincero e indiviso”.

Esta vocación contemplativa que nos pone en el mismo corazón de la Iglesia, fue la que me atrajo a abrazar este estilo de vida. Antes de ingresar definitivamente en el monasterio, participé en la convivencia vocacional que esta comunidad organiza.

Duró un mes, y en ella pude gozar de la compañía de varias chicas de otros lugares. Aquí me quedó claro: que son muchos los llamados y poco los elegidos. Pues yo, gracias al amor de Dios, fui una de las elegidas.

Ahora quiero corresponder a ese amor, viviendo plenamente el carisma y espiritualidad de la Orden Agustina-Recoleta. La esencia de este carisma que san Agustín nos dejó me fascina, porque gracias a él, puedo enriquecerme con las cualidades de las demás y poner las mías al servicio del prójimo. Es un intercambio de bienes espirituales y materiales que me hace sentirme realizada como persona y como hija de Dios.

Después de un proceso de formación como postulante y novicia, llegó el momento de emitir la profesión simple. Estamos hablando de hace unos cinco meses. La preparación más propicia para este acontecimiento fueron, sin duda, los ejercicios espirituales.

Se prolongaron ocho días y durante ellos pude leer la vida de un santo, que me estimuló grandemente a continuar mi vocación con más convicción y entusiasmo. Una de las reflexiones que estuvieron acompañándome durante esta semana de preparación fue que las virtudes, cuando se trabajan, no se improvisan…

Por eso, una de las metas que me propuse alcanzar en estos momentos de intimidad con Dios era trabajar día a día por la virtud de la humildad, que es muy esencial para lograr la santidad, algo que san Agustín nos recuerda constantemente: “Si quieres ser santo, sé humilde; si quieres ser más santo, sé más humilde; si quieres ser santísimo, sé humildísimo”.

El día para emitir mi profesión simple fue el 12 de noviembre de 2006, fecha en que cumplía precisamente 19 años; el consagrarme a Dios en este día fue el regalo más grande que pude recibir. Era doble festejo, por eso las hermanas se esmeraron con más ahínco en todo lo referente al acontecimiento.

La víspera de la fecha indicada para mi unión con Dios se bendijo el hábito, la correa, el rosario y el velo, dentro de la celebración eucarística. Una de las hermanas de la comunidad lo presentó todo en el momento de las ofrendas. El signo de este gesto era que también yo le ofrecía a Dios toda mi persona.

El día 12 de noviembre amaneció resplandeciente. Era una nueva señal de que Dios me amaba y me lo quería demostrar momento a momento. El canto de las hermanas me despertó y me indicaba que era día de fiesta, no sólo para mí, sino también para toda la comunidad.

Una imagen de la Virgen María me fue entregada y pude constatar que también ella estaba feliz, porque dentro de unas horas pronunciaría en público mi “hágase”, como cuando ella lo hizo al presentarse el ángel Gabriel y pedirle su consentimiento para ser la Madre de Dios.

También me impusieron una corona de flores que me recordaba que muy pronto sería esposa del Rey de reyes. Un día antes me habían entregado el hábito en un rito sencillo, pero significativo. Con esto, la comunidad me quería indicar que me aceptaba a formar parte de ella.

Yo tenía mucha curiosidad sobre quién celebraría la eucaristía. No logré saberlo hasta que iniciamos la procesión de entrada para la celebración. Fue una sorpresa grandiosa verme acompañada de mi comunidad y de Carlos Briseño, agustino recoleto recién nombrado obispo auxiliar de México.

La capilla había sido arreglada con bellas flores, traídas de mi pueblo. El encargado de esta obra de arte, era ni más ni menos que mi cuñado, que quiso darme este regalo.

El evangelio relataba la generosidad de aquella viuda que echó todo lo que tenía en el cepillo del templo. Esta virtud de la viuda fue muy bien aplicada a mi persona y a lo que estaba a punto de realizar. Yo le donaba mi persona, y no es que con esto le haga un favor a Dios, al contrario: él me lo hizo a mí, al llamarme a su lado. Y le doy infinitas gracias por este don.

Los cantos alusivos a la consagración, las moniciones y preces… Pero lo que más emocionó a los presentes fue el momento en que pronuncié la fórmula de la profesión simple, donde me comprometía con voz firme y decidida a vivir en unión de caridad y en vida común, en mi vocación contemplativa, entregada del todo al amor e imitación de Jesucristo y al bien de la Iglesia, junto con mis hermanas, con una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios.

Al final de la Celebración Eucarística, pronuncié unas palabras de agradecimiento, de las que os comparto un extracto:

“Carta de acción de gracias por mi vocación:

Estas palabras de agradecimiento que voy a exponer ante todos ustedes, en este día tan especial para mí, han salido desde lo más profundo de mi corazón. Mi vocación religiosa como agustina recoleta contemplativa ha sido trabajo de Dios y de todos ustedes, que me han apoyado incondicionalmente con su oración.

Primeramente doy gracias a Dios por ello, ya que Él me eligió desde el vientre de mi madre, sin ningún merecimiento o mérito personal. Sólo vio en mí un gran deseo de consagrarme a Él. También doy gracias a mis padres por enseñarme la doctrina cristiana y darme ejemplo de fidelidad a esa fe recibida en mi bautismo.

Gracias a todas mis hermanas de comunidad, que han compartido conmigo el ideal de nuestro Padre San Agustín: “tener una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios”, y que me han enseñado que, juntas, podemos lograr la santidad desde una configuración con Cristo, casto, pobre y obediente.

Hermana María Guadalupe Álvarez Fuentes, O.A.R.
Desde ahora, esposa de Cristo Soy.”

Para complementar una fiesta de esta índole, no puede faltar la gastronomía mexicana, por lo que mi familia me quiso agasajar con una suculenta comida. La concurrencia fue numerosa, muchas personas eran paisanos míos y gente allegada a la comunidad.

Mi mensaje para vosotros es que la vocación es, ante todo, una experiencia sobrenatural, una experiencia con Dios. Experiencia que suele ser personal e íntima. Y que en ella se juega toda nuestra vida: presente y futura, y se explica e ilumina mejor nuestro pasado.

Dios los ama, no tengan miedo de abrirle su corazón a Cristo.

Aurilene, novicia

Me llamo Aurilene da Mota Silva, y soy la primera novicia Agustina Recoleta no sólo de mi querida comunidad del Monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe de Guaraciaba do Norte (Ceará), sino de Brasil.

Creo que desde muy pequeña sentí una llamada hacia la Vida Consagrada, pero nunca pensé en las monjas de clausura, incluso porque tenía miedo. No podía imaginarme que alguien pudiera vivir en un ambiente cerrado, como tampoco esperaba que dentro del monasterio pudiera encontrar tanta alegría, alegría contagiante, de esa que se transmite no sólo a los de dentro, sino también a los de fuera.

Por mi temperamento y por todo lo que me gustaba creía que mi vida no era la del claustro. ¿A mí, que me gustaban tanto las fiestas, bailar y tener muchos amigos? A todas luces era inconcebible. Pero todo cambió.

El 12 de octubre de 2004 ingresé en este monasterio de vida contemplativa, hace ya casi tres años. Y parece que fue ayer cuando conocí a las hermanas. Momento que guardo con mucho cariño.

Yo andaba en busca de mi vocación, participaba de los encuentros vocacionales de la diócesis, aunque realmente creía tener claro que mi vocación era la vida activa, y por eso estaba en el grupo vocacional de las Hijas de la Caridad o Vicentinas.

Estábamos en un encuentro vocacional, y nos llevaron a todo el grupo de jóvenes que hacíamos parte del encuentro a una ciudad que se llama “Viçosa do Ceará” para participar en la celebración de una ordenación sacerdotal.

Las Agustinas Recoletas llevaban una sola semana en Brasil, y el obispo, el agustino recoleto Javier Hernández Arnedo, quiso que ellas asistieran para presentarlas a toda la Diócesis, pues con motivo de la ordenación estaban presentes todos los sacerdotes, muchas de las religiosas, seminaristas…

Antes de salir de viaje para la ordenación nos avisaron de que ellas estarían presentes y nos preparamos aprendiendo algunas palabras en español para poder saludarlas. Pero, desde luego, en ese momento confieso que no tenía interés alguno en ser monja, como ya comenté antes.

De hecho, unos meses atrás, Fray Gerardo Aceves Conde, agustino recoleto, en una conversación particular que tuvimos sobre mi posible vocación a la Vida Consagrada, me planteó la posibilidad de ser monja, y recuerdo que me dijo:

— ¿No quieres ser monja, como mis hermanas que están por llegar?

Yo le pregunté si eran de las hermanas que están encerradas, y al responderme que sí, respondí:

— No, ni me diga nada, que no me interesa, y ya estoy siendo orientada por las hermanas Vicentinas.

Él, sin perder esperanza, me respondió:

— Piensa con cariño en lo que te dije, luego lo hablaremos.

Volvamos al día en que me encontré por vez primera con las agustinas recoletas. Estábamos ya en la ceremonia de la ordenación, cuando ellas entraron. No sé qué me pasó; me quedé como en otro mundo, vi aquellas hermanas y mi corazón latía con mucha fuerza. Se me olvidó que tenía una vela en la mano y para cuando me di cuenta me estaba quemando la mano, el pantalón, las botas… Para mí no existía en esa iglesia nada más que aquellos hábitos negros en medio de una multitud.

Del rito de la ordenación no recuerdo nada de nada. Estaba admirada. Hoy sé que ése fue el momento en el que Jesús comenzó a conducirme al desierto claustral.

Fueron muchos los caminos por los cuales anduve antes de llegar a tomar la decisión de ser monja. Participé de los encuentros vocacionales con las Vicentinas, así como del grupo de Juventud Mariana Vicentino.

Conocí a las hermanas Paulinas, a las Hermanas de los Santos Ángeles Adoradoras de la Santísima Trinidad… Y a todas ellas les estoy muy agradecida, y confieso que aprendí mucho con ellas. Pero cuando Dios me hizo sentir su llamada a la vida contemplativa, todo fue diferente.

Pasé por muchas pruebas. A mi familia le fue muy difícil aceptar mi vocación, pues pensaban que todo era un juego, que yo no me identificaría con las monjas. Y eso hasta el momento presente. Le he pedido mucho al Señor que ellos puedan comprenderme, y no solo pido por mi familia, sino por la de muchos que pueden estar pasando por lo mismo que yo.

Esto ha sido para mí el sacrificio más grande, tener que responderle a Jesús sin que los que yo amo me apoyen. Pero Él es tan bueno que me concede regalos maravillosos.

Les contaré uno de ellos: mi familia vive en Ubajara, una ciudad que queda a una hora del monasterio. Como podéis ver, no es muy distante y ellos pueden venir con cierta facilidad, pero por no estar de acuerdo tardan mucho en animarse. Con deciros que, desde que ingresé al monasterio, y ya casi tres años, sólo me han visitado cuatro veces, podéis imaginároslo. Además, si yo no llamo por teléfono, ellos no lo hacen.

Pero Dios, que obra maravillas, ya está cambiando su corazón. Un día estaba tranquilamente pensando en el Niño Jesús, pues lo estaba vistiendo para después guardarlo en su lugarcito. En ese momento llegó Consolación, nuestra priora, y me pidió que la acompañara.

Yo pensé que quería que le ayudara en alguna cosa, y cual fue mi sorpresa cuando vi en la sala del locutorio a mi hermana menor. Y luego mi madre, mi hermana mayor con su familia, y una de mis cuñadas.

No soporté tanta emoción y comencé a llorar. Ellos, al verme, hicieron lo mismo, y fue una inmensa lloradera, pero de pura alegría. Comprended que tengo que tener paciencia, y Dios hará el resto.

Pero eso no me desanima de mi ideal. Estoy muy feliz de estar aquí. Mi experiencia comunitaria ha sido muy buena: he aprendido a conocerme, a vencer muchas cosas que pueden hacer difícil mi convivencia con las hermanas.

Hace casi un año de que inicié mi noviciado, y la comunidad poco a poco me ha ido preparando para saber hacer los diferentes oficios y trabajos de la casa, como la panadería. También estoy aprendiendo música. Todo eso me llena de alegría, pues voy descubriendo los dones que Dios me dio y que no había explorado. Tengo además que organizar todo para poder dedicar el mayor tiempo posible al estudio, sin olvidar el dejar tiempo suficiente para rezar más.

Yo no sé muchas cosas: estoy aprendiendo a rezar, a comunicarme con mi Amado, pero les puedo asegurar que en mi pobre balbucir hecho oración, le hablo al Señor de mi Familia Agustino Recoleta. Pido para que sean fuertes, fieles. Me puedo olvidar de mí misma, pero de ustedes no. Pido por los Misioneros y Misioneras, por los que, como yo, inician su proceso de formación.

En fin, he aprendido a no olvidarme de nadie, a dilatar mi corazón como el corazón de Cristo, donde caben siempre más.

Sé que el Señor me llama, que me dará lo que necesito para seguirle; que, como las abejas necesitan de las flores para sobrevivir, yo necesito de amor, misericordia y compasión, por eso me coloco todos los días a sus pies para de Él recibir su calor.

Finalizo estas líneas encomendándome a vuestra oración y, al mismo tiempo, prometiéndoos mis pobres y distraídas oraciones de novicia.

Cristina, novicia

¡Hola a todos! Mi nombre es Cristina Castillo Guadarrama, soy originaria de Buenavista, Villa Guerrero, Estado de México, un lugar que es considerado por todos los mexicanos como bendecido por Dios, por la abundancia de agua que existe y por su exuberante vegetación.

Es uno de los mayores productores de flores de toda especie, entre las cuales destaca la rosa, que es distribuida por cantidades inmensas en todo el país y en el extranjero durante todo el año, pero de una manera especial los días cercanos al 12 de diciembre, solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe.

Sin pretender hacer menos a nadie, me considero una de las flores preferidas de Dios, porque he visto constantemente sus detalles de amor en mi vida, he tratado de corresponderle, dándole un “sí” definitivo cuando Él me llamó a seguirlo a través de un estado de vida tan desconocido para mí pero, a la vez, maravilloso: y esto lo puedo afirmar sin temor a exagerar, porque lo he experimentado.

Al inicio de mi inquietud vocacional, mi pregunta fue como la de aquel joven del evangelio: “¿Maestro dónde vives?” Y su respuesta fue tan dulce y suave que apenas percibí su voz; pero fue seductora. Él me dijo: “Ven y lo verás”.

Desde ese momento, Dios puso todo los medios para iniciar mi itinerario vocacional. Llegaron a mi pueblo dos hermanas agustinas recoletas, haciendo una invitación a todas para participar en una convivencia vocacional en su monasterio.

Una de mis amigas y compañeras de Secundaria, Guadalupe, ahora ya profesa, aceptó la invitación antes que yo, por lo que ella hace ya unos pocos meses pronunció sus votos temporales.

El ejemplo arrastra y no me cabe la menor duda, porque en cuanto me enteré de la siguiente convivencia, me animé a participar en ella; para esto, las dos hermanas promotoras fueron a visitarme a mi casa, para platicar con mi familia y conmigo sobre el desarrollo de la convivencia y de los requisitos necesarios para participar en ella.

Ahora, en esta aventura espiritual llevo más de un año. El 4 de septiembre de 2006 tuve la gracia de dar el primer paso en la vida religiosa como novicia agustina recoleta. Para ello me preparé con unos ejercicios espirituales que inicié el 26 de agosto para concluirlos la víspera de la solemnidad de nuestra Señora de la Consolación, patrona de nuestra Orden.

En el transcurso de estos días tan especiales me fui preparando lo mejor posible, ya que lo que iba a recibir era tan grande que no podía creer que fuera posible con alguien tan indigna. En esta semana pase por pruebas muy difíciles y más que nunca sentí la necesidad de confesarme. Recibí unas charlas, que me ayudaron bastante, pues me aclararon muchas dudas.

Concluidos los días de ejercicios llegó el momento deseado, tanto para mi comunidad como para mí, de comenzar el noviciado. Como es costumbre en estos momentos tan significativos, me despertaron con un bonito canto, que expresaba claramente lo que el Señor sentía por mí.

Parecen cosas de enamorados, pero no es que lo parezca, sino que así es en realidad. Dios me ama y yo lo amo, él me mira y yo lo miro, qué cosa tan sencilla, pero a la vez que sublime, es un lenguaje que sólo lo entendemos los enamorados.

Al finalizar el canto, me arrodillé para recibir de las manos de la Madre una corona, que significaba que Jesús me aceptaba como novia. Una imagen de la Niña María me fue entregada en estos momentos y fue la que me acompañó durante el resto del día. Claro, su presencia materna la he percibido toda mi vida, ella ha sido mi ejemplo a seguir. Por eso, cada momento le pido y le encomiendo a ella mi vocación, y resuena continuamente en mis oídos su consejo: “Haz lo que mi Hijo te diga”…

Y trato de ponerlo por obra, porque así no haré mi voluntad, sino la de Él, que me llevará por caminos de felicidad y de alegría.

Me preparé todavía vestida con mi atuendo de postulante para estar lista en el momento del toque de la campana y participar con puntualidad y con gran fervor en el rezo del Oficio de Lecturas y Laudes, ya que en esta celebración litúrgica se iba a llevar a cabo el rito mi iniciación a la Vida Religiosa.

Todo este momento fue preparado con gran delicadeza: entre moniciones, lecturas y cantos apropiados, para mí todo era un sueño. Más tarde, con motivo de la solemnidad de Nuestra Señora de la Consolación, proseguimos con la Eucaristía. Para sorpresa de todas, estuvo presidida por Carlos Briseño Arch, agustino recoleto y obispo auxiliar de México, quien al iniciar la Misa, hizo la intención por mí. Esto me causó mucha alegría y emoción: era un día lleno de gracias que no podía desaprovechar, por eso al mismo tiempo elevé mi oración pidiéndole a Dios por mi comunidad, por mis hermanos agustinos recoletos y por mi familia.

En la homilía se me exhortó e impulsó a vivir plenamente a través de la oración el noviazgo que Cristo me había propuesto y aceptar siempre la voluntad del Señor, para lograr transformarme en una nueva y verdadera alma consagrada.

Han pasado los días y aún queda vivo el recuerdo del comienzo de mi noviciado. Cada día amo más nuestro carisma y espiritualidad y, por qué no decirlo, también me estoy encariñando con el hábito recoleto. Me siento feliz por ser novia de Cristo y, con la gracia de Dios, espero ser algún día su esposa.

Pido sus oraciones, para que el deseo de ser hija de Agustín, no sólo sea de nombre, sino también de obras.

.