Atención a hansenianos en Porto Velho (RO) por las Hermanas Marcelinas. Hoy los enfermos tienen dignidad y no son rechazados socialmente

1. La lepra puede ser derrotada Los hansenianos han sido atendidos y queridos con especial cariño en la misión. Hace muchos años, por iniciativa de la Iglesia Católica, fue creado el Morhan (Movimiento de reintegración del hanseniano) que ha luchado para que la hanseniasis sea solamente una enfermedad curable y no una enfermedad maldita; para […]

1. La lepra puede ser derrotada

Los hansenianos han sido atendidos y queridos con especial cariño en la misión. Hace muchos años, por iniciativa de la Iglesia Católica, fue creado el Morhan (Movimiento de reintegración del hanseniano) que ha luchado para que la hanseniasis sea solamente una enfermedad curable y no una enfermedad maldita; para que los enfermos no se escondan, sino que busquen el tratamiento que les cure.

Durante años ha animado —y lo sigue haciendo— y acompañado a los remisos para que perseveren en el tratamiento con un cóctel de fármacos o de poliquimioterapia, que puede durar de seis meses a dos años y que tiene dos consecuencias inmediatas: detiene la enfermedad y elimina la posibilidad de contagiar a los acompañantes.

También les orienta para solicitar ayudas legales, evitar la mendicidad y la humillación; incluso fue construida una casa de acogida para que los que viven en la selva se alojen mientras hacen el tratamiento en el hospital. Es la vuelta de condenados vivos para la sociedad que los reintegre.

Antiguamente a los hansenianos les estaba prohibido entrar en los bancos, porque los empleados tenían miedo a perder la clientela; se pensaba que tocar el dinero del hanseniano podría acarrear la enfermedad, y el resto de los clientes les rehuía y salía por no estar a su lado. No era un problema de enfermedad contagiosa, sino de ignorancia y prejuicios.

Se han conquistado muchas victorias: los hansenianos van a la iglesia, dan y reciben el apretón de manos de la paz; compran y pagan con sus manos en las tiendas, participan en las actividades sociales; no se esconden, viven mezclados en todos los barrios, son atendidos como enfermos y no son tratados como repugnantes; hacen fila en la caja del banco para cobrar sus pensiones, incluso hay ex-hansenianos que tienen pequeños comercios; otros son profesores, catequistas, funcionarios públicos.

Ya no son hansenianos, porque ya no están enfermos, ni contagian ni portan el bacilo… Pero sí deben seguir luchando con las secuelas que la enfermedad dejó en su cuerpo, con las mutilaciones.

2. La guerra contra la lepra en Lábrea

La llegada hace unos años a Lábrea de la doctora Toni López, extremeña de Guareña (Badajoz), perteneciente a la asociación “Comité Ypiranga” —que se dedica especialmente a esta enfermedad—, ha ayudado a incentivar el trabajo preventivo, el acompañamiento y la perseverancia de los enfermos en tratamiento.

La doctora Toni administró cursos de formación a agentes comunitarios de salud para examinar la piel de las personas. Además, un grupo de cuatro personas (entre ellas algunas Misioneras Agustinas Recoletas) formado por Laudete, José, Socorro y Joana, recibieron un curso de preparación especial para trabajar con esta enfermedad.

Han realizado exámenes de piel en las escuelas y siguen un protocolo de atención por el que a cualquier enfermo, antes de las consultas médicas, se le examina la piel. Los agentes comunitarios de salud hacen exámenes de piel en las casas que visitan diariamente.

De este modo se han obtenido grandes avances, sobre todo por el diagnóstico precoz. Hace pocos años fueron detectados 50 casos nuevos solamente en el casco urbano. Lo que ha impedido en buena parte que las consecuencias de la enfermedad se agravasen en los portadores del bacilo y que el número de contagios posibles descendiera.

En las caucherías de los interiores de los ríos, en la vasta zona rural, nadie sabe cuántos portadores de la enfermedad puede haber, porque nunca se les han atendido debido a las distancias. Aunque había un propósito de erradicar la lepra en el año 2005, nuevos casos continúan apareciendo en Lábrea.

3. Los samaritanos vienen de Porto Velho (Rondônia)

Las consecuencias visibles de la hanseniasis son espectaculares y causan gran impresión en quien nunca se ha topado con la enfermedad: manos sin dedos, piernas sin pies, rostros sin nariz y sin cejas, orejas deformadas, disminución de la visión… A veces, los enfermos se arrastran por el suelo porque no tienen extremidades sanas para apoyarse.

Del 17 al 24 de septiembre de 2006, Lábrea recibió la visita de un equipo médico de Porto Velho, capital del Estado vecino de Rondônia, compuesto por Claudia Greco, religiosa marcelina, la enfermera Betty y el técnico en ortopedia Osmar.

El hospital de las Hermanas Marcelinas de Porto Velho es punto de llegada de muchos hansenianos del norte de Brasil que, después de atendidos, recobran la alegría de vivir en medio de una vida dramática. Allí, con mucho amor y gratuitamente, se llevan a cabo las cirugías necesarias en manos, pies, nervios, músculos, vista; les ponen prótesis a los que les amputaron la pierna o el pie se transformó en un muñón. Les inyectan la esperanza, la independencia: los enfermos comienzan a andar, salir, entrar, sonreír, en definitiva, vivir con dignidad.

El hospital, llamado “Hospital Doctor Marcello Cândia”, es la gran referencia para el norte de Brasil en el tratamiento de la hanseniasis y la confección de prótesis. Tiene 100 camas y convenios con instituciones públicas, formando parte del Sistema Único de Salud del Estado de Rondônia.

Además cuenta con las especialidades de oftalmología, otorrinolaringología, endocrinología, ginecología, urología, aparato gastrointestinal, fisioterapia, terapia ocupacional, psicología y laboratorio de análisis y ultrasonidos.

Las Hermanas Marcelinas son una congregación fundada en 1838 en Italia y que actualmente está extendida también por Francia, Brasil, Inglaterra, Suiza, Canadá, México, Albania y Estados Unidos. Se dedican a la enseñanza (desde parvularios hasta universidades), escuelas de enfermería y hospitales.

Una vez al año Claudia Greco —por cierto, una italiana con 75 años a las espaldas y enferma del corazón—, viaja hasta Lábrea con algunos ayudantes para atender a los hansenianos. Los misioneros recoletos siempre los apoyan en todo y los acompañan.

En el centro del Morhan pasaron, durante tres días, nueve horas diarias ininterrumpidas consultando a los enfermos, sin perder la sonrisa, el cariño, sin mostrar cansancio: Sor Claudia y la enfermera Betty auscultando, curando, confiriendo la situación de la enfermedad; Osmar, el técnico en ortopedia, midiendo las plantillas, las piernas ortopédicas, los zapatos, las correas.

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