Gerhard Amauer Hansen descubrió el bacilo que causa la lepra.

1. ¿Lepra o hanseniasis? Lepra y leproso son palabras asociadas en los textos antiguos a ideas de impureza, pavor, podredumbre, suciedad, repugnancia, maldición… Desde los tiempos bíblicos, esta enfermedad ha ido acompañada de una gran carga de prejuicios e incomprensiones, arraigadas en los enfermos, en sus familiares y en la sociedad. Los leprosos pasaban a […]

1. ¿Lepra o hanseniasis?

Lepra y leproso son palabras asociadas en los textos antiguos a ideas de impureza, pavor, podredumbre, suciedad, repugnancia, maldición… Desde los tiempos bíblicos, esta enfermedad ha ido acompañada de una gran carga de prejuicios e incomprensiones, arraigadas en los enfermos, en sus familiares y en la sociedad.

Los leprosos pasaban a ser parias, rechazados por sus propios parientes y amigos, sometidos a una presión de repugnancia y separación; terminaban huyendo y escondiéndose, cuando las propias leyes no les obligaban a hacerlo bajo severas penas, mientras la enfermedad destruía sus carnes y su alma. Aún hoy, para ofender gravemente a una persona, le insultan llamándole “leproso”.

Quizá por ello, en el idioma popular a la enfermedad ya no se le llama “lepra” —que es una palabra griega que designaba enfermedades de la piel como la soriasis, dermatosis o erupciones de la piel—, sino que técnicamente es conocida como “hanseniasis” y a los enfermos “hansenianos”, en homenaje al médico noruego Gerhard Amauer Hansen (1841-1912) que descubrió en 1873 el microbio que causa la  enfermedad.

2. ¿De dónde viene la lepra?

La hanseniasis es una enfermedad poco contagiosa y curable, causada por el bacilo de Hansen. Este organismo ataca los nervios periféricos, la piel, la mucosa nasal y puede afectar al hígado, el bazo, los testículos y los ojos. No daña la médula espinal ni el cerebro.

Los primeros síntomas son manchas blancas o rojas en la piel, que no escuecen y no duelen, insensibles al calor y al frío y en cuya área se da la pérdida de sensibilidad. De hecho, una manera de verificar si se tienen la hanseniasis es tocar suavemente con la punta de una aguja sobre la mancha: si no se siente dolor, se tiene la enfermedad.

La mancha tampoco suda. La nariz se obstruye, se sienten hormigueos e inflamación en manos, pies, rostro, orejas… Poco a poco estas partes del cuerpo se van deformando. Hay ausencia de sensibilidad en los miembros y debilidad muscular. Los dedos en todas las extremidades se van encogiendo; igualmente la nariz.

Al perder la sensibilidad al calor, al dolor y al tacto, el enfermo se puede herir, incluso quemar y no siente nada. Por eso tienen con frecuencia graves lesiones y heridas profundas que empeoran su estado: como no las sienten y no les duele nada, no las curan.

3. ¿Puedo infectarme de lepra?

La hanseniasis se transmite de individuo a individuo por la respiración, a través de gotas de saliva al hablar, inhaladas por la nariz. Puede transmitirse por contacto continuo y directo con la piel o con las heridas de enfermos. La enfermedad no se transmite por un apretón de manos, un abrazo, las relaciones sexuales, o por uso de los utensilios, vasos, cubiertos o platos que usa un hanseniano.

Un ejemplo claro se ha dado en la propia comunidad agustino recoleta. Durante muchos años, un hanseniano vivió con los misioneros pues estaba contratado para como timonel y encargado de mantenimiento del barco de la Parroquia, el “Regnum Tuum”.

Por su trabajo, acompañaba a los religiosos en todos sus largos viajes por el río, hacía el café y usaba indistintamente los mismos cubiertos y vasos que los misioneros a la hora de las comidas. Y así fue hasta su jubilación por edad. Ningún misionero llegó a contagiarse de la lepra, y hubiera sido prácticamente imposible que tal cosa llegase a suceder.

Los médicos diferencian cuatro tipos de hanseniasis: indeterminada, tuberculoide, dimorfa y lepromatosa. Todas son contagiosas, aunque esta última es bastante difícil de contagiar. Lo más importante es que siempre, y desde el momento en que se trata médicamente con los medicamentos apropiados, desaparece con el tratamiento toda posibilidad de contagio.

Nadie nace con la enfermedad, ni siquiera cuando el padre y la madre son hansenianos. Eso sí, si los progenitores no siguen el tratamiento farmacológico, podrán aparecer años más tarde los síntomas en las personas con las que han convivido más tiempo.

Los adultos son resistentes al bacilo, pero los niños son blanco fácil, siempre que convivan con enfermos que no se tratan. La incubación de bacilos puede durar desde unos meses hasta diez años; aun cuando una persona sea portadora del bacilo, los síntomas pueden demorar mucho tiempo en aparecer.

Hay ciertas condiciones que facilitan la transmisión de la enfermedad: la desnutrición, la falta de higiene y las casas y zonas superpobladas, la ignorancia sobre los tratamientos y el bajo nivel económico. Por eso la hanseniasis permanece como incrustada en las áreas de poco desarrollo socioeconómico señaladas al comienzo de este reportaje, mientras permanece sólo como un eco del pasado en el resto del mundo.

4. El conde que murió leproso

Una de las víctimas de la hanseniasis en el primer cuarto del siglo XX fue el famoso conde de Parma, geógrafo y etnógrafo, el italiano Ermanno Stradelli (1852-1926). Posiblemente se contagió en Lábrea, donde llegó a ejercer de fiscal en el tribunal de justicia del Municipio.

Abandonó sus estudios y su noble familia en Italia para vivir en el Amazonas durante 43 años. Publicó algunos trabajos sobre la realidad amazonense, entre ellos “La leyenda del Yurupary”, demonio mitológico que asusta a los indios.

Colocó la primera piedra del Teatro Amazonas de Manaus, que es una de las postales turísticas más famosas de la capital del Amazonas, viejo legado de los tiempos de la explotación del caucho, oro blanco para la Amazonia hasta la gran crisis, cuando los ingleses llevaron sus plantaciones al sudeste asiático y se inventó, posteriormente, el caucho sintético.

Enfermo de lepra, la noble familia del conde quiso llevárselo para Italia. Cuando todo estaba dispuesto para el viaje, el capitán del barco le prohibió embarcar por su patente enfermedad. Hubo de quedarse en Manaus, donde corrió la suerte del resto de los enfermos de lepra: murió abandonado y en la miseria.

Su vida ha sido recientemente materia de un documental cinematográfico. Junto con Julio Verne y otro personaje ficticio, formó parte de la trama de la película venezolana “1888, el extraordinario viaje de la Santa Isabel”, realizada el año 2004 por el director Alfredo J. Anzola, preseleccionada a los Premios Goya de la Academia del Cine de España en el año 2006. En ella se narra el viaje de los tres por el río Orinoco.

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