Comenzamos el año del primer centenario del fallecimiento de san Ezequiel Moreno (1848-1906) con un reportaje dedicado a su biografía, marcada en todo instante por su deseo incontenible de sembrar el Evangelio y de seguir a Jesús desde el carisma agustino recoleto.
Casanare es una extensa tierra llana casi inexplorada, al noreste de Colombia, de 45.000 km2 de extensión, tierra de muchas aguas y caudalosos ríos. Allí “donde tanto trabajaron y tan grata y gloriosa memoria dejaron” los agustinos recoletos. Y el aliento misionero del padre Ezequiel se enciende desde la llegada a Colombia cada vez que piensa en ellos. En cuanto puede –a los dos años de su llegada, cuando vienen refuerzos de España- recorre aquellas inabarcables planicies acompañado de tres religiosos. Como evocara el poeta:
“¡Son Los Llanos, Los Llanos!”,
exclamaron los guías.
Detuviste el caballo
frente a la inmensidad.“¡Son Los Llanos, Los Llanos!”
con fervor repetías,
alumbrados tus ojos
de interior claridad”.
Explora, visita enfermos, administra sacramentos, regula matrimonios. Relató la exploración en ocho cartas, que fueron publicadas y que conmovieron la conciencia cívica y religiosa del país. En varias poblaciones recibieron la visita con cierta frialdad, pero en muchas la acogida fue cordial y emocionada: “inmensa multitud de fieles nos rodeaba por todas partes, besándonos el hábito y llorando a grito vivo”. Hay que abrir una nueva etapa a Casanare. Para él no hay razonamientos ni prudencias humanas. Cristo reclama una respuesta ante tantos que no le conocen. “Una sola alma vale más que la vida del hombre”. Escribe cartas que se publican en la prensa; contagia su preocupación por tantos infieles, divulga las carencias de aquella población, cuestiona a los políticos. El no puede de momento quedarse allí, pero deja a tres misioneros.
- Siento que mi corazón desea volver a estas tierras para quedarme en ellas y entregar mi alma al Señor en el temido Casanare.
Queda prendido allí el ardor de su corazón misionero. A sus religiosos a quienes alienta, mima y cuida desde Bogotá. Les envía ayudas, les pide que cuiden su salud. En cuanto puede les envía otros tres compañeros llegados de España. Promueve un movimiento amplio de colaboración. Sus gestiones dan fruto. Roma, de acuerdo con el gobierno, erige el vicariato apostólico. Le alcanza una grave y pesada responsabilidad: el 25 de noviembre de 1893 es nombrado vicario apostólico de la misión. Lo acepta por obediencia. Nada ni nadie le detendrá en su misión. Es consagrado obispo el 1 de mayo de 1894 en Bogotá. El mismo día firma una carta a sus fieles de Casanare: a ellos quiere consagrar su vida hasta el fin y sin condición. Allí –según su propósito- “permanecerá hasta la muerte”.
- ¡Quién me diera, al exhalar mi último suspiro en una mala choza, o en arenosa playa, o al pie de un árbol, pudiera decir: ya no quedan infieles en Casanare.
Cumple su ideal de comunidad. Establece cuatro centros en que vivirán los dieciséis misioneros formando comunidades de a cuatro, desde donde evangelizarán. Concibe un amplísimo programa de cristianización y de desarrollo humano. Para ello buscará toda clase de apoyos, desde el apoyo del gobierno a la colaboración de instituciones y particulares. En lo espiritual promueve la predicación y los sacramentos, funda la asociación del Sagrado Corazón de Jesús como recurso de intensificación de la piedad. Lleva religiosas que colaboren en lo espiritual y en lo social. Funda orfanatos, promueve la creación de escuelas.
No llegaron a dos años los transcurridos en Casanare, pero dejó una huella imperecedera con su estilo de total entrega personal. Vive en una pobre choza como palacio episcopal, recorre -cuando no lo impide la guerra- su misión, desafía la lluvia torrencial, casi solo, por inmensas llanuras, ríos abundosos. Y organiza el vicariato, escribe folletos de propaganda, realiza toda la labor burocrática. En las correrías misionales, predica, confiesa, visita enfermos, arregla matrimonios, escribe las partidas de bautismos y matrimonios. Como él dirá,
- Hago de obispo, de misionero y de sacristán.
En la inhóspita comarca de Los Llanos de Casanare, inmensos y dilatadísimos territorios en el oriente colombiano, contagiará de su divina impaciencia a un grupito de agustinos recoletos, perdiéndose en un eterno cabalgar por las planicies para cristianizar a aquellos pueblos de Orocué, Támara, Sabanalarga… ¡Qué ardiente deseo de llegar a todos para que descubran a Cristo!
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