Diligente sembrador de la Palabra. Escultura de Alfonso Cabrera. Parroquia Madre de Dios de Czestochowa. Naucalpan de Juárez (México).

Comenzamos el año del primer centenario del fallecimiento de san Ezequiel Moreno (1848-1906) con un reportaje dedicado a su biografía, marcada en todo instante por su deseo incontenible de sembrar el Evangelio y de seguir a Jesús desde el carisma agustino recoleto.

Una década de plenitud

En febrero de 1896 llegó a Casanare comunicación oficial de que monseñor Ezequiel Moreno había sido nombrado obispo de Pasto. Poco después, en abril, fue ordenado obispo su sucesor en el vicariato, el padre Nicolás Casas, y en seguida partió el padre Ezequiel a su nuevo destino, Pasto, a unos 900 kilómetros al sur de Bogotá.

De 1896 a 1906, en diez intensísimos años, ya como obispo de Pasto, guiará a sus fieles con todos los medios a su alcance. Colombia sufría los terribles embates de un liberalismo antirreligioso, que con frecuencia había logrado hacerse con los resortes del poder. El obispo no claudicará ante la avalancha de la propaganda, la difamación y el insulto. Se preocupará por los colegios y la enseñanza católicos, motivará a los padres y a los maestros en su labor educadora; alentará la llegada de misioneros a las regiones extremas de Tumaco y de Caquetá; promoverá el culto y las devociones, principalmente al sacramento de la eucaristía, al Corazón de Jesús y a María; fomentará la construcción de iglesias y santuarios; escribirá y propagará ediciones de pastorales y folletos para la instrucción de los fieles; desvelará los ardides de la propaganda antirreligiosa… A pesar de ser obispo de una diócesis de la periferia, se convierte en el abanderado y símbolo de la defensa de los valores cristianos en Colombia.

La diócesis de Pasto se sitúa al sur de Colombia, en la frontera con Ecuador. Ocupa un territorio extensísimo, con los mayores contrastes geográficos: el calor húmedo y sofocante de los extremos, lejanos y atrasados: al este la depresión amazónica con indígenas semicivilizados, al oeste la costa del Pacífico con grupos de negros; en el centro las alturas de la cordillera, con poblaciones mejor organizadas, con clima templado y frío, con Pasto a casi 2.600 metros de altitud. Las vías de comunicación eran casi inexistentes: para viajar a la capital de la nación se necesitaban semanas de camino en lentas cabalgaduras.

La diócesis de Pasto, con unos 460.000 habitantes en una superficie de 160.000 Km2, tenía 46 parroquias, cada una con su templo, 6 viceparroquias y 56 capillas rurales. Muy poco, poquísimo, para una extensión tan enorme. Contaba con comunidades de capuchinos y filipenses, y los jesuitas dirigían el Seminario; los maristas regían un colegio. Contaba, además, con varias congregaciones femeninas. La sede tenía una digna catedral y un decoroso palacio. El nuevo obispo buscó, como era su costumbre, la máxima sencillez y en su alcoba puso un jergón de paja. Desde el primer momento el padre Ezequiel se ganó el corazón de los pastusos, que le fueron siempre fieles, hasta en los momentos más adversos.

Inmediatamente se dedicó a animar toda actividad que fomentase la vida cristiana. Muy pronto comienza la visita a todas las parroquias de su extensísima diócesis. Eran largas y extenuantes, de las que, agotado o enfermo, regresaba tras semanas de actividad por malos caminos, posadas pésimas, con incontables privaciones. Confesaba varias horas, predicaba por la tarde, dirigía la catequesis, a veces sentado en el suelo. Todo le parecía poco; y exclamaba:

  • ¡Hoy sí que he gozado, porque esos pobres morenitos han aprendido lo necesario para salvarse!

Cuando reside en Pasto, visita las parroquias, anima a los curas, atiende a las religiosas, participa en las celebraciones, escribe pastorales. Introduce la adoración nocturna, fomenta el mes de mayo dedicado a la santísima Virgen, promueve los días 19 en honor de San José. Instruye y enciende el fervor con sus homilías e instrucciones con ocasión de retiros o reuniones. Visita a los enfermos y a los pobres, que fueron siempre su amor predilecto… Esta vida pastoral ordinaria es lo que se llevó la mayor parte de sus días y de sus fuerzas.

Una luz en lo alto

Muy pronto, a pesar de su situación periférica, las cartas pastorales del obispo de Pasto iban a resonar con fuerza en todo el país y aun fuera de él. Se erguirá como el debelador de los excesos del liberalismo. Sus orientaciones van a ser faro de conducta de gran parte del catolicismo colombiano. Más allá de las reflexiones teóricas, él ve que los liberales –y su sistema doctrinal- van minando los valores más sagrados, que conducen en quienes los siguen a la indiferencia y al sectarismo antirreligioso. Se burlan de la doctrina cristiana, la ridiculizan. Todo eso conmueve el alma ardorosa del padre Ezequiel.

Se daba la circunstancia de que el límite sur de la diócesis coincidía unos 600 kilómetros con la frontera de la república del Ecuador, donde la Iglesia sufría violenta persecución religiosa del gobierno liberal del general Eloy Alfaro, quien desencadenó una sistemática persecución contra la Iglesia: supresión de diócesis y conventos, destierro de obispos y religiosos extranjeros, asesinato de algunos sacerdotes y acoso sistemático por medio de la prensa y de las leyes. Entre ambas partes de la frontera había una comunicación constante, favorecida por la tradición y la identidad de lengua y cultura. De Ecuador llegaba ayuda a los revolucionarios liberales de Colombia, de Ecuador llegan armas y pertrechos para las tropas liberales, de Ecuador llegan libros y panfletos irreligiosos, de Ecuador llegarán religiosos y hasta obispos perseguidos por el furor antieclesiástico del gobierno. Acoge a monseñor Schumacher, expulsado de su diócesis de Portoviejo, y lo defenderá como a hermano querido; acoge a los capuchinos perseguidos, a los que encomendará muchas de las misiones apostólicas más exigentes; protege y ayuda a la hoy beata madre Caridad Brader. Desde el primer momento, el padre Ezequiel desvela en sus escritos y en su predicación las insidias de quienes bajo el disfraz de la libertad del hombre quieren barrer toda piedad. Afirma con fuerza la excelencia de la fe cristiana y los beneficios inmensos que ésta trae a los hombres y a los pueblos. Los liberales se dan cuenta del peligro que para sus tácticas constituye un obispo que habla con osadía y sin prudencias políticas. Para ellos será el blanco de todas las diatribas y persecuciones. Los liberales comprendieron en seguida que era urgente desprestigiar al obispo de Pasto.

  • Ahora toda la saña de esos periódicos es contra mí. Me han puesto y me ponen de vuelta y media. Números enteros no contienen otra cosa que insultos contra mí. ¡Bendito sea Dios!.

Por el contrario, los fieles de la diócesis y otros muchos cristianos prestaron al padre Ezequiel adhesiones entusiastas. Entre éstas, una de las más significativas fue la del propio arzobispo ecuatoriano de Quito, que se atrevió a publicar la primera de las pastorales aludidas en su Boletín oficial. En cuanto a los obispos colombianos, muchos pensaban como el obispo de Pasto, y la mayoría le apoyó siempre públicamente. Pero ninguno hasta entonces había denunciado las persecuciones antirreligiosas de los liberales con la claridad y la fuerza con que él lo hacía.

Muy largas e insidiosas fueron las persecuciones que tuvo que sufrir. Pero lo más doloroso fue sufrir la incomprensión y aun la persecución de algún obispo y las advertencias que llegaron de Roma. Para quien la sumisión a la voz de la Iglesia era uno de sus principios básicos de vida espiritual, constituyó una tortura íntima, la más lacerante.

Conflicto del colegio de Tulcán

Junto a la frontera, en Tulcán (Ecuador), regía un colegio Rosendo Mora, educador irreligioso. Casi todos sus alumnos provenían de la diócesis de Pasto y ya el obispo anterior había prohibido a sus feligreses, bajo graves censuras eclesiásticas, llevar a sus hijos a tal colegio. Monseñor Moreno se vio obligado en conciencia a renovar la prohibición dada por su antecesor. Pero Federico González Suárez, obispo de Ibarra, diócesis a la que pertenecía Tulcán, puso el grito en el cielo acusando en la prensa al padre Ezequiel de invadir su jurisdicción y llevó hasta Roma sus quejas. El padre Ezequiel prefirió callar y no dar pábulo a la alegría de los liberales al ver enfrentados a dos obispos. Se limitó a informar a la Santa Sede. Llega en abril de 1898 la sentencia: «que el obispo de Pasto desista de su actitud belicosa contra el colegio de Tulcán». El obispo de Pasto, cuando tuvo conocimiento de la sentencia, la aplicó inmediatamente. Los liberales cantaron triunfo y se burlaron de los católicos: aquella aprobación vaticana del colegio de Tulcán, decían, era una aprobación práctica del liberalismo. El clero de Pasto elevó a León XIII una exposición del asunto, haciendo ver que «estos enemigos declarados del magisterio infalible del Romano Pontífice, hoy lo invocan irónicamente para hacer creer a los pueblos que el Papa infalible acaba de autorizar las tantas veces condenadas doctrinas liberales».

No quería crear ningún problema. Y como le correspondía realizar la visita ad limina a Roma, aprovecharía para renunciar a su sede. Ya en Roma, el 6 de setiembre presentó en la Santa Sede el documento de su renuncia. Tras una larga investigación, recibe la sentencia, en que se reconocía su “perfectísimo derecho de mantener la prohibición”. Su regreso a Pasto fue con arcos de triunfo y cantos, banderas y discursos, a los que tuvo que contestar con una carta pastoral:

  • No os figuréis que deseemos ni queramos que esos honores terminen en nuestra pobre persona. El honor y la gloria son para solo Dios: Soli Deo honor et gloria (Sal 115,1).

Un pacifismo claudicante

Ya desde fines de 1899 pudo verse que la guerra civil iba a encenderse en Colombia. Tropas ecuatorianas entraban en el sur de Colombia y el gobierno del Ecuador prestaba su ayuda a las fuerzas colombianas rebeldes impulsadas por el espíritu liberal y antirreligioso. Por ello el obispo de Pasto publicó sobre el tema varias cartas y circulares, con el fin de que «se piense a lo católico respecto de la guerra actual».

En la victoria del ejército colombiano sobre los liberales rebeldes y sobre los ecuatorianos cómplices tuvo buena parte el obispo de Pasto, con sus ardientes escritos, en los que expuso la doctrina de la Iglesia acerca del liberalismo y las condiciones de la guerra justa. Los liberales ecuatorianos y colombianos sentían la apremiante necesidad de silenciarlo y apartarlo como fuese.

La Santa Sede inició conversaciones con el Gobierno ecuatoriano. Para no dificultarlas, se transmitió al padre Ezequiel: «quiere Su Santidad que usted se abstenga de toda publicación u otros actos cualquiera». De nuevo una lucha de conciencia.

  • ¿Qué hago yo de obispo de Pasto? Si tuviera dinero, iría de nuevo a Europa, a ver si me admiten la renuncia, o me rehabilitan de algún modo, porque aquí ¿qué provecho podré hacer? Los pueblos no saben más que esas cosas que se dicen del obispo y que el papa lo ha hecho callar, porque los liberales se han quejado de él.

En setiembre el delegado apostólico le hacía llegar una nota en la que le expresaba la satisfacción del Papa por su obediencia, le reiteraba la orden de seguir callado y le apremiaba a que silenciase «la campaña que el clero de Pasto ha emprendido contra el Gobierno del Ecuador». Por su parte, el Gobierno ecuatoriano, en 1903, envió a Bogotá a su vicepresidente para que gestionara la deposición del obispo de Pasto.

Los liberales colombianos, que habiendo perdido en la guerra estaban a punto de ganar en la paz, comprendieron en seguida que la concordia por ellos propugnada no era posible sin el previo aplastamiento del obispo de Pasto. Era necesario acabar de una vez con aquellas cartas pastorales y circulares que suscitaban el entusiasmo de los católicos, y eran publicadas y reimpresas aquí y allá, con el apoyo de un buen número de obispos.

La prensa liberal, dada la urgencia del caso, se aprestó con toda solicitud al linchamiento de fray Ezequiel. El obispo Moreno era un fraile ignorante, incapaz de comprender las libertades modernas, y que para «firmar los mil disparates que publica en sus cartillas pastorales necesita de mano extraña». El pobre obispo de Pasto pertenece «a esa cáfila de frailes importados de España y rechazados hoy de allá y de todas las naciones civilizadas».

Por esas fechas, en conspiraciones de Bogotá, se intrigó cuanto se pudo para conseguir la deposición del obispo de Pasto, llegando a formarse una terna de candidatos a la sustitución. De Tulcán llegaban amenazas más claras:

  • Si no retiran de Pasto al fraile Moreno, ya sabremos nosotros cómo retirarlo.

La eliminación física del padre Ezequiel era una posibilidad que sus enemigos no descartaban. El padre Julián Moreno vio en una ocasión, al abrir la puerta de la habitación del obispo, al padre Ezequiel y a un frustrado asesino que, arrodillado y todavía con el cuchillo en la mano, le pedía perdón.

Una concordia desconcertante

En noviembre de 1904 llega a Bogotá un nuevo delegado apostólico con la misión de facilitar al presidente de Colombia sus esfuerzos en favor de la paz. Al menos así se presenta la pretendida “concordia”, un intento de llegar a un consenso. Monseñor Ragonesi, a las tres semanas de su llegada, envía al obispo de Pasto unas instrucciones precisas. Según ellas, debe abstenerse de toda intervención en temas de política y, atendiendo a los deseos del Papa, debe apoyar con todos sus medios, con los demás obispos, al presidente Reyes.

Así las cosas, un telegrama ambiguo de Roma produce gran confusión en los medios católicos, pues con él pretenden justificar los liberales la nueva etapa de entreguismo a sus postulados. Varios obispos lo advierten y lo lamentan. El padre Ezequiel envía un telegrama al presidente de la república, precisando el sentido de la palabra concordia y asegurándole que en modo alguno el Papa se reconciliaba con el liberalismo moderno.

El dicho telegrama cayó en Bogotá como una bomba. El gobierno envió un diplomático a Roma para que obtuviera la deposición del obispo. Monseñor Ragonesi lo llamó y le obligó a escribir una explicación pública del telegrama. Así lo hizo humilde y pacientemente, aunque sin contrariar su propia conciencia. En todas estas luchas contó siempre con el apoyo de varios obispos, y sobre todo con la adhesión entusiasta de su clero y de sus feligreses diocesanos. En conjunto puede decirse que recibió aún más alabanzas que insultos.

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