Comenzamos el año del primer centenario del fallecimiento de san Ezequiel Moreno (1848-1906) con un reportaje dedicado a su biografía, marcada en todo instante por su deseo incontenible de sembrar el Evangelio y de seguir a Jesús desde el carisma agustino recoleto.
Estamos en 1885. Ha cumplido 37 años. Es un hombre bien curtido en diversos avatares y un religioso ejemplar. Lo han nombrado prior de Monteagudo, la casa donde se comienza la forja de los buenos religiosos. Son tres años de profundo influjo espiritual en los jóvenes. La dignidad y devoción en la liturgia y el culto en general y la observancia de las leyes comunitarias serán la brújula de sus conducta. Siempre ecuánime, amable, exacto cumplidor, irá moldeando una comunidad fervorosa. Primero el cólera y al final de su trienio las viruelas pondrán en evidencia su cuidado y delicadeza con los religiosos enfermos, visitándolos a cualquier hora, procurando medicinas, poniéndoles enfermeros.
Necesita también participar en la vida de los fieles. Predica en los alrededores, participa en novenas, atiende a las religiosas, goza con las celebraciones solemnes, como en el centenario de la conversión de san Agustín. Y demuestra, una vez más su caridad con los necesitados. Continuando con la tradición de la casa, a mediodía se reparte la comida a los pobres; ahora, en tiempos de gran escasez, logra dar hasta quinientas raciones dos veces al día, para lo que cuenta con las privaciones de sus frailes y hasta pide préstamos extraordinarios.
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