Comenzamos el año del primer centenario del fallecimiento de san Ezequiel Moreno (1848-1906) con un reportaje dedicado a su biografía, marcada en todo instante por su deseo incontenible de sembrar el Evangelio y de seguir a Jesús desde el carisma agustino recoleto.
Pero la revolución de 1868 rompe la normalidad y pone en peligro la vida religiosa. Los superiores deciden enviar cuanto antes a Filipinas a dieciocho jóvenes estudiantes. Embarcan en Cádiz en octubre de 1869 y, tras una navegación de cuatro meses, llegan a Manila, donde continúa su formación para el sacerdocio. En los ratos de ocio alegra la convivencia con su guitarra entonando canciones con su expresiva voz. Vive intensamente la preparación espiritual y es ordenado sacerdote el 2 de junio de 1871.
Es un joven de 23 años lleno de energía espiritual y de ilusión. Su amor al Señor y la conciencia de ser su enviado para anunciarlo a todos va a constituir de manera absorbente el único motivo de su actividad. Es enviado como compañero de su hermano Eustaquio a Calapán (Mindoro), donde aprende el tagalo, la lengua de los nativos, y la pastoral para atender a los fieles según la larga tradición de los misioneros. Su hermano es un excelente maestro y Ezequiel un aprovechado alumno. Apenas siete meses más tarde el superior lo juzga el misionero más adecuado para acompañar a la expedición que trata de colonizar la siempre difícil isla de Palawan, nunca dominada hasta entonces a causa de las correrías de los piratas moros.
El celo de fray Ezequiel se desborda en esta su primera misión como responsable. Predica, instruye, construye la capilla. Su labor con los expedicionarios es heroica, pues en su mayoría son personas marginadas. Pero no por ello se desanima. Y se abre a la conversión de los nativos de la isla, intentando llevarlos a poblado y evangelizarlos. El esfuerzo y las pésimas condiciones le producen la malaria y debe volver a Manila.
Su disponibilidad y su celo apostólico lo van a aprovechar los superiores para los más variadas encomiendas: en una primera etapa será párroco en Calapán (1873-76), Las Piñas (1876-79) y Santo Tomás de Batangas (1879-80); después predicador en Manila (1880-82) y más tarde administrador de la hacienda de Imus (1882-85). Las encomiendas podían ser diversas, pero siempre será el mismo religioso de profunda vida interior, cercano a las gentes sencillas, predicador, catequista. Para los filipinos es “el santulón”, como lo llaman, el hombre santo a quien quieren porque se ven queridos. ¡Cómo disfruta con ellos en las celebraciones litúrgicas, en las novenas, en las primeras comuniones! Su recuerdo quedará grabado profundamente en aquellas sencillas gentes.
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