José Luis Garayoa, OAR.

El agustino recoleto José Luis Garayoa volvió el 30 de septiembre de 2005 a Sierra Leona, tras varios años fuera por causa de la guerra civil en el país africano. Durante esa guerra llegó a ser secuestrado. En estas letras cercanas, amables, sinceras y llenas de sorpresa pone sus sentimientos y vivencias a disposición de todos.

1. Introducción

Mis queridos amigos:

Permitidme que comparta con todos vosotros al mismo tiempo las primeras impresiones, para que tanto en España como en mi parroquia de Little Flower (*) estéis al corriente de mis andanzas. No quiero caer en la tentación en la que todo misionero neófito cae de atiborraros con mil tonterías. Quiero simplemente compartir y desahogar con los amigos esas mil cositas de la vida diaria que a todos nos suceden. No son ni más ni menos importantes que las de nadie, simplemente distintas a las que antes me tocó vivir (*).

(*) N de la R.: José Luis Garayoa estuvo en Sierra Leona a finales de 1998. Cuando se disponía a integrarse en la comunidad de Kamabai estalló la Guerra Civil en el país. Fue secuestrado por tropas rebeldes junto a otros misioneros y liberado posteriormente. Desde 1999 hasta 2005 ha estado trabajando en el sur de Estados Unidos, en El Paso (Texas), en una parroquia muy cercana a la frontera con México llamada “Little Flower Parish Church” dedicada a santa Teresita del Niño Jesús. Esta parroquia aparecerá en diversas ocasiones a lo largo del presente diario.

2. Llegada a Freetown

Cuando me dejaron en el aeropuerto de Madrid Barajas camino ya a Sierra Leona, la verdad es que un poco de canguelo sí que tenía. En Bruselas tuve que caminar kilómetros para encontrar la puerta B-5. Antes, migración y otro control de seguridad. En dicha puerta, el vuelo ya iba tomando color: color moreno, se sobreentiende. El vuelo lo hicimos sin sobresaltos y yo metiéndome en el cuerpo todo lo que me ponían.

En Freetown nos esperaba un día lluvioso y con un calor y humedad como para deshacerte. Esperé un buen rato las maletas, que debían pasar por una cinta lentísima, y tuve el “mal pensamiento” de que, quizás, al otro lado las estuviesen esculcando bonito. Solo fue un mal pensamiento, porque las tres llegaron a mis manos sanas y salvas.

El problema, como sabéis, viene después. Hay tres mil manos que quieren ayudarte a llevarlas para conseguir una propina. A lo lejos divisas a 20 policías aduanales que se frotan las manos en cuanto llega un avión de Europa.

Una policía me ofrece, como la primera vez, llevarme al huerto o, mejor, al hotel.

—“Next time”, dije.

Yo ya tenía en el bolsillo unos cuantos billetes de 1 dólar, dos de 5 y otro más de 10 por si venía a recibirme algún “personaje importante”. Pero o ha mejorado el sistema, o yo me he vuelto un miserable. Con un dólar logré que me marcaran todo el equipaje con una tiza azul como la que usan los sastres en sus patrones. Esa marca te daba vía libre al exterior. Con otro dólar conseguí un carrito y un portador.

Los 66 kilos que conseguí embarcar (primero, el permiso fue para 40 kilos; luego, para 50; y al final fueron las tres maletas las que entraron en las entrañas del avión) estaban sanos y salvos en el jeep. Las placas solares no sufrieron ningún desperfecto y parece que nadie tocó el montón de cables y reguladores.

Fue una alegría inmensa abrazar a mi nueva comunidad. Habían salido en pleno a recibirme desde Kamabai. René preguntó si traía chorizo y jamón, y les dije que, por esta vez, el “cerdo” iba vivo y que pesaba 92 kilos.

El viaje en ferry del aeropuerto a Freetown duró una hora, y allí tome las primeras fotos. Desistí de sacar muchas, porque es imposible describir ese momento y captar semejante lluvia de imágenes nuevas. Ensimismado, oí que me decían:

—“This is your country now, this is your people” (Ésta es tu patria ahora, ésta es tu gente).

De allí, al café internet (administrado por libaneses, naturalmente) para ponerme al día de los correos electrónicos. No sé qué pasaba, pero a mí me costaba mucho conectarme y escuchar bien por el Skype. Me era más fácil chatear. Me decían desde Madrid que era el ancho de banda, pero si ve las conexiones y los cables colgando… En fin, espero que la próxima nos podamos comunicar mejor.

Dormimos en una casa que el obispo compró a una libanesa que se largó cuando la guerra. Es cómoda y está en lo alto de una colina. Los americanos están haciendo una mastodóntica embajada en otra colina cercana, y me pregunto qué se les habrá perdido por aquí. Bueno, supongo que el rutilo, diamantes, oro… tendrán un poco de culpa. El caso es que, viendo caminar a la gente y las condiciones en que viven, uno se pregunta dónde demonios están los diamantes.

3. En Kamabai, casi siete años después.

Al día siguiente salimos para la misión. Al pasar por Masiaka se me escaparon unas lagrimillas recordando mi cautiverio. Pude ver la casa donde me retuvieron durante el secuestro una de las noches, para que no nos viese la gente. Luego Mabesseneh, Bínkolo, Kamabai… No sentí miedo, simplemente una emoción inmensa mientras saboreaba el reencuentro con esos lugares.

La casa está en muy buenas condiciones: mosquiteros, agua (como hay combustible la podemos subir al depósito) y un refrigerador que nos funciona unas horas y que nos permite almacenar un poco de agua en condiciones. Ahora sí que vamos a estudiar con detenimiento el tema de las placas solares, porque nos facilitaría la vida un montón.

Otra cosa son las visitas a las comunidades de las pequeñas poblaciones. Ahí sí que te tienes que encomendar al santo de tu devoción para no contraer ninguna enfermedad. Pero al menos en nuestra casa intentamos comer bien y cuidarnos para conservar fuerzas.

De madrugada, como en el evangelio, cantó el gallo. Mas bien, el puñetero gallo estuvo fastidiándome desde tempranito hasta que me levanté. ¡Qué bien nos vendría un par de ellos en algunas comunidades! Juré en arameo, porque no había luz y no se por qué tenía que cantar tan temprano: sólo eran las 5 menos cuarto de la madrugada.

Pronto me tranquilizó una feliz asociación de ideas: gallo, gallina, huevos… En el desayuno bendije al gallo por permitirme desayunar un huevo como Dios manda. Lástima de pan, porque me hubiese untado en él una barra del horno artesano de Pamplona.

Por lo que veo, voy a comer más arroz que los chinos. Arroz para comer, para cenar… y el que sobra, para el desayuno; y los huecos que quedan los rellenas con plátano. Por ahí no voy a tener problemas porque sigo teniendo el mismo apetito y me sobran al menos 25 kilos. Me dicen que no me preocupe, que se pierden naturalmente.

Me llevé una agradable sorpresa al comprobar que tenemos una iglesita en Bumbam dedicada a Santa Teresita. El 1 de octubre celebramos la fiesta y recordé con cariño a mi antigua comunidad. Creo que en la misa sudé tanto que pude perder 3 ó 4 kilos. ¡Dios mío, cómo recordaba el aire refrigerado de Little Flower!

Me sonreí viendo cantar y bailar a todo el mundo, y no pude menos de recordar los cabreos que me agarraba para que lo hiciesen en El Paso. Bebí mampa (vino de palmera) y me hubiese bebido el Río Grande y el depósito del Land-rover.

Para comer nos dieron arroz con carne. Preferí no preguntar de qué era la carne. Me sirvieron un plato enorme y les dije que era demasiado.

—“Don’t worry, father, the children are waiting”.

¿Cómo comer tranquilo viendo un montón de críos esperando por las sobras? Me miré la panza, tomé dos bocados y dejé el plato para los niños. En esos momentos no puedes menos de pensar en la cantidad de comida que desperdiciamos en lo que llamamos primer mundo. En las ofrendas, presentaron un montón de naranjas, plátanos y un gallo. Espero que el nuevo gallo no nos dé tanta guerra como el titular.

4. Un Babel de lenguas

A todas horas debes cargar con un traductor de limba. Es imprescindible, porque en una celebración te puedes encontrar con zulas, mandingos, limbas… Así que tú dices:

— “God loves you”.

Y el otro se pega cinco minutos explicándolo en mil idiomas. No queda más remedio que echar mano del lenguaje no verbal, jugar con los niños, sonreír y brindar con mampa sin hacer caso a la suciedad que adorna el recipiente. En cuanto te metes entre pecho y espalda dos mampas, como que ellos comienzan a mirarte bien y tu a ver la vida un poquito mejor.

Luego hay que pelearse que no veas con las cabras en busca de una sombra, porque las puñeteras no la sueltan ni a pedradas.

Hoy es domingo y me van a presentar por segunda vez a toda la comunidad. En Bumbam, Gabriel, el negro albino, no paraba de dar gracias a Dios por volverme a ver. Gabriel es el catequista que me machacó subiendo y bajando montes a las dos de la tarde. Está feliz porque dice que ya puede hablar conmigo en inglés (¿no te fastidia?) aunque, oyéndole hablar a él, el mío parece de Oxford.

Lo que no sabe es que le entiendo tres palabras y las otras 97 me las invento. Pero como la conversación es muy simple los dos estamos encantados:

—¡¡¡Bless the Lord, bless the Lord. Aleluya, aleluya!!!

Me abraza, le abrazo (en inglés, naturalmente) y punto.

5. Las dificultades de comunicación

No sé cuándo podré enviaros estas notas. Don Besana vuelve a Filipinas el día 31 de octubre para un chequeo médico, por sus dolores de pecho. Si sucede algo reseñable en este tiempo, lo iré anotando para compartirlo con vosotros. La comunidad, a partir de esa fecha, la compondremos Édgar, Casimiro, René y yo. De siete nos quedaremos en cuatro, y el trabajo es el mismo; así que pedid a Dios que nos dé fuerzas y salud.

Como ya tenemos una iglesita con el nombre de Santa Teresa (y es la misma Teresita que la nuestra), estoy esperando a ver si nos dan otra zona para construir otra allí. En caso contrario y con vuestro permiso, construiríamos una escuelita o dispensario medico “Little Flower”, y me encargaría de que nuestra Santa estuviese bien bonita y pintada.

Poco a poco me iré poniendo en orden. Esta vez me lo quiero tomar más tranquilo e ir entrando poco a poco para que el cuerpo aguante bien la adaptación. Os iré mandando más tarde fotos de niños que podéis apadrinar. Nuestra idea es no hacer excepciones dentro de la misma aldea y usar el dinero para todos. No sé de donde sale tanto crío. Se acercan, te tocan y se ríen. Eso es bueno; al menos no nos tienen miedo.

Intentaré escribiros siempre que salgamos a Freetown. En la misión es casi imposible comunicarse por teléfono. Me pegué sentado media hora en un punto exacto para ver si aparecían dos ridículas rayicas de cobertura… ¡y nada! Sólo podemos enviar mensajes de texto.

Cuando hablé con René por teléfono antes de venirme, me comentó la existencia de un cell-site. Yo me imaginé una chocita de bambú con asientos y toda la infraestructura necesaria para escribir.

Pues bien, el cell-site es un triste árbol con un bote colgando de las ramas. Debes esperar sin moverte a que aparezcan dos rayas de cobertura en tu teléfono, porque entonces sí puedes enviar un mensaje. Naturalmente hay que armarse de paciencia hasta que aparezcan las dichosas rayas.

Enviado el mensaje, metes tu teléfono en el bote para que pueda recibir una posible respuesta sin perder cobertura al moverte. Claro que, como es tiempo de lluvia, hay que vaciar primero el bote de agua para no echar a perder el teléfono. Lo positivo del cell-site es que el árbol es de aguacates y que cuando sea el tiempo de ellos lo visitaré con bastante frecuencia.

Cuando salga a Freetown os mandaré mensajes, por si alguien se anima a llamar. Parece que allí si hay cobertura. La diferencia horaria es de seis horas con El Paso. Aquí no cambia la hora, así que cuando vosotros la cambiéis serán cinco. Con España la diferencia actual es de dos horas.

Voy a ver si mato un par de four o’clock para que no me chupen por la noche. Son como lagartijas simpáticas y con ventosas en las paticas, pero si te chupan te tienes que rascar la irritación durante tres días. Y los bichejos se meten por debajo de la puerta.

Espero con emoción el próximo sábado, porque iremos a Katombo y me voy a poner la camiseta de mi perro (*), para que la vean.

(*) N. de la R.: en El Paso, José Luis encontró una perrita abandonada a la que llamó Canela y la crió en la parroquia. A los meses Canela tuvo cachorrillos y uno de ellos se quedó con Canela en la parroquia. José Luis lo llamó Katombo, que es uno de los pueblos atendidos desde la misión de Kamabai.

6. Lunes, 3 de octubre

Hoy, lunes 3 de octubre, hemos ido a Makeni (capital de la provincia y sede de la diócesis donde está Kamabai) para proponer al obispo la reapertura del OKP (centro de formación profesional para jóvenes sin recursos).

Nos inclinamos a que en principio sea algo más privado, sin el reconocimiento del Gobierno. Luego se podría buscar que nuestros muchachos recibiesen un diploma con validez nacional. Tengo la sensación de que la idea está todavía muy verde y que hay que atar un montón de cabos.

He aprovechado también para sacarme el carnet de conducir de Sierra Leona. Han mirado y remirado el mío de Texas y por fin lo han dado como válido, y me han perdonado el examen práctico. No puedo imaginar siquiera cómo sería ese examen, y me quedaron unas ganas enormes de realizarlo. Los policías de tráfico se limitan a mirarte sonriendo en los cruces. Eso sí: perfectamente uniformados con camisas azules y manguitos blancos inmaculados.

Me reencontré con un hermano salesiano que huyó cuando mi secuestro. Lo vi un poquillo pesimista. Dice que hay paz, pero que la situación socio-política es exactamente las misma que en el 98: gran corrupción, pobreza extrema, precios desorbitados… ; y en provincias las cosas están bastante peor. La paz durará hasta que venga un loco prometiendo justicia e igualdad, decía. La verdad es que uno no se explica cómo vive la gente. En casa compramos cuatro plátanos por 10 céntimos de león. Y el cambio es de 3000 leones por un dólar. Y la gente debe pagar por una taza de arroz 50 leones.

¿A que no sabes qué hay para comer hoy? Es la pregunta más absurda por estas latitudes. Arroz mañana, tarde y noche. ¡Y que no falte! Por ahora la fruta que comemos es únicamente plátanos. Pero tenemos la casa rodeada de mangos. La verdad es que no he pasado hambre, y a veces da una poquita vergüenza comer tanto cuando tan cerca de ti hay gente sin posibilidad de comer nada. Lo que pasa es que el obispo insiste en que debemos alimentarnos, porque enfermos no servimos para nada. También podemos desayunar huevos con nescafé y crema. ¡Y yo, quejándome del pobre gallo!!!!

Estamos en tiempo de lluvia (desde mayo hasta noviembre) y eso nos facilita el consumo de agua. Usamos la de la lluvia para bañarnos, lavarnos los dientes, cocinar… La lluvia cae en un depósito subterráneo y desde allí, con una bomba, la subimos a otro depósito en el techo. Bebemos la misma agua, pero después de hervirla y filtrarla.

En verano se saca el agua de un pozo cercano con una bomba que la impulsa al depósito subterráneo que intentamos mantener siempre lleno. Eso de no tener que acarrear el agua con cubos es una bendición. ¡Gracias, Dios mío! Ahora nos toca hacer un estudio serio para comenzar a descubrir pozos de agua limpia para nuestra gente. Creo que será la mejor inversión del dinero, por las enfermedades que evitaría.

Gracias a las ayudas recibidas, podemos encender el generador de tres a cuatro horas diarias. Eso nos permite enfriar un poquito el agua que bebemos, encender unas luces para que los críos estudien, usar nuestros ordenadores y preparar los correos que enviaremos en Freetown. Traje tres placas solares con las que cargamos las baterías, aunque sea más lentamente. Es algo que queremos estudiar con detenimiento.

Encima de la mesa tengo el padrenuestro y el avemaría en limba. Al ser las oraciones básicas, es bueno aprenderlas, porque todo el pueblo se las sabe y se alegra de oírtelas en su idioma. Ahí van:

Padre Nuestro

Fandantu wo ka ariyana
Non kenda ko niyon kasi,
Non hugbakine ndahan tenen,
Non maniyo ndaman niyon kafaido,
Non na men ka ariyana.

Ave María

Yan man yina Mariya Yindo thine in balohoi,
Masala kin in yi, Yi kin thaduba,
ka mateteni ma ka biyeremen,
Yi kin thaduba, tha ka muthui.

Si alguien está interesado, puedo enviarle las oraciones completitas.

7. Martes, 4 de octubre

Hoy hemos ido a Kamanandafu porque tienen de patrono a san Francisco de Asís. La verdad es que, en pobreza y desprendimiento, hacen honor a su patrono con creces.

Sé que no os lo vais a creer, pero después de comer el arroz, como de costumbre, nos han regalado otro gallo: un gallo blanco precioso. Lo hemos soltado en el corral y se han estado peleando media tarde. Parece que al final se repartieron las gallinas en paz y armonía porque no se les oyó más.

Yo les digo a mis compañeros que a este paso podemos tener un gallo cada uno en la habitación. Para cenar nos han traído un pedazo de venado y lo hemos devorado.

Sigue cayendo una cantidad de agua increíble que para si la quisieran por España. Al menos por la noche hace que refresque un poco, pero por el día la humedad es asfixiante. Poco a poco le voy cogiendo el aire a la comunidad y me voy haciendo una idea del terreno que piso.

8. Miércoles, 5 de octubre

Édgar Tubio ha salido durante tres días a las aldeas de la zona que le corresponde visitar. Me han dado unas ganas locas de acompañarlo, pero he decidido ser prudente y dejar que el cuerpo se vaya haciendo poco a poco al clima. Ya habrá tiempo para correrías apostólicas. Y todavía recuerdo las tifoideas de mi primer viaje al país. Además no me vendría mal perder primero al menos 10 kilos para no morirme subiendo montañas.

Vino el padre Domingo, javeriano de Guadalajara, a vernos y enseñarnos su nuevo libro: Dios me quería vivo. Es una especie de biografía personal con algún apunte de su estancia en Sierra Leona. Parece que el ejemplo de Santi Marcilla va cundiendo, aunque nada que ver con el lenguaje colorista, académico, exacto y espectacular de mi paisano Santi.

También lo veo pesimista. Yo estoy feliz viendo que podemos trabajar en paz, y él comenta que esto puede saltar en cualquier momento y por las mismas causas que apuntaba el josefino: corrupción, hambre, pobreza extrema.

Siguen sin cuadrarme los datos. Producimos gran cantidad de rutilo (mineral necesario para transbordadores) y quien lo explota es North Resources (compañía americana) a través de su filial en el país Sierra Rutile Ltd. ¿Y los beneficios? Pues en el extranjero y algo en el bolsillo de los gobernantes.

Recuerdo mi visita a Freetown el día de la llegada, y lo orgullosos que te enseñan su cotton tree (árbol de algodón). Dicen que alrededor de el ponían a los esclavos antes de ser vendidos a los negreros europeos y americanos. Y que algunos de aquellos esclavos que volvieron libres, bautizaron la ciudad con el nombre actual. Suena muy bonito, pero me da la sensación de que los actuales negreros europeos y americanos siguen manteniendo encadenada a ese árbol a una nación entera.

Hemos ido a Makeni a llevar a unos enfermos de la comunidad. Una cría tenía elefantiasis en una pierna y debían operar a otro. Gracias a Dios y a la diócesis de Albano, en Italia, hay un buen hospital cerca. Por lo visto somos una especie de Seguridad Social para los pobres. Ellos nos escriben una carta solicitando la ayuda y nosotros, en la medida en que podemos, se la brindamos al menos una vez.

No es fácil ayudar sin caer en el paternalismo y la dependencia, pero lo hacemos lo mejor que podemos, siempre intentando llegar a los más necesitados. Todas las solicitudes se estudian en comunidad y se aprueban por orden de urgencia y necesidad. Pero lo cierto es que si ahora mismo, que está lloviendo a mares y son las 10 de la noche, alguien tuviese una urgencia médica, ¿adónde demonios puede acudir?

Aquí hay luz al menos tres horas diarias y disponemos de un Land-rover para trasladarlo al hospital. Hay que aceptar que, hoy por hoy, somos su único recurso. Y nos cuidamos para ello. No mucha gente en el país puede presumir de comer arroz dos veces al día como lo hago yo, al menos mientras estoy en nuestra casa-base. Otra cosa es cuando a uno le toca visitar comunidades y debes compartir con ellos lo que tienen, incluso su baffa para dormir.

Hoy un crío me tocó y me dijo:

—Mampa belé (belé es barriga).

Creía que mi panza provenía del mampa que me metía entre pecho y espalda. Cómo le explico que la culpa de mi belé no la tiene el mampa ni las lombrices ‑que a él le sobran‑, sino que es consecuencia del cordero con alcachofas, del cardo, de los espárragos rellenos, del revuelto de setas, del gorrinillo asado, del café con leche con pan tierno, de los bocatas de tortilla con jamón, de las gambas a la plancha, del ajoarriero, de las pochas con guindillicas en escabeche… Cómo le explico que hay más comida que el arroz tres veces a la semana y la casava de cada día.

Bueno, lo dejo aquí por hoy porque me estoy poniendo muy “intimista”. Además en 10 minutos apagamos el generador.

9. Jueves 6 de octubre

Como dice mi amigo Rene, hoy es mi “Lariam day”. No debo olvidarme de esa dichosa pastilla que dicen que protege del mosquito, pero que te va deshaciendo poco a poco con sus efectos secundarios. El prospecto recomienda tomársela después de la comida principal del día. Eso aquí suena un poquito a guasa.

Hemos vuelto a Makeni con enfermos. De regreso hemos entrado a Kamathidi para ver la escuelita que hemos hecho con las donaciones de mis paisanos de Pamplona. Al maestro le picó una culebra y, gracias a Dios, tenia a mano una “piedra negra” de las que trajimos antiguamente.

Sigue lloviendo a mares y no vendrían mal un par de puentes. El camino es infernal y el Land-rover todo un fenómeno de acomodación al medio. Luego me enteré de que ese todoterreno había estado en la guerra de Irak. Primero, instrumento de guerra y luego de paz, aunque no creo que esté ya para muchos trotes.

Estamos viendo en qué zona construir un centro asistencial “Little Flower”. Me gustaría algo sencillo y práctico, pero con un diseño más acorde con el medio. Podría ser una capilla, una escuelita, un edificio multiusos (incluso nos serviría para dormir en las giras) y un pozo de agua limpia; todo junto, en un lugar al que se pudiese acudir andando de los pueblecitos vecinos.

Supongo que el mayor problema será el transporte del material porque los caminos son impracticables. Ya os contaré cuando nos decidamos por alguna zona. Queremos estudiar el proyecto muy bien antes de invertir lo que tan generosamente nos disteis. También se ha decidido en comunidad no dar el trabajo a los libaneses. Quizás sea un poquito más profesional, pero es ocho veces más caro.

Hemos decidido dar trabajo a nuestra propia gente. Forman equipos en los que participan mujeres y niños, trabajan con una gran ilusión porque lo que construyen es para su beneficio, y además se ayudan con el dinero. Y, como os decía, el precio es mucho más asequible.

Aquí es donde se podría poner una flor en el ojal el Gobierno de Navarra. ¿Os imagináis?: “Reyno de Navarra” Kamabai Project. La mejor manera de liberar a un pueblo es enseñarle a valerse por sí mismo. Hay tantos niños, tanto futuro en nuestras manos… No creo que turísticamente fuese muy rentable, pero nada nos puede hacer más grandes que la ayuda humanitaria desinteresada. Que de esas otras ayudas, de esos intercambios (“Yo te pongo una escuelita y tú me dejas explotar tu riqueza”), ya está llena la historia. Formar maestros electricistas, albañiles, carpinteros, mecánicos, pintores…: en fin, todo lo necesario para que el pueblo logre ser el que tome su propio futuro entre sus manos. Es duro sembrar esperanza y mirar con optimismo el mañana cuando el hoy, la supervivencia diaria, se gasta todas las fuerzas. Pero no podemos menos de apostar por ello.

Y, puestos a soñar, pues soñamos; que capacidad de sueños tenemos como el que más. Intentaré contactar con un ingeniero agrónomo que se me ofreció voluntario en Valladolid. Hay una extraordinaria labor por hacer enseñando a explorar racionalmente el suelo.

10. Viernes 7 de octubre

Seguimos visitando escuelas. Hoy fuimos a Kayontoro. Damos cuadernos, lápices, bolígrafos… y los niños aplauden la generosidad del que se los envió. En las tapas de los cuadernos puedes ver a Ronaldo, Figo, Beckham vestidos con la camiseta del Real Madrid. Me resulta curioso y me hace recordar que Javier Aguirre tiene una promesa con la misión: enviar unas camisetas de fútbol para los chavales. Veremos si hay forma práctica de hacerlas llegar.

Me encanta la idea de fortalecer todo lo que sea educación. Estamos convocando una junta general de maestros para el mes de diciembre. Hay maestros que trabajan sin recibir ningún sueldo del Gobierno y además deben mantener a su propia familia. Queremos que las comunidades se encarguen de mantenerlos al menos en cuanto a la alimentación se refiere. Nosotros nos encargaríamos del sueldo, pero es importante que la propia comunidad se sienta responsable de la educación de sus hijos.

Al volver, me topé con Casimiro rondando la cesta de los plátanos, y nos echamos unas risas. Es coreano y su inglés sale como a chorritos, pero la comunicación no verbal nos funciona de cine. Nos hemos tragado tres plátanos cada uno. Recuerdo que de niño nos decían en la tele que el cola-cao era el alimento del deportista. Para el misionero parece serlo el plátano.

—Banana is banana, my friend Casimiro, like futbol is futbol. ¡Y que no nos falten!

11. Lunes 10 de octubre

Ayer domingo fui andando a decir misa al poblado de Kamankay. Está muy cerquita, como a tres kilómetros; pero sudé una camiseta en el camino de ida, otra en la misa y una más en el regreso.

Si es cierto que el agua por estas tierras es tan valiosa como la gasolina, con la que yo tiro sudando podrían montar una refinería.

En las misas, si tienes suerte, solo necesitarás un traductor. Hay veces en las que el traductor de limba no sabe inglés, así que tienes que conseguir otro que te traduzca del inglés al kriol. Total: si yo digo que “José murió”, dos palabras únicamente, el traductor de limba les cuenta dónde nació José, quiénes eran sus hermanos, cuándo enfermó… Y, desde luego, están agradecidísimos de que un sacerdote vaya a celebrarles misa.

Estoy en ese momento en el que te pica todo el cuerpo y te sientes todo el día empapado y sucio. Espero que entre los mil picotazos que decoran mi cuerpo no tenga ninguno del falsiphalus (o como se escriba el nombre del puñetero mosquito).

Édgar ha vuelto de los poblados cabizbajo. He preferido respetar su silencio, pero creo que le afecta ver la situación de pobreza en la que se encuentra nuestra gente. Y no se anima a comer el arroz que le cocinan porque es el único que tienen. Luego, en casa, a uno le entra como un complejo de culpa.

—No rice today (hoy no hubo arroz), me decía un crío. Su hermana le regañó por pedir comida. Le dimos de lo nuestro, ¿que íbamos a hacer? ¡Y yo, quejándome de hambre! Es muy difícil mantener la cabeza fría y el equilibrio emocional.

He preguntado por el gallo blanco.

—¿Qué crees que te comiste ayer?, me dice Casimiro, el coreano.

¡Ahí va! ¡Me comí a mi amigo!. Mejor que no me lo dijeran antes.

Hoy me he enterado de algo increíble. Me ha contado Casimiro que sus papás eran leprosos y que vivían en una leprosería atendida por las hermanas de la madre Teresa de Calcuta. Cuando él nació, al verlo sano, sus padres lo mandaron fuera de la leprosería. ¿Os imagináis con qué ternura mira Casimiro a los leprosos de nuestras aldeas?

Tiene un corazón de oro y siempre lo ves trayendo a alguien a comer a casa.

—No food today, dice sonriendo con sus ojillos semicerrados, y les sirve un buen plato de arroz.

La verdad es que hemos hecho muy buenas migas, porque nuestro inglés no tiene desperdicio. Eso sí, con cualquier cosa sobrante hace unas sopas que te chupas los dedos. Nunca te responde si le preguntas de qué están hechas. Incluso creo que es mejor no enterarse.

—Eat, eat (come, come), dice únicamente; y se ríe.

Como sabéis, el dormir en El Santo Ángel, de El Paso, en Texas, es una tortura los primeros días. Parece que todos los trenes del mundo pasan por debajo mismo de tu habitación. Luego uno se acostumbra a sus pitidos y no lo tira de la cama más que un buen despertador.

Lo mismo pasa en Kamabai con los gallos. Al principio uno se une al salmista y canta Alabad al Señor por los gallos… por habernos dado tan natural despertador. Ahora no lo oigo ni aunque se ponga a cantar en el palo de mi cama, y he necesitado echar mano del despertador tradicional si quiero estar a tiempo en la capilla.

12. Gallinas africanas

Sí, las gallinas africanas son todo un espectáculo de supervivencia. Nunca pensé, aun sabiendo que las aves vuelan, que pudiesen volar tanto, pero cuando te ven con algo en las manos, o sienten que Neneh abre la puerta de la cocina, se lanzan frenéticas buscando qué llevarse al buche.

No se asustan fácilmente. Pueden pasear a tu lado como un fiel compañero esperando que “algo” se te caiga. Son carnívoras, herbívoras, y lo que haga falta. Deben caminar diariamente incontables millas buscando su sustento, y da igual que en el reparto te toque cuello o pechuga, porque están tan flacas que siempre topas con hueso para chupar. Eso sí, dan un caldo exquisito.

La otra noche oímos lamentarse a una. Más que un lamento, era un grito desgarrado. Supuse dos cosas: o que la cobra se la estaba zampando, o que a la pobre se le estaba yendo la vida intentando poner un huevo.

13. El chivo está triste

Casimiro, el coreano, no deja de sorprenderme. Le pregunté por nuestro chivo, el chivo negro precioso que nos regalaron en Kabaka-Karathón y que se pegaba constantemente contra la valla cuando se iba de paseo. Nunca había visto algo parecido, pues el pobre animal no sabía que existían las puertas y que había que salir por ellas.

— Estaba triste –me dijo el coreano- pero ahora ya está contento.
— ¿Pero, dónde, cómo? -le pregunté-.
— Come! (ven)…

Y me llevó a casa de nuestra cocinera, Neneh, que está en frente de la misión. Allí estaba nuestro chivo feliz cumpliendo fielmente con las cuatro cabras de Neneh. Me solté una carcajada que la pudieron oír desde Pamplona.

— Casimiro, yo creí que el chivo era católico y que solo podía tener una cabra.
— Chivo no católico, chivo muslim, -me dijo, riéndose-.

Lo cierto es que ahora el chivo te mira y se ríe enseñando los dientes. ¿Y quién se atreve ahora a decirle a Casimiro que está triste, conociendo sus recetas?

He propuesto una solución alternativa, para beneficio nuestro. No hay peor negocio que dar de comer a una gallina y que ponga el huevo en el corral de la vecina. Pues algo así sucede con nuestro chivo: su virilidad incrementa el rebaño de nuestra cocinera y nos deja a nosotros sin más beneficio que el de contemplar su felicidad.

El caso es que si conseguimos tres o cuatro cabras la “ganancia” se queda en casa. Así le salvamos la vida al chivo y él, en agradecimiento, nos provee de cabritos para las ocasiones especiales.

14. Dos comidas diarias

Personalmente, estoy contento porque la malaria me ha respetado por ahora. Cierto que África te va desgastando poquito a poco, casi sin darte cuenta. Intentamos comer bien, pero uno no deja de sentirse inquieto al ver el hambre a su alrededor.

Decidimos en comunidad hacer dos comidas diarias, en vez de tres: a las 8:30 am y a las 6:30 pm. Y, como la única comida segura que uno tiene es la de la mañana, intentas desayunar fuerte. Entre medios, siempre se puede tomar algún plátano o toronja para engañar el hambre.

La verdad es que, con frecuencia, si que sientes una especie de vacío en el estómago, pero no te quejas porque hambre, lo que se dice realmente hambre, la pasan ellos.

Casimiro participa de la comida comunitaria en Kamabengekroy.

15. Sábado, 29 de octubre

Fui con Edgar a la clausura del Congreso Eucarístico en Port Loko. Allí es donde me llevó la Cruz Roja Internacional cuando me liberaron, y desde allí hice la primera llamada a mi familia con el teléfono de un periodista español, Miguel Ángel Gil, al que luego matarían los rebeldes, junto con su camarógrafo, en una emboscada. Me tomé una fotografía debajo del mismo árbol desde donde hice la llamada y todavía sentí un cosquilleo en el estómago.

Salimos muy temprano y sin desayunar. Nos obsequiaron con una misa de dos horas y media, seguida de una procesión de una hora y media bajo un sol de justicia. A mi lado, Chema Caballero, un javeriano que trabajó mucho tiempo con los niños de la guerra, me iba comentando los pormenores:

— Estás en Africa, amigo mío. Aquí, si te paran dos policías en un cruce, uno te dirá que sigas y otro que te detengas. Y los dos te mirarán sonriendo. Haz lo que te dé la gana pero, si sigues, mira siempre a tu derecha, ja,ja,ja.

La procesión bien merecía una película. El obispo, subido en el Bishop móvil (“bicho-móvil” le llamaba yo); detrás, el coro con unas capas tipo tuno y sudando a mares; después nosotros, purgando todos nuestros pecados, parando y arrancando cuando a un maestro de ceremonias le venía en gana; y al final todo un gentío cantando entusiasmado. ¡Qué buena penitencia, Dios santo, y qué amor al Santísimo hay que tener para perseguirlo durante hora y media, a la 1:00 pm, en Port Loko, Sierra Leona, África!

Cuando volvimos al Land Rover nos dimos cuenta de que tiraba el diesel por el depósito. Buscamos a un mecánico y, aunque parezca increíble, solucionó el problema. Claro, que antes nos obsequiaron en el taller con escenas inauditas:

Después de poner el carro en alto, uno de los ayudantes, en cuclillas, sostenía el tanque lleno de diesel sobre su cabeza. A su lado, el “maestro mecánico”, con un cigarro encendido en los labios, iba soltando mangueras y rociando de diesel al ayudante.

— Las mangueras que tiene son muy heavy (duras).

Y le puso otras que sacó de un basurero y que limpió con su camisa. El caso es que, milagrosamente, el Land Rover dejó de chorrear y pudimos regresar a casa.

Antes, buscamos dónde tomar algo y nos dieron una cerveza caliente. Con el estómago vacío, después de la misa y la procesión, la cerveza se me fue como un tiro a la cabeza y nos echamos cuatro risas recordando el taller mecánico.

Edgar iba bien enojado por el problema con el carro, tanto es así que me decía que a él, lo que realmente le molestaba, era que le hiciesen frenar los patos. Y es que, por si no lo sabéis, en África tienen preferencia en la carretera las mil gallinas, gallos, patos y cabras que la atraviesan. Y no los puedes matar porque son un tesoro para la familia que los posee.

16. Domingo, 30 de octubre

Me fui a decir misa a Kamanke. Les hablé de la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer y cómo me sorprendía de ver comer primero a los hombres y al final a las mujeres y a los niños.

Aquí la mujer trabaja como una mula y no debe hablar si lo está haciendo un hombre, ni beber mampa delante de ellos. Debe tener la casa barrida y la comida lista. Y, naturalmente, cuidar de los pikines (niños) porque para eso los parió. Una situación ideal, vamos.

Parece que lo que les dije les debió de gustar a las mujeres, porque sonreían mientras los hombres movían el trasero inquietos en los bancos. Al final de la misa, una de ellas me agradeció el que le hablase así a su marido.

Volví andando con Simón, el líder de la comunidad y mi traductor de limba. Me contó su historia y me emocionó poder entenderle casi todo y ver qué gran corazón tiene.

Su padre murió siendo él niño y tuvo que ayudar a su madre a criar a sus hermanos. Pidió ayuda en la misión para ir a la escuela, porque quería aprender. Hizo primaria y secundaria caminando 16 millas diarias hasta el colegio y con poca comida en el estómago. Se hizo carpintero para poder seguir pagándose los estudios. Me mostraba orgulloso la bicicleta que le habían regalado en la misión.

— Mire, Padre, tiene tres años y está como nueva. Yo he caminado mucho y sé lo que es tener una bicicleta. Ahora puedo ayudar a dar catecismo y tengo tiempo para estar con la familia. Un día regresé a mi poblado y vi a una muchacha que me gustó. Le dije: “Eres joven, pero quiero que sepas que cuando crezcas quiero que seas mi mujer, porque te amo”. Me casé con ella por el rito tradicional africano y tenemos tres hijos. Gracias al sueldo que recibo de la misión puedo mandarlos a la escuela y soy muy feliz con ellos.

Le pegué un abrazo y le ofrecí que fuese instructor de carpintería en la Escuela Vocacional con un salario mensual como maestro. Está todo emocionado con la idea. Al final me dio la puntilla:

— Padre, los del poblado prefieren que ustedes coman primero porque saben que se enferman si lo hacen al mismo tiempo que nosotros. Ustedes no están acostumbrados a comer con la mano y nosotros los queremos y necesitamos.

Sin palabras.

Por la tarde, Edgar, Casimiro y yo llevamos a Don a Lungi, vía Port Loko. Fueron siete horas completitas en un camino infernal por causa de las aguas pero como el Land Rover no ofrece muchas garantías —¿alguien nos regala uno nuevo?—, no nos podíamos exponer a que el lunes perdiese el avión.

Dormimos en la casa de los javerianos y el P. Vito nos atendió como reyes: pescado asado al ajillo y sopa de sobre, de verduras. ¡Qué delicia! Al final, copa de orujo mirando al mar. El único inconveniente es que el bueno del P. Vito estaba con malaria y a mí me tuvo en vilo rezando:

— Dios mío, que los que le pican a él no me piquen a mí.

17. Lunes, 31 de octubre

Don ha volado, vía Ghana, hasta Filipinas, con el firme propósito de volver en tres meses si los doctores se lo permiten. ¡Que así sea! Intentamos conectarnos a internet, pero, para variar, tenían caído el sistema, así que cenamos un poco y nos volvimos directamente a la misión, esta vez cruzando en ferry a Freetown.

Durante una semana hemos tenido la visita del vicario de la Provincia de San Ezequiel, Regino Bangcaya. El tiempo no daba para mucho, pero hemos intentado que conociese de primera mano nuestra realidad. Con el obispo Biguzzi se decidió tomar Kamalu (a una distancia de 47 millas de Makeni por mal camino) siempre que la casa estuviese lista. Y desde Kamabai nos comprometimos a supervisar uno de nosotros las obras, aprovechando para también celebrarles la Eucaristía el fin de semana.

Don Besana con un grupo de escolares.

18. Miércoles 2 de noviembre

Nuevo viaje a Freetown, esta vez para llevar al aeropuerto al P. Regino. En mi primer viaje a Sierra Leona, no conocí la capital y ahora parece que no salgo de ella. Pero la verdad es que no apetece mucho tanto desplazamiento porque terminas con los lumbares molidos.

También allí internet estaba caído. Como la mayoría de los cafés son libaneses, nos comentaron que el día 3 estarían cerrados por celebrar el fin del Ramadán. Decidimos volver a intentarlo la tarde del jueves y dormir ese día en Freetown. Y es que nos urgía conseguir un presupuesto de placas solares que mi cuñado Jesús nos había enviado hacia unos cuantos días.

Por fin encontramos un café internet “cristiano” y nos llevamos la sorpresa de que era bastante más rápido que el anterior. La dueña tenía puesta la camiseta de la selección nacional de fútbol de Gambia y le pregunté si le gustaba el fútbol. Contestó que mucho, que seguía la liga española.

— ¿Sabes que mi equipo es líder de la Liga Española?
— Sí
— ¿Conoces a Osasuna?
— Naturalmente.

Y me deletreó el nombre perfectamente: O-S-A-S-U-N-A. Para no haceros el cuento largo os diré que comenzó cobrándonos 10.000 leones la hora (3.000 leones es un dólar), nos lo rebajó a 8.000 y, después de una amena charla futbolística, me escribió una carta firmada y sellada donde pedía a todos sus trabajadores que nos cobrasen únicamente 7.000 leones la hora por la labor social que realizábamos en Sierra Leona. ¡Ja!, más velocidad y mejor precio, ¿qué más puede uno pedir?

De regreso hemos pasado por Mabésseneh a saludar a los hermanos de San Juan de Dios y me he encontrado con la sorpresa de que está trabajando con ellos el hoy Hno. Peter. Fue testigo directo de mi secuestro e incluso se ofreció a ocupar mi lugar. Recordamos emocionados el momento y, cuando Rene le preguntó por qué no habían aceptado el intercambio, le contestó que todo era “cuestión de color de piel”.

El caso es que yo nunca he podido olvidar su lección de cristianismo, y que su gesto tiene en gran parte la culpa de que hoy esté trabajando en su país. Nos sacamos una fotografía para el recuerdo como signo de amistad.

Hemos aprobado en otro maratónico Capítulo Local el presupuesto para las placas solares y me comisionaron para intentar mover más rápidamente lo del envío por contenedor. Como aquí no hay cobertura, nos fuimos a Makeni, aparcamos el Land Rover debajo de la antena de teléfono celular y conectamos con Javi Marcilla en Valladolid.

¡Qué gusto da el poder platicar de vez en cuando en el propio idioma! Con tanto inglés, creole y limba ya creí que se me estaba olvidando. También me dio un gustazo enorme hablar, por fin, con Madrid. Me sentía un poco “hijo pródigo”, pero sin dinero para gastar. Logré comunicar con Rafael Mediavilla y Rodrigo poquito antes de su viaje a Taiwán.

Y para que la dicha fuese completa, me llamaron también mi cuñado y mi hermana Mary. ¡Menudo empacho afectivo! La verdad es que ya lo necesitaba. Y no os extrañe que os pida que me llaméis vosotros, porque aquí es carísimo.

El hermano Peter (sentado) ofreció tomar el puesto de José Luis en el secuestro de 1997. Ahora pudieron reencontrarse en Mabessemeh.

19. Miércoles, 9 de noviembre

Salgo con Casimiro a visitar durante tres días la zona de los lokos. Edgar nos dejó con el Land Rover en Werelada, pueblo musulmán por excelencia y con una mezquita espléndida. De allí nos vamos andando hasta el río Mabolé. Es tiempo de agua y viene cargadísimo. El bote-tronco en el que nos hacen subir no es precisamente un portento de flotación, pero sirve para cruzarlo.

Caminamos a Makehé y la gente nos recibe con entusiasmo. Algunos niños se acercan con curiosidad y nos tocan las manos; otros corren despavoridos, pues nunca antes han visto un blanco. Los padres los animan y supongo que les dicen en su idioma:

— Mira, toca, toca que no pasa nada.

Algo parecido a lo que hacen los padres con los niños y los gigantes en Pamplona por San Fermín. ¡Vivir para ver! Vamos a darnos un baño al río y citamos a la gente a una reunión comunitaria a las 19:30. Comento con ellos mi primera impresión: el 95% de los niños que he visto tienen el estómago inflamado por las lombrices y con restos de infección en las axilas.

Pregunto de dónde consiguen el agua y si la hierven. Y es entonces cuando la pobreza en primera persona te mira a la cara y se asoma a tus ojos buscando esperanza. Y ya no puedes desviar tu mirada. Y das mil vueltas a la cabeza buscando una solución (“otra más”).

Sé muy bien la teoría: “nada de promesas, no sois el Mesías”. Eso está muy bien, pero a Jesús también le robaban los milagros de las manos. En cuanto lo miraban con fe, perdía la cabeza y actuaba. Y esa era la Buena Noticia: para el ciego, que veía; y para el paralítico, que volvía a caminar.

Y se me ocurre que una muy Buena Noticia en Makehé es la construcción de un pozo de agua limpia que solucione la enorme cantidad de enfermedades por la que se mueren la mitad de los niños que nacen. Y he escrito bien: la mitad.

Y para que veáis cómo hace el Señor las cosas, pues resulta que desde nuestra Parroquia de Santa Rita de Madrid, Roberto Sayalero lleva un tiempo suplicando por un proyecto no muy grande. Pues ahí lo tienes, amigo mío. Puedes decir a los niños de la parroquia que gracias a su pequeño sacrificio y generosidad, van a regalar salud a los niños y habitantes de Makehé, aldea loko al otro lado del río Mabolé. A unos niños que viven en chozas como las que ellos pintaron en la cripta de la iglesia de Santa Rita.

Y puedes decirles también que me di el gustazo de prometérselo construir, con vuestra ayuda, en el menor tiempo posible. Y que me hubiese encantado que oyeseis el aplauso con el que recibieron la noticia.

Antes de dormir quemaron una mamba (serpiente venenosa) que agarraron los chavales rondando la aldea. Eso hizo que Casimiro y yo revisásemos nuestro aposento mil veces antes de cerrar los ojos dominados por el cansancio.

20. Jueves, 10 de noviembre

A las 7:30 a.m. celebramos la eucaristía y partimos para Hunduwa. El guía preguntó si queríamos ir por el camino largo (cuatro horas) o por el corto (dos horas).

— Y ¿cómo esta el camino corto? –preguntamos-.
— Un poquito mal, padre.
— Pues tira por el corto.

Y es que uno no puede dejar de ser navarro ni en estas latitudes. Menudas dos horas nos esperaban: puentes caídos por el agua, lodo hasta las rodillas… Ellos pasan como si nada, pero tú te vas dejando a litros todos los pecados de gula.

Y los insectos no pican, muerden por todo el cuerpo, y lo harían en el alma si la encontrasen. Aquí sucede lo mismo que en México. Si un mexicano te dice que el chile “pica un poquito, padrecito”, sabes que te vas a escaldar la lengua (y si no lo sabías ya te lo digo yo).

Si aquí te dicen “un poquito malo” significa que casi no hay camino y que vas a reventar en él. Vamos, que puedes ir tarareando a Serrat y su “caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Así que lección aprendida. La próxima vez no queda más remedio que meterse el orgullo regional por la cámara de los comunes y tirar por lo fácil.

En Hunduwa descansamos un rato en casa del líder de la comunidad, David Conteh. Tiene una sola esposa, aunque tuvo otras mujeres. Ayudó a engendrar 20 hijos, de los que le sobreviven 10 (otra vez el 50%). Nos regaló plátanos y naranjas para calmar la sed y nos presentó a sus dos nuevos retoños, dos gemelillos preciosos.

Le di dos sueros para la diarrea de los críos y paracetamol para un familiar. La noticia corrió como la pólvora y al poco rato teníamos una fila pidiendo medicinas para todo tipo de enfermedades. ¡Qué frustración le entra a uno por no saber un poquito más de medicina! ¡Con las horas que yo he tirado a la basura!

Como no tenía pastillas placebo, eché mano de las aspirinas y repartí tres cajas (gracias, Joaquín y Mari Carmen). Mi amigo Roberto Medina (médico en Las Cruces, Nuevo México) siempre me recomendaba tomar una diaria, así que supuse que a ellos tampoco les vendría nada mal.

Piden una solución a su problema, a su enfermedad, y no puedes decir un “no” rotundo. Sería algo así como robarles la esperanza. La expresión mágica es “next time”. Me lo contó Edgar nada más llegar al país: él siempre dice “next time” a los agobiantes vendedores, y le sonríen agradecidos. Hoy no les ha comprado nada, pero se van con la esperanza de que quizás otro día se vuelvan a encontrar y sí les pueda compre.

Después de cerrar el improvisado “consultorio médico” y de agotar las existencias de Adiro 300, nos instalaron en una clase de la escuela y nos prestaron dos esterillas para dormir. Prefirieron la reunión y la misa por la noche, para poder ir a trabajar temprano a sus pequeños campos.

Entre las mil cosas que nos propusieron, lo que más anhelaban era la construcción de una pequeña iglesita en la que reunirse sin depender del horario escolar. Uno queda impresionado ante la fe de estos hombres. Celebramos la misa con los niños dormidos en los primeros bancos a pesar del estruendo de los tambores y con el pueblo cantando entusiasmado por nuestra visita. Y qué delicia oír rezar el Padrenuestro en loko, tan diferente del limba, y tener la seguridad de que Papá Dios los estaba escuchando bien atento.

Y cuando llega la noche es cuando sale el coreano que Casimiro lleva dentro:

— ¿Quieres un huevo?

Y, mientras lo miras con cara de asombro, saca de la mochila dos huevos duros y sal.

— Dios mío, Casimiro, te amo.
— ¿Quieres café?
— ¿Pero es que me vas a decir que también tenemos café?

Dicho y hecho: café caliente con tres azucarillos, como a mí me gusta. Y de su mochila siguen saliendo los mosquiteros, las cuerdas para colgarlos, la navaja bien afilada, las pilas de repuesto… Y todo perfectamente organizado en sus correspondientes cajitas.

Apagamos las velas e intentamos agarrar postura tumbados en el suelo bajo lecciones de inglés y de futuro: “My name is Musa Kabba”; “My name is Sally”; “Good morning”. Me duermo pensando en cuándo realmente los días serán buenos para estas buenas gentes, y hasta dónde llegarán estos críos en su formación académica.

Dicen que es bueno para la columna dormir sobre suelo duro. Si eso es cierto, menudo regalazo que en estos tres días le he hecho yo a la mía: primero la baffa, luego los bancos de la iglesia, y ahora el suelo de la escuela.

21. Viernes, 11 de noviembre

Muy temprano nos trajeron naranjas y cocos. Desayunamos su agua y otro huevo duro. Jugamos al fútbol y nos bañamos en los arrozales ante la mirada sorprendida de los niños del lugar. ¡Menudo contraste de pieles! Ellos, tan morenos; y nosotros, tan desteñidos.

De regreso pasamos de nuevo por Makehé, pero no queríamos abusar de su hospitalidad y dejarlos sin su comida. Y es que se la quitan de la boca para darte a ti lo mejor, y no es justo.

Vi a Casimiro hurgar de nuevo en la mochila: olla pequeña, pedazo de repollo, pedazo de zanahoria, ajos, dos cebollas chiquitas, pastilla de avecrem. Resultado, una fabulosa sopa coreana. Todavía les cocinó arroz al líder y a su familia.

Cuando se lo conté a Edgar, me dijo sonriendo que Casimiro prepara siempre en su mochila “una segunda opción”. Yo no tengo muy claro todavía si tengo uno o dos provinciales, pero ante la inminencia de los dos capítulos ahí va una sugerencia importante: “Clonemos a Casimiro”. Si al dividir las comunidades en Kamabai y Kamalu nos separan, yo voto por la clonación.

Llegamos cansados al rió Mabolé y una culebra de metro y medio salio del agua delante de nosotros como una centella y se perdió en la espesura. El guía ya tenia un palo en la mano:

— ¿Qué es? –pregunté-.
— Una cobra -dijo tan tranquilo-.
— ¿Una cobra en el agua?
— Sí, les gusta nadar.

Dios mío, y nosotros bañándonos bucólica y plácidamente exponiendo nuestras vergüenzas en medio de los arrozales. Con el susto en el cuerpo y con Casimiro diciendo: balance, balance (en cristiano: “¡No os mováis ni un centímetro!”), cruzamos el río. Y no era precisamente miedo a mojarse lo que tenía, sino a que la susodicha cobra tuviese compañeras tomando un baño. ¡Y yo que creí que el Hermano Cárdenas fantaseaba cuando me decía que atravesaron ríos llenos de culebras al huir de los rebeldes…!

Sentados con unos musulmanes, esperamos la llegada de Edgar con el Land Rover en Weredala. De un coche enorme se bajó un musulmán que parecía importante y le pedí a Casimiro que nos tomase una foto juntos. El señor accedió gustoso y entramos en animada conversación.

Era el Iman Alhaji Mahmoud Fofana, nativo del lugar, que venía desde Freetown, donde vive ahora, para realizar algo así como una visita pastoral. Dijo que nos admiraba, y que existía una clara diferencia entre musulmanes y cristianos: los musulmanes tienen un buen pueblo y malos líderes, y los cristianos tienen muy buenos líderes, pero mal pueblo.

Me preguntó, tocándome la camiseta y pantalón sudados, cuándo había visto a un musulmán hacer algo parecido. Nosotros éramos capaces de cruzar el río viniendo desde Corea y España, y ellos (y el líder de la zona estaba presente y bien sonrojado) no podían pasar simplemente al otro lado a visitar a sus hermanos lokos.

La verdad es que la charla resultaba muy agradable y amena. Se autodefinió como musulmán liberal, contrario a los fundamentalismos y al terrorismo en nombre del Islam:

— Tenemos un mismo padre y dos madres -me decía-.
— Cierto –respondí-, Abrahán.
— Ustedes –dijo sonriendo- creen en la promesa de Isaac y nosotros en la de Ismael, pero en definitiva nuestro Dios es el mismo y podemos y debemos vivir en paz.
— Como el presidente de la nación -añadí yo- que, siendo musulmán, tiene la mujer católica. Y supongo que no pasaran la vida peleándose.

Soltó una carcajada, nos abrazamos y se despidió diciendo:

— Gracias por atender a nuestra gente del otro lado, padre, y escuche bien lo que le digo: si algún día piensan hacer en este pueblo una iglesia católica yo les daré personalmente el permiso y pediré a mi gente que coopere en ello. Y, ¿quién sabe?, quizás alguno de nuestros jóvenes decida hacerse católico.

Esto, que sólo son cuatro líneas, es algo histórico e increíble saliendo de los labios de un musulmán, porque la zona es musulmana al cien por cien, y es intocable e inaccesible.

Luego me enteré de que el tal Fofana debía salir temprano para Freetown por causa de “presidential bussiness” (negocios presidenciales) y de que era uno de los peces gordos del islamismo del África Occidental. ¡Y yo con su foto, dirección y teléfono en el bolsillo!

Una hora de Land Rover y de nuevo en el hogar, dulce hogar. Dos litros de agua (¡con lo que a mí me gusta!), y a la báscula: 84 kilos. René se ríe:

— Yo te dije que perderías cinco y has perdido sólo cuatro, pero no está mal.

¡El cerdito va perdiendo la grasa a jirones y se va convirtiendo, poco a poco, en “puro pata negra”, amigo Alfredo!

Después de tres días, la habitación, con sus arañas ocasionales y los four-o’clock de siempre, se convierte en algo así como la suite del Hilton Palace. Y en la sobremesa, compartes las anécdotas con los hermanos intentando sacudirte la tristeza del alma. Pero es inútil porque, como os decía, cuando la pobreza te mira a la cara, ya no puedes esquivar esa mirada. Y te deja un no sé qué bien dentro.

22. Sábado, 12 de noviembre

Hemos reunido a los maestros de las aldeas para ver las necesidades más urgentes. Si no se les está cayendo el techo, se les hunde el suelo, o se les desmoronan las paredes. Muchas escuelas no tienen bancos donde sentarse, ni hay espacio suficiente para tanto niño.

Es curioso, cuando pides voluntarios todos se ofrecen. Si eliges solo a tres, te dicen que son pocos, que hay que cubrir los cuatro puntos cardinales de nuestra misión. Y hay quien se ha presentado con muletas a la reunión después de caminar 10 millas. Mi amigo Gabriel “Bless the Lord”, por ejemplo, camina todos los días tres horas (ida y regreso) entre Bumban y Kathombo para dar clase a los niños de la aldea.

La mitad de los profesores reciben un pequeño sueldo del gobierno, y la otra mitad recibe una pequeña ayuda de la comunidad. La ayuda consiste en algo de arroz, o mano de obra para sembrar en su pequeño lote de campo. Tienen familia, no tienen sueldo, y se dejan la piel educando a los niños. Y no hay huelgas, ni organizaciones laborales…, nada. Solo ilusión y esperanza por hacer que las cosas mejoren despacito, despacito. ¡Cuánto podemos aprender de las personas si vamos con los ojos y el corazón abiertos!

Una de las cosas que más me ha sorprendido es lo poco o nada que hablan de la guerra. Me consta que aquí se han cometido auténticas salvajadas y que muchos han perdido familiares directos. Pero te dice que todo está olvidado. No más guerra, no más muertes, hay que vivir en paz. Con qué naturalidad y espontaneidad se han otorgado el perdón. No he oído a nadie hablar con resentimiento.

23. Domingo 13 de noviembre

Me deja Edgar en Kathantha para celebrar la misa de 9:30 de la mañana. Me gusta la idea porque esa iglesita tiene como patrón a San Andrés. Como así se llamaba mi padre, celebraré la misa en su memoria.

Después de esperar media hora, sólo estamos un chaval y yo. Me dice que toda la comunidad está en una celebración especial con el jefe y que no puede asistir. Me parece entender que se trata de una celebración de iniciación.

Sabiendo lo importante que eso es para ellos, no me queda más remedio que recoger y volverme andando a casa, que está a cinco kilómetros. No está mal como paseo mañanero.

La capilla de San Andrés de Kathantha.

24. Lunes 14 de noviembre

Celebramos la fiesta de los Santos de nuestra Orden y nos hemos propuesto pasar el día en casa juntos y descansar un poco. Por la noche hemos cocinado algo especial: hígado de vaca, sopa de carne con casava molida y tostada con leche en polvo y azúcar; dicen que es el último invento del coreano, pero yo sé que lo vio comer, aunque sin leche, en las aldeas que visitamos.

Voy a intentar terminar la solicitud de ayuda al Gobierno de Navarra y aprovechar el regreso de un doctor voluntario español para enviarlo el próximo domingo. Ha sido un día tranquilo, que me viene muy bien antes de la próxima salida de tres días a las aldeas que realizaré con Casimiro el miércoles 16.

Edgar está tomando otra vez medicina para la malaria. Es la segunda que le pega en poco tiempo, aunque gracias a Dios no es cerebral. Yo tendré que esperar entre ocho y diez días para ver si salí ileso de los poblados.

Edgar Tubio haciendo la colada en casa.

25. Martes, 15 de noviembre

Segundo viaje apostólico con Casimiro. Hago la mochila muy relajado, con la tranquilidad que da el saber de la existencia de “la segunda opción” del coreano. El siempre lleva sus pilas de repuesto, pero, además, lleva otras, suponiendo que tú te puedes olvidar las tuyas. Así de simple y encantador.

Esta vez Edgar nos deja en Kanikay, a 22 millas de Kamabai. Allí comenzamos nuestra ruta a pie. Esta vez nos acompaña Samuel Hassan Kamura, joven que en 1998 ayudó a Santi, Antonio, Manuel y Patrick, cuando huían de los rebeldes, a llegar a Bumbuna. En el camino me contó un montón de anécdotas del azaroso viaje de mis compañeros. Samuel es un buen traductor de limba y un incondicional amigo de los misioneros.

Nuestra intención es ir conociendo los pequeños poblados y hacer un mapa lo más exacto posible de la región. Hay infinidad de pueblos que no conocemos y nos hemos propuesto visitar todos poquito a poco.

David P. Conteh, catequista de Kanikay I, nos guía hasta Conakery. Llegamos a las cinco de la tarde y compartimos un par de horas con sus habitantes. Es una comunidad cristiana muy unida y muy activa y están felices con nuestra visita. Agradecidos, nos regalan una bolsa de arroz y un gallo.

En Conakery se une a la expedición Alie Sesay, líder de la comunidad. Él nos guía hacia Kabake. Es de noche, pero hay una luna espléndida y nos permite caminar con cierta seguridad. Llegamos a Kabake a las 20:30 y nos recibe su líder, Impalun.

Celebramos la eucaristía a la luz de la luna y de dos velas. ¡Qué manera de participar cantando y danzando! Después tenemos la reunión comunitaria para escuchar sus necesidades. Es cuando comienza una letanía interminable de miserias y a ti se te encoge el alma: enfermedades sin fin (elefantiasis, hernias, erupciones en la piel, tifoideas, malaria, diarreas…), falta de escuela… Luego callan y te miran.

Les dices que los religiosos no somos ricos, que no podemos solucionar todo, que tienen que hacer planes para conseguir un pequeño ahorro comunitario para emergencias. Sonríen y aplauden. Pregunto a Samuel por qué aplauden tanto si nada les hemos dado y me repite la “palabra mágica”: esperanza.

— Les escuchaste con atención, viniste a dormir a su aldea y eso les da esperanza.

Nos dejan una baffa para dormir. Una baffa que antes debió desalojar una familia para prestárnosla. Nos emocionamos porque allí, en la cama de barro, hay una estera y, colgado del techo, un mosquitero lleno de agujeros y de cariño. Ellos saben que somos débiles y no les gusta que enfermemos. Guardo esa noche el mío porque con el de ellos me siento como más protegido. Y además, ante su gesto, ¿que importa una malaria más o menos?

Casimiro nos obsequia con otra de sus genialidades:

— ¿Os gusta la música africana? (Es como preguntarle a un niño si le gusta el chocolate). Pues vamos a organizar un baile con una música que os traje desde Freetown.

Y entonces me viene a la memoria que, en uno de nuestros viajes, lo vi comprar un CD en el ferry, regateando hasta el infinito con el vendedor. Saca su MP3, le conecta un par de altavoces…, y discoteca montada.

La luna pone su embrujo en la noche y él ayuda moviendo circularmente una linterna de luz mortecina semejando las luces discotequeras. ¡Dios santo! Y si le pides una explicación teológica al evento, te responde inmediatamente:

— We need balance: spirituality and dance (necesitamos equilibrio y lo conseguimos con la espiritualidad y el baile).

El caso es que bailan durante horas con frenesí al ritmo del “cro cro” (una canción tan pegadiza como nuestra Macarena). Y os aseguro que esta gente, a pesar de las penas, sabe “como darle a su cuerpo alegría”.

26. Miércoles, 16 de noviembre

Por la mañana, el pueblo se reúne para rezar un rato antes de despedirnos y volvernos a agradecer la visita. Desayunamos plátanos y naranjas y emprendemos ruta hacia Kasansan.

Al salir, Casimiro me dice:

— “No water this time” (esta vez no encontraremos agua).

Pues casi lo mato. Le habría hecho beberse toda la que cruzamos andando. Tuvimos que atravesar cientos de charcos inmensos entre los arrozales, donde los mosquitos se daban un festín con nuestras piernas. Nunca hasta ahora me habían picado en las palmas de las manos pero, esta vez, ni eso respetaron.

En Kasansan nos reunimos con su líder Kanthiya Kallah y con la comunidad. Están sorprendidos al vernos y nos ofrecen mampa. Intento tomar unas fotografías espontáneas, pero es imposible. En cuanto me ven con la cámara, corren a posar todos los de alrededor. ¡Les encanta que les tomen fotos! Y se ríen viéndose luego en la pantalla de la cámara digital.

De allí nos encaminamos hacia Kamabangekroy. En el camino, Samuel me explica la diferencia entre un mampa bueno y otro malo. Un mampa bueno es el “from God to man” (el que viene directamente de Dios, que lo puso en la palmera, hasta tu estómago). El mampa malo es el que tiene agua.

Vaya, que parece que aquí hay personas que bautizan el mampa, como en mi tierra bautizan el vino. Y desde entonces, me dejan probar a mí primero para que note la diferencia. Y entre probadita y probadita…, uno siente que la mochila pesa menos. Comida no es que sobre, pero “God to man” hay a chorros.

Kamabangekroy (se las trae el nombrecito) está en lo alto de una colina. Se instalaron allí por causa de la guerra y te quedas sin resuello para llegar. Bockarie Kargbo, líder de la comunidad, no se explica cómo nos pudimos dar tan soberana paliza para ir a compartir unas horas con ellos.

Nos ofrecen naranjas y arroz. Se visten de gala para las fotos y corre en abundancia el mampa. Le digo que es bueno, y se ríe. Después de descansar un rato y repartir unas medicinas, emprendemos el regreso a las dos de la tarde. Caminar a esas horas es como meterte en una sauna, pero como no me viene mal…, pues aguanto estoicamente. Vamos directamente a Kabake sin pasar por Kasansan.

Nos esperan para dormir en Kamanameh, así que tenemos tiempo suficiente para saludar al líder de Makamayah, una aldea musulmana que nos queda en la ruta. Nos dice que en el poblado también viven algunos cristianos y que seremos bien recibidos cada vez que queramos venir a visitarlos. Curiosamente es una aldea mandinga, dentro de esta zona limba.

Llegamos al atardecer a Kamanameh. La aldea está inundada de gente y parece que fuesen los sanfermines, pero sin rueda de la fortuna ni churros ni bocadillos de jamón ni autos de choque. Los niños corren, ríen y se divierten…, no sé cómo. Los mayores hablan y hablan sin parar.

Al lado de la baffa en la que nos instalan, las mujeres están preparando unas grandes ollas de comida. El líder, Emmanuel Sanimeh Koromah, baila gesticulando aparatosamente frente a nosotros mientras preparamos la eucaristía. Samuel nos va traduciendo:

— Estoy encantado con vuestra presencia. Es la primera vez que el “Almighty God” (Dios Todopoderoso) viene a visitarnos y a dormir en nuestra baffa, y quiero que os sintáis cómodos.

Miro a Casimiro y pienso que ni subiéndome encima de sus hombros damos la talla física, moral y espiritual del “Dios Altísimo”, pero al menos intentamos poner un poco de su ternura en el corazón de estas personas.

¡Si supiesen ellos el bien que nos hace compartir su fe, su amor y su esperanza! ¡Si supiesen que sus Fandantu wo (padrenuestros) y sus Yan man yina Mariya (Ave Marías) nos saben a gloria, y que no hay insecto en el mundo capaz de impedir que disfrutemos de su presencia! ¡Qué bien se esta aquí, cerca del corazón de los pobres; cerca, por tanto, del corazón de Dios! ¿Cómo pintar este paisaje? ¿Cómo fotografiarlo siquiera? Son las fotografías del alma, esas que se te quedan en el recuerdo y que alimentan tus momentos de soledad.

Luna llena, palmeras, silueta de las chozas, hogueras, tambores, danza, mampa… Es la vida latiendo a tu lado con toda su intensidad. Y te sientes vivo, a su lado, compartiendo sus penas y sus alegrías, sus fatigas y su esperanza.

La Sociedad Bondo de mujeres celebra la muerte de uno de sus miembros: la madre de nuestro catequista Emmanuel M. Mansareh. Sólo ellas participan en la celebración. Beben y danzan al ritmo frenético de los tambores “kunah” durante toda (¡toda!) la noche. Bailan para espantar la tristeza.

¿Cómo conciliar el sueño? Miro al techo de la baffa y un alacrán negro de casi un palmo se esconde despavorido ante la luz de mi linterna.

— Te cambio el sitio -le digo a Casimiro-.
— Mejor estiramos las piernas y contemplamos el espectáculo –responde-.

27. Jueves, 17 de noviembre

Amanece, y nos rodean un momento para la oración del Ángelus. Es una gozada ver a Samuel dirigir el rezo. De nuevo el agradecimiento:

— Somos pobres, pero queremos obsequiaros con un gallo y una bolsa de arroz por el esfuerzo que hicisteis para venir a visitarnos.

Nueva “consulta” médica antes de partir. Casimiro me trae un hombre al que le duele el corazón:

— Oye, está bien que esta gente piense lo que quiera, pero tú sabes bien que no tengo ni idea de medicina y que sólo sé lo que dicen los prospectos de las cajitas, así que no me traigas clientes.
— Escúchalo y dale una pastilla. -¡Y se queda tan ancho!-

Dejamos la aldea con la promesa de un pronto regreso. Las mujeres reinician sus cantos y sus danzas: son siete días de luto.

Nos queda por visitar Kagbukusa. Cruzamos infinidad de charcos con su agua estancada y sus mosquitos. Más “God to man” en recipientes con costra añeja. Tienes dos opciones: o vences el hambre y la sed, o vences los escrúpulos. Si te aguantas el hambre, luego lo pagas en el camino. Y si te aguantas los escrúpulos, estás comprando casi todos los boletos para la rifa de una tifoidea. ¡Que sea lo que Dios quiera!

En Kanikay I saludamos al líder, Lansaina Sillah. David Conteh está feliz mostrándonos su aldea. Nos presenta orgulloso a su abuelo. Después atravesamos un puente que nosotros creemos digno de un buen funambulista, y que ellos pasan como si nada, riéndose y con un saco de arroz en la cabeza. Y al decir “ellos” hablo en término genérico: hombres, mujeres y niños. A nosotros nos faltan manos para aferrarnos a cualquier rama que nos permita conservar el equilibrio.

En Kanikay esperamos a Edgar en casa del hermano de Samuel. Tiene 28 años y está ciego desde los 10. Un buen día se sintió mal y tomó Frenadol. A los pocos días comenzó a dolerle la cabeza y a perder la visión. Ahora sobrevive como puede con la ayuda de Samuel. Otro mordisco al alma, y otra vez a darle vueltas a la cabeza y a dejar volar la imaginación. ¿Y si existiese algún programa del Gobierno para financiar estos casos? ¿Y si lo pudiese ver un buen oftalmólogo en mi tierra? Me cuesta aceptar la idea de que a los 28 años, y en Sierra Leona, uno se quede ciego para siempre.

Volvemos a casa cansados y con la misma sensación de desasosiego en el alma. Es como si sintieses que no has podido hacer lo suficiente, que hay problemas que con un poquito más de ayuda exterior se podrían solucionar.

El cuerpo agradece una buena ducha, porque no hemos tocado el agua en tres días. No se veían lugares apropiados para darnos un baño y, después de la experiencia anterior con la cobra, tampoco insistimos demasiado.

Después de la visita hemos tomado la decisión de realizar el Proyecto Little Flower (nombre de la Parroquia de El Paso, Texas, donde serví durante cuatro años antes de mi regreso a Sierra Leona) en el pueblo de Kanikay. Está a 22 millas de Kamabai y el acceso con el material sería relativamente cómodo.

No tienen iglesia, y sólo un par de cuartuchos para 303 estudiantes de primaria. Aunque creemos firmemente que se necesitan más escuelas que iglesias, el pueblo pide también donde reunirse para darle gracias a Dios. ¡Y nosotros que nos quejamos por cualquier tontería!

Desde aquí, mi agradecimiento sincero a todas las personas que con su generosa ayuda van a hacer posible este proyecto. Nuestra intención es comenzar la escuela y la iglesia al mismo tiempo. Os iré informando de los gastos y enviando fotografías en cuanto demos inicio a las obras. Primero debemos tener una entrevista con el jefe para que nos proporcione el terreno. Es musulmán, pero seguro que nos dará toda clase de facilidades. Y si alguien se anima a venir para la bendición, será muy bien recibido.

28. 21 al 25 de noviembre

Estoy en Freetown, en un café internet. Todos necesitamos un pequeño descanso. Cuando aparezco por la red sufro algo así como un “acoso cibernético” por el Messenger y el Skype: familia, compañeros, amigos y conocidos, todos quieren que les conteste al mismo tiempo. Tenedme un poquico de paciencia.

Es el momento en el que aprovecho para leer los mensajes de nuestra Curia Provincial de Madrid, leer vuestros correos, y echarle una ojeada a nuestra pagina web. Y, si queda algo de tiempo, disfrutar del “vértigo de altura” que los osasunistas estamos sufriendo esta temporada. Y la velocidad de conexión no da para mucho.

Sigo compartiendo con vosotros el pan y la sal de cada día. Quizás a través de estas sencillas experiencias os deis cuentas de que ser misionero no es realizar nada extraordinario, es simplemente poner el corazón y la ternura en lo que uno lleva entre manos.

Después de mi ya larga andadura religiosa, os puedo asegurar que no es más difícil, ni más misionero, caminar a Kamabangekroy que ir con ilusión a dar clase de religión, o de literatura, o filosofía… los lunes por la mañana. O visitar a los enfermos los primeros viernes de mes y oír por enésima vez a la anciana contar la misma historia. Todo exclusivamente depende del corazón y empeño que pongamos en lo que hacemos.

Todos tenemos la necesidad básica de sentirnos valorados y queridos. También nosotros, los religiosos. Por eso cuando nos llamáis (¡gracias, Javi!), nos dais un buen empujón y alimentáis nuestro espíritu, que buena falta nos hace.

Sabed que con vuestra generosidad nos ayudáis un montón a aliviar la extrema pobreza en la que vive nuestra y “vuestra” gente, porque también es vuestra. Pero también es cierto que nosotros os ayudamos a ver un poquito más allá, y a saborear «la alegría del dar», y a experimentar lo bien que uno duerme cuando ha vencido el egoísmo y la insolidaridad.

Nunca se es más feliz que cuando comienza a ser importante para ti la felicidad de los demás. Os invito a que os asoméis a los ojos y a la sonrisa sencilla de nuestra gente. ¿A que enamora esa mirada?

Mi agradecimiento sincero a todos los que compartís lo vuestro con estos hermanos más necesitados. Soy un privilegiado por robarme los aplausos, los abrazos, las sonrisas y la gratitud que os pertenecen. Pero ellos os conocen y os aman, y rezan por vosotros, «sus amigos de lejos». Saben que tienen amigos en el Colegio Romareda de Zaragoza, y en el San Agustín de Valladolid, y en la Parroquia Santa Rita de Madrid, y en Little Flower de El Paso, y en Las Cruces de Nuevo México, y en Pamplona…

Me encantaría que quienes con tanta ilusión trabajáis en recoger donaciones, especialmente todos los alumnos de los colegios y las familias de las parroquias, pudiesen traerlas personalmente para disfrutar del agradecimiento de nuestra gente. Ojalá, ¿por qué no? Hasta que alguno se animase a echarnos una mano como voluntario. Que Dios cumpla su promesa en vosotros, y os pague con el ciento por uno vuestra generosidad y vuestro cariño.

Hemos venido a Freetown con la intención de descansar un par de días, hacer unas compras y leer nuestros correos. Pero, como casi siempre, «el hombre propone y Dios dispone». Estábamos en el café internet cuando llegó Edgar empapado. El Land Rover lo había dejado tirado y tuvo que llevarlo como pudo a Motor Care. El diagnóstico no pudo ser peor: la caja de cambios rota. Como no tenemos suficiente dinero, me voy con Edgar a pedir prestado a nuestros hermanos josefinos con la promesa de devolvérselo en cuanto nos sea posible.

Viajar en transporte público no deja de ser una pequeña odisea. Subimos a varias camionetas que nos catequizan con mensajes pintados en sus frentes: «Allah is in control now», «Allah is great», «Jesús es nuestro salvador», «La oración es la llave», «Quiero a mi papá y a mi mamá», «Dios es uno»… Vaya, todo un cursillo prebautismal.

También te enteras de que el Real Madrid sigue existiendo, aunque solo sea en la chapa de la furgoneta. Me encontré al menos tres de ellas exhibiendo orgullosas «Real Madrid». Íbamos 17 en una camioneta de nueve pasajeros y el copiloto se desgañitaba en cada esquina buscando nuevos pasajeros.

A una de ellas tuvimos que empujarla intentando arrancarla de nuevo:

— No tiene gasolina, nos dijo tan tranquilo.
— Pues devuélvenos al menos la mitad del dinero.
— Si te subes en la camioneta aceptas las condiciones en las que ella se encuentra.

Y como vimos que nadie decía nada, nos largamos a buscar otra. Creo que el 99% del transporte público en Sierra Leona no pasaría una muy generosa ITV. Los únicos coches presentables son los de las ONG, de las que por cierto hay al menos 133 trabajando en el país. Hay quien dice que las ONG no dejan de ser una solapada intervención extranjera con intenciones no siempre claras.

No deja de ser interesante caminar entre la gente. Te encuentras infinidad de “Tele Center” en los que por el módico precio de 1000 leones puedes ver cualquiera de los partidos de la Eurocopa, de la liga inglesa, o de la española. Pondré atención para ver si televisan al Osasuna de mis amores y hacer afición presumiéndolo en estas tierras.

Al volver a la casa nos encontramos con el obispo. Es bueno que vea en qué situación nos encontramos. Además, Casimiro se ha comenzado a sentir mal y me da una lástima tremenda verlo temblar como un pajarillo. Como el obispo se volvía el martes a Makeni, lo hemos enviado en su coche al hospital. Más tarde nos llamó diciendo que lo internaban. Parece que en nuestra última visita a las aldeas se sacó el gordo de la lotería: tifoidea y malaria.

Las cosas con el Land Rover se complican y no lo van a tener listo hasta el viernes por la tarde. El viaje de reposo se ha convertido en una pesadilla. Y además nos da pena dejar a Casimiro solo en el hospital. Hemos llamado a las hermanas de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta para que le lleven comida y para que avisen a Luis y vaya a visitarlo. Cada día nos llama preguntando cuándo volvemos, y nos parte el alma. Vivir en medio de la dificultad facilita «el tener un solo corazón y una sola alma». ¡Y no es poesía! Es increíble el afecto mutuo que ha nacido en tan poco tiempo.

Por fin, el sábado por la mañana podemos salir para Makeni. Cuando Casimiro nos vio, le cambió el rostro:

— Ya tenía ganas de ir a casa. Me echasteis de menos?
— Un poco. ¡Ja,ja,ja!

Parece increíble que estemos a las puertas del Adviento con el calor que hace. Tengo curiosidad por vivir estas fechas tan especiales de espera y esperanza entre esta gente.

29. Lunes, 28 de noviembre

De nuevo viajamos a Freetown para pagar religiosamente nuestras deudas. Aprovechamos para darle al Land Rover una buena revisión y ajustarle las luces. Gracias a Dios nos lo entregan pronto y podemos regresar el martes a Kamabai. Casimiro lo hace el miércoles, conduciendo la moto Yamaha nueva que hemos comprado, ya que no tenían lista la matrícula.

Me he comenzado a sentir mal, pero quiero aguantar un poco porque es posible que no sea más que el cansancio acumulado de tanto viaje de aquí para allá. Pensad que cada ida a Freetown son cuatro horas de ida y otras tantas de regreso. Y eso se agradece un par de veces al mes, sin otra obligación que la de comunicarnos con la familia y amigos, y la de beberse un refresco a la orilla del mar. Pero todos los viajes nos están resultando complicados.

Bicis y motos de los religiosos recoletos en Sierra Leona.

30. Sábado, 3 de diciembre

San Francisco Javier siempre me ha resultado una fecha entrañable. En su castillo me impusieron el crucifijo misionero. También ese día recogí con Santi y Sagrario la «Medalla de Oro de Navarra» en representación de todos los misioneros. En la eucaristía he pedido a mi paisano que nos eche una mano, que nadie mejor que él sabe de dificultades misioneras.

Ha llegado corriendo René pidiéndome que atienda a John Bangura porque le había picado una víbora mamba. Le pregunto si está seguro de que era venenosa y John me dice que se le quedó colgando de la mano y que la pudo ver bien. Es profesor en nuestra escuela y conoce perfectamente las serpientes.

Quemo el machete con una vela y lo limpio con alcohol:

— ¿Te cortas tú, o te corto yo?
— Usted, mejor, padre.

Le hago un corte profundo en cada huella de los colmillos para ayudar a sangrar la herida y que la piedra negra se adhiera perfectamente. No mueve un solo músculo. Es como si le hubiese metido la cuchillada al árbol en que se apoya. Vendo la herida y le pongo un torniquete. Ya solo falta esperar. Por lo visto, por el simple hecho de haber traído un lote de medicinas y de poseer un botiquín con una cruz roja bordada, el pueblo y la comunidad me han otorgado el título de enfermero oficial.

José Luis después de su “intervención quirúrgica” a John Bangura.

31. 4 de diciembre: segundo domingo de adviento

He ido con Luis y con la vieja moto Honda a celebrar misa a Kayonkro. Nos hemos metido un tortazo morrocotudo y me han caído la moto y Luis encima de la rodilla. Esto aumenta mi amor por este medio de transporte hasta el infinito. La verdad es que no se cómo se nos ocurrió venir en moto y no con el Land Rover. Pero es que no hay vehículos suficientes para atender las aldeas.

Les he preguntado en la misa qué podíamos hacer para «preparar el camino», como nos invita en el evangelio San Juan Bautista. Sus respuestas me impresionan cada día más.

— Debemos limpiar el corazón.
— ¿Y qué significa limpiar?, pregunto yo.
— Lo que hizo usted con el suyo -me contesta la misma persona-. No dejó que el odio creciese y volvió a nuestro país.

¿Os imagináis qué cara se le queda a uno? Y siguen diciendo: «compartiendo nuestro arroz con el vecino», «visitando a los enfermos», «cuidando de nuestros hijos para que no se enfermen», «viniendo a la iglesia a dar gracias a Dios»… ¿Gracias? Cuando yo no veo demasiados motivos para que le den gracias, ellos los encuentran a montones.

El caso es que me han hecho olvidar el mal humor que se me quedó con el accidente, y me he propuesto pensar seriamente en las veces que he callado esa simple y hermosa palabra: «gracias». Y como propósito de Adviento me comprometo a repetirla con más frecuencia a Dios y a los hermanos.

Me llama la atención el que en las aldeas siempre nos regalan gallos o cabritos, nunca gallinas y cabras. Neneh me ha dado una sencilla explicación: los machos no sirven para nada, por eso los regalan. Las gallinas ponen huevos y las cabras dan leche y crías, pero un macho es inútil y puedes reemplazarlo fácilmente. ¡Dios santo!, espero que no piense lo mismo de nosotros.

La verdad es que tener cuatro gallos en la misión no deja de ser un problema porque nos aturden con su «ki-ki-ri-ki». Hace unos días Neneh mató al gallo pinto que durante largo tiempo había sido dueño y señor del gallinero. Era incapaz de vivir en paz y en comunidad, y se pasaba el día peleando. Ahora el «mero mero» es el gallo rojo que me regalaron en Kamanameh. Ya le he dicho que como se le suban mucho los humos, terminará en la sopa como su predecesor en el trono.

Por la tarde visito a John Bangura. La mano tiene buen color y solo le duele un poquito el brazo. Parece que la «piedra negra» y su secreto siguen haciendo milagros. ¡Que pena que no las podamos volver a comprar! Sería ideal poder repartir una en cada aldea.

32. Lunes, 5 de diciembre: Día de la Orden

Edgar y yo salimos a Freetown muy temprano, a las cinco de la mañana. Debemos revisar el Land Rover (¡una vez más!), recoger una factura pro forma en Motor Care para presentarla al Gobierno de Navarra, y pasar por Lungi para conocer el funcionamiento de su Escuela Vocacional.

Realmente no me siento nada de bien, tengo sudor frío y dolor de cabeza, pero tampoco quiero obsesionarme con el tema. Estoy un poquillo más sensible que de costumbre y mando un texto a Ramón para ver si me pueden llamar Rodrigo o Rafael desde Madrid. Hoy es uno de esos días en los que echas en falta a los hermanos, la Eucaristía concelebrada, la sobremesa, las bromas…

Me llama Rafael y lo agradezco de verdad, e intento disimular que se me raja la voz por la emoción. Me dice que van a celebrar juntos la Eucaristía en Getafe y me uno a ella con el corazón. Cierto que la comunidad es una carga a veces, pero cuánto la echo en falta en estos momentos.

Estamos solos, cansados…, pero nos sentimos más que nunca unidos a nuestra familia agustiniana. Casi sin quererlo, la imaginación se me va a la Parroquia de El Santo Ángel, en El Paso, Texas. Este día, Jesús Pérez Recio montó una celebración por todo lo alto y disfrutamos de una solemne misa y una surtida mesa.

Edgar decide que vayamos a cenar con sus amigos filipinos de UNAMSIL (United Nations Mission in Sierra Leone). Algunos de ellos vuelven a su país y celebran una cena navideña de despedida.

— Así no nos sentiremos tan solos, me dice.

Nos acogen con cariño y brindamos con Lambrusco por el día de nuestra Orden. Cantan villancicos y canciones populares en tagalo. Les doy las gracias y les pido disculpas por no poder estar más animado, pero les aseguro que mi corazón esta feliz en su compañía.

33. Miércoles, 7 de diciembre

Me he realizado el examen de sangre en Makeni, y os puedo asegurar que el enfermero que me atendió nunca saldrá a hombros, ni cortará oreja en ninguna plaza: me ha acribillado el brazo a pinchazos para encontrarme la vena, siete en total. Y toda la vida he sido donante de sangre hasta padecer la primera malaria en 1998.

En recepción lo arreglaron un poco. Así, a ojo, en el apartado edad pusieron 40 años. ¡Toma alimento para mi autoestima! Y estos canijos llamándome Granpa (abuelo).

Casimiro, a pesar de intentar convencerlo de lo contrario, ha salido solo a las aldeas y me ha dolido en el alma no poder acompañarlo, pero me siento demasiado débil, con dolor de cabeza, mareos y con escalofríos. Así que me toca descansar en casa.

Casimiro y José Luis en una de las “baffas” que se convirtió en su hogar durante la correría apostólica.

34. Jueves, 8 de diciembre

Por la mañana voy con Edgar a Makeni para conocer los resultados de mi análisis de sangre: Malaria tipo Plasmodium Falciparum. O sea que, de las cuatro posibilidades (Falciparum, Vivax, Ovale y Malariae), el mosquito Anópheles me ha obsequiado con la peor.

Esto es algo así como coleccionar cromos. No se cuál de ellas agarré en 1998, pero me hubiese gustado saberlo para no repetir y así poder completar el álbum. El de las tifoideas hace tiempo que lo tengo lleno, concretamente desde 1998. Recuerdo que por agarrar, agarré una con un nombre bien exótico: Proteus OX-19. La verdad es que más que una enfermedad, con ese nombre parece que uno se ha comprado un coche nuevo.

El doctor me ha permitido seguir el tratamiento en casa tras prometerle solemnemente que iba a hacer reposo absoluto y tomarme religiosamente las 10 pastillas diarias que me recetó.

Leo el prospecto de la cajita de Artesunate que me da: “used in the treatment of cerebral malaria and emergency treatment of critical cases” (usar para el tratamiento de malaria cerebral y como tratamiento de emergencia para casos críticos). Un poco asustadillo sí que me siento, ¿por qué negarlo? Antes la panacea antimalárica era el Halfan, ahora es el Artesunate. ¿Cuándo querrá Dios que encuentren la vacuna?

A las ocho de la tarde ha llegado Casimiro pálido, con vómitos y temblando. Después de la primera noche se sintió mal y tuvo que caminar nueve millas hasta el cruce con Kambia. Allí tomó un transporte público que lo dejó en la misión. Se ha bañado y lo hemos llevado al hospital. Han llamado al doctor y le ha puesto una regañada tremenda.

Y es que al bueno del coreano no se le ocurrió otra cosa que, al día siguiente de salir del hospital, largarse con la moto a decir tres misas por aldeas cercanas. Y por si eso era poco, el miércoles, sin escuchar los consejos de nadie, se fue a visitar durante tres días las aldeas del interior:

— Me esperan y debo ir, decía.

Y ni estrellándolo contra la pared le haces cambiar de opinión. Así que el doctor lo ha internado y no lo piensa soltar en menos de cinco días. Y yo me he librado porque no iba preparado, porque también quería dejarme allí. Ya no se cree eso del «reposo absoluto» en Kamabai.

Pero es que el hospital deprime un poco. No tiene cocina y cada enfermo debe agenciarse la comida como puede. También tienes que llevar tu papel higiénico, toalla y jabón. ¡Y dicen que es el mejor del país!

Casimiro, a la vuelta a casa, tenía en el brazo irritado. Luego supo que tenía también malaria y tifoideas. Y José Luis también se ganó otra malaria.

35. Viernes, 9 de diciembre

Me he levantado tarde, porque he pasado toda la noche sudando. Me siento mareado, sin fuerzas y agotado. Temblando como unas castañuelas y sin apetito. Casi, casi como nuestro viejo Land Rover. Es increíble cómo un simple mosquito puede darte semejante revolcón. Pero claro, si corres el encierro en las astas, tarde o temprano el toro te pilla. Y nosotros últimamente lo hemos corrido metidos en el mismo morro del toro.

En nuestras aldeas hay tanta enfermedad, tanta miseria… Era imposible que después de tanto picotazo no nos topásemos con el bendito falciparum. Lo que está claro es que no es lo mismo «correr el encierro» y que te pille el toro a los 35 que a los 53 años. Aquí el orden de los factores sí altera el producto.

El doctor me ha pedido que apunte el día exacto en que me sienta con fuerzas. Debemos aprender a «ser humildes y reconocer nuestra debilidad» (son sus palabras textuales). Sonrío al recordar el diploma que me dieron en Valladolid antes de mi primera partida a Sierra Leona: «al más humilde de la comunidad». Y es que a mí a humilde no me gana nadie, faltaría más.

Al primer síntoma hay que acudir al hospital. En mi caso, dice, le he dado 9 días de ventaja al virus por esperar a ver si me curaba solo, y por no saber reconocer los síntomas. La verdad es que desde hacía tiempo no me sentía bien, pero creí que era parte de la adaptación. Y René me decía que en África daban con frecuencia esos bajones físicos.

La teoría nos la sabemos muy bien: manga larga, no salir al amanecer ni al atardecer, usar repelente… El doctor nos quiere y no deja de repetirnos esos consejos. Pero creo firmemente que una de las cosas más importantes en nuestra misión es la visita a las aldeas, compartiendo con nuestra gente alimento y techo. Eso les hace felices y así nos sienten más cercanos. Y para quedarme en mi habitación me hubiese quedado mejor en El Paso, Texas. Como dice el bueno de Casimiro:

— Los mosquitos no vuelan alto, no pican en el segundo piso, sólo cuando bajamos a convivir con las personas.

Por la tarde he acompañado a Edgar a visitar a Casimiro. Le hemos llevado para cenar sopa de pollo, unas galletas y unos plátanos. También un termo de café caliente con leche en polvo. Está como enjaulado, pero no lo sueltan. Me río solo, imaginándome tumbado en la cama de al lado unidos «en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad todos los días de nuestra vida».

Al volver nos hemos cruzado en el camino con René, que volaba al hospital con Francis, nuestro catequista. Gracias a Dios que pudo echar a andar el Land Rover amarillo, porque ése sí que camina de milagro. Seguimos ejerciendo de «Seguridad Social».

36. Sábado, 10 de diciembre

La Comunidad sigue funcionando al 50% con Casimiro en el hospital y yo aparcado en casa como un cacharro inútil. René se ha ido a dar de comer a Casimiro, y Edgar se está dando una auténtica paliza limpiando el depósito de agua, porque lo teníamos en unas condiciones deplorables. ¡Y es el agua que usamos diariamente!

He ido a Makeni, al hospital de Masuba, porque estoy ardiendo en fiebre y tiritando. El doctor está en Freetown. A mi lado, sentada con su niño mamando una leche imposible, una muchacha joven. Su pecho está seco y lacio de tanto alimentar:

— Tiene malaria, me dice.
— Yo también, le respondo.

Y me mira con una dulzura infinita como agradeciendo que comparta su dolor. Y allí, sentado en la banca de madera pienso en el Niño Dios, «Verbo hecho carne», que habitó y que habita entre nosotros. Un Niño Dios que sufre deshidratación y malaria, y que nace y muere cada día en nuestras aldeas, obsesionado en mostrarnos el auténtico camino para cambiar el curso de la historia, el camino del amor y la hermandad; el camino de la justicia, de la solidaridad y de la paz. Un Niño capaz de poner su Luz en el punto más negro de nuestra noche.

María, la de la ternura y el pecho seco y lacio, está aquí, a mi lado, amamantando a su retoño y esperanza. Me dice que las medicinas son caras. Le doy los 20.000 leones que tengo en el bolsillo y me sonríe agradecida. Me siento mejor.

Vuelvo a Kamabai y le rezo a la Virgen de África por su gente. Y le pido salud para todos. Y disfruto contemplando la imagen del Niño entre sus brazos. Permitidme que os envíe una fotografía de nuestra Virgen, porque es realmente hermosa.

La Virgen de África.

37. Domingo, 11 de diciembre

Voy a concelebrar la misa en el Santuario con René, porque todavía me mareo bastante y no tengo fuerzas suficientes para ir a ningún sitio caminando.

Al salir de misa nos han avisado de que en Kamanke ha muerto un hombre por mordedura de serpiente mamba. Da una rabia tremenda no poder hacer nada. Si en esa aldea hubiesen tenido una «piedra negra», ese hombre seguiría hoy con su mujer y sus hijos. Solo tenemos dos y parece que problemas legales con la producción en Bélgica nos impiden conseguir más. ¿Podéis intentarlo otra vez? Solo una vez más, por favor. Algo tan simple como poder repartir una «piedra negra» en cada aldea es lo que marca la frontera entre la vida y la muerte de muchas personas.

Hemos hablado de la situación de Casimiro. A mí se me parte el alma cada vez que le llevamos la comida. El doctor continúa en Freetown y dice que los análisis de malaria y tifoidea dan negativo, pero Casimiro sigue vomitando, tiene escalofríos, y está pálido. Le han puesto, por fin, un suero.

He hablado al Hermano Manuel, de Mabesseneh para que nos aconsejase. Dice que si ha tomado algún profiláctico puede tener malaria aunque el test salga negativo. Me dice que pidamos un análisis de hemoglobina y que si lo creemos conveniente se lo llevemos a él, que lo atenderá con gusto.

Vamos a esperar a que vuelva el doctor el lunes, pero si no vemos mejoría, creo que es mejor llevarlo al Hospital de los Hermanos de San Juan de Dios.

38. Lunes, 12 de diciembre: Virgen de Guadalupe, patrona de las Américas

Sin mariachi, pero ahí os va:

Buenos días, Paloma Blanca,
hoy te vengo a saludar.
Saludando tu belleza en tu trono celestial.
Niña linda, niña santa, tu dulce nombre alabar;
porque eres tan sacrosanta,
hoy te vengo a saludar.
Reluciente como el alba,
pura, sencilla y sin mancha.
¡Qué gusto recibe mi alma!
Buenos días, Paloma Blanca.

En el corazón de mi familia hay un lugar especial para la Virgen de Guadalupe. Mi madre se llamaba «Lupita» y siempre tenía en sus labios canciones mexicanas. De ella aprendí las canciones de José Alfredo Jiménez, Jorge Negrete, Pedro Infante y otros. En mi habitación siempre estuvo colgada la imagen de la Virgen Morena. Y guardo grabada en una cinta su canción de despedida:

— Que seas feliz, feliz, feliz, es todo lo que pido en nuestra despedida…

Cuando se le hizo realidad el sueño de visitarme en nuestra misión de Chihuahua, lo primero que quiso conocer al pisar tierra mexicana fue el Santuario de la Virgen de Guadalupe.

Más tarde, mi comunidad de Little Flower me ayudó a refrescar esa devoción infantil. Y ahora, recuerdo con nostalgia esas mañanitas a la Virgen en la madrugada, y el chocolate caliente, con pan dulce, compartido, y la misa solemne con mariachi…

Por eso hoy no podía quedarme en casa y le pedí al doctor permiso para acompañar a Edgar a celebrar la fiesta de Kayonkro:

— Si no conduce, está bien, y se toma juntas estas tres pastillas de Doxipyrin.

Y allí nos fuimos Edgar y yo, a celebrar la Virgen de Guadalupe, a una aldea perdida en el bosque, a una hora de Kamabai. No había mariachi, pero con qué pasión tocaban los tambores en honor de su patrona. Y qué curioso me sonaba «el espiritual negro» donde antes acostumbraba a oír un «corrido». Creo que hasta la Virgen Morena miraba, entre sonriente y sorprendida, a esos hijos suyos, bastante más prietitos que ella, cantando y danzando en su honor. Luego Edgar se empeñó en que les contase la historia del indio Juan Diego.

Nos invitaron a comer y le pedí a Nuestra Señora que al menos hoy me librase de las tifoideas, solo por hoy, mientras me recupero de la malaria. Y como casi siempre, nos regalaron un gallo, dos papayas y un montón de plátanos. Claro que ya no pregunto el porqué del gallo y no la gallina: la última vez me lo dejaron bien clarito.

Le hemos llevado cena a Casimiro y lo hemos encontrado francamente recuperado. Mañana martes, lo podremos traer a casa. Parece que lo que tenía es un «virus tropical» que ocasiona los mismos síntomas que la malaria y la tifoidea. Sea lo que sea, el caso es que ya sonríe y tiene ganas de platicar:

— Tenemos que hacer una lista de necesidades para un posible segundo contenedor, ¿tu qué piensas?, le pregunto.
— Pide sujetadores
— ¿Queeeeeeeeee?
Brassiers, ¿o acaso estás ciego y no les ves los pechos a las muchachas en las aldeas? No los usan porque o se gastan el dinero en comida o se lo gastan en sujetadores. Y aquí son carísimos, así que pide que te envíen. Antes de Navidad debemos montar una fiesta con película y baile.
— Jo, Casimiro, qué alegría que ya estás bien.
— ¿Por qué dices eso?
— Pues porque ya comienza a funcionar tu cerebro coreano, amigo mío.

¡Sujetadores! ¿Y a quién le pido yo sujetadores? Ya me imagino a mis compañeros poniendo un letrero en el tablón de anuncios de los colegios, o en la puerta de la iglesia: «Se solicitan sujetadores de todas las tallas para nuestra misión de Kamabai». Y a mí gritando en las aldeas:

— Casiiiiiii, échame uno copa 3 para la señora. ¡Dios santo!

Cundo subimos al Land Rover para regresar a Kamabai, me entró una llamada de Rafael, el provincial. Parece que Javier Marcilla ha corrido la noticia de que el falcipalum me pegó un buen revolcón. De todas formas se agradece de corazón el interés de los hermanos. Al menos a mí, creo que me hace más bien que el Artesunate y Doxipyrin juntos.

Postal de Navidad de los agustinos recoletos de Kamabai.

39. Feliz Navidad

Os dejo a las puertas de la Navidad, a poquitos días de que venga a visitarnos ese hermoso Niño que hace verdad y vida propia los versos de Neruda:

Dadme para mi vida todas las vidas,
dadme todo el dolor, de todo el mundo,
yo voy a transformarlo en esperanza.

Hace ya muchos años que aprendí un villancico que oí en el Festival de Villancicos Nuevos de Pamplona. Y desde entonces lo he ido enseñando y cantando allí donde me ha tocado servir. Hoy más que nunca resuena en mi corazón su melodía que quiero compartir con vosotros deseándoos lo mejor en estas fechas y en el próximo año nuevo:

Llévale este trigo, trigo,
a los niños que no tienen pan,
a lo niños que mueren de hambre,
sin saber lo que es Navidad.
Llévale este trigo, trigo,
a los niños que no tienen pan,
y en sus manos que tiemblan de frío,
una espiga de amor brotará.
Llévale este trigo, trigo,
y sabrán lo que es Navidad.

Lo mejor para todos en esta Navidad y que el próximo año se cumplan todos vuestros sueños.

.