Inés Parrondo habla en Radio Chiclana en el Día de las Misiones, para conseguir fondos para la Ciudad de los Niños

Miembro del equipo de la Ciudad de los Niños durante cuatro años, la mirada de Inés Parrondo (Getafe, Madrid, España, 1976) se vuelve hacia las menores que sufren el turismo sexual en Brasil y anima a los religiosos a revitalizar su compromiso personal.

Introducción

Nació en Madrid (España) el 2 de marzo de 1976. Licenciada en Psicología, en el mundo laboral hizo desde la selección de personal en empresas hasta la venta de métodos de idiomas. Se buscó la vida también como camarera o limpiando comisarías de policía en verano. Hasta que una casualidad hizo que el 6 de mayo de 2001 “aterrizase” en la Ciudad de los Niños de Costa Rica.

Hasta el final del año 2004 allí fue primero voluntaria, y después, ya como contratada, llevó el Departamento de Recursos Humanos y ejerció su profesión en la ayuda directa a los jóvenes residentes.

Dinámica, emprendedora y responsable, su colaboración en la Ciudad de los Niños también le provocó el descubrimiento de la fe y su cercanía con los agustinos recoletos.

Hemos querido aprovechar su capacidad de percepción, su profesionalidad y su experiencia para que, de un modo franco y abierto, nos hable de ella misma, de la Institución por la que se desvivió estos años, de nosotros —los agustinos recoletos—, y de sus proyectos de futuro. Nuestras preguntas han sido comprometedoras, pero ella ha respondido al compromiso y se ha lanzado a hablarnos.

Con el afán de buscar lo mejor y el cariño que nos profesa, con el corazón en la mano y la cabeza bien puesta, las palabras de Inés Parrondo nos animan en nuestra reestructuración desde la revitalización de cada religioso.

Testimonio

De recién licenciada a voluntaria. ¿Qué ocurre en la vida de Inés para que se dé ese paso?

Pues si te soy sincera no lo sé… “¡Diocidencias!”. Que aunque te resulte una respuesta muy cómoda, creo que es lo que mejor explica esta decisión tan repentina. Porque fue de la noche a la mañana el decidir irme, aunque el tiempo de búsqueda y preparación de mi salida me llevase más de un año.

Por aquella época Inés estaba pasando por una crisis existencialista. Hablo de mí en tercera persona porque, con frecuencia, retrocedo a aquella etapa de mi vida y me sorprendo de lo que era, pensaba, sentía y hacía… Cómo la vida puede tomar sentido en cuestión de segundos tras una decisión trascendental y que marca la diferencia con respecto al camino tomado por la mayoría de los jóvenes europeos a esas edades.

¿Fue una huída? Por supuesto que sí. Salí de una realidad que no me gustaba, de un ser y sentir que me invalidaba como persona y como profesional… y ya sabéis, “en casa del herrero, cuchillo de palo”. Necesitaba encontrar y encontrarme, mirar la vida desde sus otras caras, así que sin mucho pensarlo agarré mi bulto y me arriesgué a encontrarme diferente. Necesité cambiar de lugar, de cultura, de sistema de relaciones, de ritmo de vida… para darme cuenta de que, eso que buscaba, estaba dentro de mí.

Me fui como voluntaria y dispuesta a cumplir con tan “reconocido calificativo”, creyendo que mi servicio incondicional, mis conocimientos de “universitaria europea” iban a salvar el mundo. Pero para mi sorpresa, el mundo me salvó a mí.

Mi idea era pasar allí cinco meses, como mucho seis, para cambiar de ambientes, hacer la diferencia con respecto a los proyectos de vida de la inmensa mayoría de los jóvenes madrileños. Y por supuesto, quería adquirir cierta experiencia en una profesión que solamente conocía por casos ficticios redactados sobre papel, para retomar mi prefijado plan de vida. Todo bien calculado, todo bien amarrado… Pero en mi despertar y resurgir aparecieron muchos imprevistos, sorpresas, desconciertos. Y mi mundo cambió de color, forma, textura, olor y sentido.

Voluntaria: es una palabra bien linda y parece denotar un gran sentido de humanidad, de servicio. Pero en el fondo se queda en una palabra, en un calificativo. Como muy bien dijo Laurita, una voluntaria madrileña, “encontré un mundo más humano y justo que creí no existente, donde nuestra entrega se ponía de manifiesto tanto en el dar recibiendo como en el recibir dando”. Creo que mi mérito no fue ir a trabajar sin recibir una compensación económica, porque detrás del dar incondicionalmente siempre hay un recibir desmesurado.

¿Cómo conociste a los Agustinos Recoletos y la posibilidad de actuar en la Ciudad de los Niños?

¡Otra “diocidencia”! Mis creencias y prejuicios en aquella época no me dejaban trascender a lo visto, comprobado científicamente, por lo que la palabra fe no se incluía en mi vocabulario, en mis pensamientos, acciones o emociones. Como no creyente nunca busqué la vía del misionado católico. Mis primeros intentos de una experiencia de voluntariado se centraron en ONGs internacionales de gran reconocimiento como Médicos sin fronteras. Sin embargo mi perfil no coincidía con lo exigido: poca experiencia, limitado conocimiento de idiomas…

Sin abandonarme a una de las pocas decisiones firmes y trascendentales en mi vida, hice uso de mis grandes dotes de persistencia, llegando a convertir mi deseo en una verdadera obsesión, a la que respondió mi madre tras una conversación con el agustino recoleto Francisco Domínguez. Desde la Parroquia de Nuestra Señora de Buenavista en Getafe, gestionada por los Agustinos Recoletos, tuve mi primer contacto con Ciudad de los Niños y la Orden.

¿Sabías a qué te enfrentabas cuando te subiste al avión que te llevaba a Costa Rica por primera vez?

No tenía ni la menor idea y no creas, me inquietaba. Ese viaje sería el inicio de mi independencia, era la herramienta que facilitaría mi autoevaluación. Era una prueba dura, muy autoexigente y controladora; superarla determinaría si era capaz de superar el listón de idoneidad que me había impuesto. Mi nivel de autoexigencia también me hizo orgullosa, por lo que pasara debía demostrarle al mundo que yo sí podía, sí valía y debía hacer algo por los demás que repercutiese directa y solamente en mí, apropiándome de un sentido de utilidad que en España no había hecho consciente. No estoy diciendo que no fuese válida, trabajadora y muy persistente en las actividades en las que me vi involucrada; hoy retrocedo cuatro años y descubro que siempre estuvo el potencial, pero no los motores que los hicieran fluir y emerger proyectándose en un actuar con sentido, en sentir para vivir y en un vivir para sentir.

No conocía a nadie, tenía una idea vaga de dónde iba y de lo que me iba a encontrar por la información que me había proporcionado Francisco Javier Jiménez, en aquel momento secretario provincial, junto con Rosa y Virgilio, dos grandes personas que estuvieron en la Ciudad de los Niños anteriormente como voluntarios en su periodo de vacaciones.

Y a pesar del desconocimiento del lugar y de ser la primera vez que salía de mi casa, del regazo sobreprotector de mi madre y del país, no tenía miedo. Podía sentirme nerviosa y curiosa, pero no indefensa o pensando que aquella decisión no era la más adecuada. Si bien es cierto, recibí mucho apoyo de mi madre y de Javier, a quienes hoy agradezco que fueran los impulsores y facilitadores de esta increíble experiencia de vida.

Describe tus primeras impresiones al conocer la Ciudad de los Niños de Costa Rica.

Extrañeza, sorpresa… eran más que normales. Fue una gran acogida desde un principio y en todo momento los religiosos se mostraron abiertos a mis aportaciones, inquietudes y comentarios críticos. Su calidez humana, respeto y compañía me enseñaron a disfrutar de los espacios de convivencia y fraternidad. En mi diario vivir comenzaron a tener sentido la sobremesa, las revisiones diarias, la aceptación de la diferencia… Aquellos religiosos eran un grupo de hombres bien curioso y a mí me encanta lo diferente y desconocido…

Sin embargo, recibí la gran noticia de que debía vivir con ellos, y el mundo se me hizo mas chiquitito, temía el control, la dependencia y que descubrieran quien era yo realmente, una chiquilla cobarde que necesitaba huir para demostrar si valía.

Para mi sorpresa, Ciudad de los Niños era un paraíso natural, su enorme extensión y diversidad de servicios a los jóvenes más desfavorecidos me resultaba familiar. Yo pasé alrededor de siete años de mi vida en un colegio interna con salidas de fin de semana, por lo que el primer impacto fue un rememorar; y un sentimiento de gran soledad me inundó al encontrarme nuevamente en un espacio al que todavía no pertenecía, donde era una intrusa y desconocida para todos y todas.

Sin embargo este sentimiento de impotencia desapareció rápido y pronto me involucré en más actividades de las que podía resolver. Lo que más me agrada recordar fue ese maravilloso primer año donde todo estaba permitido, donde podía hacer y deshacer, donde no había imposiciones externas sino actuaciones en las que yo ponía el límite en tiempo y servicio. Después entré en planilla y el rol de “trabajadora” tenía ciertas implicaciones que me costó aceptar.

No sólo diste mucho en estos cuatro años a la Ciudad de los Niños, sino que seguramente en ti misma has experimentado cambios y novedades. ¿Puedes describirlos? ¿Qué cambió en ti en Costa Rica?

Me dio el espacio para adentrarme en mi interior y descubrirme “rota sin Dios”. Me encontré fuerte, útil y con un gran potencial de servicio y entrega aún no explotado. Encontré sanación y crecimiento personal y en mis relaciones con los demás.

Desperté a una realidad donde sí era posible el cambio y la lucha por los valores humanos. Poniéndome la camiseta de la minoría con responsabilidad social hacia los más desfavorecidos.

Viví intensamente el amor, la familia, la amistad y la cercanía de Dios. Descubrí mi fe y la fortaleza que ésta me ha proporcionado para seguir siendo un testimonio de vida, un renacer a la esperanza.

Descubrí la necesidad del otro, de alguien cercano con quien hablar, compartir, relacionarme afectiva, intelectiva y socialmente. Desperté a una realidad llena de oportunidades donde está permitido caer para después levantarse.

Conocí el significado de términos como “espiritualidad”, gozo, felicidad y amor. Me dejé llevar por ellos y descubrí que las fuentes de los que provenían estaban dentro de mí y mi historia de vida. Y fui consciente de esto al verme reflejada en los ojos de seres más desfavorecidos, más indefensos, más abandonados afectivamente… y también más fuertes y valiosos, los muchachos de Ciudad de los Niños.

Encontré lo que iba buscando y fue el principio de un navegar interminable por mundos y culturas desconocidas donde necesiten de una mano de apoyo y un corazón abierto a amar incondicionalmente. Yo creo que mi formación ocuparía un papel secundario. Y también pude desarrollarme profesionalmente, sintiéndome más segura y preparada para trabajar por y para los demás.

La Ciudad de los Niños

Muchas veces nos es difícil ponernos en el lugar de uno de esos muchachos de la Ciudad. ¿Cómo es su interior? ¿Qué esperan, en general, de la vida?

Están gritando al igual que nosotros porque ante sí sólo se pintan los paisajes en tonos grises. Sin embargo se han dado la oportunidad de arriesgarse, de cambiar, de buscar, de luchar, de ser “alguien” con identidad propia y un proyecto de vida futuro.

Dentro de cada uno de los jóvenes que ingresan en Ciudad de los niños se esconden profundas heridas y un gran dolor, sin embargo a la par permanecen sueños, anhelos, deseos de superación de estos pequeños seres lúdicos, constructivos y aprehendientes, deseosos de descubrir, de despertar a otras realidades mas justas, más humanas y menos agresivas.

Dentro de las diferencias individuales de todos y cada uno de estos jóvenes existe un objetivo común al cruzar las puertas de Ciudad de los Niños, una inquietud por descubrir ese algo que les hará mejorar su estilo de vida, la disposición a aprender, a ser educados, educar y educarse. Toman conciencia de su rol de estudiantes, del esfuerzo y lucha que requiere autodescubrirse con habilidades y virtudes ocultas, eliminar aquellas etiquetas que facilitaban una relación superficial y destructora con los demás.

Descubren qué es la lucha, adquieren y desarrollan las herramientas necesarias para alcanzar sus sueños. Pero la realidad que les mostramos sólo se puede llevar a fin en Ciudad de los Niños, una pequeña realidad diferente. Fuera de las puertas de ese espacio protegido se encuentran la sociedad consumista y egoísta, un mundo laboral explotador, la indiferencia familiar y las sustancias evasoras de toda una vida de sufrimiento.

Ya he hablado en muchas ocasiones de los muchachos de Ciudad de los Niños. Ellos no son diferentes a muchos de nosotros. Su interior es el de un niño abandonado deseoso de afecto, de apoyo, de atención, de formación, de reconocimiento… Y sus expectativas futuras son muy diferentes, un trabajo digno que le proporcione seguridad económica y satisfacción personal, una familia fundada sobre el afecto y las relaciones de confianza y comunicación, la oportunidad de seguir formándose en la universidad, viajar a países extranjeros para desarrollarse como profesionales técnicos, reconstruir su medio socio-familiar… Dentro de esta diversidad, todos y cada uno de estos muchachos dirigen su mirada de esperanza hacia el cambio de un pasado amenazante y de indefensión.

¿Cómo ven los chicos de la Ciudad de los Niños a los religiosos? ¿Qué mensaje les llega de ellos?

Creo que esa pregunta se la deberías hacer a los muchachos o a los frailes. El rol que juega un fraile y que jugué yo era muy autoritario. Las normas y los límites para un desarrollo adecuado en Ciudad de los Niños estaban bien claros, y manejarse en estos términos era muy cómodo para nosotros, pero hoy me pregunto: ¿era lo más adecuado?

El fraile no llegaba al joven como tal, sino como ser humano adulto y diferente, poniéndose en juego diferentes factores como la personalidad, el área que le tocara administrar (permitían mayor o menor acercamiento al joven el encargado de talleres versus encargado de recursos humanos, encargado de pabellones versus encargado de la finca…) y en pocos momentos se visualizaba la comunidad religiosa como tal, a excepción de los domingos en la eucaristía o en espacios festivos. Sé que los muchachos se cuestionan el estilo de vida religioso, saben teóricamente por las clases de religión, catequesis, formación en Semana Santa y retiros espirituales, pero, que lo hayan vivenciado, lo dudo.

¿Crees que en la Ciudad de los Niños se puede dar un proceso vocacional a la vida religiosa? ¿Por qué?

No llegan buscando resolver su vocación sino encontrarse a sí mismos como seres útiles, con una identidad válida para sus familias y la sociedad. Yo nunca llegué a Ciudad de los Niños en busca de mi vocación, hay otras necesidades por cubrir antes que la realización espiritual.

Es una realidad muy cerrada donde emergen sentimientos que luego pueden entrar en conflicto con la verdadera realidad. No es el fin de Ciudad de los Niños la promoción vocacional, en la que no se han puesto muchos esfuerzos. El discernir debe estar en cada ser humano y la vocación religiosa puede utilizarse como una solución rápida y cómoda a seres humanos desesperados por ponerse una etiqueta de “soy válido”.

El joven de Ciudad de los Niños debe aprender a tomar decisiones de vida y tras conectar con una realidad más justa y menos agresora decidir cual va a ser su papel en ella, y por tanto su vocación.

Creo que la vocación no se aprende, está en cada uno.

La Familia Agustino-Recoleta

Hasta que llegaste a la Ciudad de los Niños, ¿habías conocido algo de la vida religiosa? ¿Qué te sorprendió de los religiosos recoletos, tanto positiva como negativamente?

No, nunca había conocido el mundo de los religiosos. Recibí catequesis para confirmación, pero la abandoné. Así también tuve clases religión en el Instituto, por entonces impartidas por Jesús Moraza, actual obispo recoleto de Lábrea. Sin embargo nunca me llamó la atención este estilo de vida; por el contrario, un matiz despectivo y crítico acompañaba la imagen que tenía de los religiosos. Cuando llegué era prácticamente atea, o mejor dicho prácticamente cómoda y sumisa, me dejaba arrastrar por la opinión de la mayoría, quería marcar la diferencia en el pensar y actuar del resto de los jóvenes españoles, pero no en este sentido.

De los religiosos recoletos me sorprendió su naturalidad y el alto grado de confianza que daban a todos los que allí llegábamos a poner (supuestamente) un granito de arena a aquella gran obra social que es Ciudad de los Niños. Desde el inicio me abrieron las puertas de su casa y de sus vidas otorgándome un rol dentro de su dinámica de grupo comunitario. A partir del 6 de mayo del 2001, pasaría a formar parte de un sistema familiar diferente, donde la transparencia, fraternidad y el estilo de vida de servicio incondicional serían las reglas básicas de funcionamiento e interacción con los demás. Así es como yo lo viví, que se diera realmente es otra cosa.

Sin embargo, a la cara positiva le acompañaba otra no tan positiva que se centraba principalmente en la resistencia al cambio, en su funcionamiento como dirigentes de una institución de bienestar social formación integral. Su dinámica de trabajo se localizaba por áreas, en las que tenían la máxima responsabilidad y autoridad, sin embargo la necesidad de una visión global de toda esta obra social de enorme impacto sobre los jóvenes en riesgo de Costa Rica se pasaba por alto. Y, como consecuencia, se dificultaba la integración y puesta en común de decisiones de mayor envergadura.

A todo esto se añadía el conflicto que generaba el carácter empresarial de una obra social sin ánimo de lucro, donde había que integrar dos vías de acción, por una parte la atención a menores de edad en riesgo social y por otra garantizar una sostenibilidad económica. En definitiva, la gestión de este megaproyecto se salía de la formación de los religiosos y obstaculizaba su desarrollo diario en aspectos más localizados. Era fundamental un trabajo en red y una comunicación fluida y bidireccional, en el que todos dependemos de todos con un fin bien claro, que se concreta en la Misión de Ciudad de los Niños desde la filosofía agustiniana.

El otro aspecto era su funcionamiento como comunidad, donde la saturación de funciones de carácter laboral estaba en detrimento de su misión como frailes y asesores espirituales. Imagen que se desintegraba hasta llegar a perderse. Solo los que compartíamos sus espacios comunitarios éramos partícipes de su verdadero estilo de vida en comunidad.

Otro peligro es la dificultad de los frailes para pedir ayuda, para canalizar su desmotivación, frustraciones en la realización de su misión y la cobertura de sus necesidades como seres humanos, donde sus mejores aliados, sus mecanismos de defensa, eran la rigidez emocional, el orgullo, apatía y negación. Creo que el voto de obediencia no invalida el bienestar psicoemocional de los religiosos y, en algunos casos, yo percibí este sentir.

A todo lo anteriormente expuesto cabe mencionar el papel que juega un religioso en Centro y Sudamérica transciende a sus características humanas: las personas laicas los posicionan en una escala superior, que les exige ser reflejo de virtudes y testimonios de vida adecuados la mayoría del tiempo. Sin embargo, no podemos posicionar al fraile tras una urna de cristal, como alguien intocable al que venerar, sino como un testimonio de vida, asesoría y apoyo cercano.

Yo tuve la suerte de encontrar seres humanos con defectos y para mí, la toma de conciencia de que estaba permitido equivocarse, deprimirse, necesitar de los demás era lo que les permitía mantener una obra de semejante envergadura, donde las demandas venían de menores de edad con necesidades afectivas, de comprensión, empatía y atenciones básicas. El referente adulto que demandaban estos jóvenes debía ser flexible, imperfecto y luchador, capaz de levantarse en cada caída. En esos momentos descubrirían, como yo descubrí, lo que era el carisma religioso y la voluntad de servicio.

Fueron muchos los despertares a una realidad que creí inexistente y así el primer año, en condición de voluntaria fue el más feliz que había vivido en mucho tiempo.

Desde tu experiencia de contacto con comunidades de Agustinos Recoletos tanto en Costa Rica como en España, ¿qué rasgos crees que nos identifican frente a otros modos de vida?

Sólo conozco la orden Agustino recoleta como estilo de vida religioso. Pero por lo que entiendo es la vida en fraternidad la que deberíais alimentar y promover, ¿no?

Así es, pero no sabemos si es eso lo que transmitimos, si la vida fraterna es el valor que habitualmente se percibe en los religiosos recoletos. ¿Qué tienen en común personas de procedencias y edades tan diferentes que hay en nuestras comunidades como para dar ese mensaje?

Muchas veces el problema de fondo es precisamente buscar el factor común con el que identificar a un grupo o comunidad: a mi parecer eso es un error. La belleza, la riqueza, la sabiduría, están en la diferencia y en saber entenderla, explotarla y amarla. Cada fraile con el que he tenido el gusto de compartir y hablar más en profundidad, es un mundo.

En común tenéis la formación adquirida tras vuestra opción por la vida religiosa. Una formación que se pone de manifiesto en actitudes y valores comunes hacia la realidad desde el estilo de vida agustiniano. Hicisteis los mismos votos y poseéis las mismas reglas de juego, y esto permite establecer límites y parámetros de actuación.

Sin embargo, dentro de esa similitud y restricciones naturales, destaca la obediencia ciega muchas veces traducida en resignación ante una realidad, misión o papel que no cubre vuestras necesidades, sueños y expectativas como frailes y, lo que es más importante, como seres humanos diferentes. La actuación libre se ve coartada por un pensar y actuar colectivo que limita las riquezas intrínsecas a cada una de las personas que componen vuestra comunidad.

El valor común a todos los frailes que conozco es el deseo de hacer, de servir. Y es curioso cómo muchos añoran el misionado con las poblaciones más desfavorecidas.

Los Agustinos Recoletos somos cada vez menos en número, en juventud y con peor salud. ¿Dónde crees que debiéramos estar en caso de tener que dejar ministerios?

Lo que describes es una sensación, una percepción… lo que quiero expresar es con un fin de mejorar a través de la actuación, no del discurso. No conozco, ni he vivido lo suficiente dentro de vuestras comunidades, por tanto hay mucho que se me escapa y no comprendo de vuestra forma de actuar, pensar y vivir. Sí siento que hay miedos, inquietudes y en muchos casos pasividad y resignación… y eso lleva consigo mucho dolor.

La respuesta está en cada uno de vosotros. El ser humano se mueve por deseos y necesidades de crecimiento personal y espiritual (muy importante entre vosotros) en los diferentes estadios de su vida. Contáis con una gran diversidad de misiones y acciones a realizar, así como recursos humanos muy diferentes tanto en edad, como en formación, experiencia y personalidad.

¿Te has parado a preguntarles, con un acercamiento sincero y abierto (a la expresión máxima de emociones), los deseos y sueños de cada uno de los miembros de esta gran comunidad? Todos y cada uno de vosotros elegisteis un estilo de vida religioso libremente, pero en la formación recibida y las experiencias vividas, ¿cuántos han sentido que cumplían verdaderamente con el llamado de Dios a servir, a evangelizar a promover valores católicos de amor, bondad, fraternidad…? Sois diferentes y no se puede tabular a todos por el mismo rasero. Podríais ser más eficientes y felices si utilizarais más esfuerzos en conocer plenamente con que fichas jugáis.

El silencio, el orgullo o la no queja de algunos de vuestros hermanos no es un síntoma de bienestar y por tanto calidad de servicio, sino una evasión de sus carencias afectivas y humanas, que van en su detrimento psicoemocional y por tanto en su labor como frailes. El que mucho aprieta acaba ahogando y hay frailes que están sumergidos en una pecera. El mundo es muy grande y están deseando conocerlo y dar sentido al sueño o llamado que en algún momento de sus vidas les introdujo en la vida religiosa.

Cada fraile, como ser humano tiene derecho a ser feliz, o intentarlo por lo menos, desarrollándose en aquellos espacios donde la realización personal en pro de la realización comunitaria (como orden) sea alimentada. Sabes bien que una persona motivada mueve montañas. Y esto repercute directamente en la conformación de una Iglesia activa, luchadora, alegre y real.

Creo que merece la pena valorar seriamente el perfil del religioso agustino recoleto, más vale calidad que cantidad. Misiones hay de muchas naturalezas y dureza, para tomar decisiones se debe replantear cuáles entran dentro del perfil de vuestros frailes conforme a la vivencia de San Agustín.

Habría que discernir qué misiones podéis y queréis cubrir con los recursos con los que contáis y que reflejen vuestro estilo de vida agustiniano abierto y flexible. Los seminarios como centros de formación (y tomando como referencia el seminario de San Ezequiel Moreno de Costa Rica, que es el que conozco) deben extrapolarse a la sociedad, dejarse ver, sentir, crecer en conjunto con los laicos, son un recurso humano muy bueno, cuya formación desde un inicio debe ser significativa y constructiva, en contacto con las misiones de mayor envergadura e impacto social (como es Ciudad de los Niños).

Ante una sociedad alexitímica (no emocional), donde priman la apatía, el consumismo, el egoísmo y la autosatisfacción, autosuficiencia, enrolados en un círculo vicioso de ignorancia y egocentrismo, lo que se necesita es un bombardeo de valores, de sensibilidad que mueva emocionalmente a seres humanos sumergidos en un profundo letargo.

Para mí la carta de presentación del fraile agustino recoleto es cercanía física, paz, integridad emocional y espiritual, en el que busco escucha activa, empatía, asesoría, formación, evangelización y ejemplo de vida católico. Tuve la oportunidad de sentir a los frailes en un mundo terrenal y comprendí cuales eran los valores católicos, pero ¿los viví, sentí y compartí con intensidad?

Hay frailes que se sienten encerrados, infrautilizados o en un caminar sin futuro, donde lo único que les queda es dejarse llevar a la apatía social, y eso es muy triste. El mundo cambia y el rol de fraile debe aunarse al nuevo caminar y descubrir necesidades emocionales y espirituales, que van más allá de la pobreza física y que son más destructivas. Pero hay que empezar por casa.

No siempre los recoletos habremos sido para ti un modelo de vida. ¿Qué echas de menos en nuestra vida como testimonio para ti y para todos?

Cercanía bidireccional: cuando se habla con un fraile inevitablemente surge una relación asimétrica religioso-laico, escucha-habla, asesoría-demanda, recepción-donación, pero falta algo así como una espiritualidad compartida. Buscamos asesoría pero también empatía, que se nos escuche desde nuestra realidad y así ser formados significativamente como laicos.

La flexibilidad: he notado una fuerte resistencia al cambio, aunque sé que se está en proceso, eso requiere mucha formación, atención y escucha. No se puede romper con limitaciones y jerarquías preestablecidas y modos de relacionarse estructurados de la noche a la mañana. Pero para mí todo ser humano, sin atender a la edad, formación o experiencias, puede cambiar: sólo hay que hacer ver que ese cambio merece la pena, que la lucha merece la pena…

Conclusiones

Háblanos de tus proyectos de futuro. ¿Hacia dónde crees que debe dirigirse tu vida ahora que has dejado la Ciudad de los Niños?

Después de todo lo expuesto, creo que un contacto tan intenso y directo con poblaciones tan desfavorecidas como los menores de edad de países tan empobrecidos de Latinoamérica, me lleva a continuar mi labor en la misma línea.

El compartir y convivir en Ciudad de los Niños con Reismária, una joven voluntaria brasileña de 27 años, durante todo un año, me permitió conocer otras acciones de menor envergadura pero de gran demanda entre las jóvenes víctimas de explotación sexual en Fortaleza, donde esta gran mujer colaboró durante años con las misioneras de la Congregación de María Madre de la Visitación, en el centro “Associação Renascer da Esperança” (ARES) de la Barra do Ceará en Fortaleza.

Hoy mi lucha será aportar algo a esta gran labor de carisma católico. Únicamente ofrezco mi experiencia, formación y deseos de hacer, como principal valor aprendido en Ciudad de los Niños. Creo que puedo llevar esperanza, deseos de cambio y testimonio de vida católico allá donde me posicione, siempre y cuando me permitan dar y recibir.

Ahora sé quien soy y, tras muchos años de silencio y ceguera, hoy he abierto mi corazón a Dios, lo he escuchado latir dentro de mí cada día y en cada lucha, tengo fe en el nuevo caminar que me ilumina hacia otra nueva aventura en tierras americanas. Deseo hacer más y mejor allá donde más lo necesiten y por el momento creo que mi lugar está en Brasil.

Son muchas las ideas que corren por mi mente, sin embargo la principal es aunar esfuerzos y darle un funcionamiento más lógico, ordenado y estructurado a las distintas actuaciones que llevan a cabo comunidades dispersas. Así como incrementar el impacto social sobre esta población de niñas tan agredidas por la sociedad y familias. Enseñarles que por el simple hecho de ser hijas de Dios tienen derecho a vivir, a estudiar, a recibir atención y amor.

Ya has escuchado muchos sermones y homilías a los recoletos. Déjanos ahora tú una palabra a nosotros, los religiosos.

Creo que el sermón lo he dado durante toda la entrevista, sin embargo concluiría:

Vivid plenamente y buscad la felicidad en este estilo de vida que habéis elegido. Sois comunidad, pero no debéis olvidar que como seres humanos es necesario garantizar vuestro bienestar emocional y social sin extrapolar de ello una vivencia egoísta. Trabajamos hacia el mismo objetivo, garantizar la mejor existencia a todos los seres humanos, descubrirles una realidad diferente donde el ser, amar y soñar con un mundo mejor tienen sentido… Pero no se puede cambiar una realidad externa si entra en conflicto con fuertes heridas internas no sanadas.

¿Algo más que desees comentar?

Mi intención durante toda la entrevista no ha sido criticar, sino compartir una percepción, un sentir. Debo mucho a los agustinos recoletos con los que viví cuatro años, y con todos aquellos con los que he compartido de un modo u otro. Aprendí y construí fuertes vínculos, fueron padres, asesores y amigos abriéndome su corazón y por todo ello me siento con la confianza para expresar mi sentir, de ayudar, de poner mi granito de arena para que esas personas tan especiales sean un poquito más felices en su duro pero lindo caminar por esta vida. A lo que va acompañado un “Gracias” por escucharme.

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