Un agustino recoleto ha tenido ocasión de hacer el mismo recorrido de la brillante estrella que vio san Nicolás, aunque en sentido inverso. Describe, en este reportaje, las huellas del Santo que ha encontrado en Tolentino, San Ginesio y Sant’Angelo in Pontano.
Introducción
Una noche, tras larga oración, san Nicolás de Tolentino vio, en el cielo, una estrella muy brillante. Estaba justo sobre Sant’Angelo in Pontano, su pueblo natal. Absorto por el fenómeno, vio cómo la estrella descendía hacia el pueblo, al tiempo que aumentaba su fulgor. Luego volvió a levantarse y empezó a desplazarse hasta detenerse sobre Tolentino, sobre el oratorio del convento. Así, varias noches, Nicolás siguió al ritmo de su corazón emocionado el curso de la estrella, idéntico siempre.
El Santo estaba perplejo: intuía que había de ser un signo importante, pero no sabía interpretarlo. Al fin se decidió a consultar a un religioso venerable. La respuesta de éste lo dejó atónito: —“La estrella es símbolo de tu santidad. En el sitio donde se detiene se abrirá pronto una tumba; una tumba que será bendecida en todo el mundo como manantial de prodigios, gracias y favores celestiales”.
Efectivamente, la estrella representa desde entonces a san Nicolás y su vida, desde la cuna a la tumba, de Sant’Angelo a Tolentino.
El agustino recoleto Pablo Panedas ha tenido ocasión de hacer el mismo recorrido, aunque en sentido inverso. Describe, en este reportaje, las huellas del Santo que ha encontrado en Tolentino, San Ginesio y Sant’Angelo in Pontano.
Va a hacer casi un año de aquel viaje. Era el sábado 8 de febrero de 2004. Yo llevaba en Tolentino toda la semana y estaba para regresar a Roma. Sí que me hacía ilusión visitar otros lugares relacionados con san Nicolás. Había preguntado, incluso, cómo ir; pero no era fácil, y me había resignado. Así que la excursión que me organizan me coge por sorpresa.
Después del almuerzo, a las 2,45 p. m., salimos en coche del convento de San Nicolás. A mí me asignan, sin admitir discusión, el puesto preferente, de copiloto. Conduce el padre Franco Monteverde, que, por un día, cambia la dirección de las Obras Completas de san Agustín, por la del vehículo. Como cicerone viene el padre Angelo Alessandri, viceprior y encargado de la tienda de recuerdos, además de hortelano a ratos sueltos y hebdomadario permanente. Completa la expedición el prior, padre Alipio Vincenti. Al contrario que los otros dos, el padre Alipio no es de la zona y apenas conoce los conventos de las Marcas. Para él, como para mí, esta excursión tiene un atractivo singular.
La ruta
El puente del diablo
Tolentino es una ciudad de casi 20.000 habitantes, que se levanta sobre una altura, en las márgenes del río Chienti. En su planta, el convento de San Nicolás está situado en la parte sur, cerca de la muralla. Como nuestra ruta iba en dirección sureste, nos interesaba coger la salida más inmediata, la llamada “Puerta del Puente”: una de las ocho que, hasta hace poco más de un siglo, permitían salir de esta ciudad totalmente rodeada por murallas medievales.
El puente al que alude el nombre de la puerta discurre sobre el río Chienti, y tiene un nombre más bien inquietante: el Puente del Diablo. Puentes como éste y con su misma leyenda, hay muchos en Europa. Pero éste se construyó en tiempos de san Nicolás, y se le ha relacionado con él.
Cuenta la leyenda que el maestro Bentivegna, que lo construiría en 1268, no lo veía nada claro, hasta el punto de que tuvo que recurrir a un pacto con el diablo. Éste pidió quedarse con el alma del primer ser vivo que atravesara el puente. Y, con esta condición, el puente surgió de la noche a la mañana. Pero Bentivegna, angustiado, recurrió a fray Nicolás, y éste se presentó, al punto de la mañana, con un perrillo al que hizo recorrer el puente, el primero, para desesperación del diablo, que esperaba escondido.
Camino de San Ginesio
Después de bajar la pendiente de la Puerta del Puente y una vez pasado el Chienti, enfilamos en dirección sur, camino de San Ginesio. Hasta llegar allí, son 18 km. atravesando colinas que son casi montañas. La carretera es a veces enrevesada, nunca recta. Campos de cultivo y casas desparramadas por las pendientes y en los valles. Las panorámicas que se suceden son inmensas; lástima que las dificulte un poco de neblina que por aquí es frecuente.
Este recorrido, en dirección a San Ginesio y Sant’Angelo in Pontano, el pueblo nativo del Santo, Nicolás lo hubo de hacer muchas veces. Aunque él lo haría por el fondo de los valles, quizá menos espectacular, pero más ameno y, sin duda alguna, más fácil y corto.
Sant’Angelo in Pontano
Del lugar donde Nicolás nació para la religión hasta el sitio donde nació para la vida hay poca distancia. Hay que atravesar el valle del río Fiastra y la carretera que, siguiendo su curso, conduce a la capital, Macerata. Y, a partir de la zona industrial de Sant’Angelo, se comienza a subir de nuevo. Seguimos todavía en zona de colinas altas, aunque ya algo menos: Sant’Angelo está a 480 metros de altura; San Ginesio, a 200 más.
El pueblo ha tenido siempre por patrono al arcángel San Miguel; de ahí su nombre. Desde mediados del siglo XV, se llama Sant’Angelo in Pontano; en tiempos de san Nicolás, era Castel Sant’Angelo. Y eso es lo que era y ha sido durante siglos: un castillo, una fortaleza militar en zona de frontera. Hoy está en el mismo límite de la provincia italiana de Macerata, y en tiempos pasados marcaba la frontera de uno u otro territorio.
Actualmente es un pueblo de 1.500 habitantes, que no ha dejado de tener un cierto aire guerrero. Al que sube desde San Ginesio se lo sugiere su ubicación en la cima del monte y la fortaleza de San Felipe, que se descuelga por la ladera sur. Debajo de San Felipe, en la vaguada, se encuentra la zona conocida como Le Fontanelle o Las Fuentecillas de San Nicolás. Allí -según cuentan- solía retirarse el Santo de niño para darse a la oración. Un día de verano, el calor se le hizo insoportable y, al lamentarse, brotó la fuente. A su agua se le ha atribuido tradicionalmente virtudes curativas para el ganado. El manantial, que da origen a un arroyo conocido con el mismo nombre de Las Fuentecillas, está ahora protegido por un templete.
Iglesia parroquial
En Sant’Angelo estamos citados con el párroco, al que encontramos junto a la iglesia parroquial. Se encuentra ésta fuera del laberinto de calles, en una plaza ancha, al final del pueblo, al otro lado del cerro.
Por fuera no impresiona demasiado, debido en parte a que mira hacia el vacío y uno se le acerca por la parte trasera. Lo primero que nos comenta el párroco, además, es que la afectó bastante el terremoto de 1997. Aún quedan cosas por restaurar. Bien a las claras lo muestra la capilla junto al brazo derecho del crucero, en la que claramente se ven algunas fisuras.
El templo es del siglo XII, con un campanario del XIII, todo de ladrillo. Tiene tres naves que mezclan románico y gótico en un conjunto airoso y armónico. Y, debajo, la cripta, con la misma planta que la iglesia. El párroco nos explica, entusiasmado, cómo estaba abandonada, la han recuperado y ahora se ha convertido en un importante centro belenístico para toda Italia.
En una de las columnas de la nave destacan dos lápidas. Una está en italiano, y recuerda la visita que los restos del Santo hicieron a su pueblo natal en 1945, para recibir el homenaje de sus paisanos por haber superado incólumes la Segunda Guerra Mundial. Encima de ésta hay otra más antigua, escrita en latín, que proclama la toma de hábito en este lugar de “San Nicolás, llamado ‘de Tolentino’”. La reclamación en clave de ironía distrae al espectador del error que supone situar aquí la toma de hábito del Santo. San Nicolás tomó el hábito, muy probablemente, en San Ginesio. Y, caso de haberlo tomado en Sant’Angelo, habría sido en el convento agustino, no aquí.
La relación de este lugar con “San Nicolás de Sant’Angelo” -así se le nombra en las estampas que nos reparten- es muy distinta y no menos importante. Aquí fue bautizado Nicolás, probablemente. Y aquí recibió su primera instrucción.
Porque esta iglesia parroquial, dedicada a San Salvador, no es otra cosa que la antigua colegiata de los canónigos regulares, que administraban pastoralmente el pueblo. Hace 700 años, la única enseñanza infantil existente era la de las escuelas parroquiales. Y, en tiempos de san Nicolás, aquí funcionaba una regentada por un canónigo, un tan don Ángel recordado tanto en el proceso del Santo como en las pinturas del Cappellone. Nicolás fue aquí alumno modelo, y aquí manifestó por primera vez su decisión de ser fraile agustino, para gusto y orgullo de don Ángel. Más aún, según algunos testimonios, habría llegado incluso a vivir con los canónigos, como alumno interno en su escuela monástica.
La visita a San Salvador reaviva en mí una duda, que consulto a mis acompañantes: ¿no hay rivalidad entre Sant’Angelo y Tolentino? Ciertamente, me reconocen, nuestro Santo es aquí “san Nicolás de Sant’Angelo, más conocido como “de Tolentino”; pero no hay competencia entre ambas poblaciones, hermanadas más bien en él. De hecho, Sant’Angelo organiza anualmente su peregrinación a Tolentino. Y, cada 10 años, los restos de san Nicolás visitan a sus paisanos. Y, en fin -me aseguran los agustinos-, ordinariamente todos los domingos aparece por la basílica gente de Sant’Angelo y su entorno.
Recuerdos familiares
Tras visitar detenidamente la parroquia de Sant’Angelo in Pontano, nos faltaba ir el convento agustino, para lo cual hay que atravesar el pueblo y el cerro… y, lo primero, la plaza. Cuando lo hacemos, se nos ocurre que bien pudo ser aquí donde aquel fraile agustino predicó el sermón popular que conmocionó al Nicolás niño y le llevó a meterse fraile.
El párroco se nos ofrece como guía, y menos mal, porque no resulta fácil orientarse por el entresijo de calles y callejas propio de un pueblo medieval. Una de esas calles nos llama la atención: “Via dei Guarutti”. ‘Guarutti’ o ‘Guarinta’ era el apellido paterno del Santo. Así se llamaba su abuelo y así se habría llamado él, de no haber atribuido su nacimiento a san Nicolás de Bari y habérsele dado, en consecuencia, el nombre del Obispo de Mira. Posiblemente esta calle tenga que ver con nuestro Santo. Lo confirmamos al ver que desemboca en una plazoleta en cuyo centro se levanta una estatua de bronce.
Como no podía ser menos, es una estatua de san Nicolás de Tolentino. Puede sonar raro, pero es uno de los pocos motivos alusivos al Santo que vemos en su pueblo. La estatua es de bronce, y representa a nuestro taumaturgo de pie, con la cara alzada al cielo y el sol sobre el pecho; con la mano derecha sostiene una ancha cruz y el lirio que simboliza su pureza, y con la izquierda muestra, abierto, el libro de la Regla de san Agustín.
La base de piedra sobre la que se asienta, explica las circunstancias en que se erigió el monumento. Fue en 1955, al cumplirse los 650 años de la muerte del Santo. Se la encargó el ayuntamiento del pueblo al escultor Gustavo Latini, y fue instalada en este lugar por su proximidad a los supuestos restos de la casa familiar de los Guarinta.
Por estas callejuelas empinadas, entre casas de piedra como éstas, en la terraza natural que es este pueblo de Sant’Angelo in Pontano, discurrió la infancia de san Nicolás. Una infancia que los testigos del Proceso -siguiendo estereotipos hagiográficos- pintan con colores demasiado serios: la de un niño responsable, piadoso, limosnero, nada amigo de juegos ni diversiones etc.
El convento de San Nicolás
La plazoleta de la estatua de nuestro Santo se asoma a la ladera oriental del cerro. Desde allí se divisa, en el extremo sur, el convento y la iglesia de los agustinos, y hacia allá vamos. El complejo de ladrillo que allí encontramos, a pesar de su corte neoclásico y las sucesivas ampliaciones, se remonta hasta el siglo XIII y es anterior al propio san Nicolás. En origen, perteneció a la Congregación de Bréttino, un movimiento eremítico nacido a principios del siglo XIII en esta misma región de las Marcas, en la vecina provincia de Pésaro-Urbino. Es uno de los grupos que, en 1256, se fundieron para dar origen a la Orden de San Agustín.
No conocemos cuándo oyó san Nicolás el sermón de la plaza, ni cuándo ingresó con los agustinos. Posiblemente, estuvo viviendo en este convento un mínimo de tres años, en calidad de “oblato” o aspirante. Podría haber sido a partir de 1259, cuando el convento llevaba como agustino sólo 3 años, y los 8 ó 10 religiosos que allí hubiera llevaban muchos años viviendo como ermitaños de Bréttino. El caso es que aquí -entre los 14 y los 17 años- mamó san Nicolás la espiritualidad que luego viviría en plenitud.
La impresión que el visitante recibe cuando llega a este conjunto venerable no puede ser más desalentadora. Hasta hace pocos años, aquí había una comunidad agustiniana; incluso fue, en algún momento, casa de formación. Los padres Angelo y Franco, que nos guían, han residido en este convento de San Nicolás. Pero ahora el convento ha sido vendido y se están estrenando los apartamentos en que se ha reconvertido.
La iglesia sigue perteneciendo a la Provincia italiana de los agustinos. Es amplia y está bien conservada. A pesar de su apariencia barroca, no deja de ser una construcción que se remonta al siglo XIII, como hace notar la información turística que se nos ofrece. Información que menciona también un ciclo de frescos de Domenico Malpiedi, que es un pintor notable del siglo XVII; y, junto con ello, otras obras de mérito de los siglos XVII-XIX.
Todo, en esta iglesia, recuerda a san Nicolás, que aquí pudo tomar el hábito o, cuando menos, durante años forjó su alma en la oración de cada día. Pero es un recuerdo congelado, que produce desazón y melancolía. Las obras de arte ahí siguen: el Santo permanece al pie del presbiterio dando su última y definitiva lección: “Yo he guardado los preceptos de mi padre Agustín y por eso permanezco en su amor”; y, en la bóveda, sigue siendo llevado por los ángeles a recibir el premio de sus trabajos… Pero está solo, no tiene quien tome la lección de su ejemplo y lo continúe. En su casa de toda la vida, a san Nicolás le hemos dejado con la palabra en la boca.
Mis acompañantes me hacen notar, en una de las ventanas sobre la cornisa, la presencia pintada de un novicio que discretamente invita al silencio. Lo que en sí es un inocente recurso humorístico que busca inculcar la piedad, se convierte aquí en algo grotesco, en una broma de mal gusto. Yo, personalmente, dejo Sant’Angelo in Pontano con mal sabor de boca.
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