El pasado 30 de noviembre de 2004 se clausuraba en Madrid la fase diocesana del proceso de canonización de monseñor Ignacio Martínez Madrid, prelado de la misión de Lábrea, en Brasil. Es un personaje que merece ser conocido, y a ello nos ayudan las páginas siguientes, compuestas por Miguel Ángel Peralta, misionero agustino recoleto en Lábrea. Las ilustramos con fotos de archivo inéditas, en su mayoría.

Prolegómenos

Llegada de los Recoletos a Brasil

La revolución filipina de 1898 fue la causa de la venida de los agustinos recoletos a Brasil. Gran parte de los 330 religiosos que estaban en Filipinas tuvieron que buscar nuevas tierras en donde poder trabajar en paz. La venida fue combinada entre el obispo de Goiás (Brasil), que fue a Roma buscando sacerdotes para su inmensa diócesis, y el padre Enrique Pérez, que trataba de colocar el personal excedente de Filipinas.

El padre Mariano Bernad salió de Marcilla en enero de 1899 con un grupo de trece religiosos dispuestos a todo. Entre ellos viajaba el padre Marcelo Calvo, años más tarde nombrado primer administrador apostólico de la prelatura de Lábrea. Embarcaron en el puerto de Barcelona el 29 de enero de 1899. El 19 de febrero del mismo año llegaban al puerto de Santos (Brasil).

El seminario de Uberaba, estado de Minas Gerais, fue su primer ministerio. Siguieron trece parroquias-misiones, atendidas durante quince años. En ellas, veteranos misioneros, curtidos en Filipinas, continuaron prestando sus servicios. La labor realizada en Minas Gerais desvaneció los recelos de curas y obispos, los prejuicios y calumnias que por doquier perseguía a los religiosos expulsados de Filipinas. La orden se extendió por los estados de São Paulo, Río de Janeiro y Espíritu Santo.

Nacimiento de la prelatura de Lábrea

La capital del estado de Amazonas, Manaus, había sido testigo del trabajo activo de los agustinos. Entre otras causas, la creación del vicariato apostólico de Iquitos (Perú) obligó a los agustinos a dejar Manaus. En 1924, la Iglesia ofreció a los agustinos recoletos la prelatura de Santa Rita en el estado de Mato Grosso. Se aceptó y se propuso como administrador apostólico al padre Marcelo Calvo, que había trabajado durante veinticinco años en Brasil. Un año más tarde, la publicación de la bula Imperscrutabili Dei consilio (1 de mayo de 1925) creó la prelatura de Lábrea, desmembrándola de la extensísima diócesis de Manaus. En sustitución de la prelatura de Santa Rita, fue encomendada a la provincia de Santo Tomás de Villanueva. El documento de la Sagrada Congregación decía:

«La nueva circunscripción comprende la parroquia de Lábrea, Canutama y Floriano Peixoto y una población de 40.000 almas sin contar a los indios. La parroquia da suficiente para sustentar al párroco y dará para el mantenimiento del prelado y de su clero. La ciudad de Lábrea posee una bella iglesia; es atendida por vapores de una Compañía Inglesa de Navegación fluvial, hay una estación radiotelegráfica y dista unos siete días de viaje a vapor».

Los primeros recoletos en Lábrea

Fray Marcelo Calvo pidió voluntarios para la nueva prelatura de Lábrea. Se ofreció fray Ignacio Martínez. Ambos, solos, comenzarían la nueva misión. Pidieron en Manaus audiencia al gobernador, el doctor Ifigenio Sales. Les recibió con suma delicadeza. Tan entusiastas se mostraron los dos frailes y con tanto ardor expusieron sus proyectos, que el gobernador, confiado y cautivado, ofreció a fray Marcelo el cargo de alcalde de Lábrea, queriendo de esta forma unificar el poder religioso y civil. Fray Marcelo no aceptó el ofrecimiento, alegando la prohibición del derecho canónico y el desconocimiento del estado económico y social del municipio, pero al mismo tiempo exigió del gobernador apoyo moral y ayuda material para realizar los planes de evangelización que ya llevaban elaborados.

Fray Marcelo Calvo como administrador apostólico y fray Ignacio Martínez como secretario, llegaron a Lábrea. Tomaron posesión de la Prelatura el 17 de octubre de 1926 de manos de don José Tito, sacerdote italiano, último párroco no recoleto de Lábrea. Las autoridades locales y el pueblo los recibieron con alborozo.

La alegría y el entusiasmo pasaron pronto. Los informes recibidos sobre la parroquia no fueron satisfactorios. Pocos meses después de tomar posesión de Lábrea, Alvaro Comlec publicaba en el Boletín de Santo Tomás:

«Los habitantes de la ciudad, exceptuando los funcionarios públicos, viven en la mayor miseria. No hay industria ni comercio, ni agricultura, y son contados los que se dedican a la pesca. Con razón es conocido Lábrea como lugar de hambre.

Pasada la época de la prosperidad, Lábrea, como todo el río Purús y el Acre, están despoblándose y en decadencia plena. Las rentas del municipio, que llegaron a la respetable suma de 700.000 pesetas anuales, han sido disipadas en política de campanario, en viajes, en prodigalidades y en prostíbulos. Estas rentas se evaporaron sin justificación honesta.

Llegó Lábrea a tener una buena iluminación eléctrica, quedando en el abandono y cubierta de bosque la caldera de vapor y más accesorios.

Lábrea es un mísero villorrio con casas en ruina, foco de fiebres mortíferas, careciendo hasta de géneros de primera necesidad. La vida espiritual de la prelatura corre pareja con la material, a pesar de haber tenido párroco desde la creación de la parroquia y del celo desplegado por el mismo. ¿Qué puede hacer un solo padre en una extensión de terreno tan enorme?

Esta es la viña, llena de malezas y espinas, donde han comenzado a ejercer su difícil misión los padres agustinos recoletos. Tierra estéril e inculta que se extiende más de 1.600 millas sólo en el Purús, sin contar los otros muchos afluentes. Para recorrer el trecho del Purús se emplean más de cuatro meses, y todos los sacramentos hay que administrarlos a domicilio. El mayor núcleo de población es Lábrea, donde no llegan a 400 habitantes».

Meses más tarde llegaron el padre Bienvenido Beamonte y el hermano Juan Altarejos. El padre Bienvenido escribió una carta al provincial informándole de la situación:

«Cuando llegaron los dos primeros padres, monseñor Marcelo y fray Ignacio Martínez, encontraron la ciudad en un estado deplorable en todos los sentidos, y principalmente en el religioso y moral. Lo único que aquí hacían, y aún hacen, para decir que son cristianos, es bautizar a los hijos, pues generalmente temen que los niños mueran sin bautismo, o paganos, como ellos dicen […].

Desconocen hasta lo más rudimentario en materia de religión; fe y piedad [éstas] gráficamente expresadas en una frase que frecuentemente pronuncian: “a la iglesia sólo para bautizar a los hijos”. Y según este pensar obran. De ahí esta relajación religiosa: no se asiste a la Santa Misa; no se confiesa ni se comulga en la Pascua, y, ¡ay de quien se atreva a hacerlo!, sobre todo si es hombre, porque puede prepararse para recibir una rechifla tan cargada de ironías y hasta sarcasmos, que si no está fortificado con la fe y las virtudes, y sobre todo con la gracia de nuestro Señor, lo menos se arrepentirá de haber realizado tal acto.

[…] La educación religiosa de los hijos es nula. Los padres no se preocupan del bien espiritual de sus hijos: si éstos quieren ir al catecismo, van; si, por cualquier motivo, no quieren ir, todo está bien: los padres no se incomodan.

[…] Son la indiferencia e ignorancia religiosa los grandes males de esta pobre gente. Los mandamientos de la Ley de Dios y los de la Iglesia parece que no se dieron para esta ciudad, pues vive, como no se debe vivir, sino como se quiere».

La selva, el ambiente humano de miseria, el aislamiento y la incomunicación oprimían la Amazonia, que atravesaba su más terrible crisis a causa de la desvalorización del caucho. Había que comenzar de cero, sin recursos, ni humanos ni económicos. A fray Marcelo Calvo se le escapaba el coraje de otros años. Asustado ante la dureza de la prelatura y la responsabilidad de una misión difícil, minado por la edad y los trabajos apostólicos realizados en otras regiones y enfermo de malaria, quiso trocar la prelatura de Lábrea por otra más suave, que se iba a crear en la isla de Marajó.

Conocidos estos propósitos por Ignacio Martínez, que se encontraba solo, le escribe una simpática carta, en la que afirma estar convertido en un perfecto labrense; ha formado un coro, y «Lábrea parece un convento de frailes y frailas agustinas… roncas». Valientemente, al mismo tiempo, con recio temple evangélico le responde:

«Me dice Su Excelencia que intenta proponer a nuestros superiores el cambio de esta prelatura por otra que ha de crearse en Pará. ¿Por qué dejar Lábrea? ¿Porque no podemos con ella? Aún no lo sabemos, y es lo que falta que probar. Cuando “sepamos ciertamente” que no podemos, retirémonos. Ni Dios ni nadie nos pide milagros. Entre tanto, creo yo que debemos ir adelante. Más, soy de la opinión, y estoy muy esperanzado en que podremos ir adelante y cada vez mejor: 1º, porque Dios no nos enviaría aquí si estuviese sobre nuestras fuerzas; 2º, porque “El está con nosotros” y ha de ayudarnos grandemente; 3º, porque he visto en todos los de la ciudad y barracones la mejor voluntad en ser buenos y en ayudarnos.

Creo, pues, firmemente, “que sí podemos” con Lábrea; aunque sea un hueso, no hemos de cambiarla por el mejor trozo de carne. Todo por Nuestro Señor, y Él sabrá bendecir a nuestra Provincia y pagar sus sacrificios. Me parece que esto es obrar por Dios. Pudiendo con la cruz de Lábrea, trocarla por otra de menos peso es obrar por nuestra pelleja, y es de grandísimos cobardes».

Fray Ignacio en Lábrea

Desobrigas y música

Fray Ignacio Martínez puso manos a la obra. La llegada de fray Bienvenido Beamonte y del hermano Juan Altarejos le permitió comenzar las desobrigas. Mientras los recién llegados se quedaban atendiendo Lábrea, fray Ignacio partía en desobriga el día 2 de abril hacia Acre. Volvió el 2 de agosto después de haber visitado 70 caucherías, celebrado 838 bautismos y 269 matrimonios y haber predicado 141 sermones. Era la primera desobriga de un recoleto en Lábrea.

Según iba pasando el tiempo, sentían el aislamiento respecto de la Provincia. Al director del Boletín de la Provincia, que les estimulaba a colaborar, a enviar sus experiencias, a escribir sobre sus actividades, le responden que

«puede contar desde ahora con nuestras cartas, humildes, sencillas, familiares.[…] ¡Y que el Boletín y Revista vengan siempre a Lábrea! Hasta la fecha no hemos recibido ni un número del Boletín; y de Santa Rita sólo cinco o seis números. No se olviden de nosotros, que sí estamos en el purgatorio, pero somos tan hijos de Dios y tan agustinos recoletos como el primero, y queremos de verdad todo lo nuestro».

El trabajo de los misioneros, la relación con la gente, el paso del tiempo, fueron suavizando poco a poco el sentir de los padres sobre Lábrea. El padre Bienvenido Beamonte escribe:

«Aquí en Lábrea todo es extraordinario; hoy causa admiración ver cómo la gente no es la de antaño: gente acostumbrada a conocer la iglesia por fuera, sin incomodarse de observar lo que había dentro. […] Desde nuestra llegada a Lábrea se procuró dotar a la iglesia de un buen coro de cantores. […] Son dos los coros que hoy cantan en la iglesia: uno de niñas y muchachas y otro de niños y mozos. […] Las cantoras son diez niñas y una joven. El segundo coro, formado por tres mozos y tres niños, fue inaugurado ahora, en las fiestas de Navidad.

[…] No quiero relegar al olvido otra obra de los misioneros: la restauración o, mejor, la fundación de una banda de música. […] Cuando había abundancia y hasta opulencia en muchas cosas existió una banda, que, según rezan las tradiciones del pueblo, debió [de] ser muy buena; ahora apenas quedan las reliquias: algunos instrumentos viejos y maltratados, de los cuales algunos hemos aprovechado para la actual».

La banda era conocida con el nombre de «Archifilarmónica Labrense». Dirigida por fray Bienvenido, fue el mejor medio para desarrollar su apostolado entre los hombres. Acompañaba cantos en la iglesia, tocaba en las procesiones, daba conciertos en la plaza. El coro cantaba a voces acompañado por la banda. Nunca tocaba al amanecer porque los músicos debían comulgar, «y no parecía bien ni lícito tocar antes de la comunión».

Canutama, termitas y masones

Canutama era la otra parroquia de la Prelatura. Los informes que dejaron los primeros recoletos sobre ella no mejoraron lo que había relatado el ex-padre Villa diez años antes:

«Causa grande tristeza contemplar el abandono material y religioso en que se halla Canutama. Tiene una capilla de tablas comidas por el cupim (termitas), de 15 por 5 metros, cubierta con hojas de zinc, abierta a todos los vientos, siendo, más que casa de oración, corral de las cabras de Canutama. ¡Dios nos perdone! Es patrono de la parroquia san Juan Bautista, que en bonita imagen de un metro y centímetros, se ostenta en el altar. Pero, ¡misericordia, cielos!, el cupim se comió el pie y pierna del santo. ¡Atrevido cupim de Canutama!».

Existía en Canutama una logia de masones, al parecer, inofensiva. Los masones asistían a misa, se casaban por la Iglesia y algunos hasta se confesaban. El jefe de la logia tenía incluso una bonita capilla en su casa. Sin embargo, a los padres no les gustaban los masones, y querían acabar con ellos y con la logia.

«San Agustín», el primer barco

Una de las primeras decisiones de monseñor Marcelo fue comprar una canoa grande con toldo, una barcaza de madera. Era el medio de transporte de los misioneros para visitar las caucherías. Medía unos siete metros. Dos hombres con dos remos muy largos de madera lo conducían vigorosamente por el río. Fue bautizado con el nombre de «San Agustín». Fray Bienvenido, «artista por herencia y caprichoso en carpintería», le adosó una rueda a la popa. Dos hombres en las palancas producían la velocidad de seis en los remos. El «San Agustín», que «aun a remo no se dejó vencer nunca de otras barcazas del Purús, ¡sí, señor!, ahora se las tiene tiesas con los motores de un y medio caballos». Por todas partes era admirado, aplaudido y llamado «chatiña del padre».

Protestantes

Los misioneros protestantes entraron en el Purús casi al mismo tiempo que los católicos. Para los padres era ya un problema incipiente. El paso del tiempo lo aumentó y lo agravó. En la parroquia de Canutama encontraron algunos grupos de protestantes:

«Por los últimos pueblecitos de esta parroquia en el Bajo Purús hallé unas cuantas familias pervertidas al protestantismo. Llámanse crêntes, y estaban aferrados a sus erróneas creencias. ¡Pobrecitos! Traté de abrirles los ojos a la verdad, hablé con todos ellos, también con los pastores, que son de buen corazón, pero ignorantes, incautos y engañados por un mentiroso enviado de Manaus. Vale que llegamos a tiempo, y enérgicamente desenmascaramos el protestantismo y recogimos buena porción de biblias y libros protestantes, y se convirtieron quince protestantes.

[…] La falta de sacerdotes da lugar a todo, a todo lo malo, a todo lo perverso; y donde Dios no está, allí ha de meter su pata el diablo. ¡Ah, sacerdotes, sacerdotes! ¿Cuándo vendrán más padres a nuestra prelacía?».

Enfermedades, pastoral y política

Gran parte del tiempo de los misioneros estaba dedicado a las desobrigas. Embarcaban en un pequeño barco o canoa en compañía de un nativo conocedor del río y durante meses pasaban de cauchería en cauchería, administrando sacramentos, casando y confirmando. Casi siempre acababan víctimas de las fiebres, palúdica, amarilla o tifoidea. A veces tenían que permanecer en alguna cauchería hasta su recuperación. Varios padres estuvieron al borde de la muerte y recibieron los últimos sacramentos. Ríos nunca visitados y caucherías que nunca habían visto a un padre fueron recorridos por los misioneros. Las largas y sacrificadas desobrigas por los ríos, además de bienes espirituales, acarreaban enfermedades y un debilitamiento general, que requería prolongados procesos de recuperación.

Monseñor Marcelo, entrado en años y enfermo, presentó la dimisión como administrador apostólico de la Prelatura. Fray Ignacio Martínez fue nombrado su sucesor. Tenía 28 años. En aquel momento, 1930, se encontraba haciendo desobriga por los ríos Pauiní, Moaco, Acre y Alto Purús. Unas fiebres intensas casi le llevan a la muerte. Se vio obligado a ir a Río Branco para hacer tratamiento médico y permanecer en recuperación. Sólo cuatro meses después tuvo conocimiento de su nombramiento. Fue una desobriga de nueve meses. Más tarde estuvo internado tres meses en el Hospital de la Beneficencia Portuguesa de Manaus, donde recibió la unción de los enfermos. Después de poca mejoría, pasó un mes en un hospital de Belem do Pará y un año en Río de Janeiro, recuperándose de la enfermedad y tratando asuntos de la Prelatura. Ese mismo año los tres religiosos que permanecían en la misión cayeron enfermos.

La actividad pastoral de los padres se reducía a la simple sacramentalización: bautizar, confesar, celebrar misa, casar, atender a los enfermos. También dedicaron tiempo y energías a la animación de asociaciones religiosas: Apostolado de la Oración, Misioneras de Jesús Crucificado, Hijas de María, Doctrina Cristiana, Mozos Católicos, así como a la enseñanza. Dando clases de día y de noche, «educaban a niños y adolescentes la inteligencia y el corazón». En 1936 abrieron una escuela parroquial con 90 alumnos y un solo padre, que atendía también al servicio parroquial.

Los padres contaban con el apoyo total del alcalde de Lábrea, que había sido elegido con ayuda de la Liga Electoral Católica, presidida por el prelado y los religiosos. Los recoletos estaban contribuyendo a la renovación de Lábrea, antiguo centro de riqueza y progreso y ahora lugar decadente, efecto de la política económica y sectaria. Aunque los religiosos prestaban sus servicios con no pocas privaciones y sacrificios, la gente politiquera no reconocía su buena voluntad.

Comedias y construcciones

Los misioneros organizaban comedias «morales-recreativas-musicales» o «comedias parroquiales». Eran representadas por el personal de la parroquia: Juventud Católica, Hijas de María y Niños del Catecismo. Sus temas eran siempre de carácter religioso y moral con el fin de corregir vicios e imbuir el cumplimiento del deber. Los religiosos pasaban sus ratos libres traduciendo y componiendo piezas adecuadas a las personas y circunstancias. En las recreaciones intercambiaban números escogidos de música, tanto sagrada como profana, y la banda de la Prelatura ejecutaba brillantes composiciones.

Muchas gentes no frecuentaban la iglesia por no poder vestir con decencia. Otros muchos vivían completamente despreocupados en materia de religión. Pero ni unos ni otros se perdían la asistencia a las «ponderadas comedias parroquiales». Se aprovechaba este medio para instruirlos, siendo palpable el fruto cosechado con tales procedimientos.

Las obras y mejoramientos eran preocupaciones continuas: pozo de agua, jardín, plantaciones, cría de animales, aprovechamiento de luz eléctrica. En 1930, la Prelatura adquirió un generador de energía eléctrica. Durante algunos meses fue movido hidráulicamente. La iglesia, la casa del prelado y las calles de la ciudad fueron iluminadas con esa luz eléctrica.

En 1937 la luz eléctrica llegó a las casas de Lábrea. El ayuntamiento compró un grupo eléctrico. Los padres hicieron las instalaciones, se encargaron de la dirección técnica, del montaje de las máquinas y de su vigilancia, fiscalización y buen funcionamiento. La reparación de las averías también caía bajo su responsabilidad.

Idearon y realizaron en los talleres de la Prelatura un faro para el puerto, que consistía en una pirámide truncada. Terminaba en una casita, en la que se encontraba la máquina que accionaba el farol. El reflector era un farol de automóvil giratorio, movido por un aparato de relojería al que unos acumuladores suministraban fluido eléctrico.

En la Amazonia, en la que abunda la madera y escasea la piedra, las casas eran todas de madera y tablas. Pero esas construcciones duraban poco. Por eso, los padres trajeron a un señor práctico en el arte de hacer ladrillos. El carpintero hizo las formas, los religiosos amasaban el barro con los pies, cortaban la leña para hacer el barro y «no se pueden imaginar las ampollas que se nos hicieron en las manos debido a la aspereza del hacha». En tres meses fabricaron 10.000 ladrillos.

La precariedad en las comunicaciones entre la prelatura y el exterior se rompió cuando comenzó a «acuatizar», una vez por semana, en el puerto de Lábrea, la línea aérea de la compañía Cóndor. Después de abastecerse de combustible, retomaba el vuelo hacia el territorio de Acre. No se podía decir lo mismo de las comunicaciones con la Provincia religiosa: nueve años tardó en visitar Lábrea un delegado provincial, y catorce un provincial, el padre Santiago Dolado, lo cual fue resaltado como un gran acontecimiento.

La casa de Manaos y visita del delegado provincial

Ya desde 1932, la Prelatura disponía de una casa en Manaus para reposo y recuperación de los misioneros enfermos, y punto de apoyo para los asuntos de la Prelatura. Fue comprada por fray Ignacio Martínez. En un principio estaba situada en la calle 24 de Mayo, con el flanco izquierdo sobre la avenida Eduardo Ribeiro.

El padre Florentino García visitó la misión en calidad de delegado provincial en 1935. La provincia pensó que en Manaus habría campo de acción para los recoletos, ya que en aquel tiempo sólo contaba con dos pequeñas comunidades de capuchinos, dos sacerdotes diocesanos y salesianos dedicados al colegio. Pero no pensaba lo mismo el obispo de la ciudad, don Basilio Pereira, que ofreció otras prelaturas del interior en vez de la deseada parroquia de Manaus. El padre Florentino García escribía sobre este encuentro con el obispo de Manaus: «Yo nada dije sobre este particular, pero dije para mis botones: basta de prelaturas; ya tenemos dos que mal nos llegan o mal servimos por falta de personal: Lábrea y Marajó, sobre todo Lábrea».

Así era. Los tres o cuatro padres que atendían la Prelatura vivían en Lábrea. Cuando uno de ellos no estaba de desobriga, estaba enfermo o en recuperación. Canutama había tenido varios párrocos no recoletos; ahora estaba desatendida. Cuando fray Florentino pasó por Canutama hacia Lábrea tuvo la impresión de encontrarse en un lugar bastante atrasado moral y materialmente, influenciado por la masonería. La masonería constituía un problema serio, porque estaba muy generalizada y los hombres no se sentían hombres hasta que no eran masones, haciendo gala y vana ostentación de serlo, después de juramentados. Además, en frente de la iglesia vivía amancebado el padre Villa, el mismo que durante tanto tiempo había sido su párroco. Los masones pidieron a fray Florentino la desmembración de la parroquia de Canutama de la prelatura de Lábrea, alegando el abandono casi total en que la habían dejado el Prelado y los padres. La respuesta del delegado provincial fue contundente: que fueran más atentos con el Prelado y los padres, que hicieran salir de Canutama al ex-párroco amancebado, que construyesen una nueva iglesia y que, en cuanto fuese posible, proporcionasen una casa parroquial. Sólo con esas condiciones sería un hecho la residencia efectiva de los padres, «que buena falta les hacía».

Vistas las principales dificultades de la misión, el delegado provincial informó sobre la conveniencia de permanecer en Lábrea solamente por tres años: «Tratándose de un servicio incómodo en puesto de sacrificio, sería bueno, por lo animador, garantizar a los religiosos a él destinados, salvo caso de enfermedad o gusto que le hayan cogido, que sólo van por tres años. Los así destinados irán más satisfechos».

Llegada de las recoletas

Desde 1937 la familia agustino-recoleta se fortaleció con la presencia de tres religiosas. Las hermanas Adelaida, Manuela y Buen Consejo, autorizadas por la Sagrada Congregación de Religiosos, dejaron el sosiego de sus conventos de clausura en España y se dirigieron a Brasil. Durante algo más de un año, todavía en periodo de adaptación, cuidaron hijos de hansenianos en Manaus. Después llegaron a Lábrea, su destino, dedicándose a la catequesis y a la instrucción. Abrieron el colegio de “Nuestra Señora de la Consolación”. Tres años más tarde, enfermas y sin recursos, se vieron forzadas a abandonar la misión.

Entrega hasta el último momento

El Señor sorprendió a monseñor Ignacio Martínez en plena faena. El día 1 de febrero de 1942 embarcó en el motor «San Agustín», perteneciente a la Prelatura, para hacer desobriga en el Bajo Purús. Más allá de Canutama se sintió mal. No pudo hacer la visita pastoral en algunas caucherías. El día 16 de marzo, a las 19 horas, en la cauchería Nueva Fe, expiró dentro del barco, víctima de fiebres malignas. Fue enterrado en el cementerio de San Pedro de Arimá. Siete años más tarde, en 1949, sus restos fueron trasladados hasta Lábrea, en cuya catedral reposan.

Hasta 1942 los religiosos de la primera hora de la misión de Lábrea fueron: Fray Marcelo Calvo, fray Ignacio Martínez, fray Bienvenido Beamonte, hermano Juan Altarejos, fray José Alvarez Macua, fray Francisco Martínez, fray José Puche, hermano José Marquínez, fray Valeriano Fernández, hermano José Clemente, fray Timoteo Mosácula y fray Isidoro Irigoyen.

Excelsa aspiración (duc in altum).

Poema original de Ignacio Martínez, escrito en Lábrea (Amazonas, Brasil) el 12 de noviembre de 1938.

“¡Santo es vivir la vida misionando,
y el Purús navegando,
en procura de almas para Dios!

¡Lindo el vivir que marcha sonriendo,
a todos bendiciendo,
cual bendecía a todos el Señor!

Nada hay mejor que hacerse misionero,
apóstol verdadero,
intrépido soldado de la cruz.

Nunca en nada mejor pudo emplearse
la vida y acabarse,
que luchando y muriendo por Jesús.

¡Amo, Señor, las almas que creasteis,
y a mí las confiasteis,
y la sangre preciosa redimió!

¡Dadme el don de deciros, sonriente:
Ninguna de mi gente,
ni una que vos me disteis, se perdió!

¿Para qué yo querré mi pobre vida,
si ella no es consumida,
como lámpara que arde en vuestro honor?

Formando parte del apostolado,
cerca de vuestro lado,
¿por qué no he de incendiarme en vuestro amor?

Quiero vivir tan sólo para amaros
y para entronizaros
en todas las familias del Purús.

Después, Señor, al declinar mis días,
¡dadme las alegrías
de morir, como vos, clavado en Cruz!

Y al clarear la aurora de aventuras,
de ir a las alturas
del cielo que creasteis para nos,

dadme también allí ser misionero;
tan sólo, mi Dios, quiero
vivir mi cielo… misionando a Vos.

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