San Agustín muere en Hipona –en la Argelia actual- el 28 de agosto del año 430, cuando el ejército vándalo sitiaba la ciudad. Fue enterrado allí, en la misma iglesia donde, durante 35 años, había ejercido el episcopado: la Basílica de la Paz, más tarde llamada catedral de San Esteban. Los vándalos eran cristianos que […]

San Agustín muere en Hipona –en la Argelia actual- el 28 de agosto del año 430, cuando el ejército vándalo sitiaba la ciudad. Fue enterrado allí, en la misma iglesia donde, durante 35 años, había ejercido el episcopado: la Basílica de la Paz, más tarde llamada catedral de San Esteban.

Los vándalos eran cristianos que participaban de la herejía arriana. Nada tiene de extraño que, con el paso del tiempo, los obispos católicos terminaran expulsados. Ocurrió esto en los primeros años del siglo VI: el rey Trasamundo los desterró a Cerdeña. A esta isla del Mediterráneo se encaminaron todos, con san Fulgencio de Ruspe a la cabeza, y consigo se llevaron el tesoro más valioso de la iglesia africana, los restos de Agustín. Los depositaron en la capital, Cagliari, en la iglesia de San Saturnino. Allí permanecerán más de dos siglos y cuarto.

Alrededor del 722 hubo que trasladar de nuevo las venerables reliquias. El motivo fue, esta vez, la amenaza de los musulmanes, que habían invadido la isla. El rey longobardo Luitprando consiguió rescatarlas pagando por ellas “una gran cantidad” -”magno pretio”-, nos dirá el historiador Pablo el Diácono (De gestis longobardorum VI, 48).

Los restos fueron solemnemente transportados hasta la capital de su reino, Pavía, y allí depositados en San Pietro in Ciel d’Oro, una basílica que ya existía y que el piadoso rey amplió y acomodó para albergar los sagrados restos. Los colocó dentro de un cofre de plata, que todavía se conserva hoy; y el cofre lo metió en una caja de madera que, a su vez, guardó en otra de plomo. Y depositó tan gran tesoro en la cripta, dentro de un sencillo monumento de mármol.

Pavía se convirtió así en un importante centro de peregrinación. Durante la Edad Media afluyeron allí peregrinos de todo el norte de Italia y los que, desde Centroeuropa, se dirigían hacia Roma.

Nada tiene de extraño que, cuando en el siglo XIV alboreó en Italia el Renacimiento de las artes y empezaron a erigirse en distintos lugares mausoleos y monumentos, también en Pavía se pensara en honrar la memoria del Santo Doctor. Tanto más cuanto que, en este mismo tiempo, se va desarrollando un proceso de identificación de los agustinos con Agustín que tiene como centro y catalizador el arca de Pavía.

En efecto, la Orden de San Agustín -que, como tal, ha sido fundada desde el exterior, por la Santa Sede, en 1256- va poco a poco adquiriendo conciencia de la relación carismática que debe ligarles con quien escribió la Regla que les da unidad. Ya desde 1303 comienzan a celebrar, con octava, la fiesta de san Agustín. En 1326 solicitan del Papa permiso para fundar en Pavía, junto a la tumba de su Padre; permiso que, al año siguiente, les concede Juan XXII. No sólo eso; en 1331, consiguen desplazar como guardianes del santuario a los Canónigos Regulares, que venían custodiándolo. Y, a continuación, construyen un convento nuevo, con las aportaciones de todos los conventos y provincias de la Orden.

El Capítulo General de 1338 establece la fiesta De la reunión del Cuerpo de San Agustín, esto es el cuerpo místico de la Orden con su persona, la cabeza. En 1345, la fiesta de la traslación de sus reliquias se desdobla: la traslación de Hipona a Cerdeña se celebrará en febrero; y la de Cerdeña a Pavía, el 11 de octubre. En 1348, por primera vez, se celebra Capítulo General en Pavía; convento que, seis años más tarde, se convierte en Estudio General para toda la Orden. En fin, el Capítulo General de 1357 determina que el convento y santuario de Pavía pasen a depender directamente del Gobierno General de la Orden.

En el marco de este proceso, por iniciativa de los agustinos y con el apoyo de las instituciones de la ciudad, se comenzó a labrar en mármol de Carrara un mausoleo de extraordinaria belleza que tardó en terminarse no menos de 20 años, de 1360 a 1380, cuando menos. Nos dicen los documentos que, durante todo este tiempo, los escultores trabajaron en una sala dentro del convento, y aquí vivieron. Pero no nos dan sus nombres, aunque hay pistas que apuntan hacia Bonino da Campione, un famoso maestro de este tiempo.

Lo que sí se sabe es que este impresionante monumento quedó instalado, no en la nave de la iglesia, sino en la sacristía; y que allí permaneció, vacío, durante más de tres siglos. El cuerpo del Santo, mientras, yacía en algún lugar no concretado de la cripta. De hecho, en el curso de unas obras de restauración, fue descubierto casualmente en 1695; y -tras una larguísima disputa- su autenticidad fue confirmada por Benedicto XIII en 1728.

Al año siguiente, 1729, toman por fin la única decisión que parecía lógica: instalar el mausoleo en la iglesia y, dentro, exponer a la veneración de los fieles las reliquias del Doctor de Hipona. Con esta intención, encargan a Roma un altar a propósito, que tardará casi nueve años en acabarse. Llega, finalmente, a Pavía en 1738 y, al año siguiente, se monta sobre él el arca, cosa que, de alguna forma, rompe la armonía querida por los artífices.

El último tercio del siglo XVIII y todo el XIX, fue para la Iglesia un tiempo sumamente azaroso. En 1785, debido a las leyes de supresión de regulares, los agustinos salieron de Pavía, dejando los restos de su Fundador en manos del obispo, y el monumento encomendado al municipio. Volvieron a Pavía ese mismo año, aunque no a su antigua basílica; recuperaron sin problema cofre y arca, si bien ésta tuvieron que desmontarla. Y, finalmente, fueron de nuevo expulsados en 1788.

En fin, el 1 de mayo de 1799, la caja con los restos fue instalada en la catedral de Pavía; primero, al cobijo del altar mayor; más tarde, en 1832, bajo el monumento, una vez que -tras largos avatares- éste quedó también instalado en el templo catedralicio, en una capilla nueva bautizada como de San Agustín. Es en esta ocasión cuando se prescinde de las cajas de madera y de bronce, que son sustituidas por una urna de cristal que se guarda, a su vez, en el cofre de plata primitivo.

Con todo, por los años 80, la catedral amenazaba ruina, por lo que las reliquias se trasladaron una vez más, ahora a la capilla del palacio episcopal. Se aprovechó este traslado para hacer recuento de los huesos y tratarlos químicamente para su mejor conservación (1884). En el palacio episcopal de Pavía permanecerán los sagrados despojos hasta 1894, en que, una vez restaurada la catedral, serán depositados de nuevo dentro del mausoleo.

El 1900, los agustinos, y con ellos las reliquias y el mausoleo, regresan a San Pietro in Ciel d’Oro. Obviamente, para trasladar este último, hubo que desmontarlo primero en la catedral y volver a montarlo en la basílica pieza por pieza. Requirió esta labor cuatro meses de intenso trabajo.

La gran fiesta tuvo lugar el día 7 de octubre de 1900. La presidió el cardenal Cretoni, expresamente delegado por el papa León XIII; y asistieron a ella catorce obispos, siete de ellos agustinos, así como los superiores y representantes de la Orden, junto con altas autoridades civiles y religiosas.

Recomendamos para esta parte el artículo de Rodolfo MAJOCCHI, L’Arca di SantAgostino in S. Pietro in Ciel d’Oro illustrata con tavole in fototipia, Pavía (Fratelli Fusi) 1900, 7-26. También es de interés un escrito del agustino S, Bellandi que lleva por título Le vicende del Corpo di Sant’Agostino attraverso 15 secoli. Suo stato attuale. Debió de publicarse en Florencia antes de 1930 y se encuentra ahora en internet.

El cofre del tesoro

El cofre de plata que, desde el tiempo de Luitprando, encierra los despojos de Agustín, tiene unos 75 cms. de largo, por 30 de ancho y otro tanto de alto. Contiene escasamente la cuarta parte de los huesos del Santo. El resto se ha ido dispersando a lo largo de los siglos. Fuera de Pavía, las principales reliquias son:

  • Del brazo izquierdo se dice que fue llevado en el siglo XI al monasterio inglés de Cantórbery, de donde habría pasado a la abadía de Glastonbury, en el condado de Somerset.
  • El brazo derecho está en Hipona. Fue solicitado por monseñor Dupuch, primer obispo de Argel, cuando esta diócesis fue creada, en 1842. En justa y agradecida correspondencia, monseñor Dupuch donó el mosaico que luce en el suelo del coro, al otro lado del arca; proviene de las ruinas de la antigua Hipona (Cf. F. GIANANI, o. c., 58).
  • Cuando, en 1900, se hizo el traslado definitivo a San Pietro in Ciel d’Oro, una de las costillas quedó en la catedral de Pavía.

Cuando, con motivo del traslado a la catedral restaurada, el 15 de abril de 1884 se hizo recuento de los huesos existentes en el arca, el resultado dio un total de 225 fragmentos (Cf. G. ANTOLÍN, a. c., 270-271):

  • 21 de la cabeza
  • la mandíbula inferior con dos dientes molares
  • 22 de las vértebras
  • la clavícula izquierda
  • dos pedazos del esternón
  • 13 de los omoplatos
  • 48 de las costillas
  • 14 de las extremidades abdominales
  • el húmero derecho dividido en dos partes
  • el cúbito izquierdo y la extremidad inferior del derecho
  • dos radios, el izquierdo en dos pedazos
  • el fémur derecho, y una gran parte más 18 partículas del izquierdo
  • cinco pedazos de las dos tibias
  • el peroné izquierdo partido en dos trozos, y otro del derecho
  • la rótula izquierda
  • dos astrágalos y un escafoide de los pies
  • tres falanges de la mano
  • dos fragmentos del carpo
  • cinco del metacarpo
  • 60 de huesos sin determinar
  • restos pulverizados envueltos en un paño verde
  • dos ampollas que, supuestamente, contienen sangre.

El mausoleo y su distribución

Las dimensiones del monumento funerario de san Agustín están en proporción a la grandeza de éste, así como al mérito de los artífices: tiene 3,95 metros de alto, 3,07 de ancho y 1,68 de profundidad, todo ello en mármol de Carrara. Y la misma impresión de grandiosidad se recibe cuando se hace recuento de los distintos elementos: 50 bajorrelieves, 95 estatuas -sin contar los animales- y 420 cabezas de ángeles y santos, a pesar de que, como se ha observado con frecuencia, el arca da la impresión de estar inconclusa (cf. MAJOCCHI, 30-31).

Estos componentes están distribuidos en cuatro pisos. En el primero, que viene a ser como el cimiento o fundamento de la vida y el espíritu de Agustín, están representados todos los apóstoles, incluido san Pablo, además de los evangelistas Marcos y Lucas y los santos diáconos Esteban y Lorenzo; cada uno de los apóstoles sostiene un rótulo con uno de los doce artículos que componen el credo. También se personifican, en figuras femeninas, las virtudes, tanto las teologales como las cardinales y las morales.

El segundo piso corresponde al templete en que se encuentra la estatua del Santo; una estatua yacente de tamaño natural, en la que el Obispo de Hipona está vestido de pontifical, con un libro entre las manos. Su cuerpo está envuelto en un lienzo fúnebre que sostienen seis diáconos. Y sobre él, en la bóveda que sobresale por encima del mausoleo, se destaca en altorelieve y dentro de una mandorla de querubines Cristo Pantocrátor. A su alrededor, en torno a las columnas que sostienen los arcos, figuran 4 doctores, 12 mártires y 32 obispos, presbíteros y religiosos. En este piso, en el zócalo, es donde aparece grabada la fecha “1362”: a esta altura se supone que iban los trabajos en dicha fecha.

Los pisos tercero y cuarto del monumento son los que a nosotros nos van a ocupar. Las escenas que en ellos se representan tienen que ver directamente con san Agustín. El piso tercero (III) -el llamado cimacio, formado por paneles rectangulares- recoge algunos episodios sobresalientes de la vida del Santo. Son los siguientes, que desde ahora numeramos, según orden cronológico:

  1. Agustín da clases en Roma y Milán.
  2. Entre el auditorio de Ambrosio.
  3. Visita a Simpliciano.
  4. Escena del “Tolle, lege”.
  5. Bautismo y vestición de hábito.
  6. Funeral de santa Mónica.
  7. Agustín da la Regla a sus monjes.
  8. Refuta a Fortunato, que sale de Hipona llorando, y bautiza a los maniqueos convertidos.
  9. Traslación del cuerpo de Agustín.

El cuarto y último piso (IV) está formado por diez frontones triangulares en los que se representan algunos milagros atribuidos al Santo. Unos se habrían realizado estando él en vida; otros, después de su muerte. Todos están tomados de la Leyenda áurea, de Santiago de Vorágine, y son los siguientes:

  1. Agustín y el registro del Diablo.
  2. Agustín y el registro del Diablo (segunda escena).
  3. Al final de su vida, cura a un enfermo.
  4. Se le aparece al rector de una iglesia y lo sana.
  5. Este preside, a continuación, la fiesta del Santo.
  6. Libera a un prisionero.
  7. Lo lleva a beber al río.
  8. Cura a una endemoniada.
  9. Desvía hacia su tumba a un grupo de romeros lisiados.
  10. Éstos salen curados de San Pietro in Ciel d’Oro

Intérpretes y estudiosos

A tenor de lo visto, no puede decirse que el arca haya cumplido a satisfacción la finalidad para la que fue construida. Han pasado más de seis siglos desde su acabamiento, y sólo durante dos ha contenido los restos de Agustín: de 1739 a 1785 y desde 1900 hasta el día de hoy, en San Pietro in Ciel d’Oro; y entre 1832 y 1880, más o menos, instalada en la catedral de Pavía.

Pero no es sólo eso. Por más que cueste creerlo, durante siglos este impresionante monumento ha pasado sin pena ni gloria, prácticamente ignorado dentro y fuera de Pavía. Lo constataba, ya en 1832, Defendente Sacchi.

“Cuando vi por primera vez el arca de san Agustín que está en Pavía, mi ciudad -escribe-, por más que estuviese desmontada, me pareció un monumento tan grandioso y de tanto trabajo como para honrarse de él cualquier ciudad más rica en objetos de arte. Sin embargo, nadie había hablado de ella: no sólo los estudiosos del arte italiana, sino ni siquiera los de temas locales de Pavía” (citado en Agostino e la sua arca, p. 11-12).

Sacchi es el gran estudioso del arca de san Agustín. Lo fue no por propia iniciativa, sino por encargo del obispo de Pavía, monseñor Luigi Tosi, que de esta forma quiso solemnizar la colocación de los restos del Hiponense en su monumento funerario, una vez que éste había sido instalado ya en capilla propia dentro de la catedral. Sacchi dio a luz entonces una sólida monografía que incorporaba y explicaba una colección de litografías del arca. Le cabe el mérito -esto es indudable- de construir partiendo de cero, así como el de divulgar fuera de Pavía los detalles de una obra apenas conocida. Pero también es de justicia reconocer que no siempre estuvo acertado en la identificación de escenas y personajes, como iremos señalando.

La otra obra clásica sobre el tema tiene también carácter conmemorativo. Fue editada en 1900, coincidiendo con el traslado a San Pietro in Ciel d’Oro tanto de las reliquias como del sepulcro. Su autor es el sacerdote Rodolfo Majocchi, conservador a la sazón del Museo de Historia Patria de Pavía. Casi toda la extensión de este volumen de gran formato, la ocupan las 35 espléndidas tablas que reproducen fotográficamente los detalles del arca. La introducción, con todo, es densa, y en ella sigue a Sacchi en lo iconográfico –incurriendo en sus mismos errores-, al tiempo que lo completa en los datos históricos y artísticos.

En cuanto a dichos errores, un caso extremo, por lo elemental, es la identificación de la figura que, desde la bóveda del sepulcro, se abalanza sobre la estatua yacente de Agustín. En un primer momento, Majocchi declara, siguiendo a Sacchi, que se trata de Dios Padre (cf. p. 31). Poco después, se ve obligado a corregir lo que es obvio, para reconocer que la figura representa “al Salvador (y no al Padre Eterno, como he dicho en la descripción, fiándome del Sacchi más de la cuenta…” (p. 33; cf. p. 37).

La obra más importante desde el punto de vista iconográfico es, sin lugar a dudas, la titulada Iconographie de Saint Augustin, que firman Jeanne y Pierre Courcelle. Entre los dos forman un equipo completo y bien articulado: la primera es historiadora del arte y arqueóloga, y el segundo es sobradamente conocido como agustinólogo y especialista en las Confesiones. Son cinco volúmenes que revisan con ojo experto los principales ciclos iconográficos agustinianos de los siglos XIV-XVIII. Uno de ellos es el que nos ocupa; lo estudian en el primer tomo (Jeanne COURCELLE – Pierre COURCELLE, Iconographie de Saint Augustin. Les cycles du XIVe siècle, Paris 1965, pp. 61-72 y láminas LIII-LXX). Sin desentenderse de consideraciones artísticas, centran sus esfuerzos en el estudio de la iconografía, a partir de las fuentes literarias que inspiraron a los artistas. Ésta es su gran aportación, especialmente valiosa cuando se trata -cosa nada rara- de leyendas medievales hoy día olvidadas. Este volumen de los Courcelle es el que normalmente hemos seguido.

Recientemente, al cumplirse 100 años del regreso de las reliquias a San Pietro in Ciel d’Oro, la comunidad agustina de Pavía ha publicado el lujoso volumen que mencionábamos al comienzo: Agostino e la sua arca. En contra de lo que cabía esperar, esta obra no hace un estudio de las escenas representadas y su significado. Se limita a entresacar los textos de Sacchi sin discutirlos ni comentarlos, e ignorando del todo el estudio de los Courcelle (pp. 25-35). Básicamente, se trata de una recogida de espléndidas fotografías, que permiten apreciar con todo lujo de detalles la belleza del arca. No se puede decir, con todo, que haya en esta obra un catálogo fotográfico completo y sistemático de los relieves que aquí nos interesan.

Nuestro propósito

No pretendemos, de ninguna manera, sentar cátedra en cuestiones históricas o artísticas. En esto coincidimos del todo con la intención que declara el prior agustino de Pavía, padre Gianfranco Brembilla, al presentar Agostino e la sua arca: “Este volumen no quiere ser una investigación o un estudio artístico”. Como coincidimos con él en lo que manifiesta a continuación: su obra es “una invitación a escuchar, con ayuda de las espléndidas imágenes del arca, la voz amiga de Agustín en nuestro camino de hombres en busca de la Verdad” (p. 10).

Habríamos deseado contar con “espléndidas imágenes” de todos los paneles, Pero ése ha sido nuestro principal problema: no nos ha sido dado conocer in loco el monumento y, por otro lado, tampoco hemos podido conseguir una serie completa de buenas fotografías. Las obras antiguas, entre las que incluimos -a estos efectos- la de Courcelle, ofrecen reproducciones en blanco y negro; y, en color, no hemos encontrado un reportaje completo, ni en publicaciones, ni en diapositivas ni en internet. Así que, tomando de aquí y de allá -una, incluso, de Majocchi-, hemos tenido que hacer nuestra propia serie. Por más que tengamos que pedir disculpas por ello, creemos con todo que la calidad de las imágenes es más que suficiente para captar el mensaje.

Y esto es lo importante, el mensaje. Nos ha llenado de sorpresa no encontrar una explicación suficiente que acompañe los relieves y los haga comprensibles y utilizables. Tanto más cuanto que el trabajo estaba ya hecho por los Courcelle. Es lo que nosotros intentamos. Nuestra propia experiencia nos enseña que, de esta forma, sí que se puede entrar en diálogo con Agustín, compartiendo los sentimientos de quienes le levantaron este monumento.

SIGUIENTE PÁGINA: 2. Paneles del piso III del sepulcro de san Agustín


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