Tras desempeñar el cargo de secretario provincial, el agustino recoleto Francisco Javier Jiménez inicia un nuevo servicio a la Iglesia como misionero en Lábrea (Amazonas, Brasil). Antes de llegar a su nueva comunidad y comenzar a desempeñar su servicio, escribe desde el mismo avión que le lleva de España a Brasil sobre su nueva misión.
Presentación: Un todo terreno de la evangelización
Francisco Javier Jiménez García-Villoslada nació en Los Arcos (Navarra) en 1958.Tiene 45 años, y los últimos seis ha sido el secretario provincial de la Provincia de San Nicolás de Tolentino; uno de esos cargos que están tras las bambalinas: acompaña al Provincial, realiza gestiones ante organismos oficiales (embajadas, ministerios), mantiene al día los archivos relativos a cada religioso, redacta los oficios y protocolos, etc.
Sin embargo, la vida de Javier no ha estado ceñida a este cargo ni a otros ministerios, pues casi ha experimentado todos los posibles trabajos de un religioso. Nada más ordenarse se licenció en Catequética, en Madrid. Entre 1983 y 1991 vivió la pastoral educativa en el Colegio San Agustín de Valladolid. De 1991 a 1997 estuvo en las parroquias de San Sebastián (Chiclana de la Frontera, Cádiz) y Santa Mónica (Zaragoza), en el apostolado ministerial. Y entre 1997 y 2003 experimentó las mieles y las hieles del gobierno provincial como secretario. Ahora que comienza su experiencia en la vida misionera en Amazonas, dice con su ejemplo que el religioso está abierto a todos, sin restricciones de lugar, personas, cargos o servicios. Javier es un todoterreno de la evangelización y nos invita con su gesto a que todos, religiosos y seglares, encontremos nuestra misión en cada momento de la vida.
Entrevista
Unas horas antes de salir de Madrid, el equipo redactor de Canta y Camina me solicitó un artículo para la revista. Lo escribo a 10.700 metros de altitud, a 930 kilómetros por hora de velocidad, mientras vuelo en la Varig entre Río de Janeiro y Manaos. Trato de responder a las preguntas que me plantearon.
— ¿Por qué vas a Tapauá?
En primer lugar, por obediencia, porque me lo pidió el Provincial. En segundo lugar, porque creo que ésta es la voluntad de Dios en este momento de mi vida. Y en tercer lugar, para dar cumplimiento a una inquietud misionera que he llevado muchos años dentro de mí.
— ¿Desde cuándo y cómo surgió tu vocación misionera?
Tal vez la llevo desde el inicio, en la sangre (por la familia a la que pertenezco y por el pueblo en que nací, cuna de muchos religiosos y misioneros) y en el nombre (Francisco Javier). Esta inquietud misionera, que nació en mí siendo niño, se avivó en el colegio de Lodosa escuchando los relatos de nuestros misioneros agustinos recoletos. Creció después en Fuenterrabía, estudiando filosofía; aún recuerdo la impresión que me causó la lectura del artículo El gol del P. Pardo, que narraba la muerte heroica del P. Jesús Pardo en Lábrea. Maduró, en fin, durante el noviciado en Monteagudo; recuerdo los dos consejos que me dio el P. Jesús Solabre:—«Paisano, si quieres ser feliz como agustino recoleto: primero, vete con ganas a donde te manden y no pidas nunca ir a un sitio determinado; y, segundo, sal unos años fuera de España»
Más adelante, me motivó mucho la ida de los padres Peralta y Pertíñez a la misión de Lábrea, vivir después con los padres Francisco Piérola y Miguel Ángel González, que me contaron muchas historias de la misión. Lo pedí varias veces a los provinciales, me ofrecí por escrito como voluntario y ahora ha llegado el momento de hacer realidad ese sueño.
— Durante estos seis años como secretario provincial has tenido ocasión de conocer la misión de Lábrea. ¿Qué impresión te ha producido?, ¿ha influido algo en tu decisión?
Conocer en vivo la misión me ha hecho verla con mayor realismo, sin romanticismos. He visto la dureza, las dificultades, los sinsabores que conlleva, pero no por eso se me han quitado las ganas de ir allí. Lo que más me tranquiliza es, precisamente, saber que no es un capricho momentáneo –llevo muchos años con esta idea– y que no he elegido yo ni el momento ni el lugar, sino que me han enviado cuando y adonde se ha considerado necesario.
— ¿A qué vas?, ¿qué intenciones llevas?
Voy a APRENDER, con mayúsculas y subrayado. Voy con la intención de inculturarme, de observar y aprender lo que hacen los compañeros, de aprender a vivir en otro mundo, en otra realidad, de otra manera, a ver la vida, las cosas, las personas, Dios, la Iglesia, los pobres de otro modo.
Resuena aún en mi cabeza el estribillo de una canción de Sergio Dalma que escuchaba en Madrid: «Hoy vuelo a la libertad, puedo perder o ganar, empieza mi nueva vida; no temo a la libertad, he de aprender a volar, empieza mi nueva vida». Creo que resume cómo me siento en estos momentos. Lo que está claro es que no vengo al Amazonas «por aventura», ni por afán de riesgos y emociones fuertes. Como canta Sabina, «a mis 45 abriles, ya ves tú…».
Siempre me ha hecho pensar un póster que me acompañó durante varios años en mi habitación de Marcilla: «Hubo un hombre que iba para profeta, pero se quedó en burgués». No quiero que me pase eso a mí, y siento que «ahora o nunca», que éste es el momento de dar el paso, que no puedo dejar pasar este tren, porque dentro de unos años no tendré ni ganas ni fuerza para un cambio tan radical.
Yo veo esta nueva etapa como una nueva experiencia en mi vida: tras 8 años de trabajo en el colegio de Valladolid, tras 6 años de trabajo pastoral en las parroquias de San Sebastián en Chiclana y Santa Mónica en Zaragoza, tras 6 años de experiencia de gobierno como secretario provincial, estoy seguro de que esta etapa misionera será provechosa y enriquecedora para mí a todos los niveles. Después de estos últimos años como secretario –una experiencia muy rica, un auténtico privilegio–, creo que necesito otra cosa, un mayor contacto con la gente, para no encasillarme en un trabajo que tiene mucho también de oficina y burocracia.
— ¿Vas a la misión con algún programa previo, con algún plan concreto?
De entrada, voy con la intención de no meterme en planes, proyectos y construcciones, sino esperar que salga de la gente, que sean ellos los que se muevan, los que se organicen y luchen por algo. Entonces será el momento de ayudar, de apoyar, pero no como protagonista, sino como agente subsidiario. Se me quedó muy grabado un comentario que me hizo Antonio Lucibello cuando era nuncio en Guinea Conakry: —«Nos hemos equivocado en África; la Iglesia no es una ONG que viene a hacer proyectos de ayuda y a construir edificios que luego se quedan inútiles. Esa es la imagen que tienen de nosotros». No quisiera que algo así ocurriera en nuestra misión de Lábrea.
Por otra parte, como delegado provincial, me va a tocar ver las posibilidades de atender la misión de acuerdo con nuestro carisma de agustinos recoletos, trabajando de otra forma, más en equipo, más en conjunto, más comunitariamente. La situación ha cambiado y no hay relevo. Hay que llevar la misión de otra manera.
— ¿Cuánto tiempo tienes intención de estar en la misión?
Dios dirá. En principio, unos años. Pero no creo que sea conveniente estar muchos años seguidos en el mismo lugar, porque eso empobrece al religioso y puede condicionar el ministerio. De todos modos, esto va a depender de muchos factores: de mi adaptación, de las necesidades de la Provincia, de la situación de mi familia…
— ¿Quieres añadir algo más, como mensaje de despedida?
Quiero rendir un homenaje de admiración a todos los misioneros agustinos recoletos que han vivido y trabajado aquí, que han dejado aquí los mejores años de su vida. Quiero expresar también mi reconocimiento a los padres y familiares de los misioneros, por su generosidad y heroísmo, pues son, de alguna manera, las víctimas de la misión, y decirles que Dios no se deja ganar en generosidad. Quiero agradecer la colaboración de todos los que desde Valladolid, Lodosa, Zaragoza, Chiclana y otros lugares han ayudado y siguen ayudando a la misión. Me gustaría que esta misión recupere el aprecio y la estima que siempre tuvo entre nosotros y que se ha perdido por parte de algunos religiosos.
Termino con esta declaración de intenciones, expresando por qué y para qué voy a Tapauá: he dicho a algunos religiosos de más de 60 años que, si van a América, rejuvenecen, seguro. También yo, que ya no soy ningún chaval, quiero predicar con el ejemplo; que ojalá sirva a algunos para descubrir que también ellos son aptos y válidos todavía.
No soy ningún héroe. Tengo miedo, mucho miedo (a los mosquitos, a aprender una nueva lengua, a las enfermedades, al cambio…). Pero tengo también una gran confianza: en Dios, de quien me siento enviado –misionero–, y que proveerá y suplirá mis limitaciones; en mis hermanos recoletos, en la ayuda y la oración de los que nos apoyan desde España.
Mi marcha se debe a una corazonada. Es cierto que la razón señala muchos obstáculos e inconvenientes –la edad, el clima, el tipo de trabajo, las dificultades de todo tipo–, pero he escogido seguir «el camino del corazón», convencido de que este es mi camino, y de que «para cada hombre guarda un nuevo rayo de luz el sol y un sendero virgen Dios» (León Felipe).